Por Hernán Andrés Kruse.-

El martes 15 se cumplió el primer aniversario del debate protagonizado por Mauricio Macri y Daniel Scioli en la Facultad de Derecho de la UBA. Fue un acontecimiento que acaparó la atención de la opinión pública ya que por primera vez en nuestra historia se producía un debate de esta magnitud. Un año atrás Macri se mostraba más suelto y confiado, como sintiéndose seguro de lo que sucedería una semana más tarde. Demostrando ser un actor consumado el candidato presidencial de Cambiemos dijo sin sonrojarse que si llegaba a ser presidente no devaluaría, no ajustaría y protegería el trabajo de los argentinos. Parece mentira que en ese momento su nariz no hubiera crecido como la de Pinocho. Porque lo que hizo Macri en ese momento fue mentirle en la cara a los argentinos de manera obscena. Sin embargo, una semana después unos 13 millones de compatriotas confiaron en él catapultándolo a la presidencia de la nación. Dijo una vez García Venturini que la historia no es lo que pasó sino lo que nos pasó. Y lo que nos pasó ese 15 de noviembre de 2015 fue que fuimos vilmente engañados por un dirigente maquiavélico, burlón y perverso. Por eso es bueno recordar sus mentiras de hace un año para que nos sirva de aprendizaje y así nunca más dejarnos embaucar por estos encantadores de serpientes.

Dijo Macri con cara de piedra:

a-“Nuestro único objetivo es trabajar todos los días para que vos vivas un poco mejor y para que te sientas más seguro. Sé que tal vez te está costando llegar a fin de mes o que te preocupa la salud de tus padres o la educación pública que reciben tus hijos. Pero nosotros tenemos como objetivo lograr una Argentina con pobreza cero. Para eso hay que ponerla en marcha, porque hace cuatro años que no crece; hay que crear trabajo, cuidando los que tenemos, esto significa cuidar nuestras pymes, nuestros pequeños productores, porque ellos, una vez que arranquemos, son los que más van a generar trabajo. Pero el desafío es crecer y para eso tenemos muchas acciones. La primera, poner en marcha el plan de infraestructura más importante de la historia, que conecte a la Argentina y la haga más justa y que desarrolle las economías provinciales, generando dos millones de puestos de trabajo en la próxima década. También quiero trabajar para que accedas a tu primera vivienda: un millón de créditos a treinta años; que tengas cloacas, que tangas agua corriente y que además realmente la asignación no solo continúe, sino que se extienda a todos, incluyendo a los hijos de los monotributistas”;

b- “yo creo que los veo (a los argentinos) muy contentos. Sienten la esperanza que se puede, que vamos a crecer, que va a haber trabajo, que vamos a desarrollar las economías regionales. Los que yo creo que tienen miedo son ustedes, los que están gobernando, porque han abusado del poder y ya no quieren volver al llano y perder los privilegios. Ese es el verdadero miedo que hay hoy. No nosotros; nosotros estamos felices, sentimos que tenemos una enorme oportunidad”;

c- “Porque nosotros realmente creemos que hay que desarrollar la economía, que hay que expandir la economía, no ajustar. Yo no he hablado nunca de ajustar. Justamente, creo que ustedes han ajustado. Por algo hace cuatro años que no crecemos; hace cuatro años que no se genera empleo en la Argentina, las economías regionales la están pasando muy mal. Y abrir la economía es lo último que he dicho; hay que cuidar el empleo, hay que sentarse con cada pyme, con cada pequeño productor”;

d- “La Argentina tiene que crecer en base a un gobierno que diga la verdad, un gobierno que fije reglas de juego claras, que defienda el valor de nuestra moneda. En nuestro país no tenemos problemas de dólares, este país produce dólares, vamos a exportar el doble de alimentos. Ya con los que exportamos hoy alcanza. El problema de este país, insisto, es un gobierno que ha mentido, que ha ocultado los problemas”;

e- “He aprendido en este tiempo algo importante: no existe una persona que tenga todas las respuestas ni todas las soluciones, y que además no existen soluciones milagrosas a nuestros problemas. Sé que es muy tentador pensar que existe esa persona infalible que todo lo puede y todo lo va a resolver, pero esa persona no existe. Pero yo sí me tengo confianza para armar el mejor equipo de los últimos cincuenta años, convocando a los mejores de este país para poner el país a crecer, para crear oportunidades de progreso y que todos podamos vivir mejor” (fuente: “Transcripción completa del debate presidencial entre Macri y Scioli”, La Nación, 16/11/015).

En su edición del domingo 13 de noviembre, La Nación publicó un muy interesante artículo de Raquel San Miguel titulado “En EEUU, la antipolítica llegó al poder. Paradojas de la brecha élites-ciudadanos”, en el que considera que el paulatino alejamiento de las élites del hombre común creó las condiciones para que alguien como Donald Trump se alzara con la presidencia de Estados Unidos.

