Por Luis Alejandro Rizzi.-

El cinismo y la hipocresía son formas de la corrupción que afectan a mucha más gente de lo imaginado.

El cinismo tiene que ver con la desvergüenza en el mentir y la hipocresía con el fingimiento de cualidades o sentimientos de los que se carece. El “kristinismo” y todas las expresiones populistas son ejemplo práctico de esos vicios que expresan un desprecio total por la promoción o gestión del bien común.

Esos vicios llevados a la política son los que desvían la finalidad del poder hacia la obtención de beneficios espurios como el protagonizado por José López que superó el mejor “gag” que podría imaginar Mel Brooks.

El kristinismo como todo populismo se caracterizó por presionar, dominar, explotar, dañar, sembrar hostilidad y por sus groserías, de las que la misma Cristina y Axel Kicillof fueron vivos ejemplos.

En la sociedad de la que formamos parte esos vicios están muy arraigados y me animaría a decir que forman parte de nuestros usos y costumbres.

En los últimos años se legalizaron los “escraches” y las “patotas”, que se caracterizan por sus abusos, desmanes, provocaciones y hasta la agresión.

Fue Kirchner siendo presidente que alentó un escrache contra SHELL ARGENTINA, luego facilitó y promovió durante más de dos años la interrupción del tránsito por el puente General San Martín que desunió a Fray Bentos con Puerto Unzué. Grupos militantes del gobierno “K” escracharon a periodistas en las puertas de la casa de gobierno a periodistas por la simple razón que criticaban sus políticas y denunciaban su corrupción. Estas “muestras” fueron calurosamente celebradas por una parte de la sociedad y toleradas por lo que llamaríamos “el silencio de los buenos”.

Fue Moyano quien se atribuyó la creación de la “patota” y vaya si dio muestras de su ejercicio en defensa de los trabajadores, pero agraviando al resto de la sociedad y legitimando un tipo de violencia ilegal que nunca fue sancionada.

La expresión “que se pudran en la cárcel…” se hizo realidad y allí tenemos a supuestos represores con procesos interminables y a otros condenados como tales en juicios que saben más al ejercicio de una venganza institucionalizada que a la tarea de buscar la realización práctica de la justicia, en los que se desconocen beneficios mínimos como el cuidado de la salud. Es una forma de mortificación en muchos casos impuestos por los propios jueces, pese a lo que dispone el art. 18 de la Constitución Nacional.

El congreso de la nación se comportó con un obsceno nivel de genuflexión que desvirtuó la esencia del régimen republicano y el poder judicial supo anestesiar causas vaya uno a saber porqué insondables misterios.

La institucionalidad “k” semejaba a un reloj quebrado, tenía todo en su lugar pero si lo acercábamos a nuestras orejas no sentíamos su “tic-tac” como lo describió Gabriel Marcel en su obra “El mundo quebrado”.

Otro signo de corrupción de nuestros usos se presenta cuando nos ofrecemos como ejemplo de algo, cuando para diferenciarnos de José López, decimos “Yo no tengo ni un dólar” como si ello fuera un signo de honestidad y decencia o cuando se agravia por no reconocer la propia ignorancia, como surge de un comentario a una nota anterior sobre el art 18 de la constitución que dice: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos mas allá de lo que aquella exija, hará responsable al Juez que la autorice…”

El insulto, el agravio es también un síntoma de “corrupción” que en su segunda acepción significa: “echar a perder, depravar, dañar o pudrid algo”.

Yves Michaud fue una de las personas que mejor buceó en el estudio de la “Violencia y la política”, precisamente título de uno de sus libros, describe una situación que es aplicable a la Argentina y a todos nosotros, y respecto a la inseguridad dice “…que es la de un ser social donde nadie puede estar seguro de que las reglas será respetadas, donde reina la imprevisibilidad… en el sentido que todo puede suceder…”

Hay varios tipos de violencia, todos reprobables y uno de ellos es la violencia sin estrépito, como puede ser el simple uso de la palabra que convierte al diálogo en meros “dictum” que deben ser acatados por el temor a que el insulto se convierta en violencia física.

Los argentinos hemos perdido el hábito de la conversación que son esos diálogos informales cuyo objetivo es “el encuentro” como lo describió Vinicius de Moraes en uno de sus más bellos versos “la vida es el arte del encuentro”.

Todas las formas de corrupción son reprobables y quizás la exacción ilegal o el soborno resulten las más inocentes, porque su práctica constituye un delito, muchas otras solo están reservadas al juicio de Dios, pero son tanto o más graves que las otras porque en la intimidad sólo fomentan los desencuentros permanentes que es el drama argentino.

Share