Por Hernán Andrés Kruse.-

Un futbolista incomparable

El 25 de noviembre falleció Diego Armando Maradona, un futbolista incomparable, sublime, de otra galaxia. Debutó en primera división promediando los setenta. En un partido contra Talleres de Córdoba, el técnico de Argentinos Juniors, Juan Carlos Montes, decidió que había llegado la hora de su bautismo de fuego. A partir de entonces y durante dos décadas deleitó al mundo entero con su zurda prodigiosa. Jugó, entre otros equipos, en Argentinos Juniors, Boca Juniors, Barcelona, Napoli y Newell’s. Con la ayuda de ese gran jugador que fue Miguel Ángel Brindisi hizo que el club xeneixe gritara campeón en 1981. Luego partiría a Europa donde alcanzaría su consagración en el Napoli. Pero fue con la celeste y blanca donde brilló en su máximo esplendor.

En 1978 formó parte del plantel conducido por César Luis Menotti que se consagraría campeón mundial al vencer a los holandeses en cancha de River. Por decisión del técnico integró la lista de los excluidos a último momento provocándole una gran frustración. Sin embargo, con el correr de los años comprendió a Menotti y no sólo lo perdonó sino que llegó a considerarlo uno de los técnicos que más gravitó en su carrera. El saber amargo de 1978 quedó en el olvido al año siguiente cuando comandó a aquella gran selección juvenil que se coronó campeona del mundo en Japón. En 1982 Menotti lo convocó para ser titular de aquella gran selección que participó en el mundial de España. Fue un equipo integrado por notables figuras como Ubaldo Matildo Fillol, Daniel Passarella, Américo Gallego, Jorge Olguín, Daniel Bertoni, Osvaldo Ardiles y Mario Kempes, todos campeones en 1978. Lamentablemente, se topó en zona de definición con Italia y Brasil. La selección perdió 2 a 1 con la squadra azzurra y 3 a 1 con la verdeamarela.

La pobre performance de la blanquiceleste obligó a Julio Grondona a reemplazar a Menotti por Carlos Salvador Bilardo, el polémico ex jugador y entrenador de Estudiantes de la Plata. Fue precisamente de la mano del “narigón” que Maradona alcanzó la cima del Olimpo en el mundial de México de 1986. La solidez del equipo más la presencia de Maradona hicieron posible lo que antes del torneo parecía imposible: la conquista del campeonato. En cuartos de final la selección venció a Uruguay 1 a 0. Fue un partido muy favorable para la blanquiceleste que sólo se complicó al final con la entrada del uruguayo Rubén Paz, quien luego sería figura estelar del Racing de Basile. En cuartos de final la selección se topó con Inglaterra, un partido que trascendía lo estrictamente deportivo. En ese partido Maradona convirtió el mejor gol de la historia de los mundiales. Promediando el segundo tiempo tomó la pelota cerca de la media cancha y enfiló rumbo al arco inglés, eliminando a cuanto adversario se le cruzara. La obra maestra culminó con un disparo rasante que se introdujo en el arco ante la impotencia del golero Shilton. Faltando pocos minutos el director técnico inglés hizo entrar al moreno Barnes quien enloqueció a la defensa argentina con sus desbordes por la izquierda y sus centros de la muerte. Fue él quien tiró el centro que permitió el descuento inglés gracias al gol de cabeza de Lineker. Minutos más tarde Barnes repitió la jugada y en esta oportunidad Olarticoechea se jugó la vida evitando con su nuca que la pelota llegara otra vez a Lineker. Hubiera sido el empate que podría haber cambiado la historia. En semifinales la selección venció sin problemas a Bélgica con dos golazos de Maradona. La final fue contra el siempre bravo equipo alemán. Promediando el segundo tiempo la selección ganaba 2 a 0 y todo parecía indicar que el partido estaba resuelto. Pero enfrente estaban los alemanes quienes no se dieron por vencidos. En cuestión de minutos lograron el empate pero cuando faltaba muy poco Maradona tiró un pase quirúrgico a Jorge Burruchaga quien, luego de correr casi media cancha, enfrentó al arquero Schumacher y lo venció con un tiro cruzado a ras del piso.

Pero fue en el mundial de Italia de 1990 donde Maradona demostró que era un futbolista fuera de serie. El astro llegó a la competencia en pésimas condiciones físicas. Uno de sus tobillos estaba a la miseria. Sin embargo no dudó a la hora de cargarse el equipo sobre sus espaldas. En una sola pierna disputó los inolvidables partidos contra Brasil (octavos de final, 1-0), contra Yugoslavia (cuartos de final, definición por penales), contra Italia (semifinales, definición por penales) y contra Alemania (final, 0-1). ¿Qué otro futbolista hubiera hecho lo que hizo Maradona en ese mundial? Ninguno. De ahí su grandeza. En 1994 disputó su último mundial en los Estados Unidos. Ese equipo tenía todo servido para ganarlo. Fue, quizá, la selección más ofensiva de la historia del fútbol argentino ya que jugaban Maradona, Caniggia, Balbo, Redondo y Batistuta. Lamentablemente el doping positivo de Maradona no pudo ser superado espiritualmente por el equipo y cayó en octavos contra la selección rumana.

Mucho se ha hablado acerca de quién fue el mejor jugador de la historia del fútbol mundial. En ese podio figuran Alfredo Di Stéfano, Pelé, Johan Cruyff y, obviamente, Maradona (no lo incluí a Messi porque todavía es un jugador en actividad). De don Alfredo nada puedo decir porque no lo vi jugar. Dicen los entendidos, como el gran Macaya Márquez, que era un jugador de toda la cancha que marcó un antes y un después en la historia del fútbol. ¿Por qué? Porque con Di Stéfano apareció por primera vez un jugador que defendía y atacaba y que, lo más importante, lo hacía muy bien. Cruyff fue un jugador extraordinario. Al igual que don Alfredo era un jugador de toda la cancha, con una gran habilidad y una notable potencia física. Menos mal que decidió no jugar en el mundial de 1978 porque probablemente otra hubiera sido la historia. Pelé fue un extraterrestre. Hacía todo bien: gambeteaba, era extremadamente habilidoso, cabeceaba como los dioses y le pegaba magistralmente a la pelota. Además, ganó tres mundiales (1958, 1962 y 1970). Fue más completo que Maradona pero carecía de su zurda maravillosa. Pero lo que inclina la balanza a favor de Maradona es la lealtad deportiva. Pelé fue un jugador malintencionado. Es cierto que le pegaban a mansalva pero ello no justificaba, por ejemplo, el haberle roto la cara a Mesiano. Maradona, en cambio, soportó estoicamente todos y cada uno de los golpes que le propinaron a lo largo de su extensa carrera.

Hasta aquí he hecho referencia sólo al Maradona jugador. Todos sabemos lo que le sucedió más allá de los límites del campo de juego. Creo que en este triste momento no vale la pena hablar de ello. Como dijo Maradona más de una vez jamás le importó ser ejemplo de nada ya que sólo le interesó hacer feliz a la gente jugando al fútbol. Lo consiguió con creces. Es lo único que importa. Que descanse en paz.