Finalmente los partidarios del antisistema lograron lo que era imposible hasta hace unos años: que un outsider como Trump llegara a la Casa Blanca. El hecho, de por sí conmocionante, no fue fruto de la casualidad. El empuje antisistema se insinuó en el Brexit, se hizo visible en el avance de la extrema derecha en el continente europeo y se consolidó el pasado 8 de noviembre en Estados Unidos. Su triunfo puso en evidencia la escasa capacidad para ejercer influencia sobre las masas de los grandes medios de comunicación y la poca relevancia de la corrección política para granjearse la simpatía de los sectores populares. Los resultados de las elecciones norteamericanas volvieron a visibilizar la profunda grieta que separa a las élites del hombre de la calle, que exige que los gobiernos democráticos se aboquen a la solución de los problemas que aquejan a la población. Según San Miguel, Trump es un producto de esta época donde parece expandirse el discurso antipolítico como un reguero de pólvora. Cómo puede sorprender el triunfo de Trump si la derecha xenófoba europea cada día es más popular, si en Gran Bretaña los partidarios del aislacionismo son mayoría, si crecen sin cesar los indignados de Occupy Wall Street y fuerzas políticas antisistema amenazan el status quo de España y Grecia (Podemos y Syriza, respectivamente). Los antiguos conceptos de derecha e izquierda identifican cada vez a menos personas. Hoy en día “el sentimiento antiélites es quizás la identidad más transversal en un tiempo de lealtades volátiles”. Emerge un profundo maniqueísmo: o se está con las élites o con el pueblo. Lo notable del caso es que el rechazo a las élites es mayoritario en los dos extremos de la pirámide de la vida: la vejez y la juventud. En efecto, rechazan a las élites los viejos y los jóvenes. Pero no son los únicos. Los acompañan en el rechazo los que fueron expulsados del sistema, los que pretenden ascender en él, los enemigos del capitalismo y los que depositan su confianza en un outsider millonario como Trump.

Para que florezca el antielitismo las masas deben sufrir los estragos de las crisis económicas, la falta de trabajo y la exclusión. Pero a esta trilogía se le debe agregar un factor por demás relevante: la distancia cultural que existe entre los miembros de una generación que rechazan el cosmopolitismo y el multiculturalismo, y los miembros de aquellos sectores que están a favor de la globalización. Hay en el mundo de hoy “una crisis del sentido de la política, el rechazo a estructuras y personas que se ven como incapaces de resolver problemas concretos y dar estabilidad y seguridad, miembros de una casta de millonarios interesados sólo en retener sus privilegios”. Se ha universalizado el “que se vayan todos que no quede ni uno solo”, en suma. No debe sorprender que en América Latina sean cada vez menores los niveles de apoyo a la democracia y de confianza en sus instituciones emblemáticas. ¿Ello significa que la legitimidad democrática está en riesgo? ¿Corre peligro la democracia cuando un número creciente de personas estarían dispuestas a aceptar ciertas dosis de autoritarismo, xenofobia y misoginia si le aseguran una mejor calidad de vida? ¿Estarían dispuestas a votar por un Donald Trump si les asegura la seguridad económica? Los resultados electorales del 8 de noviembre indican que sí. Para el investigador Martín Bergel “la emergencia de un discurso antipolítica ha dado lugar a fenómenos muy interesantes para quienes provenimos de las izquierdas, desde expresiones electorales como Podemos en España o el reciente triunfo de un joven de una formación nueva en la ciudad de Valparaíso hasta formas creativas de movilización y de asunción del poder ciudadano (el 15-M español, Occupy Wall Street). Pero hay una marcada tendencia a que las oportunidades que se abren ante la crisis de representación sean asumidas por líderes y grupos conservadores y reaccionarios. Ya hace quince años el filósofo italiano Paolo Virno advertía que la era posfordista y de crisis de la sociedad salarial estaba atravesada por una radical ambivalencia: podía dar lugar a experiencias autónomas de cooperación ciudadana y poder popular, o podía decantar en formas novedosas de microfascismos a partir de rasgos constitutivos de la época como el cinismo y el miedo”. La realidad internacional ha puesto en evidencia que este creciente descontento de las mayorías populares por las élites tradicionales está sembrando el terreno con semillas que pueden hacer brotar una planta muy peligrosa para la democracia. Francia y Dinamarca son dos claros ejemplos del rebrote del fascismo provocado por la impericia y en muchos casos corrupción de las élites tradicionales que aún siguen estando convencidas de su superioridad sobre el resto de la población. Lo cierto es que los ciudadanos critican no sólo a sus líderes políticos sino también a la democracia como sistema político. Según los últimos datos de Latinobarómetro, en América Latina el apoyo a la democracia ronda el 54 por ciento, porcentaje que viene en picada desde hace cuatro años. Mientras tanto aumentan aquellos que se declaran indiferentes a la clase de gobierno que tienen delante de sus narices (23 por ciento). El panorama se torna más negro con el siguiente dato: la mitad de la población de la región está dispuesta a apoyar a un gobierno no democrático si cree que está capacitado para resolver los problemas. Únicamente el 22 por ciento cree que los gobiernos piensan en las mayorías y apenas el 38 por ciento los aprueba.

