Por Enrique Guillermo Avogadro.-
«Para hacer la guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y más dinero. Hay guerras más baratas, pero se suelen perder». Napoleón Bonaparte
La semana que pasó fue retazo más en el manto de vergüenza que Argentina presenta ante el mundo. El primer episodio se dio cuando el individuo que se autopercibe Presidente manifestó desconocer la existencia de acuerdos entre la Comunidad Europea y el Mercosur, precisamente ante el jefe de la diplomacia comunitaria; demostró tanto la supina ignorancia que nubla el cerebro de Alberto Fernández cuanto la penosa incapacidad del librero Santiago Cafiero, su Canciller, cuyo único mérito es la pertenencia al más que reducido círculo de fieles. Es pavorosa la devastación que el kirchnerismo produjo en uno de los cuerpos más profesionalizados del Estado, el diplomático, y reconstruirlo requerirá de años de esfuerzo; en muchos países, la ideología determina políticas pero en ninguno, como sucede en el nuestro, sacrifica tantos intereses nacionales -que debieran ser permanentes- en el altar de sus imaginarios y transitorios alineamientos.
Por cierto más grave fue el que encarnó nuestro desesperado “pato rengo” visitando, con una enorme e injustificada comitiva, a Luiz Inácio Lula da Silva al minuto de que éste lograra, por escasísimo margen, vencer a Jair Bolsonaro y regresar al Palacio del Planalto, después de haber estado preso por corrupción. Si el devaluado y desprestigiado meme que sienta sus posaderas en el sillón de Rivadavia pretendió con ese gesto acumular fuerzas para su desigual batalla contra Cristina Fernández y pasar la gorra, la pólvora se le mojó cuando una legisladora de la Provincia de Misiones entregó al mandatario electo de Brasil una con el lema “CFK 2023”.
Los videos que documentaron el encuentro no dejan lugar a dudas: el desesperado argentino abrazando y acariciando reiteradamente a un Lula molesto por esas ridículas efusividades. Todo se debió, como siempre sucede aquí, al terrible ombliguismo que afecta a los argentinos; por ello, la dramática elección brasileña del pasado domingo generó, en ambos lados de la grieta criolla, preocupaciones inconducentes o falsas ilusiones.
Desde los bunkers del Instituto Patria y La Cámpora, se leyó la victoria como una reafirmación de la existencia del lawfare en la región, y un renacimiento de aquellas gastadas fotos de la Unasur; la visita del prófugo ecuatoriano Rafael Correa a Cristina y el encuentro de Alberto con Evo Morales fueron en este sentido. Y en la mente febril de Cristina Fernández se abrió camino como la posibilidad de un salvavidas financiero y una nueva y triunfal reencarnación, aún después de las inexorables condenas penales que la esperan en un futuro inmediato.
El primer error es creer que el Lula que asumirá el 1° de enero de 2023 es el mismo que lo hiciera en 2003 y gobernara hasta 2010. Con setenta y siete años y mucha experiencia y prudencia acumuladas, el actual sabe que la época de la soja a US$ 650 la tonelada es cosa del pasado y que, esta vez, no dispondrá de aquellos recursos que permitieron a Fernando Henrique Cardoso y a él mismo sacar de la pobreza a tantos de sus compatriotas.
La falta siquiera de una mención de Lula a Dilma Rousseff, que fuera su sucesora en la Presidencia y a quien el Congreso destituyó por su “contabilidad creativa” (aquí no quedaría en pie ningún mandatario, ya que todos recurren a ella), también debe analizarse por separado. Ex guerrillera y muy ideologizada, su conspicua ausencia permite entrever que tampoco se establecerán alianzas estratégicas con Nicolás Maduro, Gustavo Petro, Luis Arce, Pedro Castillo, Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega o Gabriel Boric, sino que regresará a Itamaraty la tradicional posición geopolítica de Brasil, o sea, relaciones con todos los países en pos de sus intereses comerciales y de desarrollo permanentes.
