Por Hernán Andrés Kruse.-

Ha pasado un poquito más de un mes de que tuviera lugar uno de los hechos políticos más graves desde que Raúl Alfonsín asumiera el 10 de diciembre de 1983. El jueves 1 de septiembre, en la puerta del domicilio de la vicepresidenta de la nación situado en las calles Juncal y Uruguay (barrio de Recoleta), un hombre joven se acercó a Cristina y cuando estaba a escasos centímetros de ella, sacó un revólver, le apuntó a su rostro y gatilló dos veces. Las dramáticas escenas fueron captadas por los canales de televisión que estaban cubriendo el arribo de CFK a su hogar.

A partir de entonces comenzaron a adquirir notoriedad los nombres de Fernando Sabag Montiel (el ejecutor), Brenda Uliarte (su pareja), Agustina Díaz (amiga de Uliarte) y Gabriel Carrizo (líder de la banda de los copitos). La causa recayó en el juzgado de la jueza María Eugenia Capuchetti y el fiscal es Carlos Rívolo. Al poco tiempo, en los estudios de La Nación+ el ex presidente Mauricio Macri le dijo a Luis Majul que el atentado había sido ejecutado por un grupo de loquitos que actuaron por su cuenta. Ello significa que un día los miembros de la banda de los copitos decidieron ejecutar en la vía pública a la vicepresidenta. La fecha elegida fue el 1 de septiembre. Sabag Montiel, apoyado por su pareja, atravesó el vallado defensivo que rodeaba a CFK, y cuando estuvo cara a cara con la vicepresidenta le disparó dos veces a quemarropa. Según Macri pasó lo narrado precedentemente. Ahora bien ¿alguien con un mínimo de sensatez cree realmente que los copitos actuaron por su cuenta? ¿Alguien con un mínimo de sensatez puede creer que detrás de este atentado fallido no existió apoyo económico y autoría intelectual?

Todo parece indicar que, al menos hasta el momento, la jueza Capuchetti cree en la doctrina Macri. En su edición del 2/10 Página/12 publicó un artículo de Irina Hauser y Raúl Kollmann titulado “Cuatro detenidos y nada sobre los mandantes”. Escribieron los autores:

“Poco y nada. A un mes del intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner hay cuatro personas detenidas y procesadas por este atentado: Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte, coautores de tentativa de homicidio calificado, agravado y con alevosía, Gabriel Carrizo y Agustina Díaz, como cómplices, es decir, partícipes secundarios. Los textos de los procesamientos exhiben pocos avances, no mucho más que lo que surgía de tener a los autores materiales del ataque el mismo 1 de septiembre. Se conoce bastante de las conversaciones que mantuvieron entre ellos que dan cuenta de la pretensión de matar a la vicepresidenta, de cierta planificación y de la intención de borrar huellas y rastros que pudieran delatarlos. Sin embargo, son muchos los puntos oscuros o enigmas pendientes, empezando porque no se establecieron las dimensiones de la organización que actuó ni si hubo alguien detrás para ejercer influencia y/o brindar financiamiento”.

“Las detenciones tardaron varios días, demasiados días. Los atacantes tuvieron días para borrar mensajes y pruebas y ni siquiera está claro si utilizaron otros celulares. No están identificados quienes estuvieron varios días antes haciendo inteligencia en Juncal y Uruguay, la identidad y el perfil de otros integrantes del grupo que figuran con mensajes (algunos de ellos llamativos) pero que no se sabe qué papel jugaron, qué ocurrió con otra pistola que mencionan en los diálogos, el plan de alquilar un departamento en Recoleta para hacer inteligencia e incluso para disparar desde allí y la actuación de las policías (Federal y de la Ciudad), antes y después del ataque. La pérdida del contenido del celular de Sabag fue un golpe tremendo para la investigación: ahora afirman que se están recuperando, a partir del chip, los whatsapp y los mensajes de Telegram, pero nada se analizó. A Brenda Uliarte tardaron tres días en detenerla, hubo una demora de la Policía Federal en el seguimiento y todo derivó en que casi se escapa y, efectivamente, en su celular aparecen numerosos mensajes borrados”.

