Por Hernán Andrés Kruse.-

Donald Trump, un magnate xenófobo, racista y soberbio, logró una impensada victoria sobre Hillary Clinton y se transformó en el nuevo presidente de los Estados Unidos. Su triunfo en Florida fue fundamental ya que sacó la diferencia que necesitaba para ganar y que su contrincante no logró descontar. Los números hablan de una elección sumamente pareja: Trump obtuvo 59.505.613 de votos y Clinton, 59.727.805 de votos. Se trata de un empate técnico que pone en evidencia la profunda grieta que hoy divida a la mega potencia mundial. Con esos números Trump consiguió el número necesario de electores (279) para consagrarse anoche como el nuevo presidente electo de Estados Unidos. Lo notable del caso de Trump es que se trata de un outsider de la política o, si se prefiere, un político no tradicional. En efecto, el magnate se lanzó al ruedo político hace apenas un año y medio cuando anunció con bombos y platillos que competiría por la nominación republicana. Es muy probable que en ese momento muy pocos lo hayan tomado en serio. Si bien políticamente Trump carece de antecedentes válidos, no sucede lo mismo en el mundo de los negocios. Trump es un multimillonario que edificó su fortuna en el negocio inmobiliario. Con ese currículum vitae y su fama como playboy y anfitrión de un reality show a partir de anoche pasó a ser el hombre con más edad que llegó a la Casa Blanca, superando por algunos meses a otro recordado outsider de la política, el actor Ronald Reagan. Durante su campaña electoral Trump pulverizó todos los manuales de política electoral. Los supuestos errores que cometió-improperios, ataques personales, demostraciones racistas, sexistas y xenófobas-en el último año y medio no le impidieron, contra todos los pronósticos, vencer a la candidata natural del establishment, Hillary Clinton. La esposa del popular ex presidente es dueña de una mayor preparación política y académica que su rival: egresada de la universidad de Yale, ex primera dama, ex senadora y ex secretaria de Estado. Sin embargo, se vio obligada a competir por la presidencia ante una sociedad altamente cuestionadora del establishment del que ella ha formado parte desde siempre. Para colmo estallaron una serie de escándalos que esmerilaron en buena medida las bases de una coalición que le habían permitido al Partido Demócrata alzarse con las dos últimas elecciones presidenciales, razón por la cual el apoyo de figuras como Barack Obama, la primera dama Michelle Obama, el senador Bernie Sanders y el propio Bill Clinton no fueron suficientes para suplir su evidente carencia de empatía con el electorado. En la otra vereda, su rival no tuvo reparo alguno en presentar un discurso extremo. Durante la campaña prometió levantar un muro para poner fin a la inmigración mexicana, prohibir el ingreso de musulmanes a Estados Unidos y deportar a todos aquellos habitantes que hubieran ingresado a Estados Unidos de manera ilegal. En materia económica, prometió un mayor proteccionismo y un recorte de impuestos a los sectores concentrados con la esperanza de que esa forma se promueva la creación de empleo. Lo cierto es que la noticia de su victoria provocó un cimbronazo en los mercados mundiales.

Pese al favoritismo de Clinton en las encuestas apenas comenzaron a llegar los datos oficiales del recuento de votos anticipados el panorama comenzó a complicarse para la ex primera dama. Pese a la confianza que reinaba en el bunker demócrata algunos comenzaron a bajar las expectativas. Mientras tanto, en el hotel Hilton, bunker de Trump, los republicanos se animaban a evidenciar un tímido optimismo. Un asesor del magnate le confió a Página 12 que “los swing states del sudeste se definirán por muy poco. Si los ganamos, el resto está abierto”. Fue como una premonición. Los primeros números que llegaron de la costa oeste, tradicionalmente demócrata, no hizo otra cosa que estirar el suspenso o, si se prefiere, la agonía política de Hillary Clinton. En este sentido, lo que aconteció en el crucial estado de Florida fue no apto para cardíacos. Como ambos candidatos se turnaban al frente de la votación la incertidumbre aumentaba y aumentaba. En un momento estaba al frente Clinton pero minutos más tarde el primero era Trump, siempre con mínimas diferencias porcentuales. En Carolina del Norte se cometieron errores en el sistema de voto electrónico que obligó a posponer durante un tiempo el cierre de urnas en varios centros electorales. Como sucede con tantos dirigentes de todo el mundo el candidato a vicepresidente de Trump no logró que la tierra en la que vive, Virginia, le diera el triunfo a su jefe. En Georgia, donde las encuestas pronosticaron una dura competencia entre Clinton y Trump, finalmente la elección fue ganada con bastante holgura por el republicano. Con el correr de las horas las chances de Trump comenzaron a agigantarse gracias a la buena elección que estaba haciendo Michigan, Winconsin, Florida, Carolina del Norte y New Hampshire. A las diez de la noche (hora local) era evidente que la noche sería más larga de lo pensado para los demócratas y el influyente The New York Times comenzó a confirmar el favoritismo de Trump para llegar a la Casa Blanca. En ese momento Hillary Clinton tuiteó un mensaje que sonó a reconocimiento de lo que se confirmaría horas más tarde: “este equipo tiene mucho de lo que estar orgulloso. Pase lo que pase esta noche, muchas gracias por todo”.

