Por Hernán Andrés Kruse.-

El viernes 8 de marzo se celebró el “Día de la Mujer”. Por la tarde, en la Plaza del Congreso miles y miles de mujeres se congregaron para manifestar su furia contra el presidente de la nación. Pero hubo un hecho, que tuvo lugar ese mismo día por la mañana, que, implica, lisa y llanamente, la sustitución del relato revisionista de nuestra historia por el tradicional relato liberal. En su habitual conferencia de prensa el polémico vocero Manuel Adorni confirmó la decisión del gobierno nacional de modificar el nombre del “Salón de las Mujeres de la Casa Rosada” por el de “Salón de los Próceres”. Quien decidió dicho cambio fue nada más y nada menos que “el Jefe”, es decir Karina Milei, la todopoderosa secretaria general de la presidencia. Según Adorni que “haya un Salón de las Mujeres tal vez sea discriminatorio para los hombres” y que un salón con semejante denominación “no le da un valor agregado a la mujer como tal”. “Consideramos que no es así. Todos los que pertenecemos a este gobierno valoramos a la mujer en general” (fuente: Infobae, 8/3/024).

En la práctica dicho cambio se tradujo en la colocación de los retratos de gran parte de nuestros próceres, como Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría. Los destaco porque constituyeron la cabeza visible de la memorable generación de 1837, la generación de jóvenes intelectuales que osaron desafiar la autoridad omnímoda de Juan Manuel de Rosas. He aquí, precisamente, lo relevante de la decisión del gobierno nacional. Porque la reivindicación de la generación de 1837 implica un fuerte mensaje a la oposición, especialmente a Unión por la Patria, imbuida de un revisionismo histórico que ensalza emblemas del caudillismo como el propio Rosas, Facundo Quiroga, el Chacho Peñaloza y, más acá en el tiempo, Hipólito Yrigoyen y, fundamentalmente, Juan Domingo Perón.

¿Por qué fue tan relevante la generación de 1837? Porque sentó las bases doctrinarias de la democracia liberal. En este sentido el “Facundo” de Sarmiento, las “Bases” de Alberdi y “El Dogma Socialista” de Echeverría constituyen la fuente de lo que José Luis Romero denominó “la democracia orgánica”, es decir la democracia liberal. Este autor, en su libro “Las ideas políticas en Argentina”, destaca la relevancia de los intelectuales recién nombrados y del resto que los acompañaron en la ardua tarea que implicaba civilizar al país.

“Muy otra, en cambio, fue la actitud de la segunda generación de los proscriptos, la que se conoce en la historia del pensamiento argentino con el nombre de “generación de 1837”. También aprendieron sus componentes la dura lección del triunfo del tirano, pero supieron sacar más ricas y prometedoras enseñanzas. El problema no radicaba, para ellos, en la persona de Rosas. “Los gobiernos-decía Alberdi-no son jamás, pues, sino la obra y el fruto de las sociedades: reflejan el carácter del pueblo que los cría (…) Nada, pues, más estúpido y brutal que la doctrina del asesinato político”. Ni siquiera consistía en la creación de una nueva situación de hecho mediante una victoria militar: “Si mañana cayese Rosas-escribía Echeverría-y nos llamase el poder (…) ¿qué programa del porvenir presentaríamos que satisficiese las necesidades del país, sin un conocimiento completo de su modo de ser como pueblo?” En eso radicaba el verdadero problema; en desentrañar el secreto de esa sociedad que los unitarios habían ignorado y que Rosas parecía interpretar fielmente, aunque fuera para explotarla en su provecho.

Esa fue la tarea que se propuso la generación de 1837. El Salón Literario, organizado ese mismo año en la librería de Marcos Sastre, congregó a los espíritus más inquietos de la apacible Buenos Aires para discutir los problemas literarios y sociales más apasionantes; fueron Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López, Miguel Cané y muchos otros. Allí se leyó “La cautiva” de Echeverría y se comentó el “Fragmento preliminar al estudio del derecho” de Alberdi; pero, sobre todo, se comenzó a reflexionar sobre los problemas del país a la luz de las ideas del sansimonismo francés, y esta vocación política del grupo juvenil provocó la clausura del “Salón” por orden de Rosas. En varios periódicos-La moda, el semanario de Buenos Aires, El iniciador y otros luego-se habló de literatura romántica y se dio cuenta del movimiento social europeo, representado en forma eminente por Saint-Simon y por Mazzini.

Pero eso no bastaba a los jóvenes de la nueva generación, y su militancia se organizó, en fin, por medio de una sociedad secreta: la “Asociación de la joven generación argentina”, constituida por los miembros del extinguido “Salón literario” en 1838. De esta asociación salió un documento fundamental: la “Creencia o Credo”, que redactaron Echeverría y Alberdi, y que luego en 1846, recogió el primero con el nombre de “Dogma Socialista”; en él se echaban las bases de un vasto sistema de ideas que constituyó el núcleo del pensamiento conciliador que condujo a una organización nacional. Estrechamente vinculado a las ideas de la “Asociación”, Domingo Faustino Sarmiento escribió en Chile, en 1845, el “Facundo” o “Civilización y barbarie”, que completa el cuadro de este extraordinario florecimiento intelectual provocado por la tiranía rosista.