Es consciente, además, de los límites que tendrá su gestión, marcada por la fuerte presencia conservadora en ambas cámaras legislativas y por las concesiones que deberá hacer al antiguo PSDB, el partido de su Vicepresidente electo, Geraldo Alkmin, y a los bloques parlamentarios del “Centrāo” para lograr algunas mayorías, siempre lábiles. Y aseguro que el respaldo irrestricto y la ayuda económica que el kirchnerismo espera ahora no pasa de ser un mero espejismo voluntarista.
Desde la Argentina, un país que ha hecho trizas sus instituciones y en el que el Congreso ha sido mucho tiempo sólo una suerte de escribanía de brazos enyesados al servicio del Ejecutivo de turno, es muy difícil entender que, en Brasil, aquél se ha convertido en el poder más fuerte de la tríada y en él priman los muchos partidos de centro, que sirven como permanente fiel de la balanza. Y en la medida en que, pese a la Constitución, somos un país profundamente unitario, también es incomparable el verdadero federalismo que goza nuestro vecino; así, un elemento fundamental del análisis es la cantidad y calidad de gobernaciones estaduales que han quedado en manos del bolsonarismo, nada menos que Sāo Paulo entre ellas.
Cristina Fernández, empeñada en generalizar su teoría del lawfare, disfraza la actual situación de Lula ante la Justicia de su país transformándola en un inexistente sobreseimiento definitivo de los cargos de corrupción que llevaron a su encarcelamiento. No es así; el Supremo Tribunal Federal sólo resolvió que los jueces que lo condenaron no eran competentes en razón de la jurisdicción, es decir, que volverá a enfrentar un proceso penal por las mismas acusaciones ante otros magistrados.
Finalmente, un último dato: mientras aquí galgueamos por la falta de dólares, nuestro vecino tiene US$ 350 mil millones en reservas. Y la principal razón es que el Banco Central es independiente del Ejecutivo, y su conducción está altamente profesionalizada. Realidades incomparables.
05/11/2022 a las 5:00 PM
Nada que valga la pena agregar. Sólo un gracias Dr. Avogadro por su exhaustivo análisis político-institucional de ambos países.
05/11/2022 a las 5:12 PM
El poder global necesita desesperadamente desactivar BRICS. Para esto, desempolvó a un Lula enfermo, gagá, una penosa remake del que contradictoriamente, impulsó Brasil a primera plana, y arruinó el proceso con una corrupción irrefrenable. En aquel momento, fue inaceptable para el globalismo, y lo sacaron de circulación por años. Luego, ocupando vacíos, surgió inexplicablemente Bolsonaro, una figura desconocida, intrascendente y potable para el establishment. Al poco tiempo, los medios empezaron a apedrearlo con rótulos de machista, militarista, xenófobo, inculto, rústico, etc. Fue cuando se vio que no alineaba cómodamente con el plan; mostraba desconfianza hacia el imperio, no se enganchaba con las ondas droga libre, transgenderismo, destrucción de valores nacionales, desvalorización de la familia como estructura de contención, y no de represión, etc. Y sobre todo, no compró el relato COVID, ya que Brasil (a pesar de que la prensa nuestra mercenaria no lo reflejó), no adoptó prácticamente medidas restrictivas, y la inoculación se mantuvo voluntaria. En su momento, aunque no trascendió aquí, enfrentó frente a las cámaras al secretario de la OMS, sobre la falacia de la pandemia. Y sobre todo, no sé si protagonizó, o acompañó un proceso de crecimiento y consolidación de Brasil, que realmente lo confirma en el primer plano mundial (comparemos con lo que nos pasó acá). No es una maravilla, ni un iluminado, pero creo que Bolsonaro sería un gobernante que favorecería una política sudamericana equilibrada. Y lo digo, porque gran parte de la prensa extranjera afirma que el ejército está realizando un escrutinio físico, el que finalmente arrojará el resultado real, que indicará si Jair se va o se queda. Acá, toda la prensa, tanto K como PRO-radical, pujan descaradamente por el espectro de Lula (veamos a quiénes responden, y nos explicamos el porqué).
05/11/2022 a las 7:44 PM
Bien como siempre el Sr. Avogadro. Ni una palabra de más ni de menos.