Por Hernán Andrés Kruse.-

Aunque cueste creerlo durante varios días el presidente de la nación utilizó gran parte de su valioso tiempo en polemizar con Lali Espósito. Afortunadamente, el viernes 16 de febrero Milei, luego de rebautizar a la popular cantante como “Lali Depósito”, compartió con sus seguidores en la red social X un extenso párrafo dedicado a la batalla cultural en el que menciona al teórico marxista italiano Antonio Gramsci, fallecido en el lejano 1937. Es bueno recordar que este pensador sufrió en carne propia la intolerancia y la prepotencia del régimen de Benito Mussolini.

Expresó Milei (fuente: Daniel Gigena, “Filósofos e intelectuales explican qué quiere decir el Presidente con “desarmar el Gramsci Kultural”, La Nación, 16/2/024): “La raíz del problema argentino no es político y/o económico, es moral y tiene como consecuencias el cinismo político y la decadencia económica. Este sistema está podrido y por donde se lo toca sale pus, mucha pus, muchísima”. “Gramsci señalaba que para implantar el socialismo era necesario introducirlo desde la educación, la cultura y los medios de comunicación. Argentina es un gran ejemplo de ello. Cuando uno expone la hipocresía de cualquier vaca sagrada de los “progres” bienpensantes, se les detona la cabeza e inmediatamente acuden a todo tipo de respuestas emocionales y acusaciones falsas y disparatadas con el objetivo de defender a capa y espada sus privilegios”.

“Así no sólo quedan expuestos aquellos que reciben los privilegios de los políticos en términos de remuneraciones no validables a mercado, sino que también quedan expuestos aquellos políticos, gobernadores e intendentes que se valen de los recursos aportados por los pagadores de impuestos para hacer propaganda política y, por supuesto, también los seres más miserables de la política aparecen en busca de alguna ventajita que se apalanque en lo políticamente correcto (aunque en el fondo implique un acto violento). Sin dudas, cualquiera sea la columna que se denuncie del edificio de Gramsci, los receptores de privilegios de las otras dos saldrán en su auxilio. Por lo tanto, lo más maravilloso de la batalla cultural a la política versada sobre el principio de revelación es que cuando uno señala las vacas sagradas del edificio de Gramsci, automáticamente genera una línea de separación entre los que viven de los privilegios del Estado y las personas de bien. Acá el problema no es una actriz. Es una arquitectura cultural diseñada para sostener el modelo que beneficia a los políticos. Bueno, nosotros venimos a terminar con eso. Sin embargo, muchos no la ven y no pueden disfrutar de esta clase aplicada”.

Lo positivo de esta confrontación es, reitero, el recuerdo de este pensador marxista italiano, cuyas principales obras fueron escritas en prisión. Quienes estudiaron en profundidad a Gramsci coinciden en señalar que el concepto de hegemonía es la columna vertebral de su filosofía política. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Agustín Eduardo Casanovas (Universidad Nacional de Quilmes, 2018) titulado “El significado de la conquista de la hegemonía en Antonio Gramsci”. Escribió el autor:

EL CONCPETO DE HEGEMONÍA EN QUADERNI DEL CARCERE

“De acuerdo con Perry Anderson (1981), la conceptualización original de la hegemonía proviene del uso que esta tenía hacia el interior del movimiento obrero ruso previo a la revolución. Luego de la revolución de octubre, este término deja de tener relevancia en la vida política rusa, pero se vuelve parte del vocabulario utilizado en los documentos de la Tercera Internacional. Es probable que sea a partir de estos escritos que Gramsci se apropia del concepto, más cuando se tiene en cuenta que participó personalmente del Cuarto Congreso de dicha organización, en 1922. Como bien refiere Giuseppe Cospito (2004), la atribución gramsciana del concepto, sin embargo, apunta en un primer momento a Lenin. A éste se lo señala como aquel que ha teorizado y realizado dicha hegemonía (Gramsci). Pero también, Gramsci considera que el concepto de hegemonía se puede encontrar en forma germinal en Marx. En este punto es que cobra relevancia lo señalado por Frosini (2009).

Norberto Bobbio (1990) señala que Gramsci hace uso del concepto de una manera similar a la de la Internacional Comunista, por ejemplo, en dos escritos de 1926, pero en los Quaderni del carcere y en las Lettere dal carcere, la hegemonía se amplía. Tanto Bobbio como Anderson coinciden en que las reconceptualizaciones integran el núcleo conceptual recibido de la Komintern, pero hacen que la hegemonía adquiera un nuevo interés práctico-político, ya que propone aspirar a lograr, por parte del proletariado, una ascendencia cultural sobre sus clases aliadas. Anderson agrega una segunda modificación en el concepto, consistente en la adquisición de un interés historiográfico; la hegemonía comienza a ser utilizada para analizar la naturaleza del poder burgués en las sociedades capitalistas occidentales.