La victoria del magnate produjo una reconfiguración del mapa político norteamericano. Los votos que obtuvo en los estados del norte confirman que los grandes perjudicados por los efectos de la crisis de 2008, los votantes blancos de clase media baja, abandonaron las filas demócratas para volcarse a las filas republicanas. Se hicieron más de derecha, en suma. Pese a contar con los votos de las minorías, las mujeres y los jóvenes, Clinton no logró repetir la performance de Obama en 2008 y 2012. Ello se explica principalmente por la merma en la cantidad de jóvenes y negros que fueron a votar por Hillary. Lo notable del caso es que a partir de ahora tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata enfrentarán nuevos desafíos. Los republicanos deberán rendirse ante la evidencia y reconocer la enorme capacidad política de Trump, quien se cargó sobre sus espaldas el peso de la elección cuando nadie daba dos centavos por él. Sus primeros meses como presidente estarán signados por la existencia en el Congreso de dos mayorías oficialistas pero reticentes. Respecto a los demócratas no cabe duda alguna que deberán resolver la grieta que se produjo dentro del partido entre sus bases progresistas y una dirigencia demasiado cercana a las corporaciones y Wall Street, los grandes derrotados en la histórica jornada. A nivel global este comicio parece señalar el fin de una época. Lentamente el mundo pretende alejarse de aquellos consensos que señalaron el fin de la guerra fría y el proceso de transición entre los siglos XX y XXI. Ahora el resto de los países se verán obligados a tratar con alguien carente de experiencia en todos los ámbitos: defensa, administración pública y relaciones internacionales. A partir de ahora se abre, pues, un interrogante gigantesco. Hoy ningún dirigente a nivel internacional sabe a ciencia cierta cómo se moverá Trump en sus relaciones con el mundo. De él dependerá que esa nueva etapa que aparentemente dio comienzo el martes 8 de noviembre de 2016 no sea el inicio de algo muy perjudicial para la humanidad (fuente: “Trump dio el batacazo e hizo temblar al mundo”, Página 12, 9/11/016).

Las empresas encuestadoras fueron las grandes derrotadas en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. En efecto, todas ellas estaban seguras de un amplio triunfo de Clinton sobre el magnate en las urnas. Pero esta baja performance no es de ahora. Meses atrás, ninguna encuestadora fue capaz de anticipar el triunfo del Brexit en Gran Bretaña. Cuando todas aseguraban que la postura para que Gran Bretaña continuara en la comunidad Europea obtendría un amplio triunfo, la opción para salir de Europa terminó imponiéndose holgadamente. Nigel Farage, líder separatista y principal promotor de la salida del Reino Unido de Europa, dio como explicación ante la CNN que las empresas encuestadoras no tuvieron en cuenta a aquellas personas que normalmente no votan pero que ante una situación límite abandonan su apatía y van a votar. Otra demostración de incapacidad para prever un resultado electoral tuvo lugar recientemente en Colombia. Todas las encuestas aseguraban que el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC obtendría un amplio respaldo popular. El 2 de octubre el 51% de los colombianos rechazó el acuerdo ante el estupor de los encuestadores que no lograban entender qué había sucedido realmente. En este caso lo que determinó la victoria de la oposición al acuerdo de paz no fue la afluencia masiva de votantes, a diferencia de lo que sucedió en Gran Bretaña. En efecto, en Colombia las encuestadoras no comprendieron el dilema en que se encontraban millones de colombianos: por un lado, deseaban la paz pero por el otro, no aceptaban los contenidos del acuerdo. Finalmente encontraron en la abstención la mejor manera de solucionar ese dilema. También hubo errores en los comicios peruanos de este año y también hace algunos años en Israel. Algunas encuestadoras reconocieron que les cuesta lograr que los jóvenes respondan sus interrogantes. También hay que destacar la reticencia de la gente a responder llamadas a teléfonos fijos ante la posibilidad de que se trate de una llamada de televenta y el hecho de que muchos jóvenes directamente carecen de teléfonos fijos. También hay que destacar que varias veces las empresas encuestadoras no actúan como tales sino como operadores políticos de algún candidato, con lo cual los sondeos que realizan carecen del mínimo rigor metodológico (fuente: Rubén Guillemí, “Los sondeos, en la mira: un nuevo fracaso de las encuestadoras”, La Nación, 9/11/016).

