Por Hernán Andrés Kruse.-

El 15 de noviembre de 2015 tuvo lugar el primer debate entre dos candidatos a presidente. El lugar elegido no pudo ser el mejor: el anfiteatro de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Luego de la primera rueda quedaron dos contendientes para disputarse el arribo a la Casa Rosada: el gobernador de la provincia de Buenos aires, Daniel Scioli (FPV) y el candidato de Cambiemos, Mauricio Macri. En un momento dado Macri le pregunta a Scioli por qué permitió que el kirchnerismo lo hubiera cambiado de manera tan radical. “¿En qué te convirtieron Daniel?”, le espetó. Luego afirmó que si llegaba a la presidencia no devaluaría, no aplicaría tarifazos y cuidaría el empleo de los argentinos. Han transcurrido diez meses desde que el ex presidente boquense asumió la primera magistratura y ha quedado dramáticamente en evidencia la manera descarada como mintió en el debate. Sentado en el sillón de Rivadavia ordenó devaluar la moneda, impuso el tarifazo y pulverizó el trabajo. El 15 de noviembre sabía perfectamente lo que haría en materia económica pero se cuidó mucho de decirlo porque seguramente temió una estampida de sus votantes. Apeló, entonces, a flagrantes mentiras para intentar llevar agua a su propio molino. Lo notable del caso es que mintió sin ponerse colorado, sin avergonzarse. Fueron mentiras dichas de manera fría y calculada con el único objetivo de engañar a los argentinos.

Lejos estuvo Mauricio Macri de haber pateado el tablero, de haber inventado la pólvora, de haber hecho un nuevo aporte al ejercicio de la política. Muy por el contrario, fue una demostración más de lo que son capaces los políticos con tal de acceder al poder o conservarlo hasta las últimas consecuencias. La historia argentina contemporánea es pletórica en ejemplos del empleo de la mentira para engañar al pueblo. En 1979 el presidente de facto Jorge Rafael Videla dio una conferencia de prensa en la que lanzó una de las frases más perversas y cínicas de la que se tengan memoria: “le diré que frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo…está desaparecido”. En ese momento Videla, junto a Massera, era el jefe máximo de la dictadura militar. Era, además, el presidente de la nación. ¿Podía ignorar la existencia de los centenares de centros clandestinos de detención desparramados a lo largo y ancho del país? No, obviamente. Como no podía darse el lujo de reconocerlo públicamente porque ese sincericidio hubiera derrumbado a la dictadura, mintió de manera obscena y descarada.

Las Fuerzas Armadas recuperaron las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982. Frente a una plaza colmada el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri dijo sin sonrojarse, cuando era inminente el arribo de la royal navy, que las tropas estaban dispuestas a presentar batalla, como augurando una victoria histórica. En ese momento Galtieri sabía muy bien que la inmensa mayoría de los soldados acantonados en territorio malvinense no estaban preparados para entrar en combate contra una de las tropas más profesionales del mundo. Sabía muy bien que muchos de nuestros soldados provenían de las provincias norteñas y que luego en Malvinas sufrieron malos tratos de parte de sus superiores. Galtieri sabía todo eso y sin embargo decidió redoblar la apuesta nada más y nada menos que frente a la OTAN. Mientras tanto el periodista emblema de la dictadura, José Gómez Fuentes, decía que las tropas estaban doblegando al enemigo inglés. Al poco tiempo se produjo la rendición incondicional de nuestros soldados.

Durante la campaña electoral de 1989 el por entonces candidato presidencial Carlos Menem prometió un salariazo y una revolución productiva. “Síganme, no los voy a defraudar”, decía como un mesías al finalizar cada acto electoral. Apenas asumió como presidente tejió una alianza con la Unión del Centro Democrático, la esperanza liberal para muchos jóvenes en aquel entonces. Borrando con el codo aquellas promesas del salariazo y la revolución productiva el riojano impuso sin anestesia lo que denominó “economía popular de mercado”. En la práctica significó una subordinación grosera al Consenso de Washington surgido a raíz de la implosión de la Unión Soviética. Lo que hizo Menem en materia económica nada tuvo que ver con el salariazo y la revolución productiva. En efecto, lo que hizo fue imponer un plan económico tendiente a instalar el paradigma neoliberal a como diera lugar. Para ello puso en práctica un inédito proceso de privatizaciones que fagocitó a todas las empresas estatales, provocando un atroz saqueo del Estado cuyas consecuencias el pueblo las pagó durante años. A ello le agregó la convertibilidad, una ilusión que le hizo creer a millones de argentinos que un peso valía lo mismo que un dólar, cuando en realidad en el exterior el peso no valía absolutamente nada. El resultado del plan económico de Menem fue espantoso: al enfriarse la economía millones de trabajadores quedaron en la calle conformando un ejército de reserva que fue perfectamente funcional a la estrategia trazada por el capital financiero para manejar las riendas del país. Durante la década menemista los sectores medios fueron duramente golpeados ampliándose la brecha entre ricos y pobres. Menem terminó su segunda presidencia con un gran déficit de las cuentas públicas y una recesión económica pavorosa. Años después reconoció que si hubiera dicho en la campaña electoral lo que realmente haría si llegaba a la presidencia, nadie lo hubiera votado.

