Por Carlos Leyba.-

Finalmente, y seguramente por la preparatoria espiritual previa al encuentro de conciliación con Francisco, Mauricio Macri se desdijo de la descalificación de “libre pensador” que le impuso a Alfonso Prat Gay, y le ha dado la razón: para poder dominar a la vez la tasa de inflación y sacar a la economía de la recesión, es imprescindible al menos intentar un acuerdo económico y social con los representantes de los intereses sectoriales del mundo del trabajo y del empresariado.

Es una condición necesaria ya que no suficiente. La cuestión es qué se acuerda y cómo se conduce y se reconviene. Nada es lineal e inmodificable. No hay acuerdo sino se instala como sistema de control y revisión de decisiones. Al menos eso es lo que debería ser y a su vez es lo que lo hace útil y posible. Sin esa mecánica de sistema se trata de una foto.

El gobierno hasta ahora, antes de esta convocatoria formal que ya está en marcha, ha estado encerrado en los límites de su propia comprensión de la política. Por eso este paso a regañadientes de Mauricio, tal vez a instancias de Francisco que le ofrece su predicamento para que reconstituya rumbos, posiblemente sea el paso mas avanzado de su gobierno.

Posiblemente implique el desplazamiento del marketing del vendedor de humo J. Durán Barba y su reemplazo por las ideas y voluntad de personas edificantes.

De tanto insistir en la supuesta originalidad de su nueva manera de hacer política (timbreo, conexión digital, relación con cada uno de los ciudadanos tomados de a uno) el gobierno ha ido produciendo su propio aislamiento, es decir, la ruptura del continente político por donde se puede transitar pisando firme. No se hace continente en la política sólo hablando y sin intercambio.

La consecuencia del aislamiento real, diálogo sin intercambio, es la erección forzada de un archipiélago en el que la conexión entre las islas en las que se convierten todos los actores es azarosa. Los gobiernos construyen también su oposición. ¿La dispersión como estrategia es una visión de Estado o una mezquina estrategia electoral?

Volvamos, lo que está detrás del aislamiento propio y provocado, es en definitiva la consecuencia de la negación de lo colectivo -tal vez no sean plenamente conscientes de ello los hombres del PRO- y remite a aquella espantosa afirmación de Margaret Thatcher “no hay tal cosa como la sociedad, solo hay individuos”.

Como sabemos, la negación de lo colectivo, es la esencia del neoliberalismo como cultura política y económica negadora del Bien Común. Para el neoliberalismo ese Bien no existe ya que no existe lo Común.

No vamos a reiterar las consecuencias que esa visión del mundo ha tenido en materia de decadencia económica y social y no sólo en estas pampas.

Sólo afirmaremos que, en última instancia, esa “nueva política” entendida como la relación del gobierno con los individuos tomados de a uno, es la negación de la política. ¿Qué política?

El politólogo Elías Díaz lo sintetizaba afirmando que la política, o lo que es lo mismo, el ejercicio de la democracia no debe, no puede ser otra cosa que “argumentar y pactar” (El País, 9/10/2016). Argumentar implica expresión y fundamentos de los objetivos y propuesta de instrumentos para alcanzarlos, considerando claramente los costos implicados. La idea misma de argumentar reclama, mediante la escucha y la respuesta, la iluminación de otras visiones respecto de esos objetivos y por cierto la discusión de los instrumentos, que siempre son múltiples, y de los costos que siempre son distintos en el tiempo y en el espacio. La argumentación y el respeto a la contra argumentación, implican la posibilidad de pactar.

El pacto es consenso, es decir, poner en común el sentido de las cosas y concertar, hacer ciertas para todos las cosas pactadas.

Argumentar y pactar es la esencia de la política y supone que no es una cuestión entre individuos sino que hay algo común, colectivo, para todos. Y esa visión implica que quienes argumentan y pactan, ceden, conceden y reciben. No hay pacto sin intercambio y no hay intercambio sin argumento.

El gobierno, el oficialismo, hasta aquí ha estado falto de argumentos. Más allá de las generalidades con las que nadie puede disentir -combatir la pobreza, el narcotráfico y la unidad nacional- el gobierno no ha argumentado (objetivos, instrumentos, costos) su programa. Posiblemente no lo tenga.

Pero no es menos cierto que los sectores opositores con algún peso tampoco lo tienen. Y diría que lo tienen aún menos. El PRO repite el inventario de obviedades que componen lo “económicamente correcto”: el mundo, productividad, inversiones, confianza, tecnología, federalismo, etc. Y promete un Plan Productivo que aún está siendo cocinado y que por lo que ha trascendido es un plan a la defensiva.

Pero por ahora el Plan Productivo, que sería parte del argumento tan querido, es un desconocido aunque todo señala la amenaza de la insuficiencia.

Si consideramos las expresiones que se reputan a sí mismos peronistas y que sumadas o tomadas de a una son “la oposición” lo que los divide no es la combinación de distintos objetivos, instrumentos y costos. Es decir “argumentos”. No.