Un simple mortal que fue endiosado hasta el paroxismo

La muerte del más grande futbolista de todos los tiempos causó un tremendo impacto en la Argentina. En el mundo, también. Pero mucho más en la tierra que lo vio nacer. La vida de Diego Maradona me hace acordar a la de otro tremendo deportista: Carlos Monzón. Gracias a su talento con la pelota de fútbol fue capaz de saltar de la pobreza de Villa Fiorito a la opulencia de Dubai. Su mágica pierna izquierda le abrió todas las puertas imaginables. Conoció papas, presidentes, reyes, primeros ministros y las personalidades del deporte mundial. Dueño de un carisma inigualable enamoró a multitudes que se rindieron a sus pies. Le dijeron que era Dios y él, lamentablemente, se lo creyó. En 1986 alcanzó la cumbre del Olimpo al obtener el campeonato mundial celebrado en México. En ese momento pasó a ser, luego del Papa, la figura más conocida del planeta. En cada lugar que visitaba, por más recóndito que fuera, le resultaba imposible preservar su intimidad, salvo que se quedara encerrado en la pieza de un hotel. El asedio popular fue constante y, lo más notable, perduró luego de finalizada su carrera como futbolista.

Diego Maradona se convirtió en un mito viviente. Sus opiniones pasaron a la categoría de verdades reveladas, como las del Papa. Fue así como, con la complicidad de un periodismo rastrero y obsecuente, comenzó a opinar de cualquier cosa cuando sólo estaba preparado para hablar de fútbol. Y lo peor fue que por más que dijera una burrada en algún tema ajeno al fútbol todos la festejaban a rabiar. Nadie osaba cuestionarlo, criticarlo. Nadie se atrevía a decirle en la cara que lo que acababa de afirmar era una verdadera estupidez. Nadie lo hacía porque el precio a pagar era altísimo: lisa y llanamente la expulsión del paraíso. En consecuencia Diego Maradona se convenció de que podía hacer y decir lo que le viniera en ganas. Escorpiano de buena ley no toleraba que le dieran órdenes. Quienes lo rodeaban estaban obligados a decirle amén a todas y cada una de sus ocurrencias.

Para muchos Diego Maradona fue la posibilidad de hacer negocios fabulosos. Vieron en él la posibilidad de enriquecerse a más no poder. Por eso se le acercaron. Maradona como persona era irrelevante. Maradona sólo era sinónimo de montañas de dólares. Era una gigantesca máquina de ganar dinero. Ello explica por qué los obligaba a que le rindieran pleitesía todos los días. Lo hacía porque en el fondo los despreciaba. El problema era que él les permitía estar a su alrededor. ¿Por qué decidió rodearse de alcahuetes y chupamedias? Quizás porque los necesitaba para sentirse poderoso y omnipotente. Él siempre fue consciente de que la fama y el dinero abren las puertas a personajes de semejante calaña. Porque en ese ambiente la amistad no existe. Sus verdaderos amigos fueron los que estuvieron a su lado en Villa Fiorito y, quizás, algunos de sus compañeros de selección. Y la única mujer que realmente lo quiso no es otra que Claudia Villafañe, quien le hizo compañía cuando estaba sumido en la pobreza.

Los “amigos del campeón” le hicieron un daño tremendo a Maradona, a tal punto que lo condujeron a la muerte. Fueron esos “amigos” los que le hicieron conocer el mundo de la droga y de los placeres. Fueron esos “amigos” los que lo usaron para vivir como reyes. Maradona siempre se codeó con estos “personajes” pero a la hora de la verdad, en el momento en que más los necesitó, brillaron por su ausencia. En los peores momentos sólo estuvieron a su lado su primera esposa y sus hijas, y por supuesto sus estoicos padres y sus hermanos, es decir las únicas personas que lo quisieron de verdad.

Maradona estuvo siempre cerca del poder. Pero fue con Fidel Castro con quien se encontró más a gusto. Su admiración y amor por el legendario comandante eran genuinos. Y en Argentina tejió sólidos lazos con el kirchnerismo. Siempre se manifestó peronista y manifestó públicamente su admiración por las Madres de Plaza de Mayo. Apoyó a muerte al chavismo, a Evo Morales y todo presidente latinoamericano que le hiciera frente a la república imperial. Desafió al mismísimo Joao Havelange, uno de los dirigentes más poderosos del mundo. Y el poder no lo perdonó. Lo que le tocó vivir en el mundial de Estados Unidos en 1994 lo pone en evidencia. Genio y figura, convenció a la Italia del sur que no era menos que la Italia del norte, opulenta y petulante. Ello explica la idolatría de los napolitanos por “el diez”. Maradona pasó a ser el emblema de los pobres contra los ricos, de los débiles contra los fuertes, de los oprimidos contra los opresores. Pasó a ser el símbolo de la lucha de clases.

Elevado a la categoría de Dios era imposible que Maradona no lograra vencer a la muerte. Quienes lo idolatran se olvidaron de que Maradona fue un hombre de carne y hueso como cada uno de nosotros, con sus virtudes y sus defectos, sus pasiones desbordadas y sus debilidades. Fue un hombre que supo valerse del don que Dios le otorgó para escalar a la cima de la popularidad mundial. Fue, qué duda cabe, un emblema de la meritocracia. Y un día quedó dramáticamente en evidencia su condición humana. Su cansado corazón dijo basta y Maradona dejó de existir. En ese momento todos nos dimos cuenta finalmente que no era un Dios sino un simple mortal cuya vida era tan efímera como la de todos nosotros. De aquí en más quedarán registradas en nuestras retinas sus genialidades en el campo de juego, esos malabarismos que nos hicieron vivir momentos sublimes, inolvidables. Es cierto que mostró aspectos turbios de su personalidad pero, como se dice coloquialmente, quien esté libre de culpas que tire la primera piedra. Es probable que ahora Maradona haya encontrado la paz que tanto buscó a lo largo de su increíble vida. Creo que se lo merece.

Una jornada inolvidable por lo espantosa

Lo que se vivió en el velatorio de Diego Maradona fue una vergüenza, un oprobio, una cabal demostración de cuan ruin puede ser el hombre. La Casa de Gobierno fue el lugar elegido para que la multitud que esperaba desde hacía horas pudiera decirle el último adiós. Hubiera sido más lógico que la ceremonia se hubiera realizado en la cancha del club que lo vio nacer, Argentinos Juniors. A las seis de la mañana del jueves 25 comenzó el desfile interminable. Todo marchaba sobre rieles cuando entró en escena la sinrazón, la locura, la irracionalidad. Con el apoyo de los familiares directos de Maradona el gobierno impuso como hora de cierre del velatorio las 16 horas. Evidentemente no se percató de un “pequeño” detalle: era imposible que todos los argentinos que esperaban desde hacía horas pudieran darse el gusto de despedirse de su ídolo. Todo se desmadró cuando anunció que a esa hora se cerraba la puerta de la Casa Rosada que permitía el ingreso de los admiradores del “diez”. Muchos manifestantes se trenzaron con las fuerzas de seguridad en varias calles cercanas a la Rosada, recreando el dantesco 20 de diciembre de 2001. La tensión alcanzó su punto máximo cuando varios barrabravas ingresaron a la Casa Rosada y se apoderaron del patio central. Las escenas que captó la televisión fueron dantescas. Vitoreando a Maradona los barras cantaron y saltaron como si estuvieran en la popular. Fue un milagro que decidieran ingresar, por ejemplo, al despacho presidencial situado en el primer piso. Tratándose de la Casa Rosada resulta por demás evidente que contaron con el visto bueno presidencial para cometer semejante tropelía. Finalmente se impuso la voluntad de las hijas de Maradona y de su primera esposa Claudia Villafañe y las 16 horas el velatorio terminó. Horas más tarde el ataúd con los restos de Maradona fue trasladado a un cementerio privado para que descanse eternamente junto a sus padres.

