Por Jorge Raventos.-

El nuevo ciclo comenzó alegremente y a medianoche: un gentío celebró desde el primer minuto del jueves 10 frente al domicilio de Mauricio Macri. Se aplaudía un inicio, pero también el alivio de un final. El festejo daba por clausurada la tormenta generada por la señora Cristina Fernández de Kirchner como coherente epílogo de su gobierno.

Legado tóxico

Entre otras legados tóxicos, la dama había insistido tercamente durante días en no entregarle a su sucesor la banda y el bastón presidenciales en la Casa Rosada sino en el Congreso, contrariando la tradición de ese rito de pasaje (en Balcarce 50 asumieron Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De la Rúa y antes aún Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear, Agustín P. Justo, Juan Perón y hasta Héctor Cámpora).

Finalmente la señora decidió que ni siquiera concurriría al Congreso. Y reclamó a los legisladores que le obedecen que tampoco ellos asistieran a la sesión de la Asamblea Legislativa donde juraría Macri.

Antes de las 12 de la noche del miércoles 9, después de despedirse largamente de miles de seguidores, desapareció de la escena en un helicóptero. Esa noche no durmió ni en Olivos ni en sus pisos de Recoleta. Quizás no durmió en absoluto.

Para el gobierno entrante la pruebita de fuerza a la que quiso someterlo la Señora fue una oportunidad para demostrar que con modos gentiles se puede ejercer la autoridad sin complejos. Emilio Monzó y Federico Pinedo, ya autoridades de las Cámaras, recordaron que el período de la señora finalizaba el último segundo del miércoles 9 y que serían ellos los responsables de la ceremonia en el Congreso. Por si acaso, pidieron a la Justicia que aclarara el punto (y la jueza Servini de Cubría les dio la razón). Por otra parte, “la investidura se hará en la Casa Rosada: el presidente electo quiere mantener la tradición”. Jaque mate.

La última jugada de la Señora fue, así, un fiasco. Tampoco pudo descomponer la asunción de Macri vía el boicot de sus legisladores más sumisos: los senadores se atribuyeron libertad de acción, muchos diputados desobedecieron la instrucción de Ella y personajes muy expectables del peronismo/Frente para la Victoria presenciaron notoriamente el juramento y el discurso del nuevo mandatario. Por ejemplo, el ex candidato presidencial Daniel Scioli y el salteño Juan Manuel Urtubey (que, además criticó vigorosamente las actitudes de reticencia ante Macri).

El discurso del flamante presidente ante los legisladores evitó deliberadamente la extensión y las definiciones programáticas minuciosas. Fue un ensayo de aproximación afectiva a través del cambio de estilo: tomó distancia de las actitudes ideológicas o iluminadas; pidió ayuda (“cuando uno hace, se equivoca”); proclamó la necesidad de unión nacional, pero definiéndola como convergencia de lo que es legítimamente diverso. Señaló prioridades: pobreza cero, extensión de derechos, educación moderna, lucha contra el narcotráfico, honestidad y castigo a la corrupción.

Quizás lo más importante del día del cambio fue la actitud de la gente que acompañó espontáneamente: una mezcla de fervor tranquilo, alegría, festejo, orgullo.

“Sí, se puede”

Es interesante reflexionar sobre las principales consignas de esa jornada. Una: “Argentina, Argentina “; coreado por la multitud, el nombre de la patria sonaba como un comentario y un respaldo a la advertencia de Macri contra la división, el fanatismo, el espíritu faccioso, el enfrentamiento estéril.

Otra -“Sí se puede”- refleja una acepción (y una concepción) del poder diferente de la que conjuga tradicionalmente la política. Los idiomas germánicos tienen palabras distintas para cada una de esas acepciones: en alemán, el poder político es Macht; el poder como fuerza es Kraft y el verbo poder (la capacidad de) es Kônnen.

El “Sí, se puede” que entona la gente por estos días, después de clausurar el ciclo K, no se refiere al poder como una entidad ajena y superior (que observa como un peligro). Habla de la capacidad propia (de las personas, de los pueblos) para modificar situaciones a primera vista difíciles, habla de la energía (la destreza, la inteligencia, la fuerza física) de individuos y comunidades para superar desafíos, para crecer, para deshacerse de cargas insoportables.

Después de un período de confrontaciones, obstáculos, aislamiento internacional y postergación, las dos consignas juntas componen un mensaje de entusiasmo: “¡Sí, se puede, Argentina!” Es un buen signo para el nuevo ciclo.

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