El mismo día Clarín publicó un artículo de Daniel Santoro titulado “Ataque a la vicepresidenta; se afianza la hipótesis de un atentado de marginales sin un “financista” por detrás”. A diferencia de Hauser y Kollmann, quienes lamentan y critican la doctrina Macri, Santoro la apoya con fervor. Escribió el autor:

“Un mes después de la fatídica noche en que Fernando Sabag Montiel gatilló dos veces en la cabeza de la vicepresidenta Cristina Kirchner, el caso va probando, hasta ahora, sólo la participación de una pareja de marginales sin apoyo de estructuras políticas o financistas. La querella de la vicepresidenta presiona a la Justicia para avanzar sobre el resto de “la banda de los copitos”-además de Sabag y Brenda Uliarte-, el grupo de Whatsapp llamado “Los Girosos, un grupo armado para la joda” y dos amigas de Brenda Uliarte con la esperanza de encontrar un autor intelectual. Máximo Kirchner lo dijo ayer con todas las letras: “queremos saber quién está detrás de Sabag Montiel y Brenda Uliarte”. Como máxima muestra de esa intención, la ex interventora de la AFI, Cristina Caamaño, pidió investigarlos como un “grupo terrorista”. Llama la atención la propuesta de esta ex fiscal. El kirchnerismo bloqueó la posibilidad de sancionar una ley antiterrorista para investigar los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA y ahora habla de “grupo terrorista” (…)”.

“En línea con Máximo, el abogado de Cristina, Juan José Ubeira, pidió avanzar sobre los círculos concéntricos de los autores materiales para llegar al “cerebro” que se ocultaría detrás de ellos. La “banda de los copitos” la dirigía Carrizo porque era el dueño del equipo para fabricar copos de azúcar y se los vendía a Sabag, Uliarte y Sergio Orozco (…) Un primer intento de la querella para unir a estos marginales con un grupo político ya fracasó. El actual interventor de la AFI, Agustín Rossi, había pedido a Cappuchetti que se investigue si el grupo de ultraderecha “Revolución Federal” estaba detrás de la “banda de los copitos” (…) La jueza dijo que no y la Cámara Federal porteña confirmó su decisión y la sumó a una causa por amenazas contra el ministro de Economía Sergio Massa y otros funcionarios al juez Marcelo Martínez de Giorgi (…)”.

“Capuchetti y Rívolo cumplen con su tarea de agotar todas las hipótesis de investigación en un caso de suma gravedad institucional. Pero hasta ahora las pruebas apuntan a dos marginales con problemas de salud mental sin formación política y sin plata que, sin embargo, pudieron burlar la custodia de La Cámpora y la de la Policía Federal”.

Al leer este último párrafo del artículo de Santoro me vino a la memoria Lee Harvey Oswald. ¿A quién me estoy refiriendo? A quien fue acusado de asesinar nada más y nada menos que a John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos. Según la historia oficial, este personaje, que fue asesinado a horas de su detención por un gangster, actuó por su cuenta. Pero según el afamado cineasta Oliver Stone, en su film de 1991 “JFK”, hubo una gigantesca conspiración para terminar con la vida de Kennedy. La hipótesis de Stone es lógica. ¿Alguien puede suponer que el entonces dirigente político más poderoso de la tierra, con la custodia más sofisticada del mundo, fuera asesinado por un “loquito” suelto? Pues bien, hay quienes en Argentina creen que CFK estuvo a punto de ser asesinada por un “loquito suelto”. Fernando Sabag Montiel ha pasado a ser el Lee Harvey Oswald vernáculo. Y vuelvo a preguntar por enésima vez: ¿Alguien puede suponer que un “loquito suelto” fue capaz de atravesar semejante vallado humano para acercarse a centímetros de CFK y gatillarle dos veces a la cabeza?

