Por Carlos Tórtora.-

Máximo Kirchner intentó dar un paso al frente anunciando su intención de presidir el PJ bonaerense. Para ello buscó una alianza con Fernando Espinoza (intendente de La Matanza) y con su par de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Pero el actual titular del PJ, el alcalde de Esteban Echeverría Fernando Gray, se negó a renunciar acompañado por el resto de los dirigentes partidarios. Al ver que se generaba resistencia, Máximo dio un paso al costado. El episodio sirve para dejar en claro que La Cámpora se propone conducir el peronismo bonaerense a la brevedad. Mejor dicho, su objetivo es desplazar a la dirigencia tradicional en dos tiempos. En el 2021, sumando minorías en los consejos deliberantes, así como en las diputaciones y senadurías provinciales para pasar en el 2023 al asalto final: la conquista del mayor botín electoral del peronismo, los municipios del primer y segundo cordón que conforman la estructura electoral más importante del país. Néstor Kirchner resolvió en su momento el problema del peronismo bonaerense acudiendo a la chequera para captar a los caudillos locales que desde entonces reportaron a los Kirchner sin ser nunca del todo kirchneristas. Pero ahora La Cámpora ambiciona hacerse del poder real. Los intendentes saben que van por ellos y buscan el amparo del paraguas presidencial. Para empezar, quieren que se derogue la ley que prohíbe sus reelecciones para perpetuarse en sus cargos. También apoyan el actual intento de los gobernadores para suspender las PASO. De ocurrir esto, los dueños de los resortes partidarios -gobernadores e intendentes- manejarían a su antojo las internas para elegir candidatos y evitarían que La Cámpora les presente listas de oposición con la facilidad que pueden hacerlo a través de las PASO. Ahora sería como es obvio, el propio Máximo quien trabaría la suspensión de las PASO en diputados.

Un presidente errático

Lo que está por verse -y es inescrutable por la propia conducta zigzagueante del presidente- es si éste está dispuesto a llevar la incipiente confrontación hasta sus últimas consecuencias. Para que Alberto se juegue a resistir las presiones K, no habría otra razón que la existencia de motivos políticos propios. En otras palabras, que el presidente estaría pensando en su reelección de la mano de los gobernadores e intendentes del conurbano. Del otro lado estaría el proyecto Máximo presidente, con la obvia bendición materna. De más está decir que la pulseada recién comienza y que ambos bandos eluden el choque frontal, como acaba de verse con la maniobra de Máximo para presidir el PJ bonaerense.

Las interminables marchas y contramarchas de AF hacen que el albertismo no termine de nacer y que tanto gobernadores como intendentes duden acerca de las intenciones de aquél. Ocurre lo contrario con el kirchnerismo duro. Para este sector, apropiarse de las bancas y de las estructuras partidarias es una maniobra no sólo de crecimiento sino de supervivencia. Si el actual fracaso de la política económica no se revierte, los cristinistas temen que se genere una ola opositora en el seno del PJ, la que sólo podría evitarse si ellos controlan los resortes partidarios.

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