Por Alberto Buela.-

Este año se cumple medio siglo de la muerte del general Perón, quien fuera, junto con Rosas, Sáenz Peña, Yrigoyen y Frondizi, el mayor defensor de un proyecto argentino de nación.

Pasaron cincuenta años y el peronismo no supo o no pudo tener dirigentes que sostuvieran un proyecto nacional. Y así, lentamente, se fue licuando primero en un proyecto socialcristiano con los Cafiero y los Duhalde, luego en uno liberal con Menem, más tarde con uno socialdemócrata con Kirchner para terminar en un proyecto progresista con Cristina y Alberto Fernández.

Este periplo decadente tuvo una incidencia enorme en la militancia, que fue mutando a través de los distintos proyectos mencionados. Hoy no hay más dirigentes “peronistas-peronistas”, sino dirigentes peronistas con algunas de las variantes. Con lo cual podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que “el peronismo murió”. Alguno me plateará ¿pero si hay millones de peronistas? Sí lo son y existen, como un sentimiento nacional y popular pero no como un proyecto político, le respondo.

Durante este medio siglo, los dirigentes, peronistas y de los otros, fueron diluyendo el proyecto nacional “La Argentina Potencia”, hasta llegar hoy día a hacer desaparecer la idea de nación como proyecto histórico-político que un pueblo se da en relación con otros.

La nación está en tren de disolverse en un miasma progresista que nada afirma ni como verdadero ni como falso. Donde el objeto es estar en la vanguardia de todos y de todas. La deformación de la realidad en función de una idea, ya sea la mujer, el indígena, la abortera, el Lgtb+q, el todes, los artistas como ideólogos y los locutores como filósofos y demás.

Desaparecida la nación, sólo nos queda el país, el espacio geográfico que afirmamos como propio y que nos han reconocido todos las naciones del mundo denominado Argentina.

De país viene paisaje y también paisano, esto es, el hombre que lo habita. Aquél que encarna y practica sus usos y costumbres, habla su lengua, reza a su Dios y vive como gato entre la leña, de salto en salto todos los días del año para parar la olla.

Este hombre que es el sujeto por antonomasia del pueblo también está siendo agredido, también está siendo quebrado. Ya en 1973, cuando Perón regresó al país, afirmó: “Está quebrado el hombre argentino”.

Hoy el hombre argentino, salvo excepciones, dejó de estar quebrado para estar roto. No habla la lengua del país. No tiene palabra, la mentira tintinea en todo su discurso. No tiene Dios salvo el dinero. Los usos, costumbres, maneras y formas se las pasa por el escroto.

Me pregunto y me peguntan: ¿qué hacer?

En principio, parece todo clausurado, pues lo que le sucede a toda la dirigencia actual es que de ella no podemos esperar nada que no sea más de lo mismo, pues nadie puede dar lo que no tiene. Esta dirigencia política, financiera, empresaria, sindical, religiosa y cultural argentina nos ha llevado a este estado calamitoso en que estamos hoy. Son contados con los dedos los que se salvan de la decadencia, que recuerdo tiene un principio fundamental: que siempre se puede ser un poco más decadente. Hay que barajar y dar de vuelta.

La otra posibilidad es comenzar una lenta tarea de capacitación político-financiera, empresaria, sindical, religiosa y cultural de un lustro como mínimo, porque no se puede desarmar en un día una tarea de destrucción que lleva medio siglo.

Y para ello, como para toda acción eficaz, se necesitan hombres ya capacitados (no se sabe cuántos hay), medios para desarrollar la tarea (no se sabe con cuánto se cuenta) y que los acontecimientos nos sean propicios.

Tenemos que estar atentos al kairós, al tiempo oportuno.

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