Por Carlos Tórtora.-

El envío al Congreso del proyecto de ley sobre aborto legal constituye la más formidable maniobra de distracción de que dispone el gobierno. La necesidad de tender una cortina de humo sobre el fuerte ajuste que puso en marcha Martín Guzmán convenció al presidente para que jugara su carta más fuerte. De paso -y no es un dato menor- la sanción del aborto legal le permitiría al oficialismo fidelizar al electorado de izquierda, alarmado por las consecuencias del ajuste en marcha.

La pregunta que se impone es qué posibilidades existen de que se repita lo ocurrido dos años atrás en el Congreso. Esto es, una media sanción muy ajustada de número en Diputados y una derrota en el Senado. Los analistas parlamentarios sostienen que, por cinco o seis votos, habría una mayoría abortista en Diputados. Y la gran duda entonces es el Senado, donde Cristina Kirchner se enfrenta al problema de que el bloque del Frente de Todos se encuentra seriamente dividido y su presidente, el formoseño José Mayans, milita en el antiabortismo.

Ella se juega

La novedad en el Senado es que Cristina Kirchner se jugará aquí toda su cuota de influencia luego de que en agosto del 2018 cambiara su postura y votara a favor de la despenalización. Si se llegara a un final donde se repita la votación anterior, saldría la vicepresidenta especialmente golpeada por no haber podido controlar el resultado. Para sesionar, el Senado exige contar con 37 votos y ni los celestes ni los verdes cuentan hoy con ese número.

Suspicacias no son las que faltan y hay quienes calculan que una derrota de CFK en la votación del aborto fortalecería el poder presidencial y disiparía el clima creado en torno a la influencia ineludible de ella en la decisión de los asuntos de gobierno.

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