Nadie niega el derecho de los seguidores de Maradona de saludarlo por última vez. Se trata de un sentimiento puro, genuino, cristalino. Pero ver semejante multitud apiñada en plena pandemia, cuando desde marzo el gobierno no ha hecho más que machacar con la idea del distanciamiento social, del uso del barbijo, provoca indignación. ¿Cómo se sentirán en estos momentos los familiares de las víctimas del coronavirus luego de haber visto semejante espectáculo? Evidentemente para el gobierno hay muertos de primera y muertos de segunda. Diego Maradona mereció una despedida a todo trapo, masiva y descontrolada. Los muertos por la pandemia, no. Sus familiares se vieron obligados a despedirlos a la distancia, sin poder darles el último adiós. Para el gobierno sólo hay riesgo de contagio si 10 personas se reúnen para despedir al familiar víctima del Covid-19. Si se trata de Maradona el virus reposa hasta que pase el velatorio. Una vergüenza realmente. Una falta de respeto para las 38 mil víctimas del virus y sus allegados.

¿Por qué el gobierno permitió semejante bochorno? Porque era perfectamente consciente de que algo así podía producirse. La respuesta se cae de maduro. Alberto Fernández abrió las puertas de la Casa Rosada para el velatorio de Maradona por razones electorales. Con semejante decisión le dijo al pueblo que el gobierno sentía el mismo dolor por la muerte del astro, que estaba tan acongojado y apesadumbrado como el millón de personas que pugnaron por estar cerca de los restos de Maradona. Se trató de una infame y vil manipulación de una muerte y de todo lo que provocó.

Como escribió un lector hace unas horas:

“Gracias Diego por mostrarnos lo que somos, por desnudar el gobierno que tenemos. Por dejarnos en claro que tenemos un país que cuando nuestros abuelos agonizan y no tienen acceso a una ambulancia, vos tuviste 11 paradas en tu casa por horas. En un país donde la policía no dejó circular a una nena con cáncer y su padre la tuvo que alzar 5 km, vos tuviste cientos de policías haciendo una caravana para llevarte a casa Rosada. Un país donde miles de personas no pudieron despedirse de sus familiares pero vos tuviste una despedida multitudinaria y descontrolada. Sí, es el mismo país donde este presidente nos tuvo encerrados 9 meses e hizo quebrar miles de empresas, donde muchos quedaron varados sin poder llegar a su hogar y donde tantos otros murieron en soledad. Gracias Diego por permitir que se muestre a flor de piel estas 2 argentinas: Una para famosos y políticos donde todo vale y otra para los ciudadanos comunes que tenemos que cumplir las reglas de aquellos que no las cumplen. A vos que te gustaba sacarle la careta a todo Diego, hoy le sacaste la careta a la cuarentena y al gobierno que apoyabas. ¡Que descanses en paz y nuevamente Gracias!”

Diego Maradona puso al descubierto, sin que esa hubiera sido su intención, hasta qué punto puede ser hipócrita el ser humano. Empezando por el presidente y la vicepresidenta, quienes ayer demostraron ser unos actores consumados, verdaderos émulos de Alfredo Alcón y Norma Aleandro. Porque jamás se los vio apesadumbrados por los 38 mil argentinos muertos por el Covid-19. Cristina ni siquiera habló aunque sea una vez del tema. Tampoco pronunció palabra alguna sobre lo acontecido con Abigail, la joven que debió ser cargada en brazos por su padre para ingresar a su provincia natal, Santiago del Estero. Pero ayer se dejó fotografiar al lado de los restos de Maradona, fingiendo de manera magistral dolor y compasión. Tiene toda la razón del mundo el lector. Hay dos Argentinas. Una para los hijos y otra para los entenados. Una para los poderosos y otra para los débiles. Una para los ricos y famosos, y otra para los ciudadanos de a pie. La muerte de Maradona desnudó a la Argentina como nunca antes había sucedido. Fue su legado más importante.

Para la intelectualidad progresista Maradona fue mucho más que un eximio futbolista

Diego Maradona fue un futbolista de excepción. Dueño de una zurda prodigiosa regó las canchas del mundo con su talento incomparable durante dos décadas. Nos deleitó y nos hizo vibrar como nadie, especialmente durante el mundial de 1986 celebrado en el país azteca. Ese talento le abrió las puertas del Olimpo y millones de personas lo consideraron un Dios, un ser sobrenatural capaz de cualquier proeza, incluso el vencer a la muerte. Maradona no pudo resistir tamaña tentación y se creyó que era un Dios, un ser superior tocado por la varita mágica. Dueño de un carisma notable se transformó en una deidad conocida en todo el planeta, al mismo nivel que el Papa. En consecuencia, todo lo que hacía o decía era aplaudido a rabiar aunque se tratara de algo dañino para su salud o de una fenomenal estupidez. Cada vez que era entrevistado los periodistas se postraban ante su figura, se arrodillaban en señal de sumisión incondicional. A ninguno se le hubiera ocurrido contradecirlo porque a un dios no se lo debe contradecir. Su palabra se elevó a la categoría de dogma revelado, verdad incuestionable, principio inmutable.

La lógica consecuencia de semejante endiosamiento fue que era imposible que se muriera. La muerte es para los hombres comunes, no para los dioses. Maradona no podía morir simplemente porque estaba en otro nivel, por encima de todos nosotros. Así lo creían millones y millones de personas en todo el mundo, especialmente en Argentina. Pero un día Maradona, lamentablemente, murió. De repente esa marea humana se percató de que ese Dios no era más que un común mortal. Incluso futbolistas de élite como Oscar Ruggeri, compañero de Maradona en la selección durante una década, reconoció que le costó convencerse de que había muerto. El deceso de Maradona puso dramáticamente en evidencia lo falible que es el ser humano, lo delgada que es la línea que divide la vida de la muerte. Nos demostró que hoy estamos y que mañana podemos no estar. Que somos apenas un ave de paso. Que por más importante que sea el muerto la vida continúa. Que, en definitiva, “la parca” es la gran igualadora.

Maradona también fue elevado a la categoría de emblema del antiimperialismo norteamericano. Su cercanía con Fidel Castro y Hugo Chávez lo convirtieron en el símbolo del revolucionario o, si se prefiere, en la reencarnación del “Che” Guevara. Maradona fue la cara visible de la rebeldía, del inconformismo, de la lucha contra el poderoso. Sin embargo, el poder se las ingenió para utilizarlo en beneficio de sus intereses. Porque, en el fondo, no era más que un joven que quería demostrarle al mundo que se podía escalar en la estratificación social en base al esfuerzo y el talento. Fue, en este sentido, un extraordinario ejemplo de meritocracia, esa palabra tan denostada últimamente.