Lo que los divide esencialmente es el pasado. Las tribus se dividen en los que solo participaron con Carlos Menem, los que se subieron a la Alianza y derraparon con ella; los que transitaron con Néstor Kirchner y aquellos que siguieron hasta los últimos días de Cristina y que luego se bifurcan en los que la siguen y los que quisieran que “ella” no siga. No revelan argumentos, en el sentido aquí expresado, que los dividan porque no los expresan. Si es que los tienen.

Hoy la Argentina no es un país pensado en el que se contraponen argumentos de futuros. No.

Hoy sólo tenemos un país relatado. Por un lado el país del ridículo relato kirchnerista del jardín de las delicias del que nos habría expulsado en diez meses Mauricio Macri. Un jardín que nunca existió como lo revelan, no sólo los destellos de la corrupción y el despilfarro, sino la pobreza y al mismo tiempo la pérdida de capital en toda la dimensión de esa expresión. Dos fenómenos a la vez que describen una contradicción inexplicable.

Y por el otro lado está el relato de la herencia recibida, relato que a medida que pasan los meses y nada cambia, se convierte en una “prueba de que hemos sido expulsados del Jardín”.

Pues bien, si se cumple el decreto que instala el acuerdo económico y social, tendremos la oportunidad de exponer argumentos y generar pactos. Si esto ocurre estaríamos avanzando enormemente en el proceso de maduración democrática. El acuerdo, la concertación que implica, supone que no sólo las voces poderosas, electoral y mediáticamente, argumentan y pactan sino que se abre un espacio para que las voces débiles puedan escucharse, argumentar y pactar en proximidad.

La obstinación por el pasado, que la podemos observar en la producción intelectual de los últimos tiempos concentrada en el pasado y en particular en los 70, ha ido cancelando la preocupación por el futuro. Y la política, al desertar del argumento, no se ha considerado a si misma como una avanzada de exploración de los futuros posibles. La posibilidad institucional del acuerdo invita a esa exploración para ser parte del pacto.

¿Por qué este gobierno no lo hizo antes? ¿Por qué fueron necesarios diez meses de inflación y recesión y la ausencia de inversiones para despertar la lógica más elemental de la política? No es imputable al PRO. Desde Raúl Alfonsín la Argentina se ha negado al acuerdo, porque se ha negado al argumento y al pacto.

Se cree que los sistemas informativos más precisos surgen de las estadísticas -que refieren el pasado- o de las encuestas que resumen interpretaciones y que no relatan hechos.

En realidad los sistemas informativos deben complementarse con las observaciones de los que transitan el terreno.

Los dirigentes sindicales tienen antenas repartidas en todo el sistema: lo que los sostiene en el poder es una capacidad de escucha y por cierto la capacidad de tramitar respuestas. Y de la misma manera eso ocurre en la representación empresaria. Claro que en esta simplificación de la representación de los sectores ocurre la paradoja que mientras el poder de la representación sindical esta directamente asociada al número de los representados, en el mundo empresario el poder de los que representan pocas empresas gigantes es muy superior al de los representantes del numeroso mundo de la pequeña y mediana empresa. El acuerdo neutraliza el lobby.

La disposición al acuerdo que ahora manifiesta el gobierno es el triunfo de la sensatez y es un paso adelante.

Francisco, predicador de la cultura del encuentro, lo va a celebrar cuando se encuentre con Macri en la Santa Sede.

Y es justo decir que la última mesa de concertación con nombre de tal se realizó en el tercer gobierno de Perón. Es decir hace 40 años. Aquella experiencia, desconocida más que nadie por los propios peronistas, fue producto de una larga maduración iniciada desde la política con La Hora del Pueblo por Ricardo Balbín. Fue bombardeada por los neoliberales de Álvaro Alzogaray y las organizaciones guerrilleras que nunca abandonaron la ideología de “cuanto peor mejor”. A partir de ahí Juan Perón condujo el proceso que culminó en las Coincidencias Programáticas de los partidos y las organizaciones obreras y empresarias que fue la base de la legislación sancionada por unanimidad y del Plan Trienal de 1973. El Acta de Compromiso, conocida como Pacto Social, firmada en la primer semana del nuevo gobierno sentó las bases de la política de ingresos destinada a enfrentar la recesión y el desempleo con que terminó el gobierno de la dictadura y una tasa de inflación del 80 por ciento anual. Un caso extremo de estanflación que fue doblegada entonces gracias al acuerdo tripartito. El FMI, Roberto Aleman o Marcelo Diamand, destacaron entonces el método y los resultados. Funcionó como todos los acuerdos económicos sociales previos en Europa o como el tan celebrado Pacto de la Moncloa.

Hay desconocimiento que en estanflación la receta ortodoxa profundiza la recesión y la keynesiana profundiza la inflación. Las dos a la vez, son contradictorias y revelan la confusión que produce no tener un ministro y apelar a un sistema de coordinación que por definición es tardío.

Van diez meses y la inflación baja poco y la recesión continua. Por eso es muy bueno haber aceptado la mesa de concertación que es un método necesario. Lo que aporta la suficiencia es la calidad de los argumentos y la solidez del pacto. Francisco se lo va a aclarar.

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