La defensa de Carlos Beraldi

En su edición del 24/9 El Cohete a la Luna publicó un escrito de Aleardo Laría Rajneri titulado “Un defensa impecable”, en el que afirma la solidez académica del alegato del doctor Carlos Beraldi, defensor de la vicepresidenta de la nación en la causa Vialidad. Consta de dos partes: una, dedicada al análisis de la defensa del abogado defensor y la otra, de carácter eminentemente política.

Escribió Rajneri:

“Beraldi ha elegido con inteligencia una novedosa metodología de defensa, consistente en la utilización de imágenes para contrastar lo afirmado por el fiscal y lo manifestado luego por los testigos. Para ello ha ido proyectando en la pantalla, a lo largo de su exposición, secuencias tomadas de la filmación general del proceso. El resultado ha sido espectacular porque ha permitido poner en evidencia la manifiesta contradicción entre las afirmaciones de la fiscalía y las declaraciones de los testigos. Resulta difícil recordar lo que dijo un testigo al inicio de este proceso absurdamente largo, que duró más de tres años, pero este trabajo de artesanía jurídica le ha permitido a la defensa la extracción de algunas perlas que dejaron la acusación fiscal en el terreno del ridículo”.

“Beraldi tampoco se privó de ir recogiendo todas y cada una de las irregularidades registradas a lo largo de un proceso que se inició en 2008 con la denominada “causa madre”, instruida tras una típica denuncia que llevaba el sello de Elisa Carrió y que recayó en el juzgado federal de Julián Ercolini. La denuncia era un batiburrillo de supuestos hechos de corrupción en el país, siempre acompañados del comodín de la asociación ilícita, entre los que se encontraba la supuesta cartelización de la obra pública en la provincia de Santa Cruz (…)”.

“La defensa técnica de Beraldi utilizó varios argumentos para fulminar la sorprendente acusación de que se había utilizado la Ley de Presupuesto para llevar a cabo una defraudación contra el Estado. No hace falta ser abogado para tener una sensación de extrañeza cuando se argumenta que un Presidente utilizó como instrumento para cometer un delito a una ley dictada por el Congreso (…) En cuanto a la acusación de que habría habido interferencias del Poder Ejecutivo para desviar fondos hacia Santa Cruz, Beraldi desarmó totalmente el argumento de un supuesto “apagón informativo”, demostrando que todas las reasignaciones de partidas presupuestarias se llevaban a efecto por medio de decretos de necesidad y urgencia, que deben ser aprobados por el Gabinete en pleno y luego por el Congreso”.

En esta parte de su artículo Rajneri efectúa un análisis técnico del alegato del doctor Beraldi. Se sitúa, por ende, en el plano de la racionalidad o, si se prefiere, en el ámbito de lo jurídico. Pero todo el mundo sabe que este juicio histórico excede con creces a lo estrictamente jurídico. ¿Por qué? La razón es harto evidente: porque quien está sentada en el banquillo de los acusados es nada más y nada menos que Cristina Kirchner, dos veces presidenta de la nación y actual vicepresidenta. Sus enemigos, que son muchos, desean que la condena se desplome sobre su cabeza. Ansían que el tribunal la condene a 12 años de prisión y la inhabilite de por vida para ejercer cargos público, en sintonía con el pedido del fiscal Luciani. A sus enemigos no les interesa la cuestión jurídica. No les interesa si es inocente. No les interesa la solidez jurídica de la defensa del doctor Beraldi. Sólo les interesa que el tribunal exclame su culpabilidad. Punto.