Como señala Cospito, la noción de hegemonía es introducida en el Quaderno 1 (Gramsci), oscilando entre dos versiones: una que la identificaba con la dirección (hegemonía = dirección); y otra que le adjudicaba tanto la dirección como el dominio (hegemonía = dirección + dominio). Efectivamente, Anderson se refiere a la conceptualización que diferencia entre una hegemonía política, propia del Estado, y otra hegemonía civil, característica de la sociedad civil. Sin embargo, aclara que ésta no es la versión predominante.

Respecto a nuestro problema, si la hegemonía efectivamente fuera algo que debe ser conquistado antes de tomar el control de las instituciones del poder político, no tendría sentido indicar que dicho control, que aseguraría el dominio, sea parte de la misma hegemonía. Es por esto y por el acuerdo general que hay entre los diversos comentadores que omitiremos el tratamiento de este tipo de versiones, intentándonos centrar, como intenta hacer Cospito, en aquellas notas en que el concepto presenta elementos de interés y recorre contextos fuertes y significativos”.

LA HEGEMONÍA COMO DIRECCIÓN POLÍTICA Y EN OPOSICIÓN AL CORPORATIVISMO

“Como dijimos, el concepto de hegemonía presente en los Quaderni del carcere es fruto de un desarrollo a partir de un significado más restringido, propio del movimiento obrero ruso prerrevolucionario y, posteriormente, de la Tercera Internacional. Este primer significado no es excluido por la posterior reelaboración sino que se integra en esta última y consta de la dirección política que debe asumir el proletariado respecto al resto de las clases que se encuentran igualmente explotadas por la burguesía (Bobbio y Anderson). En este sentido, Gramsci contrapone el hecho de la hegemonía al corporativismo. A este último se lo refiere también como sindicalismo teórico y se lo muestra como parte de una ideología más amplia: el liberalismo. De acuerdo con Gramsci el corporativismo propicia la independencia y la autonomía de la clase o sector social que la corporación representa; privilegia acuerdos económicos que se limitan a su horizonte gremial que incluso podrían resultar perjudiciales a otros sectores subalternos. De esta forma, contribuiría a un aislacionismo del resto de las clases subyugadas que terminaría siendo funcional a la clase capitalista opresora.

Gramsci evalúa este grado económico-corporativo como la más elemental de las etapas por la que transita el momento de la relación de las fuerzas políticas; este grado se caracteriza por el sentimiento del deber de solidaridad con aquellos que pertenecen a la misma rama profesional. Este sentimiento moviliza a la organización del gremio para proteger los intereses compartidos. En el segundo grado, en cambio, se superan los límites del grupo profesional y se hace consciente la necesidad de solidaridad entre los miembros del grupo social. Sin embargo, los intereses compartidos todavía pertenecen exclusivamente al campo económico. En este momento surgen los reclamos de igualdad político-jurídica con los sectores sociales dominantes. En el tercer y último momento, que sería el de la hegemonía, los nuevos intereses que movilizan al grupo profesional o social en cuestión –por ejemplo, los obreros industriales–, que antes eran exclusivamente económicos, superan esta limitación. Así se revelan como adecuados para organizar la acción de todos los grupos subordinados –por ejemplo, de los campesinos.

De esta forma, la hegemonía hace una especie de inversión de la lógica corporativista: en lugar de acuerdos, exige del proletariado –siempre y cuando no estén en juego cuestiones que le son esenciales– sacrificios económico-corporativos que le permitan convertirse en el grupo dominante del resto de las clases explotadas. Devenir clase hegemónica no significa subordinar los intereses de los grupos sobre los que se ejerce esta hegemonía a los propios. Al contrario, para pasar de la fase económico-corporativa a la fase de hegemonía ético-política es imperioso comprometer estos grupos teniendo en cuenta sus intereses y tendencias. La clase hegemónica debe estar predispuesta a hacer sacrificios que permitan alcanzar un equilibrio que asegure la alianza de clases.

Mabel Thwaites Rey (1994), al referirse a las bases materiales de la hegemonía explica que una clase social sólo puede tener una supremacía sobre los otros sectores sociales si se presenta a sí misma como capaz de desarrollar las fuerzas productivas. Thwaites Rey enfatiza que una superación del economicismo vulgar no implica que sea posible construir un consenso si este no viene acompañado por algún grado de incorporación de los sectores populares en el desarrollo económico social. También a nivel local, encontramos que Javier Balsa (2006 y 2007) se muestra reticente a llamar hegemonía plena o a otorgarle el tipo hegemónico a lo que llama la dominación como alianza de clases o la concepción leninista de hegemonía debido a que habría una ausencia de operaciones ideológicas o transformaciones de los sujetos sociales.