En su edición del miércoles 9 de noviembre Página 12 publicó un artículo de Eduardo Febbro titulado “Otra vez Florida le puso su sello a la elección”, en el que intenta explicar las razones del triunfo de Trump en un Estado crucial como lo es Florida. Fernando de la Hoya es un cubano norteamericano de la segunda generación que es partidario de Donald Trump. Nada le impidió apoyar a Trump: ni sus vulgaridades y groserías, ni su ignorancia sobre temas fundamentales de política internacional y ni sus diatribas contra los mexicanos en particular y las minorías en general. De la Hoya reconoció que su voto a Trump era, en realidad, un voto contrario al sistema de castas que se había adueñado de los Estados Unidos. Reconoció, entonces, que su voto era antisistema. Sin embargo, la mayoría de los latinos que residen en los Estados Unidos adhirieron a Clinton, además de hacerlo los haitianos, las mujeres y los afroamericanos. En esta elección, como en tantas otras del pasado, las minorías fueron decisivas por su peso electoral. Según Eduardo Gamarra, director del Foro de Opinión Pública Latina de la Florida International University, más de un 80 por ciento de los hispanos se sienten identificados con la ex primera dama. En Estados Unidos los 27 millones de hispanos (12 por ciento del electorado total) con derecho a voto son fundamentales y de es total el 8 por ciento reside en Florida. Según la NALEO (Asociación Nacional de Latinos Electos) unos 13 millones de latinos acudirían a las urnas. A pesar de ello “las minorías, en Florida, no impidieron que lo imposible se fuera haciendo realidad”. Lo notable de la elección de ayer (martes 8) fue que, pese al discurso agresivo y xenófobo del candidato republicano, éste logró anotarse un triunfo resonante en la complicada Florida. Sin sus votos ningún candidato presidencial puede pretender ingresar a la Casa Blanca como presidente. En los comicios de 2000, rememora Febbro, Al Gore, candidato demócrata a la presidencia, perdió frente al candidato republicano George W. Bush por tan solo 537 votos. Esa escasa diferencia le permitió a Bush ser el sucesor de Bill Clinton. En esta oportunidad, la mayoría de las encuestas le daban una ventaja a Clinton sobre Trump de uno y medio por ciento. Por su parte, los seguidores de Trump daban por seguro su triunfo pese a que los antecedentes de la elección no auguraban una buena noticia para los republicanos. En efecto, desde 1976, hace cuarenta años, los hispanos vienen votando ininterrumpidamente al partido demócrata. Los afroamericanos también votaron desde siempre por los demócratas. En relación con las mujeres, si bien en un porcentaje menor, su voto también se direcciona rumbo a ese partido. De ahí la relevancia que adquieren los blancos. En las últimas diez elecciones a presidente los blancos norteamericanos votaron por los republicanos. Gamarra rememora que la mayoría absoluta del electorado blanco de Florida (66 por ciento) escucha atentamente los mensajes de los republicanos y fundamentalmente de personajes como Trump. Esa simpatía blanca por el partido republicano se nota fuertemente en el interior de la Florida. Ello significa que a medida que uno se aleja de la ciudad cosmopolita la inclinación por los republicanos se torna cada vez más intensa. Ello explica el por qué del carácter incierto que tuvo la elección en Florida desde el comienzo y la enorme relevancia que esta vez tuvo el voto de las minorías. Según los especialistas, los cubanos norteamericanos suman un poco más del 35 por ciento de los votos que van a Trump mientras que las demás minorías apenas suman el 8 por ciento. En el Estado de la Florida ejercen el derecho a votar un millón ochocientos mil hispanos. También hay que mencionar el paulatino alejamiento del voto cubano a los republicanos. Durante mucho tiempo ese voto fue a parar siempre al partido republicano pero ahora la realidad es otra. En 2012 Obama fue votado por el 48 por ciento de los cubanos. Hoy ese porcentaje, en relación con Trump, se sitúa en el 35 por ciento. Sin embargo, enfatiza Febbro, el resultado final desmiente esas proyecciones. ¿Por qué, entonces, ganó Trump en un Estado que, como el de la Florida, es próspero y pujante? Según Febbro el magnate “apostó por el voto blanco y el voto resentido de los inmigrantes. Acertó en Florida, el Estado más clave de todos. Su discurso, además, tornó cruciales el resultado en otros Estados como los de Nevada, Iowa, Arizona o Carolina del Norte. Según reveló la organización Latino Decisions en un sondeo a pie de urna, más de dos millones de votantes hispanos suplementarios participaron en esta elección. Los resultados en Florida testimonian de un voto trumpista “escondido”. Dijeron una cosa y votaron otra. La historia da vueltas y elabora signos curiosos. El primer presidente negro de los Estados Unidos concluye su mandato y la designación del próximo dependía en gran parte del movimiento de las minorías, las mismas que Donald Trump diabolizó hasta la náusea”.

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