Por Carlos Tórtora.-

Aparte del bloque de Senadores Nacionales, que es su enclave institucional más importante, el peronismo cuenta con dos estamentos que representan su poder territorial: los gobernadores y los intendentes, sobre todo los del conurbano que, por la dimensión de sus municipios y de sus presupuestos superan a no pocas provincias y La Matanza sola cuenta con un padrón electoral similar al de Mendoza.

Ahora bien, para garantizarse que CFK no le gane a Esteban Bullrich el próximo 22 de octubre, hecho que, de producirse, golpearía el proyecto reeleccionista de Mauricio Macri, el oficialismo aumentó la presión en estos dos estamentos. La Liga de Gobernadores, cuando empezaba a desplegar sus alas, se encontró con que la Corte Suprema de Justicia receptaba el reclamo de María Eugenia Vidal sobre el Fondo de Reparación Histórica del conurbano y que sus provincias podrían llegar a perder varios puntos de coparticipación. Esta formidable herramienta disciplinadora es más que suficiente como para que los mandatarios del PJ eludan cualquier acción política que le reste votos al gobierno.

El caso de los intendentes es más directo. El apoyo de la mayor parte de los barones del conurbano a CFK irritó a Mauricio Macri y movilizó a Vidal para que los presionara por vía de la persuasión -más obras públicas con financiación nacional- o la disuasión, es decir, amenazas de recortes de fondos.

Poco confiados de que la ex presidente pueda volver a ganarle al oficialismo, la mayor parte de los intendentes habrían optado ahora por una maniobra ecléctica. Esto es, repartir masivamente las boletas cortadas. Entonces, en las zonas donde se impuso Bullrich, harían repartir la boleta de éste junto con las listas locales y allí donde CFK fue mayoría, a la inversa. Un modo de asegurarse mantener la mayoría en los respectivos consejos deliberantes y de hacerle un guiño a la Casa Rosada. En cuanto a Cristina, si no le gusta -y obviamente no le gusta- ya no tiene capacidad de sancionar a sus seguidores infieles y debe tragarse el sapo como pueda.

Sergio Massa, por su parte, en un comprensible descenso, tendría como meta razonable no bajar de los dos dígitos. Con 10 puntos como mínimo, podría entrar en carrera para la gobernación, aunque la reelección de Vidal parece harto probable.

La otra forma de hacer política

Hasta aquí la racionalidad de la política clásica. Pero el caso Maldonado -por casualidad o todo lo contrario- reintrodujo en escena otro factor propio de la política nacional, la crisis y la perspectiva del conflicto violento. La cuestión tiene dos caras: la desaparición de Maldonado en sí y la resistencia Mapuche. No hace falta decir que un par de tribus no pueden ni siquiera compararse con la guerrilla setentista. Pero también es cierto que este Estado Nacional, a la inversa del que existía entonces, carece de Fuerzas Armadas en aptitud de apoyar a la seguridad interior. Además la Gendarmería, la Policía Federal y la AFI funcionan al compás de internas que a veces las neutralizan y basta un hecho como el asesinato del Fiscal Alberto Nisman para que todo el sistema haya entrado en crisis, incluyendo a fiscales y jueces. Con Maldonado el camino es semejante: la mala situación de la Gendarmería es festejada por sus competidoras y el gobierno demostró, una vez más, que no está preparado para las crisis de seguridad. Pasó del planteo casi militarista de Bullrich -la Gendarmería es una fuerza militarizada- a posturas mucho más blandas y en definitiva no adoptó ninguna.

Lo importante, en términos políticos, es que Maldonado reactivó al amplio abanico de grupos de izquierda que sustentaron la aventura K conservando una fingida independencia de Néstor y Cristina. Este espectro incluye a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la mayor parte de los grupos piqueteros, algunos sindicatos combativos, muchas organizaciones universitarias y también aparatos indigienistas como la Tupac Amaru. Todos ellos se referenciaron en el poder de La Cámpora, que les garantizaba el apoyo de la ex presidente. Después de la derrota del Frente para la Victoria en las presidenciales del 2015, estos grupos que representan el factor de crisis del sistema apostaron a un estruendoso fracaso de la política económica de Macri que en el 2019 provocaría un retorno al poder del neochavismo de la mano de CFK o de quien ella ungiera su heredero.

Pero este plan no se está reflejando en la realidad. A menos que detone la economía, el macrismo se va asentando en muchas provincias y construyendo una estructura que le permitiría a Macri ganar la reelección ante un peronismo que dejaría pasar el turno por carecer de un candidato ganador y de una Cristina que, ante la frialdad de gobernadores e intendentes, caería derrotada sin atenuantes.

De ser así, la Liga de Gobernadores podría entonces sí despacharse al cristinismo y construir un nuevo proyecto con vistas a desplazar al macrismo. En este viraje, el PJ se desprendería entonces de sus compañeros de ruta de la izquierda que, sin el cristinismo, perderían toda posibilidad de volver al poder.

De esta perspectiva se puede inferir que los grupos radicalizados que ven venir un giro al centro del peronismo no tendrían ahora otro camino que ganar la calle y generar un clima de violencia que golpee en uno de los flancos más débiles del gobierno: la inexistencia de una verdadera política de seguridad, la subsistencia de enclaves en la justicia -la Procuradora Gils Carbó- que responden a sus enemigos y el fracaso en restablecer el orden y la libertad de circulación en las calles porteñas, que siguen en manos de los activistas.

Así es entonces que, si gana en octubre en Buenos Aires, el gobierno tendrá motivos para festejar pero también para preocuparse, porque los sectores más radicalizados del cristinismo no tendrán otro camino que sembrar el miedo y el desorden para tratar de evitar que el peronismo los expulse y que Macri se consolide.

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