Si el pensamiento de esta generación es bastante claro en cuanto propone una política constructiva para el futuro, no lo es menos en cuanto significa una interpretación de la realidad nacional; y si esa política propugnada fue eficaz se debió sobre todo a que la interpretación de la realidad era justa y profunda. Nada o casi nada de lo que en esa realidad era decisivo y fundamental se ocultó a su análisis, y el examen severo de sus diversos elementos proporcionó una imagen clara de la sustancia de la nación, imagen esquematizada acaso, pero fiel en lo primordial y significativo. La Argentina criolla estaba palpitante en la obra de los hombres de 1837, con sus virtudes y defectos, con su virtual grandeza en crudo contraste con la poquedad que mostraba el presente; y este esfuerzo gigantesco en pos del enigma argentina, les proporcionó, cuando hubo llegado la hora de la acción, un conocimiento profundo de la naturaleza de la arcilla que debían modelar.

Seguramente, fue la discriminación entre lo político y lo social el mérito mayor de esta generación. Bajo la influencia del pensamiento francés-de Saint Simón, de Fourier, de Leroux, de Lamennais, de Lerminier-y, en parte, del pensamiento alemán-Hegel y Savigny-que les llegaba a través de algunos de aquellos sectores franceses, los hombres de 1837 advirtieron que las soluciones políticas carecían de fundamento si no se analizaba a fondo la realidad social. Alberdi seguía a Savigny-a través de Lerminier-en el “Fragmento preliminar”, cuando afirmaba que era nefasto todo trasplante del derecho; y Echeverría se mostraba discípulo fidelísimo de Leroux cuando analizaba los fenómenos de la realidad y preconizaba soluciones adecuadas al medio (…) Movidos por esta convicción, los hombres de 1837 se lanzaron a indagar los caracteres de nuestra realidad social. Muy pronto advirtieron que eran dos concepciones de la vida y no dos doctrinas políticas, lo que se ocultaba en el duelo entre federación y unidad. “Puede decirse-escribía Echeverría-que en el año 29 comenzó la guerra social, es decir, la guerra entre dos principios opuestos: entre el principio de progreso, asociación y libertad, y el principio antisocial y anárquico de “statu quo” ignorancia y tiranía. Ambos aspiraban al poder y a la iniciativa social, y de ahí nació la lucha que aún hoy nos despedaza.

Esta concepción dialéctica fue desarrollada por Sarmiento en su “Facundo”. Cada uno de esos dos principios se encarnaba, a sus ojos, en una forma de existencia: el primero en la vida urbana y el segundo en la rural: “El siglo XIX y el siglo XUU viven juntos: el uno, dentro de las ciudades; el otro, en las campañas”. Expresó esa antinomia en su fórmula tajante de “civilización y barbarie”, porque sólo veía en los campos argentinos resabios primitivos que aborrecía y, en cambio, creía distinguir en los centros poblados-y sobre todo en Buenos Aires-la simiente de la vida civilizada (…) No constituía un enigma cuál era la estructura social de las ciudades y, en especial, de Buenos Aires; lo era, en cambio, la naturaleza propia de la vida rural, y a desentrañar su secreto consagró Sarmiento su “Facundo. “Tintura asiática” descubría en las vastas llanuras, y sorprendentes analogías creía hallar en la vida que en ellas se desarrollaba con la de los beduinos. La raza, los hábitos, las peculiaridades de sus pobladores, todo mereció su atención, porque veía en ello la explicación de los fenómenos decisivos de nuestra historia. Pero nada trabajó tanto su ánimo como el espectáculo de las formas de sociabilidad que descubría en las vastas llanuras argentinas. Allí se formaba espontánea y naturalmente el espíritu de la montonera, la banda armada que seguía al caudillo y lo elevaba al poder. “Así es cómo en la vida argentina empieza a establecerse por estas peculiaridades, el predominio de la fuerza brutal, la preponderancia del más fuerte, la autoridad sin límites y sin responsabilidad de los que mandan, la justicia administrada sin formas y sin debates”.

Esta llanura condicionaba el destino del país. “El mal que aqueja a la República Argentina-decía-es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas”. Esta extensión era la que impediría por mucho tiempo el triunfo de la civilización, porque la acción de las ciudades “esparcidas, aquí y allá”, no podía proyectarse en las inmensidades de la pampa debido a su escaso desarrollo y a su poca población. Esas ciudades era, sin embargo, para Sarmiento y para los hombres ilustrados de su generación, la única esperanza; “allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y los colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos”. En el fondo, la ciudad era para ellos la civilización europea, la antípoda del criollismo, el baluarte del progreso, concebido como aniquilamiento de las formas vernáculas de la existencia americana”.

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