Por Hernán Andrés Kruse.-

La conmemoración del fallecimiento del general Manuel Belgrano siempre fue una fiesta popular. El histórico Monumento a la Bandera, emplazado a orillas del majestuoso río Paraná, abría sus puertas de par en par para que el pueblo se sintiera feliz en una jornada muy especial para los argentinos. En efecto, el 20 de junio de 1820 dejaba esta tierra uno de nuestros próceres más preclaros, un protagonista fundamental de las luchas por la independencia. Cada 20 de junio el que celebra es el pueblo, sin distinciones partidarias ni ideológicas, porque Manuel Belgrano nos pertenece, es el símbolo de la argentinidad. Y la Argentina siempre estuvo, está y estará por encima de cualquier gobierno, de cualquier bandera política.

Al kirchnerismo siempre se lo acusó de haber politizado el festejo patrio, fundamentalmente durante los gobiernos de Cristina Kirchner. La presencia de los militantes de La Cámpora era duramente criticada por los medios masivos de comunicación ya que consideraban que con sus cánticos partidarios no hacían más que desvirtuar una fiesta que siempre fue de todos los argentinos. De esa forma, argüían, Cristina no hacía más que profundizar la grieta, dividir aún más a los argentinos. Una vez en el poder, el nuevo presidente de la nación, Mauricio Macri, decidió “despolitizar” el 20 de junio. Quizá por consejo de Durán Barba, ordenó que en la celebración en Rosario sólo flamearan banderas argentinas y se utilizaran centenares de globos celestes y blancos en señal de adhesión a los valores esenciales de la Patria. Así fue. El 20 de junio de 2016 fue radicalmente diferente a los anteriores 20 de junio. Cabe reconocer que la “deskirchnerización” fue total. El acto fue corto. El Presidente de la Nación, de espaldas al monumento y delante de centenares de alumnos primarios y secundarios que colmaban el interior del monumento, hizo uso de la palabra flanqueado por la intendenta de Rosario, Mónica Fein, y el gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz. Hasta aquí, todo perfecto. Sólo flameaban las banderas argentinas y el público presente no coreaba consigna política alguna. La fiesta del 20 de junio recuperaba sus tradiciones, volvía a ser la que siempre fue: una fiesta de todos los argentinos.

Lamentablemente, ese orden, esa pulcritud, ese fervor patrio, fueron tan solo aparentes. La realidad fue harto diferente. Desde muy temprano el Monumento a la Bandera fue cercado con vallas metálicas a unas tres cuadras de distancia. Por si ello no hubiera resultado suficiente, cientos de gendarmes, escoltados por carros hidrantes y tanquetas, tuvieron a su cargo la protección del lugar. Se había montado un escenario bélico. Pero eso no fue todo. Quienes se acercaban al lugar debían mostrar su documentación a las fuerzas de choque mencionadas, en una actitud propia de un régimen dictatorial. Quienes tenían a su cargo el control del Monumento a la Bandera decidían quien podía ingresar y quien debía retirarse. Un hermoso lugar público, que a los rosarinos nos llena de orgullo, se había convertido en un ámbito privado, en una suerte de reunión privada donde imperaba el derecho de admisión. Por supuesto que quienes lograron formar parte del espectáculo fueron los defensores del presidente de la nación. Resultado: la celebración de nuestra insignia patria se redujo a un acto macrista, es decir, a un acto partidario cuya figura central fue el presidente de la nación. Mientras tanto, los periodistas acreditados se vieron forzados a ejercer sus tareas en una suerte de corralito montado a una gran distancia del lugar donde estaban las máximas autoridades. Todo fue perfectamente calculado, planificado, diagramado. En aras de la reivindicación de la fecha patria, se montó un show con globos y banderas patrias que encubrió un acto eminentemente político. El momento sublime se produjo cuando el presidente de la nación, al hablar ante los estudiantes, repiqueteó con su famoso latiguillo “sí se puede” y les pidió a los niños y adolescentes que lo repitieran a coro. La reacción de los estudiantes fue instantánea: un “sí se puede” colectivo hizo temblar las estructuras del Monumento a la Bandera. ¡Qué no hubieran dicho los medios masivos de comunicación si en lugar de Macri hubiera sido Cristina quien les hubiera pedido a los estudiantes que entonasen una frase similar al “sí se puede”! Lo menos que hubieran hecho sería haberla acusado de pretender adoctrinar a la juventud. Pues bien, eso fue exactamente lo que hizo Macri: adoctrinar a los jóvenes presentes. Porque si en lugar de globos celestes y blancos hubiera habido globos amarillos, la reunión se hubiera parecido al cierre de campaña de Macri el año pasado. Sólo falto el clásico baile presidencial.