La pregunta que debe formularse, entonces, es la siguiente: ¿soportará el tribunal la presión que ejercerán los enemigos de Cristina sobre sus miembros para obligarlos a condenarla? Peor aún: ¿el tribunal ya tiene decidido condenar a Cristina porque es su enemiga? No fue ninguna casualidad lo afirmado por la vicepresidenta en el sentido de que su sentencia estaba escrita y firmada. Las fotos que registran la amistad, al menos en el plano deportivo, del fiscal y el juez del tribunal con el ex presidente Mauricio Macri, alimentan todo tipo de sospechas. Lo estrictamente jurídico queda sepultado por lo estrictamente político. Es por ello que no debería sorprender que el tribunal termine condenando a la vicepresidenta de la nación. No sería extraño que lo hiciera pese a la ausencia de pruebas de ningún tipo de irregularidad. No sería extraño porque la sed de venganza del antikirchnerismo, alimentada por los medios de comunicación enfrentados con CFK, se asemejan a un alud que arrasa con todo lo que encuentra a su lado, incluida, obviamente, la argumentación jurídica del doctor Beraldi.

Rajneri es consciente de ello cuando reconoce al final de su artículo que resulta “difícil imaginar que pueda dictarse una sentencia condenatoria contra la ex presidenta Cristina Fernández y los otros procesados porque no existen pruebas de ninguna irregularidad. Sin embargo, cuando se piensa en el impacto político que produciría una absolución, que dejaría al desnudo tantos años de prédica periodística que daba por descontada la condena, resulta difícil confiar en que los jugadores del Liverpool tengan la fortaleza moral suficiente para aguantar la embestida que recibirían de su grupo social de pertenencia”.

Anexo

Carl Schmitt y el antagonismo político

Carl Schmitt (1888-1985) fue uno de los más destacados científicos de la política del siglo XX. Adscrito al realismo político y ferviente simpatizante del nacionalsocialismo, a principios de la década del treinta del siglo pasado publicó “Concepto de lo político” (editorial Struhart & Cía, CABA, 2002), cuyas reflexiones gozan de una vigencia sencillamente aterradora.

Schmitt comienza por aclarar cuál es, desde su óptica, la diferenciación propiamente política. No es otra que la distinción entre el amigo y el enemigo. Dicha distinción otorga a todos los actos humanos significación política; todas las acciones humanas y motivaciones políticas se refieren a ella de manera necesaria; en definitiva, permite una definición conceptual, un criterio para distinguir el mundo de la política de los otros mundos, el económico, el cultural, el social, el moral, etc. La distinción entre el amigo y el enemigo es mucho más profunda que la diferencia entre el bien y el mal, lo bello y lo feo, lo útil y lo dañino, etc. “La distinción del amigo y el enemigo define la intensidad extrema de una unión o de una separación”. La distinción entre el amigo y el enemigo puede subsistir, tanto teórica como prácticamente, sin que se den al mismo tiempo las distinciones de índole moral, económica, estética, etc. Ello significa que el enemigo no necesariamente es el feo y el malo. Sin embargo, sigue siendo “el otro”, remarca Schmitt. Hay relaciones específicamente políticas porque además de amigos hay enemigos, hay otros que son existencialmente diferentes. Con el enemigo pueden surgir, en última instancia, conflictos existenciales. Schmitt remarca el carácter autónomo del antagonismo político. Así lo explica: “Dentro de la realidad psicológica, fácilmente suele el enemigo ser tratado de malo y feo, por cuanto toda distinción, y singularmente la política, que es la discriminación y agrupación más fuerte e intensa, esgrime y llama en su auxilio para justificarse ante la conciencia, a todas las demás distinciones posibles. Pero esto no afecta a la autonomía ni a la primordialidad del antagonismo político. De ahí que queda también invertir los términos: no es necesariamente enemigo el que es moralmente malo, estéticamente feo y económicamente dañoso; lo moralmente bueno, lo estéticamente bello y económicamente útil no se convierte por esta sola razón en amigo, en el sentido político del vocablo. La independencia del elemento político se pone al descubierto en esa posibilidad de concebir como algo autónomo la contraposición específica entre el amigo y el enemigo y de deslindarla de todas las demás distinciones”.

