Por Hernán Andrés Kruse.-

Luego de su histórica victoria en las PASO presidenciales Javier Milei esbozó cuáles serán los lineamientos fundamentales de su política exterior. Fiel a su estilo no anduvo con vueltas. Ubicó al gobierno de Lula en la misma categoría que el de Xi Jinping. Su política exterior, afirmó con vehemencia, hará flamear la guerra sin cuartel contra los socialistas y estatistas del mundo. “La gente no es libre, no puede hacer lo que quiere. Y cuando hacen lo que quieren, los matan”, afirmó a Bloomberg News, en referencia al gobierno chino. También afirmó en La Nación+ que sus aliados serán Estados Unidos e Israel. Más claro, imposible.

La política exterior de Milei presenta un claro carácter ideológico, similar a la que implantó Carlos Menem en 1989. En aquel momento Menem puso en práctica una política exterior que tiempo después Guido Di Tella tildó de “relaciones carnales”, para resaltar el total alienamiento del gobierno argentino con el orden mundial que había surgido luego del derrumbe del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética. No cabe duda alguna que Milei, en caso de sentarse en el sillón de Rivadavia, mantendrá “relaciones carnales” con la república imperial e Israel. Pero cabe destacar una diferencia sustancial. Carlos Menem abrazó la causa de Occidente exclusivamente por conveniencia. No dudó un segundo en archivar una de las banderas históricas del peronismo, la tercera posición, para abrazar la causa occidental y cristiana. Por el contrario, Milei abrazará dicha causa por convicción. El libertario es genuinamente pronorteamericano y proisraelí. Detesta visceralmente a regímenes como el chino, el iraní, el coreano del norte, el chavista y el ruso. Tampoco tolera gobiernos como el encabezado por Lula.

Si finalmente Milei pone en práctica una política exterior de esa índole habrá que prepararse para soportar las consecuencias. Tengamos un poco de memoria. Cuando se desató la “Tormenta del Desierto” Carlos Menem envió a la zona caliente del Golfo Pérsico dos buques de guerra en clara señal de alineamiento con el gobierno de George Bush. En marzo de 1992 una bomba destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires y dos años más tarde otra bomba demolió la AMIA. ¿Tuvieron que ver estos hechos atroces con la decisión de Menem de aliarse de manera incondicional con Estados Unidos e Israel? La respuesta se cae de madura. Tres décadas más tarde la historia amenaza con repetirse. No hay que olvidar que Israel está en guerra desde hace décadas con Irán, Siria, Jordania y compañía. Un alineamiento incondicional con Israel sería tomado por los países mencionados como una declaración de guerra. La Argentina automáticamente quedaría del lado de uno de los protagonistas de una guerra ajena a nuestros intereses geoestratégicos.

Otro tema a considerar es el de los BRICS. Como todo el mundo sabe, forman parte de los BRICS nada más y nada menos que Brasil, China y Rusia. El año pasado la Argentina fue invitada por China a participar de la décimo-cuarta cumbre de los BRICS. El 24 de junio de 2022, durante la celebración del Diálogo de Alto Nivel sobre Desarrollo Global, el gobierno de Alberto Fernández expresó su deseo de unirse a los BRICS. El sentido común indica que si Milei llega a suceder a Alberto Fernández la entrada de Argentina a los BRICS quedará trunca.

Todo el mundo sabe que Brasil es un país por demás relevante para la Argentina, especialmente por su poderío económico. ¿Se atrevería Milei a socavar ese vínculo porque Brasil tiene como presidente a Lula? Sinceramente no creo que ello llegue a suceder porque ni al poder económico brasileño ni al poder económico argentino les conviene que se produzca semejante cataclismo.

Una vez más queda en evidencia nuestra incapacidad para tener una política exterior coherente, racional, realista, que sea respetada por cada gobierno que accede al poder, sin importar si es de derecha o de izquierda. Deberíamos seguir el ejemplo de Chile cuya política exterior se mantiene incólume sin importar si estuvieron en el poder Pinochet, Lagos, Bachelet y Piñera, entre otros.

Milei es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de los peligros que trae aparejados la ejecución de una política exterior ideologizada como la que propone. Ojalá que, en caso de llegar a la presidencia, se inspire en el realismo político elaborado por Hans Morgenthau, autor de un clásico de las relaciones internacionales: “Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz”. En las primeras páginas el autor alude a los seis principios del realismo político. Publicado en 1948 goza de una aterradora vigencia.

Escribió el autor:

1-“El realismo político supone que la política, al igual que toda la sociedad, obedece a leyes objetivas que arraigan en la naturaleza humana. A los efectos de cualquier mejoramiento de la sociedad es necesario entender previamente las leyes que gobiernan la vida de esa sociedad. El funcionamiento de esas leyes es completamente ajeno al curso de nuestras preferencias; desafiarlas significa el riesgo de exponerse al fracaso. El realismo cree tanto en la objetividad de las leyes de la política como en la factibilidad de elaborar una teoría racional que explique, aunque sea imperfecta y parcialmente, estas leyes objetivas (…) Para el realismo, la teoría consiste en la verificación de los hechos y darles sentido a través de la razón. Supone que el carácter de una política exterior sólo puede surgir del análisis de los hechos políticos que se producen y de las consecuencias previsibles de estos actos (…) Sin embargo, no basta con el simple análisis de los hechos. Para dar sentido a los elementos iniciales y fácticos de la política exterior debemos…ponernos en el lugar del estadista que tiene que colocar cierto problema de política exterior bajo ciertas circunstancias; conviene entonces preguntarnos cuáles son las alternativas racionales (presumiendo que actúa siempre de modo racional) que debe elegir y que encuadran el problema y cuáles de estas alternativas racionales deberá elegir el estadista que actúa bajo aquellas circunstancias”.