Al término de la campaña electoral de 1999 el candidato a presidente por la Alianza, Fernando de la Rúa, dijo: “Voy a terminar con la fiesta para unos pocos: viene una Argentina distinta, una Argentina de reglas claras”. En junio de 2000 Joaquín Morales Solá publicó un artículo en La Nación en el que dio a conocer a la opinión pública una seria denuncia formulada por el entonces senador nacional Antonio Cafiero, referida al pago de supuestas coimas a senadores nacionales peronistas para garantizar la aprobación senatorial de la ley de reforma laboral. A partir de ese momento estalló lo que pasó a llamarse “escándalo de la Banelco” que terminó con la renuncia del vicepresidente Álvarez. En ese momento límite el presidente privilegió sus vínculos con los senadores nacionales y no la cruzada prometida por Álvarez para dignificar el ejercicio de la política. A partir de entonces de la Rúa profundizó el plan económico ortodoxo y en marzo de 2001 nombró como súper ministro de Economía a Cavallo para sacar al país del atolladero en que se encontraba. El gobierno de de la Rúa terminó de la peor manera. El 19 y 20 de diciembre el caos y la violencia se apoderaron del centro de Buenos Aires lo que finalmente obligó al presidente a presentar su renuncia y abandonar la Casa Rosada en helicóptero. ¿Adónde fueron a parar sus promesas electorales?

El 1 de enero de 2002 asumió Eduardo Duhalde. Previamente, en el mensaje dado ante la Asamblea Legislativa había prometido que aquellos argentinos que habían depositado dólares recibirían dólares. Se refería, obviamente, a los estragos que había causado el tristemente célebre “corralito”. Los depositantes en dólares jamás los recuperaron. Gran parte de los ahorros en dólares que quedaron prisioneros por la decisión de de la Rúa de confiscarlos se esfumaron, jamás aparecieron. Lo de Duhalde fue una de las mentiras más canallescas porque se trató de los dólares de nuestros abuelos, de nuestros viejos. Una vergüenza incalificable. Luego se vio obligado a reconocer que se había equivocado, que “los dólares no podrán ser devueltos”. Pero el daño estaba hecho. En marzo de ese caótico y dramático 2002 lanzó quizá su frase más famosa: “la Argentina es un país condenado al éxito”. Nunca se sabrá si lo dijo en serio o fue una humorada. Otra frase rimbombante es la siguiente: “a fin de año (2009) me retiro de la política”. Se sabe que a los políticos sólo los retira la muerte.

Una de las frases célebres de Néstor Kirchner es la siguiente: “Nosotros no lucramos. Tenemos convicciones e ideas. No estamos en el negocio de la política. Estamos en la transformación de la Patria (…) Clarín, hablá con la verdad. Decile la verdad a los argentinos. ¿Qué te pasa Clarín…por qué estás tan nervioso? Hacé democracia, sé abierto, usá los medios para informar y no para desinformar”. Las imágenes de José López, estrecho colaborador de Julio de Vido, uno de los hombres más cercanos al ex presidente, desmienten categóricamente a Kirchner cuando negaba que estuviera en el negocio de la política. López fue un personaje secundario que jamás hubiera tenido en sus manos semejante cantidad de dinero de no haber formado parte de una estructura política que le diera protección. ¿Podía negar el ex presidente lo que hacían De Vido y su subordinado respecto al manejo de la obra pública? Su sucesora, Cristina Fernández, dejó para lo posteridad una catarata de frases que en su momento levantaron gran polvareda. El 30 de septiembre de 2014, en un discurso pronunciado en la Casa Rosada, dijo que “si me pasa algo, que nadie mira hacia el Oriente, miren hacia el Norte”. Dio a entender que el gobierno de Barack Obama la tenía en la mira o, para ser más crudo, podía tomar la decisión de asesinarla. Nadie duda que la república imperial es capaz de eliminar a aquel presidente extranjero que considera “molesto”. Si en su momento fue capaz de arrojar bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas ¿cómo no va a ser capaz de cometer un magnicidio en el extranjero? Pero nunca dio la sensación de que Obama hubiera estado tan preocupado por Cristina como para tomar semejante decisión. Si bien la ex presidente brindó discursos memorables en Naciones Unidas, por ejemplo, que molestaron al presidente norteamericano, jamás significó un gran peligro para los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos, como sí lo fue Hugo Chávez, por ejemplo.

Salvo Arturo Illia, el presidente más decente que tuvimos los argentinos, el resto de sus colegas se valieron, en mayor o en menor medida, de la mentira como arma principalísima de gobierno. Pero ese no es el principal problema sino que nosotros, el pueblo, les hayamos creído.

Share