Maradona fue un futbolista único. Pero fue nada más que eso. El propio Maradona lo destacó en reiteradas oportunidades al expresar que su único objetivo en la vida fue hacer feliz a la gente en una cancha de fútbol. Lo notable es que para muchos intelectuales, fundamentalmente progresistas, fue mucho, muchísimo más que eso. Tal el caso de Mónica Peralta Ramos quien en un artículo publicado el 29/11 en “El cohete a la luna” (“Munición de guerra”) escribió lo siguiente:

“La grandeza y la miseria de la vida humana quedaron condensados por estos días en la figura del “más humano de todos los dioses”, un Maradona que finalmente partió a la eternidad “más solo que Kung-Fu”, abandonado por su entorno y llorado por un pueblo inmensamente agradecido por “la felicidad que nos dio a los pobres”. Un pueblo que jamás olvidara que “a veces ni para comer teníamos… pero él nos hacía felices”.

Se fue así un Maradona que con su vida y su talento hizo posible lo imposible. Un Maradona que, a pesar de haber nacido entre los pobres y olvidados, recibió una hora después de muerto el homenaje acongojado de tres millones en twitter mientras una multitud interminable lo despidió en la Casa Rosada.

Un Maradona que “se equivocó y pagó”, un indomable que desafío a los poderes constituidos y jamás doblego sus convicciones, un irreverente que “nunca quiso ser un ejemplo” pero se convirtió en un mito viviente.

Maradona fue mucho más que el mejor jugador de futbol del mundo. Encarnó la épica milenaria del héroe que salió del barro y llegó al cielo peleando hasta el final contra las fuerzas del mal que desde todos los tiempos revolotean por el mundo y anidan en nuestro pecho.

En ese largo viaje al infinito, la contundencia y la transparencia de sus palabras y de sus acciones expusieron tanto los abismos de sus derrumbes como las alturas de las cumbres que desafío sin descanso. No hubo medias tintas en su vida. Tampoco complacencia. En la épica de sus palabras y en la lucha sin concesiones y hasta el final yace, tal vez, la fuerza de su legado.

Ocurre que hoy, en un mundo en crisis, las palabras y las acciones se vacían de contenido y los relatos que no inventamos hablan por nosotros. Relatos que salen de las tinieblas y subrepticiamente nos imponen una percepción de lo que es posible y deseable, reñida con nuestras necesidades e intereses. Relatos que anulan nuestra capacidad de reflexión, aborrecen las transgresiones a la “normalidad”, bloquean los sueños y ocultan que antes de llegar al cielo hay que vencer a los demonios dando pelea sin respiro y hasta el final. La vida de Maradona abre las compuertas por las que se cuela la épica de la rebelión, un fulgor que nada ni nadie podrá apagar.

En este mundo de tinieblas las palabras se han convertido en instrumento de guerra que, de un modo subrepticio, destruyen derechos ancestrales, anulan el disenso y multiplican el conformismo. Esto no es casual. Obedece a una concepción del mundo que se ha ido conformando con el tiempo y hoy es hegemonizada por la organización que nuclea a los “ricachones” de este mundo.

Esta organización, el Foro Económico Mundial (wef.com) concibe al mundo como un capitalismo en crisis, azotado por sus deficiencias estructurales y una pandemia que apura los tiempos de una protesta social inaceptable, expresada en un populismo nacionalista que se expande por el mundo. Para frenarlo hay que resetear al capitalismo, redefiniendo al mundo como una corporación global regida por el principio de maximizar ganancias con tecnologías de avanzada que intersectan a los espacios físicos, digitales y biológicos (inteligencia artificial, robótica, internet de las cosas, nanotecnología, biotecnología, computación cuántica etc.). Estas tecnologías de la cuarta revolución industrial convierten a los individuos en ecosistemas cuyos datos son fuente de ganancias ilimitadas. Al mismo tiempo, hacen posible una ingeniería social que permite el control y el monitoreo subrepticio de las palabras, acciones pensamientos, deseos, bienes y recursos en cualquier lugar del mundo y sin límites de tiempo.

Estas tecnologías ya están en marcha y la pandemia ha permitido acelerar su implementación. Las corporaciones digitales se suman a los medios de comunicación controlados por mega corporaciones y maximizan ganancias y poder dividiendo a las sociedades en tribus antagónicas. Hoy no hay lugar para la épica y las palabras se convierten en munición de guerra que busca dividir, fanatizar e infundir miedo. Esto ocurre en el norte y en el sur de este mundo ancho y ajeno. Las modalidades podrán variar, pero en todos los casos el fin es el mismo.

El relato y la creación de una realidad alternativa

El control de la palabra ha existido desde los orígenes del tiempo. Hoy, sin embargo, la forma y la intensidad con que se ejerce excede todo lo conocido y tiene consecuencias impredecibles. Entre otras cosas, destruye el derecho universal a buscar, recibir, discutir y difundir información e ideas, algo imprescindible a la reflexión, esa cualidad única que ha permitido a la humanidad, llegar hasta nuestros días.

Las recientes elecciones norteamericanas han expuesto el creciente control ejercido por las grandes corporaciones tecnológicas sobre la información que circula por los medios de comunicación y las redes sociales. Este control no solo implica la censura de lo que se puede decir y debatir, sino también la imposición de una realidad alternativa que nada tiene que ver con la objetividad de los hechos.

Así, Google, Facebook, Twitter y otras grandes corporaciones digitales han intervenido abiertamente en la campaña electoral decidiendo lo que se puede decir en las redes sociales y sancionando a todos aquellos que se apartan de un código de conducta que estas corporaciones han estipulado como el correcto, siguiendo criterios cuya versatilidad nadie puede discutir. Esto implica que en la práctica alteran los algoritmos de las búsquedas en Internet condicionando así tanto la información que se brinda como los debates posibles. Esto ocurre a pesar de que se sabe que estas intervenciones modifican sustancialmente las preferencias de los indecisos en las elecciones. (R. Epstein, R Robertson, pnas.org 10 10 2015).

Este derecho a la censura, es, sin embargo, solo el primer paso de una actividad que se prolonga en la meteórica presentación de proyecciones que anticipan resultados favorables a un partido político, aunque las instancias constitucionales que llevan a la selección oficial de un ganador no se hayan concretado y aunque el país esté inmerso en un febril recuento de votos en un clima enrarecido por el inicio de acciones legales para nulificar resultados sospechosos.

Pero la cosa no queda aquí. Las corporaciones han dado ahora otro paso más en el afán de controlar los acontecimientos políticos y ocultan información sobre los hechos que son presentados en los litigios como prueba para invalidar la legitimidad del proceso electoral. Al mismo tiempo, acusan a los litigantes de crear un circo sin presentar evidencia alguna de fraude. De un plumazo hacen desaparecer, entre otras cosas: indicios concretos de que el software usado permite alterar los resultados; múltiples cuentas de votos sin supervisión alguna; incongruencias estadísticas entre votos emitidos y votos contados; súbitos cambios de tendencia a partir de la introducción masiva de votos que favorecen solo a un candidato, ocurrencia que tiene lugar después de largos apagones inexplicables de las maquinas que procesan los resultados (zerohedge.com 26 11 2020).