2-“El elemento principal que permite al realismo político encontrar su rumbo en el panorama de la política internacional es el concepto de interés definido en términos de poder. Este concepto proporciona el enlace entre la razón-en trance de comprender la política internacional-y los hechos que reclaman comprensión. Fija a la política como una esfera de acción autónoma de acción y comprensión distinta de otras esferas tales como la económica, la ética, la estética o la religiosa (…) El concepto de interés definido como poder impone al observador una disciplina intelectual, confiere un orden racional en materia de política y posibilita la comprensión teórica de la política. Desde el punto de vista de los actores, proporciona una disciplina racional a la acción y crea esa magnífica continuidad en política exterior que hace inteligible las que llevan adelante Estados Unidos, Inglaterra o Rusia; asimismo, les da un aspecto racional, continuo, autoconsistente, independientemente de las motivaciones, preferencias o cualidades morales e intelectuales de los sucesivos estadistas que lleguen a la cima del poder en cada uno de esos países. Por lo tanto, una teoría realista de la política internacional nos permitirá eludir dos falacias populares: la preocupación por las motivaciones y la preocupación por las preferencias ideológicas (…) Asimismo, el realismo político considera que una política exterior racional es una buena política exterior; sólo una política exterior racional minimiza los riesgos y maximiza los beneficios y, además, cumple simultáneamente con el precepto moral de la prudencia y el requerimiento político del éxito”.

3-“El realismo supone que su concepto clave de interés definido como poder es una categoría objetiva de validez universal, pero no otorga al concepto un significado inmutable. La idea de interés es, en efecto, la esencia de la política y resulta ajena a las circunstancias de tiempo y lugar (…) En el siglo XIX, lord Salisbury retomó la idea al señalar que “el único lazo que perdura” entre las naciones es “la ausencia de intereses contrapuestos”. George Washington lo elevó a principio general de su gobierno: “Tan solo un pequeño conocimiento de la naturaleza humana bastará para convencernos de que el principio rector para gran parte de la humanidad es el interés y que, en mayor o menor medida, casi todos los hombres se encuentran bajo su influencia. Por razones de virtud pública, durante cierto tiempo, o en determinadas circunstancias, los hombres pueden afectar una conducta totalmente desinteresada. Pero no son razones suficientes como para producir una permanente actitud en acuerdo con normas más refinadas y obligaciones sociales. Pocos son los hombres capaces de hacer un constante sacrificio de todos sus intereses privados en beneficio del bien común. Resulta vano clamar contra la corruptibilidad de la naturaleza humana en este aspecto; la realidad es así, ha sido demostrada por la experiencia de cada época y cada nación. Deberíamos cambiar en gran medida la naturaleza del hombre antes de poder pensar en un cambio de camino. Ninguna institución que construya sobre otras bases que no sean las de la verdad presuntiva de esa máxima puede llegar a tener éxito”.

4-“El realismo político sostiene que los principios morales universales no pueden aplicarse a los actos de los Estados en una formulación abstracta y universal, sino que deben ser filtrados a través de las circunstancias concretas de tiempo y lugar. El individuo puede sostener, como individuo, hágase justicia aunque el mundo perezca. El Estado, en cambio, no tiene derecho a decir lo mismo en nombre de los que tiene a su cargo. Tanto el individuo como el Estado deben juzgar la acción política a la luz de los principios morales universales tales como el de la libertad. Mientras el individuo tiene el derecho moral de sacrificarse a sí mismo en defensa de este principio moral, el Estado no tiene el derecho de permitir que su desaprobación moral a una determinada violación de la libertad interfiera en el resultado exitoso de una acción política inspirada en el principio moral de la supervivencia nacional. No puede existir moralidad política sin prudencia, esto es, sin consideración de las consecuencias políticas de una acción aparentemente moral. El realismo, pues, considera a la prudencia como la suprema virtud en política. En abstracto, la ética juzga los actos en función de su acomodamiento a los principios morales; la ética política los juzga según las consecuencias políticas”.

5-“El realismo político se niega a identificar las aspiraciones morales de una nación en particular con los preceptos morales que gobiernan el universo. Del mismo modo que establece la diferencia entre verdad y opinión, también discierne entre verdad e idolatría. Todas las naciones se sienten tentadas-y pocas han sido capaces de resistir la tentación durante mucho tiempo-de encubrir sus propios actos y aspiraciones con los propósitos morales universales. Una cosa es saber que las naciones están sujetas a la ley moral y otra muy distinta pretender saber qué es el bien y el mal en las relaciones entre las naciones. Hay una enorme diferencia entre la creencia de que todas las naciones se someten al inescrutable juicio de Dios y la convicción blasfema de que Dios siempre está del lado de uno y de que los deseos propios coinciden exactamente con los deseos de Dios”.

6-“En el aspecto intelectual, el realista político mantiene la autonomía de su esfera política, del mismo modo como el economista, el abogado o el moralista mantienen la suya. Piensa en términos de interés, definido como poder, del mismo modo como el economista piensa en términos de interés entendido como beneficio; el abogado, en la conformidad de los actos con las reglas legales; y el moralista, en la conformidad de los actos con los principios morales. El economista se pregunta: ¿Cómo afecta esta política la riqueza de la sociedad o, al menos, a algunos de sus sectores? El abogado se pregunta: ¿Esta política está de acuerdo con las normas legales? El moralista se pregunta: ¿Esta política está de acuerdo con los principios morales? Y el realista político se pregunta: ¿Cómo afecta esta política el poder de la nación?”

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