A nuestro parecer, esta posición se relaciona con el hecho de que, en sus escritos, no distinga entre lo que nosotros marcamos como el segundo y el tercer momento de la hegemonía como dirección política. Como señalamos, en el tercer momento los intereses dejan de ser exclusivamente económicos y sí parecería haber necesidad de alguna transformación por parte del proletariado como sujeto como para que éste sea capaz de realizar sacrificios económicos en previsión de algo mejor. Por otro lado, consideramos que poner el énfasis sólo en la hegemonía como dirección cultural podría hacer olvidar, velar o, al menos, dejar implícita la dimensión ético-política más básica del concepto que acabamos de describir, cuyo descuido podría explicar sendos retrocesos del campo popular desde mediados del siglo XX. Sin embargo, no dejamos de coincidir con este autor en que lo que él denomina lógicas de la construcción de la hegemonía sólo pueden operar de una manera articulada (Balsa)”.

LA HEGEMONÍA COMO DIRECCIÓN CULTURAL

“Gramsci no parecería diferenciarse de las conceptualizaciones anteriores de la hegemonía por la inclusión de la ascendencia cultural que debe adquirir el proletariado sobre las clases que resultan sus aliadas. La distinción parecería ubicarse en haber subrayado este plano ideológico de la hegemonía de la forma más elocuente (Anderson). Dicho de otro modo: no está tan claro que Gramsci haya sido el primero en incorporar la dimensión cultural al concepto que estamos analizando, sin embargo, sí es posible afirmar que una de las novedades que dicho autor efectúa en el uso del mismo es haberle otorgado a la hegemonía en tanto dirección cultural el predominio que tiene por sobre la hegemonía como dirección política (Bobbio).

Gramsci afirma que los diferentes grupos sociales suelen tener sus propias concepciones del mundo, aunque no sea más que de forma embrionaria. Durante el proceso de conformación de la hegemonía, de acuerdo con el autor, cada una de estas ideologías confrontará y/o se fusionará con otras hasta vencer o desaparecer. Sólo una o una combinación de varias se terminará imponiendo y se difundirá por la sociedad o por las clases que concertaron la alianza política. Una vez que ha sido lograda dicha unificación, los objetivos político-económicos coordinados en la hegemonía como dirección política se ven acompañados por una unidad cultural, es decir, por una unidad intelectual y moral.

Apreciemos como ejemplo lo sucedido con los discursos que salían en defensa de lo que hoy conocemos como trabajo forzado. Nos resulta aberrante la posibilidad de una esclavitud o servidumbre sin interferencias y rechazamos aquellos relatos que figuran algo que podría parecérsele, como los que se encuentran en Susan Dabney Smedes (1887). La obra de Philip Pettit (2002) sobre la libertad, incluso, podría ser leída como el intento de justificar este tipo de intuiciones burguesas respecto al fenómeno de la esclavitud y escritos como los de John Roemer (1986), en donde esgrime que es un error considerar el trabajo asalariado como una forma de explotación, no se atreven a decir lo mismo en referencia al trabajo forzado. La ideología burguesa se ha encargado muy bien de que a la mayoría de nosotros nos resulten detestables la esclavitud y la servidumbre, al mismo tiempo que se ocupa de salvaguardar el empleo como fuente de dignidad o, al menos, como vía hacia una integración social fuerte, como postuló Robert Castel (1995)”.

LA HEGEMONÍA BURGUESA

“El uso más novedoso que hace Gramsci del término hegemonía, de acuerdo con Bobbio y Anderson, es su aplicación historiográfica para analizar las formas que adquiere el ejercicio burgués del poder en las sociedades capitalistas occidentales. Una de las cosas que llaman notablemente la atención respecto de esta modificación conceptual es que se daría, en una primera instancia, de manera inconsciente y a partir de cuestiones formales. Por ejemplo, Anderson atribuye este desplazamiento a las referencias fluctuantes que adquieren los apartados de los Quaderni del carcere en que Gramsci exponía sus ideas; esta forma de exposición, descrita como “protocolo de axiomas generales de sociología política”, es atribuida a una estrategia para esquivar la censura o disminuir su meticulosidad.