Paralelamente, las corporaciones que controlan a los medios de comunicación tradicionales (diarios, revistas, tv.) no solo han seguido las mismas pautas de censura seguidas por las corporaciones digitales, sino que ahora presionan a estas últimas para que ejerzan mayor censura sobre las voces “hiper-partidarias” de la oposición y den “mayor visibilidad a los medios tradicionales como CNN, el New York Times y National Public Radio”, cambios que, de permanecer en el tiempo permitirán crear redes sociales “menos conflictivas”. (nytimes.com 25 11 2020; zerohedge.com 25 11 2020)

Así, las intervenciones de los medios de comunicación y de las corporaciones digitales no solo censuran a la oposición, sino que buscan crear una realidad alternativa para validar sus actos de censura y prolongarlos en el tiempo. Con el supuesto objetivo de parar el avance de un nacionalismo populista en el país más poderoso del mundo, silencian a 72 millones de habitantes que votaron por este sector y centralizando de un modo inédito su control sobre el disenso, potencian las divisiones y enfrentamientos siguiendo el viejo principio de dividir para reinar.

Épica vs. periodismo de guerra

Mientras tanto, el sur del continente es arrasado por un viento norte que utiliza al periodismo de guerra para crear una realidad alternativa sembrando el odio, y polarizando a la sociedad para destruir al peronismo, “ese cáncer” imparable que corroe a la Republica desde hace más de 70 años.

Así, no basta con atacar al gobierno por los flancos desatando corridas cambiarias y fuga de reservas del BCRA. Hay que ir al corazón y obligarlo a que se desprenda de CFK, esa “irracionalidad” peligrosa que impide construir de nuevo al país como Macri cree haber hecho cuando, según él, se “sacó” de encima la “irracionalidad” de Maradona para “recrear a Boca”. (clarín.com 14 10 2020, ámbito.com 25 11 2020)

¿Y es que la muerte de un Maradona que es sinónimo de épica popular detonó los miedos del macrismo, como habría de ventilar una de sus dirigentes: “Carlitos Menem, Fangio, Eva Perón, Néstor…Todos se les mueren en el momento justo.!! ¡A ellos!!…Alberto quiso ser la viuda de Maradona porque su idea era salir como salió Cristina con el cadáver de Néstor” (ambito.com 27 11 2020) Esta perversidad solo describe la punta de un iceberg que avanza incontenible para destruir por cualquier medio a un gobierno que ha tenido la osadía de ser elegido para concretar la inclusión social de los olvidados, esos “cabecitas negras” que aterran con sus demandas ilimitadas. De ahí la enormidad de lo que ocurrió el jueves, cuando el pueblo se movilizó masivamente para dar un último adiós a su ídolo en la Casa Rosada.

La planificación del evento, en manos del gobierno nacional, fue gravemente deficitaria. A pesar de saber que Maradona iba a atraer multitudes, no se previó correctamente el tiempo de duración de la despedida y la posibilidad de disturbios en caso de que la misma fuese interrumpida antes de que la mayor parte de los que concurrieron pudiesen despedirse de Maradona. Atribuir la responsabilidad de los tiempos y modalidades del evento a la familia de Maradona, reafirma la ineficiencia de un gobierno incapaz de ejercer su autoridad para planificar un acontecimiento masivo que iría a ocurrir en su propia Casa y podría tener consecuencias catastróficas. Esta imagen de debilidad se refuerza con el posterior desborde de la seguridad dentro de la Casa Rosada.

Por otra parte, conociendo desde hace años la forma de operar de una Policía al mando del macrismo -por más que se quiera atribuir a la yunta Santilli/Larreta intenciones distinta a las de Macri-, no se explica cómo el gobierno nacional no previó la salvaje represión iniciada súbitamente en la intersección de la 9 de Julio con Avenida de Mayo, cuyos detalles fueron captados al instante por un canal de televisión. Tampoco se entiende porque no se intentó calmar al pueblo que se agolpaba en la Plaza de Mayo. ¿No había sistemas de comunicación para hacerlo en la Casa Rosada?

A juzgar por lo filmado, la represión en la 9 de julio fue el incidente que posteriormente desató las corridas en la Plaza de Mayo. Su brutalidad llevó a que, tiempo después de iniciada, el Ministro del Interior conminara por twitter a las autoridades respectivas de la CABA para que le pongan un punto final inmediatamente. Mientras tanto, estas no perdieron la oportunidad de culpar al Gobierno nacional por los incidentes mientras la Ministra de Seguridad Nacional les retribuía dejando en claro que la represión fue inaceptable, desatada por la policía de CABA, y que ella tuvo que llamar a Santilli dos veces hasta lograr que cesaran de reprimir. El Presidente, a su vez, lamentó los acontecimientos pero aclaró que “si no hubiésemos organizado esto, todo hubiese sido peor. Era imparable…fue por la desesperación de algunos”(ámbito.com 26 y 27/11, 2020.

El drama ocurrido el jueves no puede ser ignorado ni minimizado. Alerta sobre los peligros del momento que vivimos y evidencia un vaciamiento de la palabra oficial que contribuye a erosionar la legitimidad del gobierno en momentos en que se lo acosa para impedir que concrete la épica de Maradona y las políticas que fueron votadas el año pasado. Admitir los errores lejos de debilitar engrandece y permite acumular fuerzas para enfrentar el próximo embate, que seguramente no tardará en llegar”.

Odio de clase y sueños de hegemonía

La muerte de Diego Maradona sacó a luz peligrosas miserias humanas que, si se materializan en el terreno político, pueden provocar consecuencias impredecibles. El fin de semana pasado jugaron en Australia por el torneo Tri Nations nuestra selección de rugby, los Pumas, contra los All Blacks. Cada vez que los hombres de negro ingresan a la cancha ejecutan el “haka”, una antigua danza maorí que intimida al rival de turno. Pero en esta oportunidad sorprendieron a todos. Antes del haka el capitán neocelandés, Sam Cane, se acercó a la mitad del campo de juego y depositó sobre el césped una camiseta negra, símbolo de los All Blacks, con las transcripciones del apellido “Maradona” y el número “diez”, en un blanco reluciente. Fue su manera de homenajear a la máxima estrella del fútbol mundial de todas las épocas. Fue toda una sorpresa ya que en nueva Zelanda el fútbol lejos está de ser un deporte popular pero los reyes del rugby no quisieron estar ausentes del homenaje planetario a Maradona. Enfrente estaban Los Pumas quienes permanecieron impávidos hasta que dio comienzo el match. Inmediatamente estallaron las críticas en las redes sociales. Fueron lisa y llanamente lapidados verbalmente por quienes no toleraron lo que consideran fue una falta de respeto impropia de una selección tan importante como Los Pumas.

