Por Jorge Raventos.-

En un año exacto, cuando se consume la elección de medio término, el país dará un juicio sobre la marcha del gobierno y tendrá la oportunidad de modificar el balance de fuerzas que hoy presenta el Congreso. El oficialismo teme que una derrota sea el principio del fin de la experiencia de poder que inició diez meses atrás y, a la inversa, estima que un respaldo de la ciudadanía podría no sólo aliviar su relativa debilidad en las Cámaras, sino también ayudarlo a aplicar más decididamente su programa de ajuste y reformas, hoy instrumentado con un gradualismo cuya paternidad se disputan la sensatez, la necesidad y el cálculo político.

Con las urnas del año próximo como marco, el gobierno apuesta muchas fichas a que el peronismo (particularmente en la provincia de Buenos Aires) llegue a la prueba electoral en el estado de deliberación y fraccionamiento que hoy exhibe y, en lo posible, partido en varias candidaturas. Cuenta para ello con la colaboración espontánea de la señora de Kirchner y su aspiración protagónica: si bien ella mantiene un núcleo denso y activo de seguidores, su bajísima calificación en el conjunto de la opinión pública espanta a la mayoría de los cuadros peronistas, desde gobernadores e intendentes a dirigentes gremiales, que buscan cabezas de lista alternativas a las promovidas por el estado mayor de Calafate.

Así, circula obstinadamente el nombre de Florencio Randazzo, adornado por el mérito de su postrera desobediencia a Cristina de Kirchner cuando, despechado porque se lo desplazaba de la interna por la postulación presidencial, se negó a competir por la candidatura a gobernador bonaerense. Randazzo es cortejado por algunas líneas de intendentes peronistas poskirchneristas de la provincia, que también cultivan la amistad de Julián Domínguez, frustrado precandidato a la gobernación, cuya derrota ante Aníbal Fernández en la interna del PJ facilitó la victoria de María Eugenia Vidal en octubre y, si se quiere, la de Mauricio Macri en el ballotage.

Se da por sentado que Sergio Massa canalizará una porción importante del electorado peronista desde una boleta propia (la del Frente Renovador o la de una coalición electoral de la que también participe la corriente progresista que expresa Margarita Stolbizer).

Si esos pronósticos se cumplieran, el voto peronista bonaerense, que representa más del 40 por ciento del voto de ese signo en el país, se dispersaría en tres (algunos sueñan que hasta en cuatro) vertientes, contribuyendo de ese modo a facilitar las cosas al gobierno.

Conviene, de todos modos, no proyectar mecánicamente al futuro todo lo que se observa en el presente. La política puede ser, parafraseando a un célebre periodista deportivo, “la dialéctica de lo impensado”. No necesariamente los peronistas se presentarán tan fragmentados como hoy puede presumirse.

Por otra parte, el oficialismo, además de especular con las divisiones ajenas, debería esforzarse por cerrar las grietas propias. Esta semana volvieron a manifestarse señales de desentendimiento en Cambiemos. La más notable fue la negativa de Elisa Carrió a apoyar un proyecto (avalado por el Ejecutivo y largamente negociado por las autoridades legislativas de Cambiemos con el Frente Renovador de Sergio Massa y con el bloque justicialista que orienta Diego Bossio) destinado a reformar el Ministerio Público y, por esa vía, poner límite a la gestión de quien esté a cargo de la Procuración (actualmente, la kirchnerista Alejandra Gils Carbó).

No es la primera disidencia fuerte de Carrió (y seguramente no será la última). Esta tuvo consecuencias ampliadas: obligó al oficialismo a dar marcha atrás en ese proyecto, desairó a sus autoridades legislativas y daño acuerdos con aliados parlamentarios; estos, a su vez, pagaron con la misma moneda e hicieron fracasar otra propuesta de interés del Poder Ejecutivo: un marco legal de participación público-privada en la inversión pública. Vale señalar que el proyecto fue también públicamente cuestionado en aspectos centrales por figuras relevantes de la UCR, como Ricardo Alfonsín. En general, los radicales, la mayor estructura territorial de Cambiemos, no terminan de encontrar un lugar cómodo en la coalición.

Ayer Cambiemos presentó en sociedad una mesa de coordinación que procurará limar las divergencias, disidencias y desconfianzas. Es un paso. La fragmentación puede ser una epidemia. Una política de acuerdos -esencial para la gobernabilidad- necesita confianza e interlocutores representativos. Necesita apostar a la unión, no al divisionismo.

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