Por Hernán Andrés Kruse.-

El mundo se paralizó el sábado 13 de abril. Ese día el ejército israelí confirmó el lanzamiento desde Irán de decenas de drones con destino a Israel. Daniel Hagari, vocero militar israelí, afirmó: “Irán lanzó drones desde su territorio contra el Estado de Israel. Se trata de una escalada grave y peligrosa”. Paralelamente, Irán explicó los motivos de semejante decisión: “En respuesta a los numerosos crímenes israelíes, incluido el ataque al consulado de Irán en Damasco, y el asesinato de varios comandantes y asesores militares de nuestro país en Siria, la fuerza aeroespacial de la Guardia Revolucionaria ha atacado ciertos objetivos en los territorios ocupados con el lanzamiento de docenas de misiles y drones”. Mientras tanto, Benjamín Netanyahu aseguró que su país estaba preparado para repeler el ataque. Por su parte, el ayatollah Ali Khamenei manifestó que “el maligno régimen sionista será castigado” (fuente: Infobae, 13/4/024).

Irán lanzó sobre territorio israelí más de 300 drones y misiles. La eficacia de las defensas antiaéreas israelíes quedó en evidencia ya que evitó, con la ayuda de sus aliados (Estados Unidos, principalmente), que cerca del 99% de esos drones y misiles impactaran sobre su territorio. Apenas se conoció la decisión de Irán de atacar a Israel, Netanyahu recibió el apoyo de las principales países europeos y, obviamente, de Estados Unidos y Canadá. El ataque iraní lejos estuvo de ser exitoso. Sin embargo, conviene ser precavido. ¿Qué pretendió Irán realmente? ¿Su objetivo fue lanzar un demoledor ataque o simplemente fue tan solo una escaramuza? ¿Lo que persigue Irán es provocar a Israel para que lance una contraofensiva de consecuencias impredecibles? Porque si el conflicto se llegara a desmadrar la tercera guerra mundial dejaría de ser una utopía.

Párrafo especial merece la actitud de Javier Milei. El sábado decidió interrumpir su viaje a Dinamarca para retornar a la Argentina con el objetivo de poner un marcha un Gabinete de Crisis. ¿Hay una amenaza concreta de un atentado terrorista en nuestro país? No hay que olvidar que hace tres décadas el entonces presidente Carlos Menem envió a la zona caliente del Golfo Pérsico varios buques de guerra en señal de apoyo a la fuerza militar liderada por el entonces presidente norteamericano George Bush. La reacción del mundo islámico fue devastadora (embajada de Israel y AMIA). ¿Está empecinado Milei en que la historia se repita?

La pregunta central que cabe formular es la siguiente: ¿por qué Irán considera a Israel y Estados Unidos sus más acérrimos enemigos? Buceando en Google me encontré con un ensayo de Mahmood Sariolghalan (profesor de Relaciones Internacionales-Shahid Beheshti University-Teherán) titulado “La posición geopolítica de Irán en Oriente Medio” (anuario internacional CIDOB-2015). Este artículo brinda, me parece, una adecuada respuesta a semejante interrogante.

“A diferencia de la opinión generalmente aceptada, lo esencial de la política exterior de Irán desde 1979 ha corroborado una notable estabilidad y continuidad. El enfoque básico de las políticas iraníes con respecto a Estados Unidos, Rusia, Europa, los principales países árabes y la cuestión palestina ha permanecido fundamentalmente intacto. Buena parte de su coherencia y continuidad guardan relación con el tipo de régimen en Irán, que no siempre se ajusta al característico Estado-nación con intereses y políticas definidos y establecidos sobre la base de realidades políticas y geográficas. En su época ideológica, la Unión Soviética y China mostraron asimismo un cierto grado de universalismo. Aunque se supone que las políticas no son eternas, en el caso iraní las políticas relativas a cuestiones y países importantes se han basado en la naturaleza inmutable de los “intereses nacionales de la República Islámica de Irán”. A diferencia de la mayoría de los otros estados, los intereses nacionales en este caso han seguido una trayectoria permanente. Cabe argumentar que los estados de raíz ideológica no son libres para actuar con flexibilidad en su definición de tendencias e instituciones y, por tanto, se ven obligados a justificar sus enfoques sobre la base de raíces filosóficas o estructurales.