Es cierto que Los Pumas no demostraron ningún interés en homenajear a Maradona. Desconozco sus razones aunque puedo intuirlas. Lo real y concreto es lo que se vio por televisión. Creo que debieron haber homenajeado a Maradona aunque sea en señal de agradecimiento por las veces que los alentó como un hincha más. Pero no lo hicieron. Ahora bien, cabe preguntarse lo siguiente: ¿si realmente no sentían la necesidad de homenajearlo qué sentido tenía que lo hicieran? Primó, me parece, la sinceridad y no la impostura. Además ¿estaban obligados a hacerlo? No, obviamente. ¿Cometieron un delito al no homenajear a Maradona? ¿Le faltaron el respeto a su memoria? Me parece que no. En cambio, para millones de argentinos sí lo hicieron. Y no los perdonaron. Actuando como un inmenso jurado popular los condenaron y los sentenciaron: “Los Pumas le faltaron el respeto a Maradona porque son oligarcas y gorilas, porque sienten aversión por el pueblo, porque no toleran que alguien que nació en una villa haya escalado hasta la cima del Olimpo”. En consecuencia, merecen ser repudiados de por vida, ignorados y castigados por los barras bravas. Esto no es invento mío. Estas aberraciones aparecieron en las redes sociales.

Para los fanáticos de Maradona Los Pumas son a partir de ahora enemigos de la patria, seres indeseables que merecen la maldición eterna. Deben ser duramente castigados. El mensaje es clarísimo: quien se atreva a partir de ahora a cuestionar al Dios del fútbol entra en la categoría de reo irrecuperable, de paria dentro de la Argentina. Llevado al extremo este fanatismo podría dar lugar a persecuciones contra todo aquel que, real o supuestamente, hubiera cometido el delito de no respetar la memoria de Maradona, ese ser sobrenatural intocable. De ahí a la caza de brujas hay un paso y de ahí a la implantación de un régimen opresivo hay otro.

Pero eso no fue todo. El mismo fin de semana Alberto Fernández confesó que para él sería fantástico que todos los argentinos pensaran como Maradona. “La Argentina sería, qué duda cabe, un país muy diferente”, exclamó. ¿Qué quiso decir el presidente? Muy simple: que lo ideal sería que los 44 millones de Argentinos abrazáramos las banderas de Fidel Castro, Chávez y el Che Guevara, las figuras admiradas desde siempre por Maradona. Lo ideal sería, entonces, que los 44 millones de argentinos abrazáramos los ideales filosóficos, políticos y económicos del comunismo. Porque los tres líderes admirados por Maradona eran comunistas. Lo que hago no es un juicio de valor sino una mera descripción. ¿Quiere decir entonces que para el presidente los argentinos que no comulguen con ese credo son ciudadanos de segunda o directamente conforman la anti patria? Al presidente le encantaría, entonces, una Argentina sin pluralismo ideológico, sin derechos y garantías individuales, sin independencia de poderes, etc. Porque tanto en la Cuba castrista como en la Venezuela chavista la democracia liberal brilló por su ausencia. ¿Lo que pretende el presidente es, pues, instaurar en la Argentina un régimen como el castrista o el chavista? ¿Pretende que todos pensemos igual, por las buenas o por las malas? ¿Qué quedó de aquel presidente que el 10 de diciembre de 2019 habló de la unión de todos los argentinos en la diversidad, de la necesidad de comprender que nadie es dueño de la verdad absoluta? ¿Cuál es el verdadero Alberto Fernández? El tiempo lo dirá.

A propósito del artículo de Magdalena Rúa “FMI y fuga de capitales”

En el mencionado artículo (*) la economista Magdalena Rúa expresa:

“Tanto en la década de 1990 como en la experiencia reciente de la Argentina, el FMI ha apoyado la política de liberalización financiera y ha aportado fondos para financiar la fuga de capitales, a pesar de que su Convenio Constitutivo no lo permite. Su estrategia, a la que se alinean los gobiernos neoliberales locales, busca acorralar a países periféricos en pos de que cedan soberanía. Ahora el gobierno deberá ser consistente y mantenerse firme para evitar que vuelvan a triunfar las recetas de ajuste que caracterizan al Fondo”.

Lamentablemente el FMI terminará imponiéndole al gobierno de Alberto Fernández las históricas recetas de ajuste. Ello será así por una simple y contundente razón: el FMI, es decir Estados Unidos, no negocia con países periféricos como la Argentina sino que los mandonea. Basta con revisar la historia económica argentina desde que el país se involucró con el FMI para corroborar lo anteriormente expuesto. Creo sinceramente que lo que hará el gobierno de aquí en adelante es ajustar por imposición de Georgieva pero que no se note demasiado.

A continuación me tomo el atrevimiento de transcribir la parte final de un ensayo de Alicia Girón (Investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM) “titulado FMI: de la estabilidad a la inestabilidad”.

Consenso de Washington y democracia

Al relacionar el Consenso de Washington y la democracia se plantea un reto desde la perspectiva académica, ya que tal como mencionaba Schumpeter hay que cuidarse de los “defensores de la democracia”. En primer lugar, el objetivo principal del proyecto del Consenso de Washington es la desregulación de los mercados financieros, productivos y laborales. En segundo lugar, cabe mencionar el respeto a la propiedad privada y el énfasis en los procesos de privatización que significan hacer a un lado al Estado, para que las empresas, junto con la fuerza de trabajo libre, se hagan cargo del proyecto económico nacional e internacional. Además, se plantea la reestructuración de las bases productivas del orden económico establecido desde finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando las instituciones públicas y los sindicatos cumplieron un papel prioritario al favorecer un Estado benefactor y donde la inversión privada y pública convivían coordinadamente. En la década de los años ochenta, como una alternativa a la política económica existente, se plantean como objetivos la desregulación y liberalización, ante los problemas del modelo existente, la coyuntura de Estados Unidos y los graves problemas de deuda externa en los países latinoamericanos. La desregulación y la apertura de los mercados se fueron dando paulatinamente mediante los planes de estabilización que el FMI imponía a los países después de la crisis de devaluación de sus respectivas monedas. De esta manera, la apertura a mercados más democráticos se finca sobre las bases de un mercado donde los actores principales son los grandes conglomerados financieros e industriales.

El Consenso de Washington

En un trabajo reciente, Obstáculos al Desarrollo: el paradigma del financiamiento en América Latina (Correa y Girón, 2006), se menciona que para comprender las reformas financieras en América Latina, es preciso conocer al menos los trabajos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA), del Instituto de Economía Internacional y de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). En estos trabajos se presenta el decálogo del Consenso de Washington y cómo se fue aplicando.

