Por Italo Pallotti.-

Bien sabemos que acabamos de salir de un infierno cuyas consecuencias, inevitablemente, se deberán ver en el corto y mediano plazo, aunque, según algunos pronósticos, pueden ser aún mayores en el tiempo. Hemos sufrido por prácticas abusivas y casi demenciales por momentos. Hemos sido sometidos al quiebre del raciocinio del buen gobernante. Hemos permitido adulterar la práctica democrática y su consecuencia, la natural convivencia entre nosotros, los ciudadanos. Nos dejaron veinte años de una mala praxis incalificable; un país desquiciado, una nación casi en ruinas por donde se la mire. El kirchnerismo/cristinismo/albertismo y, su socio, el “aspirante” massismo (todos con base genética del peronismo) hicieron aflorar la parte más desfachatada y perversa del ejercicio del poder. Se fueron, aunque sus adláteres nos lo quieren retornar sin una mínima porción de escrupulosidad y autocrítica. Forman una herencia que, a través de décadas, fueron capaces de sembrar toda clase de irracionales y calamitosas propuestas, que en la práctica no fueron otra cosa que el fracaso mismo. Sembraron, eso sí, para el consumo militante, frases “medulosamente” pensadas, pero vacías de contenido, como: “Volvimos mejores”, “Primero la gente”, “Argentina de pie”, “Primero la Patria”. Todas, luego, tiradas al basurero de las ilusiones perdidas; como siempre.

En el ínterin, ese fracaso al que se hace referencia estuvo plagado de actos que no tienen explicación posible para una civilidad que vio entronizarse una forma despreciable del ejercicio del poder. La mentira enseñoreada en la discursiva y el relato. Un sistema educativo con adoctrinamiento. Los punteros políticos líderes de un piqueterismo exasperante, de un pobrerío oprobioso y decadente. Una Justicia lenta y adaptada a diferentes opciones, según el tipo de víctima y victimario. Una seguridad donde todo se torna inseguro. Un perverso sistema de coimas y arreglos en el que se dilapidaron recursos públicos en licitaciones de obras inconclusas. Nombramientos de personal con numerarios exorbitantes en relación a las tareas por realizar. Un escenario casi sin control del narcotráfico. Presupuestos escandalosos para la compra de bienes, cuya utilización y provecho eran superfluos. Un arsenal de subsidios, cuyos beneficios trajeron más calamidad que beneficios. Un sindicalismo, aliado incondicional del poder, para proteger sus tropelías, con silencios cómplices (hoy en pie de guerra para destronar al nuevo gobierno). Niveles de pobreza e indigencia a niveles de escándalo. Corrupción por doquier, por nombrar apenas “muestras” de tanta repugnancia. En fin, una herencia padecida por el pueblo, víctima obligada de tanto desatino.

Hoy los generadores de este despreciable sistema, están allí. Gozando de privilegios, escudriñando en los resquicios de la justicia para ver el modo de escapar. Por eso, viene al caso plantearse: ¿Qué se siente? “ser un hijo de”, que da título a esta nota. Son los hijos del poder, en cualquiera de sus formas. Sucesores de personajes que sin duda pasarán a la historia negra, descalificante, absurda en el ejercicio de funciones. Malversadores no sólo de esas responsabilidades, sino atrapados en las redes de un círculo corrupto. Defraudadores de los mandamientos de orden, disciplina, ejemplo y amor que como padres tienen respecto de sus hijos, víctimas tantas veces que sus apellidos pasen a ser un estigma para toda la vida. Hijos a los que sin escrúpulos se los transforma en cómplices de sus fechorías y acciones. Hijos a los que hacen acreedores de fortunas incalculables a costa de perder el honor, el respeto y la admiración de sus pares; sólo por un puñado de dinero, tantas veces, mal habidos. Hijos sentados en el polvorín que representa tener una Justicia, por años, a veces décadas, sobre sus padres, con ese final abierto que representa ser procesados, perseguidos y condenados. Ojalá el tiempo, sanador silencioso, los pueda redimir de tanto bochorno y disgusto; a ellos, por su vínculo de sangre, y al pueblo, por haberlos votado; aunque ya sea tarde para lágrimas.

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