Por Luis Alejandro Rizzi.-

Quiero suponer que cuando uno quiere cambiar es para mejor.

Cuando uno está bien, se trata de mantener y también mejorar su bienestar; nadie quiere cambiar, estando en su sano juicio, para empeorar.

Si los argentinos hemos pedido allá por el 2001 “que se vayan todos”, es porque no estábamos conformes, no sólo con nuestra dirigencia, sino tampoco con nosotros mismos, pero lo cierto es que se quedaron todos, ellos y nosotros con nuestros malos usos, lo que significa que en esa expresión hubo bastante de hipocresía. Fue una elegante forma de desplazar nuestras propias culpas y, para peor, agravar nuestros vicios.

Así vivimos doce imborrables años que Alejandro Borensztein describió en su muy seria página de humor político de los domingos así: “Pero por grave que esto sea, (se refería a la corrupción del gobierno K) es poca cosa comparado con la cuestión central que no debemos olvidar: la Argentina desperdició la mayor década de bonanza regional de la historia, sin desarrollar nada, sin acumular reservas, sin construir infraestructura, sin fortalecer seriamente el Estado, sin modificar la matriz productiva, sin ningún mejoramiento institucional, con una distorsión histórica-ideológica insólita, con propaganda neofascista, enfrentamientos absurdos y finalmente, después de diez años en los que diluviaban los dólares de punta, todo terminó en una gigantesca concentración de pobreza, delito y narcotráfico, con millones de argentinos cuya única posibilidad de supervivencia es la limosna de un plan social. Discúlpenme, pero al lado de todo esto, la bóveda de Lázaro es una de Alberto Sordi y Ugo Tognazzi”.

Estos doce años de bochorno podrían significar el fin de una época de retraso en el tiempo y de fracasos en el hacer cotidiano.

Ahora el actual gobierno ganó la elección bajo el lema de “CAMBIEMOS” pero que “cambio” queremos los argentinos, si es que realmente pretendemos que algo cambie, es la pregunta que aun no tiene respuesta.

La cosa no pasa solamente por procesar y encarcelar a los que nos robaron despiadadamente como lo vino relatando Jorge Asís desde hace más de diez años ilustrando sus precisas descripciones con la existencia de varios “Fort Knox” locales en la Provincia de Santa Cruz y que también Nico Wiñasky recordó en Clarín de ayer, domingo.

También deben pagar los Kicillof y toda esa pléyade de funcionarios que giraban a su alrededor cuyo solo mérito era la excelencia de su obsecuencia y la imposibilidad de decir “hasta aquí llegué”. Además es curioso porque en general son casos de “obsecuencia amateur” ya que no se les puede imputar por delitos de peculado, sino y a lo sumo por falta de idoneidad, que en verdad tampoco es poca cosa.

Pero volvamos a nuestra cuestión del “cambio”.

Nosotros como sociedad debemos cambiar nuestros usos y especialmente nuestra cultura que es la que sustentó, hasta con cierto brillo intelectual, algo propio de todos los sofistas, estos años de decadencia presentándolos como una consecuencia lógica de una supuesta lucha contra intereses foráneos que buscaban destruirnos como nación.

Aparece un fenómeno como “UBER” que en algún momento habrá que reglamentar y hasta el gobierno sale a defender al actual servicio de taxis como un símbolo de la ciudad.

Los mismos que pedían una disminución de la jornada laboral de los “boleteros” del metro porque el movimiento mecánico de vender los “subte pass” les causaba “tendinitis”, ahora protestan porque esa tarea de muy baja calidad intelectual, será reemplazada por máquinas.

El gremialismo reclama por “conquistas laborales” cuya reglamentación es obsoleta y necesita ser modernizada y la libertad de asociación gremial deberá garantizarse por el gobierno como una “nueva conquista gremial” ya que es injusto y además ha demostrado su inviabilidad que un mismo convenio colectivo rija para una gran empresa y para un pyme o un emprendimiento familiar. Los derechos de todo trabajador deben tener un mínimo, como el salario vital o la limitación de la jornada de trabajo o la asistencia en casos de enfermedad o accidentes de trabajo, pero no pueden ser iguales las formas y los modos para el goce de esos derechos.

También el gremialismo empresario deberá modificar y comenzar reconociendo que son causa esencial del fracaso y decadencia argentina y de la generalización de la corrupción ya que si en los “Fort Knox” patagónicos esta a buen resguardo todo el dinero recaudado por la “korrupción”, deberán reconocer como lo hace suponer el Dr. Casanello, al referirse a la cámara de la construcción en el auto de procesamiento de Lázaro Báez que ese dinero fue “aportado” voluntariamente por ellos.

Como vemos, nosotros como sociedad debemos cambiar y como todo cambio demandará esfuerzo y sacrificio, en la vida nada es gratis y todo en algún momento se paga.

Dios quiera que entendamos que todos deberemos pagar para salir de este bochorno cuya culminación a toda orquesta fue el “kristinismo” versión mejorada para peor del “kirchnerismo”.

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