Por Hernán Andrés Kruse.-

La situación por la que estamos atravesando es sumamente complicada. Diría que es dramática. Es lisa y llanamente una tormenta perfecta, para emplear el título de aquella famosa película dirigida por Wolfgang Petersen y protagonizada por George Clooney. La depresión económica, el odio y el resentimiento, y los efectos devastadores de la pandemia conforman un cóctel explosivo.

Alberto Fernández asumió el 10 de diciembre de 2019 luego de vencer a Mauricio Macri en el ballotage por 48 a 40. Carecía de poder propio. No había un albertismo que lo sostuviera. Llegó a la presidencia con el voto de Cristina y de Sergio Massa, más algunos “independientes” que estaban hartos del gobierno de Cambiemos. Recibió como legado de Macri una economía a la miseria. La pobreza había aumentado dramáticamente, el peso era papel pintado y el trabajo escaseaba. Pero lo peor era la política de endeudamiento aplicada por el mejor equipo de los últimos cincuenta años. Macri nos endeudó de tal manera que las próximas generaciones deberán hacerse cargo de esa “pesada herencia”. Desde el punto de vista institucional Macri hizo desastres. Las denuncias por el espionaje ilegal lo ponen dramáticamente de manifiesto. La justicia fue de una obsecuencia pocas veces vista en nuestra historia. Ahí está Comodoro Py como su máxima expresión.

Las máximas preocupaciones de Alberto Fernández luego de instalarse en Olivos fueron la recuperación económica y terminar con el odio y los sótanos de la democracia. Para lograr el primer objetivo era (sigue siendo) lograr un acuerdo con los buitres, especialmente con el poderoso fondo de inversión BlackRock, comandado por uno de los hombres más poderosos del mundo: Larry Fink. La negociación marcha a los tumbos, pero marcha. Para que el lector tenga una idea del poder de BlackRock basta este dato: maneja una suma de dinero que equivale al dinero que manejan Angela Merkl y Macron juntos. Es David contra Goliat. Seguramente se arribará a algún tipo de acuerdo pero el precio que deberá pagar Alberto Fernández será muy alto, especialmente en materia de desgaste político.

El presidente tenía en mente estas cuestiones cuando entró en escena el coronavirus. Es imposible entender lo que está pasando ahora en el país sin tener en consideración a la Covid-19. Lo dicen los expertos: es un virus desconocido capaz de hacer mucho daño. En el último invierno del hemisferio norte arrasó con España, Italia y la ciudad de Nueva York. En marzo ingresó al país por Ezeiza y por la zona de la Triple Frontera. Al principio Alberto Fernández, seguramente mal aconsejado por Ginés González García, subestimó la cuestión. Pero en poco tiempo cambió de parecer. De no haberlo hecho hoy estaríamos como Brasil. El 20 de marzo el presidente impuso una dura cuarentena que evitó la muerte de miles de argentinos. Además, ganó el tiempo suficiente para adecuar el sistema sanitario argentino al nuevo escenario. Ese fue el objetivo de la cuarentena. Nada más pero también nada menos. El problema es que un aislamiento tan prolongado está provocando severos perjuicios a la economía. Algunos economistas afirman que se trata de una devastación inédita en nuestra historia.

Alberto Fernández debió lidiar desde un principio con dos pandemias: la provocada por el coronavirus y la provocada por el derrumbe económico. Ello explica por qué hoy estamos en el peor escenario imaginable. El pueblo está exhausto. No soporta más el encierro y está angustiado por el futuro. Lo carcome la incertidumbre y el miedo. En todo este tiempo Alberto Fernández escuchó los consejos de un grupo de expertos en epidemiología. Gracias a ellos hoy el sistema sanitario no estalló por los aires. ¿Se imagina el lector lo que sería hoy un escenario de devastación económica y sanitaria? Creo que el presidente está haciendo lo que puede. Para algunos es mucho y para otros es muy poco. Lo único cierto es que de no ser por la cuarentena hoy no tendríamos cerca de dos mil muertos sino veinte mil, por lo menos.

Alberto Fernández impuso la cuarentena porque no le quedaba otro camino. Se trata, qué duda cabe, de una medida antipática. A nadie le gusta estar encerrado por obligación. ¿Pero había otra manera de enfrentar a la pandemia? Sí la había: la elegida por Trump y Bolsonaro, que privilegiaron la economía sobre la salud de sus pueblos. Sería aconsejable, entonces, que los críticos de la cuarentena se sinceraran, que reconocieran que están a favor del método de Trump y Bolsonaro, que vale la pena sacrificar la vida de miles y miles de compatriotas con tal de evitar el derrumbe de la economía. Pero jamás lo confesarán. Lo que hacen es acusar a Alberto Fernández de atentar contra las libertades y derechos individuales consagrados por nuestra constitución. Y descargan su odio y resentimiento manifestándose en las calles del país, codo a codo y sin barbijo, en abierto desafío no a la cuarentena sino a la Covid-19. Pareciera como que en el fondo de sus enfermas almas desearan que hubiera en el país la mayor cantidad posible de muertos para que caiga el gobierno. Y aquí es donde cabe condenar la absoluta falta de responsabilidad de la oposición, en especial la del ex presidente Macri. Mientras los manifestantes anticuarentena aullaban en la 9 de julio publicó un tuit exclamando “¡libres!”, como si se tratara de una rebelión contra una dictadura.

Es probable que a partir del próximo lunes 20 se flexibilice la cuarentena en toda la zona del AMBA. Esa decisión dependerá de que en los próximos días amaine el número de contagios y de muertos. Lo cierto es que los ciudadanos porteños y bonaerenses no dan más. Pero como bien señaló hace poco el doctor Pedro Cahn, esa flexibilización no significa que se haya derrotado al virus. Ello se producirá el día que aparezca la vacuna salvadora. Hasta tanto no suceda deberemos convivir con la Covid-19 y rogar para que tanto el oficialismo como la oposición sepan estar a la altura de las circunstancias.

Share