Sin embargo, en el caso de Irán, los así llamados “intereses nacionales” del Estado no se limitaron a los límites territoriales del país. Como un “Estado islámico”, Irán estaba obligado a actuar más allá de sí mismo y a servir los intereses de los “musulmanes despojados de sus derechos”. Esta creencia procedía, por supuesto, de una escuela de pensamiento de la teología política chií que llegó a su madurez en los siglos XIX y XX cuando los activistas religiosos y nacionalistas iraníes persiguieron la independencia del país con respecto a las intrusiones occidentales. Los grupos religiosos y nacionalistas lucharon codo con codo durante este período. Sin embargo, sus diferencias no afloraron hasta que el régimen de Pahlavi fue derrocado en 1979. De hecho, el primer enfrentamiento conceptual en Irán después de la Revolución fue sobre los intereses nacionales o islámicos del Estado. Aunque sucesivos gobiernos han intentado centrarse en el desarrollo económico y en las relaciones cordiales con otros países, el Estado en su conjunto ha hecho hincapié en objetivos ideológicos, haciendo del estancamiento un rasgo permanente. Los islamistas argumentaron vigorosamente que al fin y al cabo los principios de la revolución eran islámicos y que el islam no seguía la lógica propia de Westfalia del Estado-nación. El islam político se atuvo a su propia perspectiva sobre el territorio y los intereses. Así, en sentido apropiado, el islam político y el liberalismo no podrían coexistir”.

AGRAVIOS HISTÓRICOS IRANÍES E ISLAMISTAS

“Este contexto ideológico islamista fue una ampliación del marco ideológico interno y reforzó los objetivos de la Revolución Islámica. Mientras que en la primera década de la Revolución (1979-1989), la proyección de esta política exterior respondió a una función ideológica, la proyección regional de Irán se propuso otro empeño: la contención de Estados Unidos. Mientras Estados Unidos e Irán experimentaron una escalada de enfrentamiento, las autoridades iraníes llegaron crecientemente a la convicción de que existía un consenso bipartidista en Estados Unidos para deponer la República Islámica. Por tanto, se abrió paso una implicación regional de Irán como instrumento de capital importancia para garantizar la seguridad nacional y del régimen. Cualquier represalia estadounidense topaba con una posible respuesta iraní en Líbano, los territorios palestinos, Irak, la península Arábiga y Afganistán. El paradigma islamista que en su día representó una creencia ideológica se impulsaba ahora como la “doctrina de seguridad del Estado”. En los años noventa, tanto Estados Unidos como Irán desarrollaron complejas estrategias operativas de contención de forma recíproca. Desde esta perspectiva, la política exterior islamista de Irán sobrevivió durante alrededor de tres décadas e incluso obtuvo apoyo debido a las exigencias de seguridad nacional de la República Islámica.

Por tanto, puede decirse que las obsesiones procedentes de la política exterior de Irán reflejan las exigencias de seguridad del régimen y reproducen y refuerzan la legitimidad, soberanía, seguridad nacional y necesidades económicas del Estado. Aunque varias administraciones estatales entre 1989 y 2015 pueden haber seguido distintos enfoques, estilos diplomáticos y lenguaje, la dirección general de la política exterior con relación a los principales países y cuestiones ha seguido una línea esencialmente constante. Puede enumerarse, según las siguientes consideraciones: las relaciones económicas extranjeras son independientes de los objetivos de política exterior y de la geopolítica; la supremacía de la orientación ideológica; las interacciones entre ideología y legitimidad; y la interconexión entre ideología y seguridad nacional. A continuación, se indican cuatro áreas de razonamiento para desarrollar la proposición de que la República Islámica de Irán ha mantenido una política exterior fundamentada en las consideraciones mencionadas anteriormente”.

POLÍTICA ECONÓMICA Y POLÍTICA EXTERIOR

“En cuanto a la separación entre política económica y línea de política exterior, desde el primer día, las autoridades de la República Islámica no dudaron en declarar vigorosamente que el objetivo de la revolución no era únicamente el desarrollo económico del país. De hecho, discurso tras discurso, los oradores revolucionarios sobrepusieron la justicia al desarrollo. En este caso, la justicia emanaba de la espiritualidad y el igualitarismo más que de la distribución económica. Buena parte de esta perspectiva derivaba de las interpretaciones islámicas del hombre, la sociedad y la política. A través de la historia de la revolución iraní, puede argumentarse convincentemente que las cuestiones políticas han eclipsado en todo momento las preocupaciones y prioridades económicas. Los ingresos procedentes del petróleo aportaron la tranquilidad política y de seguridad y se atendieron las necesidades diarias de la población. Los recursos nacionales debían destinarse a enriquecer la moral humana y a liberar el territorio musulmán de cualquier control exterior. Al fin y al cabo, la revolución en Irán era el equivalente de la independencia de los países africanos y asiáticos en los años cincuenta y sesenta. Por tanto, se requerían cambios estructurales; el cambio no era solo un cambio de gobierno.