Resultado de las reformas

Hay tres libros básicos para entender el Consenso de Washington y sus resultados: Reforma financiera en América Latina (Correa y Girón, 2006) donde se explica todo el proceso de desregulación financiera y el paradigma del desarrollo hasta la pérdida de los sistemas financieros nacionales. El segundo, After the Washington Consensus (Kuczynski y Williamson, 2003), donde Fred Bergsten menciona en la introducción que ya es tiempo de que el mundo deje de lado los debates tendenciosos e ideológicos donde se ha caricaturizado al Consenso de Washington como un manifiesto neoliberal y se pase a una discusión seria sobre las reformas que la región necesita para restaurar el crecimiento y la equidad. Por último, Ffrench Davis (2005) habla del éxito y fracaso de las reformas y de la necesidad inminente de “reformar las reformas” en América Latina. Estos libros sintetizan al menos casi tres décadas del cambio estructural-financiero que ha marginado a la región latinoamericana de los beneficios del desarrollo. Si bien, la visión macroeconómica de los cambios estructurales de la reforma financiera es importante, la relación estrecha entre esos cambios y sus consecuencias para las familias son determinantes para cuestionar las desigualdades al interior de las mismas. Branko Milanovic en su libro Measuring international and global inequality (2005) menciona que al relacionar las actividades de los hogares y los tradicionales indicadores del PIB per cápita, llega a la conclusión de que ha habido un incremento sustancial de la inequidad en el nivel internacional, debido principalmente a las reformas económicas propugnadas en el decálogo del Consenso de Washington. Al hablar de éste y la democracia, se tiene que evaluar no sólo el voto partidista en una sociedad y la participación pública de hombres y mujeres en los parlamentos o congresos, sino el grado de satisfacción de las necesidades básicas y de aumento en las oportunidades que da el sistema económico. De igual manera, los derechos humanos a la salud, educación, vivienda y empleo a los que tienen derecho los seres humanos en una sociedad. La inequidad, representada en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), expresa la falta de oportunidades para la mayor parte de la población mundial. El Informe sobre Desarrollo Humano (2005) muestra que el proceso de reformas a nivel global ha provocado inequidad, a pesar del crecimiento económico. Así, la heterogeneidad de las relaciones internacionales ha profundizado la dramática inequidad en la distribución del ingreso en muchos países. El mencionado Informe indica que el 20 % de la población mundial tiene el 75 % del ingreso, el 40 % más pobre únicamente tiene el 5 % y el 20 % más pobre únicamente el 1.5 %.

Siguiendo la misma línea en el análisis es interesante abrir el libro de Milanovic (2005) quién señala que hasta antes del rompimiento de los acuerdos de Bretton Woods, en los hogares había en su mayoría sólo un proveedor de recursos; en cambio en las últimas tres décadas ha crecido de manera acentuada el número de hogares en donde los ingresos provienen de más de un proveedor. No sólo la esposa se ha incorporado a la fuerza de trabajo, también lo han hecho los hijos; en las familias marginales, incluso los niños aportan dinero. Por su parte, Ffrench-Davis menciona que […] una década y media de aplicación de intensas y profundas reformas ha dejado una mezcla de éxitos y fracasos […]; se han cometido impresionantes errores en el diseño de las reformas, a lo que se agrega una débil capacidad para reconocer fracasos y corregirlos en forma oportuna […]; la propuesta es reformemos las reformas (2005: 14). En realidad, las reformas que fueron la esperanza para los gobiernos al menos en América Latina, después de la “década perdida”, se aplicaron sin tomar en cuenta las especificidades de cada país. No sólo no se favoreció el fortalecimiento de los empresarios nacionales frente a la competencia foránea que invadió el sector industrial y financiero, sino que debilitó incluso las instituciones públicas. Por ejemplo, la importancia de la banca de desarrollo en sectores estratégicos de desarrollo en infraestructura fue desdibujada en países como México; en contraste con Argentina, donde al no poderse vender los bancos públicos antes de la debacle, posteriormente se sanearon y ahora tienen una alta rentabilidad y están ayudando a un proyecto económico y social nacional. En cuanto a las inversiones productivas y al papel de la inversión extranjera directa, América Latina no fue favorecida en la conformación del nuevo orden económico, como sí lo fueron China y la India. Las características del financiamiento al desarrollo económico en América Latina han sido contrarias a los intereses de un proyecto de nación. Esto confirma que en América Latina la apertura financiera no tuvo los resultados esperados. Tanto Asia como Latinoamérica sufrieron crisis financieras en los noventa, pero las políticas de desarrollo, las reformas y la apertura de los sistemas financieros fueron diferentes en ambas regiones (Kaminsky y Reinhart, 1999). Por ello, mientras en Asia los sistemas financieros salieron fortalecidos de la crisis, en América Latina se inició y se concretizó en algunos el fenómeno de la extranjerización de los servicios financieros.

Estabilidad e inestabilidad en mercados con democracia

La gran transformación del FMI y la democracia han sido un reto para los países que conforman el círculo Sur-Sur-Sur. Un reto, porque el sendero del desarrollo se ha basado en las pautas del Consenso de Washington a raíz del quiebre del sistema monetario internacional. El fin de los mercados regulados, marcado por el rompimiento de los Acuerdos de Bretton Woods, fue sustituido por la libertad del mercado en el marco de la desregulación y liberalización de los circuitos productivos y monetarios. Los actores principales en la era post-Bretton Woods han sido las grandes corporaciones internacionales que durante las dos últimas décadas se han reestructurado aceleradamente mediante fusiones y megafusiones, adquiriendo empresas recién privatizadas por los gobiernos como en América Latina. También han tenido lugar importantes transformaciones en el mercado financiero, cuyas innovaciones han permitido un espacio común para fomentar las ganancias financieras, profundizando la inestabilidad financiera. No se puede dejar de lado que la política monetaria, fiscal y financiera que han adoptado los Estados tiene como finalidad mantener la estabilidad de los indicadores macroeconómicos. El resultado ha sido la inequidad en la distribución del ingreso, el desempleo y la disminución del consumo. ¿Cómo responder desde una visión del Sur ante cambios estructurales? Estas respuestas no se encuentran en las cifras del Informe del Desarrollo Humano. Los números nos indican la inequidad cuando los países en desarrollo tienen de IDH de 0,694 y los países de desarrollo humano alto 0,895; si se toma en cuenta el indicador del PIB per cápita éste es de 4,359 dólares para los países en desarrollo en tanto para los países de desarrollo humano alto representa 25,665 dólares. Es decir, el PIB per cápita y el IDH son indicadores cuyo comportamiento en los países en desarrollo y los países con alto desarrollo representan una relación asimétrica. Por tanto, los resultados de las reformas del Washington Consensus en los países del Sur no han sido lo óptimo cuando nos damos cuenta de que difícilmente tendremos las mismas oportunidades que los países desarrollados. No sólo son el ingreso, la educación, la esperanza de vida, el grado de analfabetismo, el acceso al agua, la salud y la nutrición, sino la falta de oportunidades de empleo y a un gasto más equitativo que financie el desarrollo y no el servicio de la deuda externa o los intereses de los mercados financieros. La globalización y las reformas en una sociedad democrática se tienen que replantear nuevamente.

