Por Hernán Andrés Kruse.-

En una reciente entrevista en Neura el presidente de la nación tildó de “pasquín” a Perfil, llamó de manera despectiva a Jorge Fontevecchia (“tintureli”) y aseguró, mientras esbozaba una sonrisa, que el diario se encamina hacia la quiebra. Emergió en toda su magnitud la perversa personalidad de Javier Milei. El libertario goza con el sufrimiento ajeno, siente placer cuando se producen despidos a mansalva, se excita cuando humilla a su adversario. El 19 de noviembre del año pasado elegimos (me incluyo) a un desquiciado, a un fanático ideológico y religioso y, lo que es peor, a un perverso. Estamos a merced de un personaje nefasto, incapaz de la más mínima empatía con el otro, de ponerse en el lugar de quien sufre las nefastas consecuencias de sus decisiones económicas. Estamos a merced de un personaje que le place torturar psicológicamente a quien no le rinde pleitesía, que se siente un elegido por las fuerzas del cielo para cambiar radicalmente a la Argentina. Estamos a merced de un libertario que aborrece todo lo que huele a “público”: la educación pública, la salud pública, la seguridad pública, la justicia pública, etc. Para Milei lo público es sinónimo de socialismo, de estatismo.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Raúl Prada Alcoreza titulado “El lado oscuro del poder” (Systemic Alternatives). A continuación, paso a transcribir la parte del escrito dedicada a la psicología y funcionamiento del poder. El autor se pregunta: ¿se puede hablar de patología del poder? He aquí su respuesta:

“La palabra Hybris define las acciones crueles, vergonzosas y humillantes, acciones cometidas por alguien inclinado a la violencia y al abuso; actos ejecutados sobre víctimas, ejercidos por el goce mismo de hacerlo, de demostrar dominación, de hacer patente el poder desplegado. ¿Es esta una desmesura psicológica? La persona que comete Hybris es insaciable, quiere satisfacer su deseo de venganza o de ostentación, exigiendo implacablemente reconocimiento desmedido; deseo, que ya es deseo del deseo, por tanto imposible. En el imaginario de la Grecia antigua, los dioses castigan a quienes caen en la compulsión destructiva de Hybris. La encargada de hacerlo es Némesis, diosa de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna. El tratamiento consistía en conducirlos a la humildad, compensando así su soberbia.

En la psicología moderna se habla de un trastorno paranoide llamado síndrome de Hybris. Se trata de un trastorno que desencadena un ego desmedido, una visión personal exagerada, aparición de excentricidades y desprecio hacia las opiniones de los demás. Este síndrome Hybris aparece descomunal en los ámbitos de poder; particularmente en los escenarios políticos, financieros, empresariales, en las familias de multimillonarias, en las élites de los y las famosas. La psiquiatría ha reconocido los efectos que tiene el poder en las personas. Tomando en cuenta, por lo menos, dos direcciones, se habla de la erótica del poder, también de la erótica del dinero. Algunos síntomas del síndrome de Hybris son: Confianza exagerada en sí mismo, imprudencia e impulsividad desmesuradas. Sentimiento exacerbado de superioridad sobre los demás. Los que sufren de este síndrome suelen identificarse como si fuesen la nación misma, el partido mismo, el Estado mismo, el pueblo mismo. En la expresión retórica acostumbran a usar el plural mayestático nosotros. Se dice que pierden el principio de realidad.

Entre las consecuencias de este imaginario delirante y de sus acciones despóticas, el enemigo, incluso, en su caso, el rival, debe ser imperativamente destruido. Los que sufren del síndrome Hybris se sienten ungidos por el destino. Si son despojados de su poder, de su dominio, de su jerarquía, de su representación mítica, la pérdida del mando, la pérdida de popularidad, los arrastra a la desolación. David Owen y Jonathan Davidson describen el síndrome de Hybris con claridad, reconociendo sus peculiaridades y diferenciándolo de alteraciones similares, empero, distintas. Respaldan la tesis de que el síndrome de Hybris, también denominado embriaguez de poder, es el lado oscuro de sujetos afectados por el síndrome, vale decir, el guía, dirigente, cabecilla, gobernador, adalid, paladín, jefe. Los síntomas del síndrome Hybris colman en personajes ungidos por el poder. Se puede observar ciertos rasgos cuando, por ejemplo, una autoridad política no admite otro criterio que el propio, no escucha, se obceca en sus posturas personales, se aleja notoriamente de la realidad, pierde, si se quiere, el raciocinio. Esta pauta de cuadros psicológicos afecta sobre todo a la clase política, así como a altos mandos de las finanzas y de las grandes empresas. Se constata en estos sujetos poca madurez psicológica, una personalidad embriagada por un mundo interior sobredimensionado, además de una afectividad extravagante. Son incapaces de cambiar, persisten tercamente en el error; se encuentran rodeadas de una numerosa corte de aduladores y arribistas, disfrazados de asesores palaciegos. Como se puede ver, no se trata de una tendencia a cometer errores; en el síndrome de Hybris vemos que están unidos por una misma hebra transmisora; se la reconoce en las manifestaciones elocuentes de excesiva confianza en sí mismo, orgullo exagerado, desprecio por los demás. Tiene rasgos en común con el narcisismo; pero, se trata de una manifestación más aguda, que incluye el abuso de poder, además de la posibilidad de perjudicar y afectar notoriamente a otras personas, consideradas enemigas o rivales. Es otras palabras, estamos ante un conjunto de síntomas, desatados por un gatillo específico, el poder.

El síndrome de Hybris es, se puede hablar así, adquirido; puede ser pasajero o perpetuo. A veces se desencadena a partir de un triunfo sorprendente, que da lugar a una autoridad casi absoluta, sin contrapesos ni contrapoderes. También se desencadena ante adversidades sociopolíticas de gran envergadura; por ejemplo, una guerra, así como un desastre financiero y situaciones críticas. Owen y Davidson extraen algunas conclusiones políticas de su investigación. Aseveran que «debido a que un líder intoxicado por el poder puede tener efectos devastadores sobre mucha gente, es necesario crear un clima de opinión tal que los líderes estén conminados a rendir cuentas más estrictas de sus actos». Añaden: «Como las expectativas cambian, los líderes deben sentir una mayor obligación a aceptar las restricciones de la democracia.» Aconsejan que médicos y psiquiatras colaboren en diseñar leyes y procedimientos para acotar el daño del síndrome de Hybris. Se puede deducir que el síndrome de Hybris, sería, más bien, una situación a la que se llega, contando con unas condiciones psíquicas particulares, acompañadas por unas insuficiencias concretas. Dicen que no es justo, ni ético, ni científico que la clase dirigente, política y económica, de un país no pase ningún tipo de filtro, tanto de salud física como psíquica, para ser designado previamente como representante o autoridad. Según los autores citados, se debería establecer, por ley, una pauta de selección como en cualquier otro puesto del Estado. La historia política está atravesada y ocupada por escenarios dramáticos, que se puede catalogarlos como ejemplares del síndrome de Hybris”.

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