Pero la fiesta no hubiera sido completa si la gendarmería no hubiera entrado en acción. En la intersección de las calles Buenos Aires y Rioja, a pocas cuadras del Monumento a la Bandera, la gendarmería se topó con miembros de la “Multisectorial”, una organización compuesta por diversas agrupaciones políticas y sociales que se acercaron al lugar para exteriorizar su protesta por los despidos y el alza de los precios. Lo que sucedió fue lo previsible: los gendarmes comenzaron a reprimir a los manifestantes y a arrojar gases lacrimógenos. Como resultado de la refriega recibieron golpes el diputado provincial de izquierda Carlos del Frade y el concejal kirchnerista Eduardo Toniolli. Carlos del Frade es un conocido periodista progresista de Rosario, autor de varios libros sobre corrupción y narcotráfico. Fue uno de los pocos periodistas que se enfrentó en su momento a Eduardo López, un individuo inescrupuloso que fue presidente del club Atlético Newells´Old Boys durante 14 años (1994-2008). Además, tuvo el coraje de denunciar la corrupción de la policía de Santa Fe y fundamentalmente los vínculos de varios de sus jefes con los narcos. Eduardo Toniolli es hijo de desaparecidos y hoy ocupa un asiento en el Concejo Municipal de Rosario y es la autoridad máxima de la Departamental Rosario del justicialismo. Toniolli recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo ensangrentó. Todo fue patético porque mientras en el Monumento a la Bandera se montaba un show partidario muy bien armado, en las adyacencias los gendarmes molían a palos a quienes se manifestaban en contra del presidente de la nación. Como no podía ser de otro modo, la prensa porteña prácticamente no se hizo eco del asunto y la prensa local lo hizo porque no le quedó más remedio.

Lo que aconteció en Rosario debe invitarnos a reflexionar con seriedad sobre lo que está pasando en la Argentina. El 10 de diciembre de 2015 asumió un gobierno conservador, no peronista, defensor de la economía de mercado y de las relaciones carnales con los Estados Unidos. Por primera vez en la historia el pueblo eligió como presidente de la nación al hijo de un poderoso empresario quien hizo su fortuna aprovechando al máximo las ventajas que sacó de su proximidad con el gobernante de turno, ya fuera civil o militar. Mauricio Macri y su padre, Franco, son el símbolo del capitalismo de amigos, de la patria contratista, del capitalismo amoral y explotador. El presidente de la nación siempre se movió al margen de la ética, de la palabra empeñada; de las fuerzas morales inmortalizadas por José Ingenieros, en suma. Prueba de ello lo constituyen sus empresas offshore dadas a conocer por los Panamá Papers. Como el objetivo de esas empresas es el lavado de dinero o la evasión impositiva, quien es dueño de tales empresas es lisa y llanamente un delincuente. La familia Macri está, pues, íntimamente vinculada con el hampa. En caso contrario, no sería dueña de tantas empresas offshore. Quiso el devenir histórico que este personaje, Mauricio Macri, alcanzase el máximo cargo político del país. Pues bien, ahora en la presidencia de la nación Macri nos viene dando lecciones de moral a los argentinos, especialmente desde que estalló el escándalo de López. ¡Un personaje de estas características pretende enseñarle ética y buenas costumbres al pueblo argentino! ¡Un personaje dueño de empresas offshore aplica una política de ajuste que no hace más que condenar a millones de argentinos a la más cruel exclusión social! Pues bien, este personaje estuvo hace unas horas en Rosario adoctrinando a nuestros jóvenes estudiantes de manera solapada y artera. ¡Cómo no indignarse! Sin embargo, la prensa nacional, salvo honrosas excepciones, sólo se interesa por López y por el supuesto autor intelectual del triple crimen, un tal Pérez Corradi. Todas las horas del día repiqueteando sobre el mismo asunto. ¡Y de Macri, nada, absolutamente nada! ¡De la inflación, nada, absolutamente nada! ¡Del desempleo, nada, absolutamente nada! ¡De la inseguridad, nada, absolutamente nada! ¡De los vínculos entre Lázaro Báez y Macri, nada, absolutamente nada!

El objetivo del establishment (no del propio Macri, porque en el fondo no es más que un instrumento) es bien claro: nunca más el país debe volver a experimentar un “populismo” como el kirchnerista. De ahí su obsesión con la fuerza política creada por el matrimonio Kirchner. No basta con que haya sido derrotada en el ballottage. Tampoco es suficiente con que Cristina vaya presa. Lo fundamental es destruir culturalmente al kirchnerismo, pulverizar su ideología. Para ello es vital presentar al modelo K, apoyado en las ideas de desarrollo económico e inclusión social, como una asociación ilícita y al modelo económico como un delito. El objetivo del establishment es presentar a una fuerza política que se atrevió, mínimamente, a sacar los pies del plato, a tocar suavemente algunos intereses muy poderosos, como una banda de delincuentes. Estamos en presencia de una nueva puesta en ejecución, esta vez de una manera mucho más virulenta y contundente, de la “educación presidencial”. Lo que está haciendo el orden conservador es enviar el siguiente mensaje a los futuros y potenciales sucesores de Macri: a partir de ahora sólo es lícito el gobierno que aplica una economía de mercado. Quien se atreva a postular una economía diferente correrá el riesgo de ser tildado de delincuente. El modelo económico kirchnerista es en sí mismo un gran latrocinio, un gran acto delictivo, sentencia. A lo que se apunta es a la creación de un bipartidismo cuyos protagonistas serían una gran fuerza política no peronista y otra gran fuerza peronista pero, por supuesto, no kirchnerista, pero ambas a favor de la ortodoxia económica y del alineamiento con “Occidente”. No es casual que en las últimas horas varios gobernadores y ex gobernadores hayan extendido el certificado de defunción del kirchnerismo, tales los casos de Alperovich, Manzur y Lifschitz. Toda la clase política no kirchnerista, fogoneada por el establishment, coincide en una sola cosa: hay que desterrar para siempre de la Argentina al kirchnerismo.

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