2008 fue un año muy importante en este sentido. La crisis internacional desatada afectó profundamente el ánimo de la población mundial, que ya venía golpeado por los atentados terroristas y “la explosión de identidades locales frente a la globalización” (profesor Ignacio Labaqui). Según el profesor Pérez-Liñán “lo que estamos viendo en muchas democracias es que se está cortando el vínculo de identidad con los partidos que se había constituido a lo largo del siglo XX. En parte tiene que ver con una desconexión entre una élite partidaria y social integrada al proceso de globalización de manera exitosa, frente a sectores sociales que quedaron desconectados de ese proceso. Esa marginación del proceso de globalización de buena parte de la población, que en América Latina se vio muy clara a fines de los años 80 y principios de los 90, aparece ahora de manera más visible en las democracias industrializadas. Esa coalición social que quedó fuera de la distribución de la riqueza global es la que hoy vota a Trump o al Frente Nacional en Francia. Son los mismos votantes que quizás antes votaban por los demócratas en Estados Unidos o el socialismo en Francia”. El corte del vínculo de identidad con los partidos políticos se ve claramente en nuestro país. Ahí está el caso del radicalismo, el más que centenario partido. Con la debacle de diciembre de 2001 la UCR dejó de ser el tradicional representante de los sectores medios para pasar a ser un conglomerado de facciones enemigas entre sí que la han colocado al borde de la disolución como partido político nacional. A nivel nacional el radicalismo aceptó ser el furgón de cola del macrismo creyendo ingenuamente que si Macri llegaba al poder tendría el poder suficiente para ejercer un cogobierno. Los hechos están demostrando cuán equivocados estuvieron los dirigentes radicales que apostaron por una alianza con Macri. Respecto al peronismo hoy cabe hablar de varios peronismos: el peronismo cristinista, el peronismo de los gobernadores y los barones del conurbano, y el peronismo massista. El peronismo cristinista juega a la confrontación permanente con el gobierno de Cambiemos mientras que Massa juega a ser un “opositor sustentable”. En el medio están los gobernadores peronistas y los barones del conurbano, sólo interesados en permanecer en el poder. Allá lejos se encuentran los peronistas de a pie, que a la hora de la verdad (la toma de decisiones) pasan a ser ceros a la izquierda (para nada cuentan).

Si la economía no funciona entonces la democracia entra en zona de turbulencias. “La democracia es por definición una forma de gobierno con horizontes móviles. La población tiene todo el tiempo mayores expectativas de lo que el Estado puede producir, porque el sistema está diseñado para que los políticos compitan ofreciendo mejoras. Esa expansión es relativamente fácil de gerenciar para las élites políticas en un contexto de prosperidad, que fue lo que sucedió desde mediados del siglo XX en las democracias industrializadas. Ese momento se terminó, y aunque esas democracias van a seguir creciendo, lo harán a un ritmo más lento. El tamaño de la torta para distribuir va a aumentar a un ritmo mucho menor, pero las expectativas seguirán creciendo”, expresa el profesor Pérez Liñán. Al asumir Mauricio Macri resolvió este problema de un plumazo: impuso una inédita redistribución de la riqueza en perjuicio de los sectores populares y en beneficio de los sectores concentrados de la economía. En este sentido, según un informe de Latinobarómetro “el grado de individualismo que ha traído el desarrollo económico le quita peso a la ideología y aumenta el de las demandas individuales. Son la desigualdad, la discriminación, la inequidad social y política y económica las determinantes del comportamiento de los ciudadanos de la región”.

En definitiva, y tal como lo sostuvo hace poco en The Guardian Naomi Klein, “mucha gente vive con dolor. Bajo las políticas neoliberales de desregulación, privatización, austeridad y negocios corporativos, sus niveles de vida declinaron rápidamente. Perdieron empleos. Perdieron pensiones. Perdieron mucha de la red de seguridad que hacían estas pérdidas menos temibles”. En la vereda de enfrente está la “clase Davos, una red hiperconectada de banqueros y empresarios de la tecnología multimillonarios, líderes políticos que se sienten cómodos cerca de esos intereses y celebridades de Hollywood que hacen que todo se vea insoportablemente glamoroso”. Frente a tanta desigualdad e injusticia el triunfo de Trump resulta hasta lógico.

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