Por Hernán Andrés Kruse.-

Dos docentes acaban de morir trágicamente en la provincia de Chubut. La educación sufrió un nuevo golpe en una provincia sumida en el caos. Una provincia donde el gobernador Arcioni pretende incrementarse su sueldo un 100% mientras los docentes no cobran desde hace meses. Según el gobierno nacional el gobernador recibió una importante suma de dinero para hacer frente a la situación. Según Arcioni esa suma nunca llegó. Obviamente uno de los dos miente. Mientras tanto los adolescentes no tienen clases.

Hace décadas que la educación está en crisis. Cada inicio del ciclo escolar es un calco del anterior: las clases no empiezan por problemas salariales. Ante la dureza de los gremios docentes las autoridades de turno endurecen su postura. Cuando la situación está por salirse de control la cordura aplaca los ánimos. Los bandos en pugna arriban a un acuerdo, siempre provisional. Al poco tiempo la chispa vuelve a encenderse y se suspenden las clases.

Estamos en presencia de una película vieja. Todos sabemos su desenlace. Lo peor de todo este drama es que no se avizora un futuro mejor para la educación. El poder político parece no percatarse de la relevancia de la educación. En realidad, es perfectamente consciente de ello pero no le interesa garantizar a las futuras generaciones una educación sólida y responsable. He aquí, me parece, el meollo del asunto.

En los países más adelantados del mundo la educación es de primer nivel. Cada gobernante que asume, sin importar su ideología, coloca a la educación en la cima de sus prioridades. Países como Noriega, Suecia, Dinamarca, Islandia, Suiza, por nombrar sólo a algunos, se esmeran por tener pueblos cultos y educados. No es el caso, lamentablemente, de la Argentina. En pleno siglo XIX Domingo Faustino Sarmiento tuvo bien en claro el rol que jugaría la educación en el futuro del país. Un pueblo ignorante, sentenció, siempre votará al déspota. Para Sarmiento la educación era un pilar fundamental de la democracia como filosofía de vida. Lo mismo pensaban otros hombres preclaros como Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría.

Sin educación el pueblo no es más que masa amorfa, fácilmente manipulable por el sistema de dominación. Un pueblo sin educación se deja embaucar fácilmente por el encantador de serpientes de turno. En 1982 le creímos a José Gómez Fuentes cuando anunciaba la victoria argentina en suelo malvinense. En 1987 le creímos a Alfonsín cuando anunció que la casa estaba en orden. En 1989 le creímos a Menem cuando prometió el salariazo y la revolución productiva. En 2002 le creímos a Duhalde cuando prometió que quien depositó dólares recibiría dólares. En 2015 le creímos a Macri cuando prometió que jamás devaluaría. Estos son sólo algunos ejemplos que extraje de muchos otros.

La educación permite al hombre liberarse de las cadenas de la ignorancia. Cuanto más lea una persona más culta será y, fundamentalmente, dispondrá de los elementos necesarios que le permitirán darse cuenta cuando desde el poder le mienten descaradamente. Por eso en la Argentina la educación no es considerada importante por el poder. Cuanto más bruto sea el pueblo más fácil será manipularlo, engañarlo, domesticarlo. Un pueblo sin educación jamás osará exigirle al gobernante que no robe, que no lo engañe, que cumpla con lo prometido. Un pueblo educado como el islandés le exigió a su primer ministro Sigmundur Gunnlaugsson en 2016 que renuncie a su cargo porque su nombre apareció vinculado con los Panamá Papers. Un pueblo inculto como el argentino, al enterarse de que Mauricio Macri también figuraba en los Panamá Papers, lo premió al año siguiente en las elecciones de medio término. Es por ello que Islandia es un país del primer mundo y Argentina un país del tercero.

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