(*) El cohete a la luna, 22/11/020

Anthony Giddens y el renacimiento de la socialdemocracia (*)

(última parte)

Conscientes de la crisis del Estado de Bienestar los partidos socialdemócratas de Europa y fuera de ella comenzaron a principios de los ochenta a debatir acerca del futuro de la socialdemocracia. La necesidad de cortar todo vínculo con la socialdemocracia clásica se incrementó en 1989, cuando se produjo el derrumbe del comunismo en Europa Oriental. Como consecuencia de la caída del Muro la mayoría de los partidos políticos comunistas de Europa Occidental modificaron sus nombres y decidieron aproximarse a la socialdemocracia, mientras que en la Europa Oriental surgieron nuevos partidos socialdemócratas. El fin de la era bipolar provocó un terremoto en los partidos comunistas europeos. El continente europeo fue escenario de agudos procesos de reforma que se dieron en los partidos socialdemócratas. En Gran Bretaña tuvo lugar en 1987 el “Informe Político del Partido Laborista”. Desafiados por el auge del thatcherismo los participantes socialdemócratas llegaron a la conclusión de que era fundamental que el laborismo diera mayor énfasis a la libertad y elección de las personas. De manera paralela acordaron rechazar la relevancia del poder sindical y abandonarla economía redemanda enarbolada por Keynes. Acordaron acercar la socialdemocracia a la economía de mercado, en suma. Lo mismo aconteció con los partidos socialdemócratas de Europa Continental. Centraron su atención en cuestiones tales como la productividad económica, las políticas participativas, el desarrollo comunitario y la ecología. Giddens menciona una frase de un delegado colombiano en una reunión en 1989 de la Internacional socialista que describe perfectamente el cuadro de situación: “Mi partido se llama liberal, pero mes básicamente socialista. Con estos europeos ocurre al revés” (Knut Heidar: “The norwegian party”, Richard Gillespie y William E. Patterson, “Rethinking Social Democracy in Europe”, Londres, Cass, 1983, pág. 62, citado por Giddens en “La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia”, Ed. Taurus, Madrid, 1999, pág. 30).

Alemania fue el epicentro de estos intensos debates. La obsesión era la misma: qué estrategia adoptar para responder al desafío que implicaba el ascenso de las filosofías del libre mercado. Luego de una intensa discusión emergió en 1989 el Programa básico para el SPD, que centraba su enfoque en la cuestión ecológica y en el impacto ocasionado por el “posmaterialismo” en los países industrializados. Este término fue una creación de Ronald Inglehart para darle nombre a una relación inversamente proporcional entre el nivel de prosperidad alcanzado por los votantes y su preocupación por las cuestiones económicas. En efecto, cuanto más alto es el nivel de vida de los votantes menor es su interés por las cuestiones económicas. En consecuencia, centran su atención en la calidad de sus vidas. “El Programa Básico concluía”, reflexiona Giddens, “que la actitud de la “mayoría próspera” se había alejado del ethos socialdemócrata del colectivismo y la solidaridad. La realización personal y la competitividad económica habían de ser más recalcadas” (pág. 31). Había que volcarse, por ende, más al centro del arco ideológico. La necesidad de este viraje ideológico se vio reforzado por las profundas modificaciones en los esquemas de apoyo político. En efecto, “las relaciones de clase que solían servir de fundamento al voto y a la afiliación política se han alterado drásticamente, debido al fuerte descenso de la clase trabajadora de cuello azul. La entrada de la mujer a gran escala en la fuerza de trabajo ha desestabilizado un punto más los esquemas de apoyo clasista. Una minoría considerable ya no vota, y permanece básicamente ajena al proceso político. El partido que más ha crecido en los últimos años es uno que en absoluto gorma parte de la política: el “no partido de los no votantes” (Ulrich Beck: “The reinvention of politics”, en Ulrich Beck, Anthony Giddens y Scott Lash: “Reflexive Modernization”, Cambridge, Polity Press, 1994, citado por Giddens). Finalmente, hay evidencia sustancial de que ha habido cambios en los valores, en parte como consecuencia del cambio generacional, y en parte como respuesta a otras influencias” (pág. 32). Este párrafo es por demás elocuente. La socialdemocracia clásica no podía continuar vigente si no se adaptaba a los profundos cambios sociales, políticos y culturales que habían experimentado las sociedades europeas. ¿Qué sentido tenía continuar enarbolando las banderas de la socialdemocracia clásica, como la necesaria e inevitable intervención del Estado en la economía, cuando inexorablemente habían perdido consenso? ¿Qué sentido tenía mantener incólume el andamiaje ideológico histórico de la socialdemocracia si había sectores de la población que no querían saber nada con la política y las mujeres habían irrumpido con gran vigor en el escenario político? Ninguno.

La división izquierda-derecha resulta insuficiente para analizar los cambios mencionados. Diversas encuestas realizadas en ciertos países lo confirman. John Blundell y Brian Gosschalk han dividido a la sociedad británica en cuatro sectores en función de las actitudes sociales y políticas: conservador, libertario, socialista y autoritario. En un eje se mide la creencia en las libres fuerzas del mercado y en el otro, la libertad personal. Los conservadores valoran la libertad del mercado y abogan por un férreo control del Estado sobre cuestiones como la familia, las drogas y el aborto. Los libertarios proclaman el individualismo más extremo y la escasa intervención estatal en todos los ámbitos de la vida. Los socialistas son defensores de la intervención estatal en la economía y desconfían de la autoridad estatal en todo lo concerniente a la moral. Finalmente, los autoritarios son defensores del poder estatal y de su autoridad para garantizar el orden en todos los ámbitos de la vida del hombre, individual y social. Emerge en toda su magnitud el cambio producido en las pautas de seguimiento y apoyo político. En casi todos los países occidentales el voto ha dejado de ceñirse a la clásica dicotomía izquierda-derecha para ajustarse a un diseño de una mayor complejidad. Ha dejado de ejercer influencia el clásico voto económico que dividía a los votantes en un tajante “socialistas” y “capitalistas”. Ahora los contrastes entre “autoritarios” y “libertarios” y entre “modernos” y “tradicionales” han aumentado. Es por ello que, como acertadamente acota Giddens, “los partidos socialdemócratas ya no tienen un “bloque de clase” consistente en quien confiar. Al no poder depender de sus identidades anteriores, tienen que crear otras nuevas en un ambiente social y culturalmente más diverso” (pág. 35).

Giddens elaboró su tercera vía precisamente para brindar su ayuda a la socialdemocracia en su titánica lucha por crear nuevas identidades en un ambiente social, político y cultural más complejo y diversificado que el que prevalecía durante la hegemonía de la socialdemocracia clásica. Pese a sus victorias electorales los socialdemócratas aún no han logrado configurar una ideología política nueva e integrada que los ayude a adecuarse al nuevo escenario. La tercera vía de Giddens procura señalar cuál debería ser la orientación de la socialdemocracia en un mundo donde no existe alternativa alguna al capitalismo. “El mundo bipolar fue el contexto en el que se modeló la socialdemocracia de posguerra. Los socialdemócratas compartían al menos algunas de las ideas del comunismo, aunque también se definían a sí mismos en oposición a él. ¿Tiene todavía algún sentido estar en la izquierda ahora que el comunismo se ha desplomado completamente en Occidente, y el socialismo, más ampliamente, se ha disuelto?” (pág. 36). La respuesta de Giddens es, obviamente, negativa. La tercera vía no es más que un intento por encontrar la manera en que la socialdemocracia logre trascender tanto la antigua socialdemocracia (la marxista) como el neoliberalismo, pueda adaptarse a un nuevo mundo donde la dicotomía izquierda-derecha ha perdido todo significado.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y sociedad el 19/7/011

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