No obstante, los cambios estructurales radicaban más en la institucionalización de nuevos acuerdos políticos y de marcos y posiciones socio-religiosas. Como el tiempo demostró, la economía de Irán siguió basándose en los ingresos procedentes del petróleo. A lo largo de los años, entre el 80% y el 90% del presupuesto nacional se basó en esos insumos. Tras las sanciones, la dependencia en cuestión se redujo aproximadamente a un 55%. Un perspicaz desarrollo conceptual en el período posrevolucionario de Irán fue centro de atención de la planificación nacional y de la “indigenización” de las relaciones económicas exteriores. El tercermundismo y la autoconfianza –axiomas poscoloniales del movimiento de países no alineados– fueron los pilares de la estrategia nacional de desarrollo. Se encajaron las sanciones y la desconexión de la economía del mundo occidental. La estrategia oficial fue proponer una civilización alternativa al “materialista” mundo occidental. Una economía modelada según los esquemas de Corea del Sur, Brasil, Malasia, o Turquía exigió relaciones de cooperación con los centros de poder económico, comercial y tecnológico. Debido a su enorme mercado interno y superioridad tecnológica, Estados Unidos por sí mismo es un pilar o Estado indispensable para cualquier país que tenga como objetivo el crecimiento económico; de esta manera, las posteriores sanciones estadounidenses unilaterales privaron asimismo a Irán de la obtención de nuevas tecnologías de cualquier país a fin de actualizar su industria petrolífera y gasista.

Mientras entraron los ingresos del petróleo, Irán no necesitaba preocuparse por mantener una economía de subsistencia. El desarrollo de industrias de alta tecnología, la expansión de la infraestructura petroquímica, el aumento de la capacidad de exportación de artículos duraderos y no duraderos a los principales mercados, no figuraban ni podían figurar en la agenda política nacional. Incluso en el área de sus vecinos del sur, Irán no podía desarrollar una estrategia para hacerse con una cuota conveniente en los mercados árabes y aprovechar las ventajas de las economías en expansión de la península Arábiga, en la que, dicho sea de paso, trabajan unos seis millones de ciudadanos indios a todos los niveles de estas economías. Las cuestiones de la seguridad y de las diferencias y fricciones religiosas e ideológicas constituyeron importantes obstáculos para la cooperación con los países vecinos. Bajo tales condiciones era impensable la integración económica regional. Debido al enfoque ideológico hacia Estados Unidos y las crecientes sanciones aplicadas a Irán por parte de Washington, las relaciones económicas iraníes con los países occidentales empeoraron de forma gradual.

El conflicto de Irán con Israel y su negación del holocausto representan, tal vez, la causa como tal más digna de atención de su conflicto con Estados Unidos. Esta variable, por sí misma, es una explicación sustancial del modo en que el paradigma islámico dominó el discurso de las instituciones iraníes en política exterior y sentó las bases de su conducta internacional. De haber definido Irán sus intereses nacionales como el fomento de su capacidad económica, debería haber perseguido un rumbo diferente en su política exterior, alentando la transferencia de tecnología y la inversión directa extranjera, sobre todo en el terreno de su deteriorada industria petrolífera y gasista. El desarrollo económico, tal como es practicado por los BRICS o por países de menor tamaño como Turquía, Malasia, Corea del Sur y Singapur exigían una cooperación con los principales países occidentales, en especial Estados Unidos. China no empezó a desarrollarse económicamente hasta que normalizó sus relaciones con Washington. Durante un tiempo después de la revolución, Irán concentró su comercio con países en desarrollo, pero poco después de la guerra con Irak en 1988 lo reorientó hacia sus socios tradicionales en Europa y Asia.

En resumen, la economía de Irán no es interdependiente con relación al resto del mundo. Es, esencialmente, una economía de trueque en la que el petróleo se intercambia con bienes y servicios. La línea política de su política exterior, por tanto, no se entrelaza con las relaciones económicas con el extranjero y, tal vez, tampoco se la puede vincular con ellas. Como Irán desea mantener una distancia estratégica respecto de las grandes potencias, su aislamiento autoimpuesto proporciona espacio y margen de maniobra a sus autoridades políticas. A este respecto, la internacionalización de una economía no solo moviliza la capacidad productiva interna de un país, sino que con el tiempo encauza el sistema para adecuarse a las normas de la estructura global de poder. Desde la perspectiva estatal de Irán, la interdependencia complica la independencia política y provoca una injerencia extranjera gradual, una tendencia contra la que la Revolución Islámica ha luchado denodadamente. Si Irán tratara de emerger como otra Turquía o Malasia, su estructura de poder interno así como sus fuerzas para legitimar este sistema tendrían que alterarse. La política exterior de Irán, por una parte, y sus relaciones económicas por la otra, se dividen en dos férreas líneas. Al reducir sus relaciones económicas exteriores a una mera economía de trueque, Irán ha emergido ampliamente como un Estado situado fuera de los procesos colectivos globales de adopción de decisiones. Se trata de una elección que ha adoptado Irán y que ha sido impuesta sobre su inercia de adopción de decisiones por una dialéctica histórica”.

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