Schmitt toma los vocablos “amigo” y “enemigo” en un sentido concreto, sin mezclarlos con parámetros de la economía, la estética y la moral. El liberalismo procuró, mediante el dilema espíritu-economía, borrar del mundo de los negocios la figura del “enemigo” para instalar la figura del simple competidor o concurrente, la del simple adversario en la lucha dialéctica. Nadie duda que en el mundo económico no hay enemigos sino sólo concurrentes, mientras que en un mundo regido por normas morales estrictas sólo habría personas dedicadas a discutir de todos estos problemas. Podrá provocar disgusto y malestar que los pueblos se agrupen en función de la dicotomía amigo-enemigo; también sería preferible actuar como si no hubiera enemigos. A Schmitt poco le importan estas “disquisiciones”. Sólo se interesa por la cruda realidad y de la posibilidad real de dividir a los hombres en amigos y enemigos. Nadie puede honradamente negar que el antagonismo amigo-enemigo rige las relaciones de los pueblos y que “todo pueblo que existe políticamente tiene delante esa posibilidad real”.

Para Schmitt, el adversario en general y el adversario privado, como así también el contrincante, no son el enemigo. ¿Qué entiende Schmitt por “enemigo”? “Enemigo es una totalidad de hombres situados frente a otra análoga que lucha por su existencia, por lo menos eventualmente, o sea según una posibilidad real. Enemigo es, pues, solamente el enemigo público, todo lo que se refiere a ese grupo totalitario de hombres, afirmándose en la lucha, y especialmente a un pueblo, es público por sólo esa razón”. El antagonismo político es el más extremo de todos y cuanto más se acerque a la dualidad amigo-enemigo, más político será. La distancia que media entre el conflicto y ese dualismo determina el grado de politicidad de aquél. La unidad es esencialmente política cuando es capaz de suprimir ese antagonismo radical. La unidad política por excelencia es el Estado. Desde su creación ha tratado siempre de concentrar en sus manos todo el poder decisorio para garantizar la paz social. Dentro del Estado, concebido como una unidad política organizada que asume la decisión del amigo y el enemigo, cabe desatacar la existencia de conceptos de lo político que Schmitt califica como “secundarios”, conceptos colocados bajo la tutela estatal y que se caracterizan por su vínculo con él (la actitud política de partido, por ejemplo). Los antagonismos dentro de un Estado pacificado sitúan en un segundo plano a la antítesis del amigo y el enemigo. Sin embargo, tal antítesis sigue siendo la columna vertebral del concepto de la política.

Para Schmitt el concepto de “enemigo” implica la posibilidad cierta de una guerra. La violencia hace, pues, a la esencia del concepto de lo político. La guerra es un conflicto bélico entre dos oponentes políticos perfectamente organizados. Cuando los oponentes pertenecen a un mismo Estado, surge la guerra civil. El instrumento básico de la guerra es el arma, instrumento utilizado para matar al enemigo. Los conceptos de amigo, de enemigo y de guerra “adquieren su acepción real cuando se refieren a la posibilidad real de matar físicamente y la mantienen. La guerra no se sino la realización extrema de la hostilidad. No es preciso que sea cotidiana, normal, ni que aparezca como ideal y deseable, pero debe subsistir como posibilidad real, mientras el concepto del enemigo conserve su significado. La politicidad no está en el mismo combate, que se rige por sus propias leyes técnicas, psicológicas y militares, sino en un comportamiento determinado por la posibilidad real de la guerra, en el claro conocimiento de la propia situación determinada por aquel hecho y en la misión de distinguir rectamente a amigos y enemigos”. La guerra es el supuesto fundamental de la política y determina no sólo las acciones y los pensamientos humanos sino que también produce una conducta esencialmente política. La posibilidad de las guerras de exterminio demuestra que la guerra es hoy una posibilidad cierta y real, además de aterradora, siendo lo único que le interesa a Schmitt para la diferenciación del amigo y el enemigo, y para el conocimiento de la esencia de lo político, “para el conocimiento de la categoría de la politicidad”, según la terminología del autor.

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