Por Carlos Tórtora.-

Los hechos, que como siempre mandan, hacen que el macrismo deba actuar con parámetros totalmente distintos a los que tenía previstos. En efecto, el master plan del oficialismo pasaba por el eje de una fuerte reactivación económica y alza del consumo en este último trimestre, lo que se derramaría automáticamente en un afianzamiento del caudal de votos de Cambiemos en los grandes distritos que eligen el año que bien la mayor parte de los legisladores. Sin embargo, el milagro económico se hace esperar y la prosperidad de algunas zonas rurales del sur de Córdoba, Buenos Aires y en menor medida Santa Fe contrasta con el agobio en los grandes centros urbanos. La reacción instintiva del gobierno ante un electorado malhumorado fue consagrarse a la captación del voto peronista a través sobre todo de la cooptación de los barones del conurbano, debilitando así de paso a su aliado Sergio Massa. Como frutilla del plan, está el mantener viva y coleando a la figura de CFK, de modo de que la dirigencia peronista, confundida y dispersa, no pueda despegarse de la carga de los doce años de atropellos K.

Pero este movimiento -intenso en las últimas semanas- hizo que se instalara sólidamente la impresión de que el gobierno había negociado con unos cuantos jueces federales administrar sin urgencia las causas principales que golpean a la ex presidente y a Julio de Vido, que pasó de un perfil mediático judicial altísimo a otro cada vez más bajo. La popularización del pacto Macri-CFK molesta a la imagen purista de nueva política que quiere preservar el PRO. Entonces, esta semana Macri se ocupó de reclamar públicamente por la activación de las causas y aparecieron nuevas imputaciones sobre los vínculos entre CFK y Lázaro Báez.

La gran ventaja del macrismo es que nadie lo corre por centro-derecha, con la excepción de Elisa Carrió, y que los votantes independientes no tienen a donde ir. El PRO no disputa con nadie esa franja del electorado y se puede dar entonces ciertos lujos, como anular cualquier actividad política en la Capital con el planteo de la “gestión Larreta es pura administración”. Sólo Martín Lousteau podría causarle un serio disgusto al oficialismo, que está dispuesto a darle la primera diputación nacional si no se corta solo.

La duda interna

En el principal frente de batalla político, Buenos Aires, María Eugenia Vidal hace preparativos para un cambio amplio del gabinete, que incluiría la creación de dos nuevos ministerios. Con bastante realismo, algunos analistas empiezan a comparar el fenómeno mediático de Vidal con el de su antecesor Daniel Scioli. En otras palabras, que la gestión de aquella no muestra éxitos importantes en ningún campo y, por ejemplo, la inseguridad no cedió en lo más mínimo, pero la gente masivamente optó por justificar a Vidal victimizándola, como antes lo hiciera con el ex motonauta. Éste era visto como un perseguido por el extremismo de los Kirchner y ella se esfuerza por mostrarse como victima de “las mafias”, una entidad abstracta, tan abstracta como la supuesta guerra que se está librando contra un narcotráfico cuyos jefes no tienen nombre, no se conocen grandes enfrentamientos armados y nadie explica cómo funciona el plan represivo. En esta banalización del principal problema del conurbano, entra también el corsi recorsi de la militarización de la seguridad, solución que invariablemente se plantea en todos los gobiernos para naufragar sistemáticamente y siempre por el mismo motivo: al margen de las limitaciones legales difíciles de remover sin agitar los fantasmas de la dictadura, las Fuerzas Armadas no están preparadas para la tarea policial y se resisten a contaminarse con el barro de la lucha contra el delito.

Así las cosas, el macrismo reproduce el mismo ciclo que el kirchnerismo, que consiste en primero plantear grandes reformas estructurales de la policía y la justicia, para luego pasar a interminables purgas policiales y continuar con la irrupción de los gendarmes, amenazando con traer también al Ejército.

Se trata de un círculo vicioso bastante gastado: el Secretario de Seguridad de CFK, Sergio Berni, tapizó de gendarmes el conurbano y desmanteló la seguridad de las fronteras más críticas, que es por donde penetra a diario el narcotráfico, el tráfico de armas, la trata de personas y otros delitos centrales.

En este clima de fracaso están atrapados Patricia Bullrich, Cristian Ritondo y Gustavo Ferrari, el ministro de justicia bonaerense.

Macri aparece totalmente despistado en un tema que no le agrada en lo más mínimo. Pero la escasez de resultados económicos y el bache de la inseguridad le hacen ver la necesidad de otro cambio político. El de dejar de hacer trascender que él no buscará la reelección en el 2019. Esta forma de mostrarse desprendido tiene doble filo, porque también lo muestra como un presidente apenas de transición. Así es que va apareciendo el sello que siempre distinguió a nuestro sistema hiperpresidencial: el personalismo. Si en Buenos Aires la primera candidata a senadora nacional fuera la primera dama Juliana Awada, secundada por el primo del presidente Jorge Macri, estaríamos entrando en el pleno nepotismo. Tal vez un recurso necesario no sólo para mostrarse fuerte sino para frenar la carrera presidencial de Vidal que, una vez más, igual que Scioli con CFK, intenta ser la heredera natural de un PRO, donde no crecen grandes figuras.

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