Esta generalidad lleva muchas veces a Gramsci a hacer referencia, por ejemplo, a una clase dominante, término bajo el que podría caber alternativamente tanto la burguesía como el proletariado revolucionario. Sin embargo, aunque los primeros desplazamientos del término no hayan sido intencionales, los usos ulteriores a estos sí lo son y representan el interés genuino de Gramsci en la estructuración del poder burgués, ya que de otra manera sería imposible explicar las referencias a las instituciones de la sociedad civil, propias de las sociedades capitalistas estabilizadas. En este sentido, John Merrington (1968) considera que esta modificación se alinea con el objetivo de Gramsci de definir el poder de una manera más comprehensiva que le permita articular, tanto a nivel político como ideológico, diversas instancias –por ejemplo, el rol que le atribuye a los intelectuales– en una estructura específica de poder en una formación social moderna dada. Esta visión nos permite entender cómo la incorporación de la dimensión cultural en la hegemonía está en estrecha vinculación con el uso de este término en la investigación teórica de la sociedad capitalista.

Podemos, a continuación, intentar comprender qué significa que la hegemonía, tanto en el sentido de dirección política como en el de dirección cultural, esté en manos burguesas. Como vimos, este desplazamiento del sujeto de la hegemonía desde el proletariado a la burguesía otorga a este concepto nuevas funciones teóricas en la investigación histórica marxista. Por ejemplo, Gramsci analiza que en la época de Jean Bodin, la burguesía había coordinado sus intereses con los del resto de los sectores sociales que conformaban el Tercer Estado, haciéndolo actuar como un bloque único. Esto significa que, respecto de las clases subalternas, la burguesía había tomado el control también de la hegemonía en el sentido de dirección cultural. Sin embargo, el interés político del Tercer Estado, en referencia a los sectores sociales ajenos a éste, es el de alcanzar cierto consenso que ayude a encontrar un equilibrio entre todas las fuerzas sociales; de lo que se trata, en términos de hegemonía, es de llevar a cabo una alianza con las otras clases que le asegure la dirección política, la cual, de acuerdo con Gramsci, en esta época era ejercida por medio de la figura del rey.

Como se desprende de los fragmentos referidos al proletariado, que la burguesía tenga en su poder la hegemonía entendida como dirección política significa que, en algún momento –que probablemente se ubicaría en algún punto entre la consolidación de la monarquías absolutas y las revoluciones que las abolieron–, esta clase encontró ciertos intereses que compartía con los sectores sociales subordinados y que le permitían, a cambio de algunos sacrificios económico-corporativos que no hacían mella en su posición, convertirse en la organizadora de la acción de esta alianza. Que esta hegemonía continúe hoy en día en manos burguesas significa que la alianza entre el capital y las clases que le están subordinadas sigue en pie, por lo que estas últimas, entre las que se ubicarían tanto el proletariado industrial como el campesinado, se encuentran prestando un consentimiento tan voluntario y activo como la colaboración (Anderson).

Un análisis análogo puede llevarse a cabo con la hegemonía ampliada a la dirección cultural: si ésta, en la actualidad, está controlada por la burguesía, esto significa que la concepción del mundo que comenzó a desarrollar cuando todavía era una clase subalterna, o alguna combinación de ésta con alguna otra perteneciente a alguna clase aliada, venció a las que intentaban confrontar con ella, las cuales terminaron por desaparecer o pudieron coexistir al demostrar que no representaban ninguna contradicción o amenaza para la vencedora, por ejemplo, aquellas promotoras de la resignación ante la situación mundial (Gramsci y Anderson). A la finalización de este proceso, las instituciones de la sociedad civil que tienen algún rol en referencia a la elaboración, difusión y realización de la cultura abrevan en la ideología que, de acuerdo con Gramsci, devino partido.

Habría, sin embargo, una diferencia específica que constituiría la particularidad histórica del consenso prestado por la clase obrera a la dominación burguesa en el capitalismo occidental: la hegemonía de la burguesía sobre el proletariado incluye la creencia, que tiene este último sobre sí mismo, de que es capaz de autodeterminarse, es decir, que está en igualdad política con las otras clases y que, entre todas éstas, no es posible señalar a una que ejerza el dominio sobre las otras”.

LA CONQUISTA DE LA HEGEMONÍA

“En base a la distinción que hemos realizado entre la hegemonía en sentido restringido, como dirección política, y en sentido lato, como dirección cultural, podemos también diferenciar entre la forma en que se conquista la primera y la manera en que es posible apoderarse de la segunda. Esto nos permitirá analizar si cada una de estas conquistas podría ser realizada como si fueran pasos sucesivos o si la descomposición es meramente analítica y deberían llevarse a cabo de forma simultánea”.

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