Por Luis Tonelli.-

No se puede decir que la situación que atraviesa Sergio Massa sea una “crónica de una muerte anunciada”. La cuestión es un tanto peor para él. Podría titularse, en cambio, como la “crónica de una agonía garantizada”. Massa no puede renunciar a la candidatura presidencial, porque abdicar en la Argentina siempre es peor que perder (siendo el caso por excelencia el del renunciamiento “ahistórico” -por lo increíble- de Chacho Álvarez).

Massa tampoco puede bajar a la provincia de Buenos Aires, como candidato a gobernador, porque ninguno de los presidenciables lo convocaría para ello, incluso siendo él que más mide. La experiencia electoral en el distrito bonaerense índica que los candidatos a gobernador no traccionan votos para la candidatura presidencial sino al revés. Y en estas elecciones, en la larga lista sábana bonaerense, la opción para gobernador figura después de nombres para presidente y vicepresidente, las candidaturas para ese invento llamado Parlasur -cuyo nombre lo dice todo-, la larga lista de candidatos a diputados, y allí recién las candidaturas a gobernador y vicegobernador. ¿Para qué compartir poder sin mayor aporte de votos?

Por otra parte, está la gran cuestión que Massa no atendió ni entendió: que los votos que tenía eran “votos estratégicos” (o votos útiles, como los bautizó aviesamente el periodismo puro). O sea, votantes que buscaban una opción que le ganará a la que más odiaban. Massa así fue en el 2013 un “meeting point” -esos puntos de encuentros en los aeropuertos que consisten simplemente en un cartel que dice meeting point– para parar el proyecto reeleccionario cristinista.

Nadie vive en un meeting point, si no que en todo caso, concurrirá a él en otro aeropuerto y en otras circunstancias. Massa siguió actuando como si lo que había sucedido en el 2009 era un mandato para jubilar a toda la “clase política” en el 2015. No se dio cuenta que la G.E.N.T.E. quería en realidad pasarla lo mejor posible dentro de las complejidades del diario acontecer. No volver a vivir una contra-épica a la empalagosa épica cristinista. En vez de asumir su posición intermedia entre el oficialismo y la oposición gorila, Massa se creyó por encima de esa división, considerándose lo nuevo. Tan nuevo, que podía juntarse con cualquier prontuariado de la política y convertirlo en vino bueno, como Cristo lo hizo con agua en Canaan.

Craso error. Cuando la oposición no peronista comenzó a mostrar músculo y por el otro lado, no se dio el Apocalipsis que los gurúes de la economía anunciaban, Scioli y Macri comenzaron a erosionar a Massa; y el voto estratégico puede solo mantenerse aumentando. Si se produce un mínimo descenso (una curva jota, como se dice) entonces se producirá el fenómeno puerta 12: todos se matan para salir lo antes posible. Y los primeros, son los que tienen mejor información. O sea, los políticos, para los que hoy borocotizarse no tiene el costo que pagó en su momento ese insigne pediatra deportivo.

Súmese a todo esto que el “Círculo Rojo”, queriendo asegurar el triunfo de la oposición, en realidad lo ha comprometido. El análisis, completamente equivocado fue: Macri a la nación, Massa a la provincia. Con esto se suman sus votos y se le gana al oficialismo en primera vuelta. En realidad, operando esto le hicieron dumping a Massa destruyendo su supermercado que comenzó a quedar con las góndolas cada vez más vacías, hasta quedar en la horrible situación defensiva de desmentir su renuncia, que en lo concreto tiene el mismo efecto que renunciar. Eliminado una opción intermedia, que podía capturar el voto opositor no gorila, entonces ha cimentado el éxodo de esos votantes hacia aquellos que prefieren una opción peronista aunque de continuidad frente a una opción gorila.

A Massa entonces sólo le queda jugar las cartas que tiene (dícese los pocos centésimos que le quedan) para poder integrar ese conjunto privilegiado formado por “los que habiendo perdido siguieron en carrera” -cuyo exponente máximo ha sido precisamente uno de sus competidores actuales, Mauricio Macri, quien pudo presentar su derrota frente a Aníbal Ibarra como una instancia de aprendizaje político.

Si no, pese a su juventud, puede pasar a pertenecer a ese grupo de Ángeles Caídos. Esas promesas -tales como José Octavio Bordón y Ricardo López Murphy que parecía que se dirigían inevitablemente a la Presidencia por lo que decían las encuestas y que, por motivos diversos, terminaron sin nada -incluso sin ningún futuro político-. Salvo el de ser -como solía presentarse Al Gore en sus charlas bien pagadas – “ese que solía ser el futuro Presidente”. Y no serlo más. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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