Por Carlos Tórtora.-

Hasta ahora el PRO había mostrado un solo emergente de una crisis interna, como fue la rebelión de Gabriela Michetti, que no aceptó dar un paso al costado en su disputa por la jefatura de gobierno porteño contra Horacio Rodríguez Larreta. Aquella fue una crisis puntual. Ésta, la actual, en cambio, es más generalizada y afecta a casi todo el gobierno.

Para empezar, Macri y su equipo están frustrados por una reactivación que no llega y un consumo que baja, con el agregado de que la era Trump presenta perfiles dificultosos para la política financiera central del gobierno: el endeudamiento externo. Pero gravita en el ánimo oficial que la canciller Susana Malcorra lo haya embarcado entusiastamente a Macri en la campaña electoral de Hillary Clinton, lo que lo dejó descolocado desde el día 0 con el ganador de la elección. ¿Por qué se equivocó tan groseramente la cancillería argentina? Las culpas van y vienen en el gobierno y no faltan quienes dicen que falló la información y la inteligencia, o sea que la AFI no previó con precisión que era difícil que Trump perdiera. Como suele ocurrir en las malas rachas, los tropiezos de Macri en Washington están en sintonía con la creciente pérdida de la capacidad de controlar la situación legislativa, que se vio en el fracaso de la reforma electoral, el papelón del aumentazo de las dietas de los diputados, etc.

Todo esto mientras en el gabinete se hacen listas de ministros prescindibles y hay muchos partiendo de una veintena.

Aunque no tan agitado como podría estar, el clima social también mostró que la CGT más los piqueteros muestran un nivel de protesta convincente. En síntesis, el gobierno está a la defensiva ante un peronismo virtualmente disperso, lo que implica que el macrismo no está siendo derrotado sino derrotándose a sí mismo. Tanto Emilio Monzó como Elisa Carrió y Ernesto Sanz, por su lado, hacen blanco en la necesidad de que Marcos Peña le ceda la Jefatura de Gabinete a un político de fuste. Pero Peña y Durán Barba también en realidad son esenciales a Macri; son su núcleo duro de pensamiento. Correr a esta gente del primer plano es una decisión muy difícil. Pero lo que está en discusión en el fondo es si el PRO se abrirá o no a compartir fracciones de poder con la UCR, con el PJ o con ambos. La alianza de gobernabilidad con Sergio Massa fue toda experiencia -exitosa en Buenos Aires- pero de final incierto. Nadie puede asegurar que si las encuestas ayudan, la CGT convoca y el peronismo quiere escapar del túnel de tiempo de CFK, Massa no termine subiéndose al carro de la senaduría nacional colocando a CAMBIEMOS en una encerrona, ya que sus candidatos de laboratorio, como Esteban Bullrich, dependen por entero de que Vidal le transfiera sus votos.

El mismo Monzó es un enigma y hay quienes dicen que está cada vez más cerca del tigrense. En términos comerciales, el PRO está usando la billetera para fidelizar los sectores del peronismo bonaerense disponibles. Pero ¿es consistente esta fidelización? Los intendentes del PJ, privados de sus cajas negras por las denuncias judiciales sobre corrupción que se multiplican, necesitan fondos frescos y los toman de la gobernación. Pero ¿es éste un acuerdo político sustentable? Néstor Kirchner disciplinaba efectivamente con la chequera pero conservando una importante capacidad de castigo por las dudas. Macri no cuenta con esto, ni tampoco la justicia le es adicta en ningún nivel parecido al del kirchnerismo. Los políticos del gobierno, como el Ministro del Interior Rogelio Frigerio, confiesan que en este empantanamiento no puede continuar.

Por sus características, Macri no es un líder político operativo sino un funcionario al que le gusta delegar la política y hasta ahora lo ha hecho con muchas falencias. Tantas que hoy su creatura, María Eugenia Vidal, afirma que ella liderará la campaña electoral en Buenos Aires. O sea que Macri no sería el protagonista ni el ganador -o el perdedor- según venga el resultado.

Durante el primer semestre y entusiasmado por el rating del mani pulite, el gobierno llegó a la conclusión de que lo mejor era dejarla en carrera electoral a CFK para contar con un rival débil y perdidoso. Hoy esta estrategia está superada por los hechos. Los gobernadores y los intendentes juegan cada vez más por la suya y el cristinismo se va consumiendo.

Sólo un veranito económico importante disuadiría al peronismo de alinearse mayoritariamente y sin dobles juegos con el oficialismo. En tanto esto no ocurra, hay margen para cualquier juego.

En el juego de las opciones, si el PRO se peroniza en Buenos Aires, terminará chocando con sus aliados de la UCR y el ARI. Si, en cambio, opta por éstos, se arriesga a que la superioridad electoral peronista encuentre su cauce.

Por este laberinto circula Macri, que se imaginó conduciendo un gobierno de tecnócratas en un escenario financiero internacional complaciente y se encuentra ahora con que necesita políticos de batalla y tiene que enfrentar un mundo lleno de sorpresas.

Peña y Durán Barba, sus preferidos, apostaron todo a la formación de un bloque de votantes apolíticos, jóvenes, independientes y alejados del peronismo y la UCR. Pero el ajuste golpeó justamente a estos sectores y ahora muchos se sienten defraudados. El PRO no llegó a cambiar el modelo populista heredado de CFK, pero se quedó a mitad de camino blanqueando ajustes que alejan a la clase media del consumo y del oficialismo. Así es que los piqueteros tienen hoy más motivos para estar contentos con Macri que sus propios votantes.

Un mundo para hombres fuertes

Curiosamente, el PRO no llegó al año de gobierno pero ya se enfrenta a que el mundo que creía navegar está mutando en otro. Trump irrumpe en la escena con poco respeto por los bloques y los tratados. Su desprecio por la OTAN y la UE se nota a simple vista, tanto como su respeto por el poder de Vladimir Putin. En el Pacífico, no comulga con la multiplicación de los tratados de libre comercio y los chinos celebran esto como un camino para un diálogo más directo.

Parece entonces que Trump cree en un mundo donde mandan los hombres fuertes más que los acuerdos internacionales. La Alianza del Pacífico, un escape para Macri, puede estar entre las que se salven. América Latina seguirá siendo de baja prioridad para Washington. Pero la diferencia con la administración de Obama estará en la palabra compromiso. Los futuros zares del Pentágono, la CIA y las distintas agencias pretenderían aliados regionales que aporten algo más que declaraciones diplomáticas y esperan esto de Colombia y Perú. La Casa Rosada está vista con escasa confianza como un gobierno de bajo compromiso, que prefiere evitar cualquier confrontación con Venezuela, Cuba, Irán y ni que hablar con el Vaticano. Este perfil light del PRO, que calzó bien con el discurso aggiornado de Berkley que usa Obama, parece volverse ahora en contra.

Como en aquellos tiempos ya lejanos de Carlos Menem, la nueva administración republicana podría no conformarse con que hagamos declaraciones contra ISIS y en cambio pedirnos que mandemos una fragata en señal de compromiso. ¿Estaría el macrismo a la altura de estas decisiones?

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