Por Hernán Andrés Kruse.-

Avance incontenible

El Covid-19 no detiene su marcha. Durante gran parte del verano se tomó un respiro pero en los últimos días nos recordó que sigue vivito y coleando. En las últimas horas el número de contagios superó la barrera de los 24 mil y en poco tiempo, lamentablemente, el número de fallecidos alcanzará los 60 mil. A pesar de ello el virus tiene una gran virtud: no miente. Desde hace un poco más de año su mensaje es el mismo: “No me subestimen. Mi estrategia es simple y contundente: esmerilar por agotamiento a la humanidad. Les hago creer a los seres humanos que mi poder de fuego es limitado. Y los seres humanos no han hecho más que creérsela. Lo real y concreto es que siguen estando a mi merced”.

El coronavirus ha puesto dramáticamente en evidencia nuestras miserias morales. El egoísmo, la mezquindad, el desinterés por la salud del otro, han emergido a flor de piel. Desde que estalló la pandemia un importante sector de la sociedad actúa como si nada pasara. Pareciera que les importara un rábano el Covid-19 y sus consecuencias. Para estos argentinos y argentinas el virus, literalmente, no existe. Si alguien se enferma es su problema. “Mientras no sea yo el enfermo-o alguno de mis seres queridos- no pasa absolutamente nada”, razonan. Tamaña miserabilidad repugna. Porque para estos argentinos y argentinas los demás son insignificantes, no existen ontológicamente.

El Covid-19 también ha puesto en evidencia la degradación moral de nuestra clase política. El espectáculo que vienen brindando el oficialismo y la oposición es pavoroso, sencillamente canallesco. Su accionar se reduce pura y exclusivamente a lo siguiente: cómo quedar lo mejor parado posible de cara a las elecciones que se vienen. Desde que estalló la pandemia en marzo del año pasado la clase política no ha hecho más que moverse en función de sus intereses electorales. Durante los meses posteriores a la implantación de la cuarentena el 19 de marzo de 2020 Alberto Fernández se convirtió en el político con mejor imagen positiva del país. Envalentonado por las encuestas reaccionó de la peor manera: se la creyó. Y ya se sabe desde tiempos inmemoriales que la soberbia es uno de los pecados capitales. Tan agrandado estaba que se dio el lujo de criticar la política sanitaria de Suecia, un país infinitamente más desarrollado que la Argentina. Fue su momento de gloria. Si las elecciones hubieran tenido lugar en septiembre pasado hubiera obtenido un resultado arrollador.

Lamentablemente el presidente cometió otro error gigantesco: extender la cuarentena de manera irresponsable e inaudita. No percibió los graves daños que estaba causando a la economía y a la salud mental de la población. Convencido de la infalibilidad del doctor Pedro Cahn, consideró que el encierro eterno era el único antídoto eficaz contra el virus. Se negó a escuchar a aquellos expertos que le aconsejaban aumentar considerablemente el número de testeos y efectuar el aislamiento inmediato de los infectados. Para colmo, no dudó en avalar gigantescas manifestaciones callejeras que implicaban un atentado contra la salud de los argentinos. La incongruencia era evidente ya que por un lado enarbolaba la bandera de la cuarentena y por el otro daba el visto bueno a actitudes colectivas contrarias a la cuarentena.

Por su parte la oposición esperó agazapada el momento preciso para clavar sus colmillos en la yugular presidencial. A partir del escandaloso velatorio de Maradona los referentes opositores comenzaron a descerrajar munición gruesa sobre la estrategia sanitaria del gobierno. El caso más emblemático fue el del doctor Adolfo Rubinstein quien comenzó a criticar duramente a Alberto Fernández sin antes haber efectuado una profunda autocrítica de su gestión sanitaria durante el gobierno de Macri.

Durante este verano pareció que el virus amainaba. Fue tan solo un espejismo. Si alguien creyó que era el principio del fin de la pesadilla cometió un grosero error de cálculo, además de poner en evidencia una supina ignorancia de lo que estaba sucediendo con el virus en gran parte del mundo. Pero lo que cuesta creer es que las autoridades sanitarias del país hayan creído que el fin de la pandemia estaba a la vuelta de la esquina. Por el contrario, desde hace algunas semanas importantes funcionarios sanitarios de la provincia de Buenos Aires, como el doctor Nicolás Kreplak, comenzaron a advertir sobre la inminencia de una segunda ola de coronavirus, tal como estaba aconteciendo en Europa, por ejemplo. Sin embargo, el gobierno nacional adoptó la política del dejar hacer-dejar pasar, la que se puso dramáticamente de manifiesto durante Semana Santa.

Lo que aconteció en los días posteriores a Pascua es conocido por todos. Comenzó a producirse un crecimiento exponencial del número de contagios lo que obligó al gobierno a imponer en las últimas horas algunas restricciones nocturnas. El problema es que el presidente ha perdido gran parte de su autoridad debido al escándalo del vacunagate y de su evidente dependencia de la poderosa vicepresidenta de la nación. El gobierno sigue menospreciando uno de los dos factores fundamentales para detener la propagación del virus: la responsabilidad individual. El otro es el proceso de vacunación que por el momento se encuentra bastante retrasado. Mientras tanto el coronavirus nos sigue haciendo pito catalán, continúa mofándose de nuestra estúpida soberbia.

Una connivencia espuria

Ha tomado estado público la asidua concurrencia de jueces y fiscales a la Residencia de Olivos durante la presidencia de Mauricio Macri. Quedó de esa manera en evidencia la connivencia entre dos de los tres poderes del Estado durante un gobierno que asumió enarbolando la bandera de la virtud republicana. Pero para no lesionar la honestidad intelectual cabe reconocer que ha sido común a lo largo de nuestra historia, especialmente luego de la acordada de la Corte Suprema validando el derrocamiento de Yrigoyen en septiembre de 1930, la existencia de camarillas constituidas por miembros del poder político y del poder judicial.

Todo el mundo sabe que en nuestro país no existe la independencia del Poder Judicial. Para ser más precisos: existió en contadas ocasiones. Los ejemplos de esa connivencia brotan como hongos. En Santa Fe es vox populi la compleja red de relaciones entre el poder político, el judicial y la policía. Es la única manera de explicar la impunidad con que se manejó, por ejemplo, la otrora temible banda de Los Monos. En Formosa el gobernador Gildo Insfrán hace lo que se le da la gana desde 1995. ¿El Poder judicial? Bien gracias. En Rosario ejecutaron en 2019 a un narcotraficante acusado de haber tiroteado en 2013 la residencia del entonces gobernador Antonio Bonfatti. Lo terrible es que en ese momento la víctima se encontraba en calidad de inquilino en la suntuosa residencia de un camarista de la provincia. Hasta ahora se ignora la identidad de los asesinos. ¿El Poder judicial? Bien gracias.

La historia constitucional enseña que en nuestro país quien pretende ser juez debe ser consciente de que no existe tal cosa como independencia de la Justicia. Debe saber muy bien cuáles son las reglas de juego que se sintetizan, básicamente, en la siguiente: saber que se es juez porque así lo dispusieron quienes avalaron su candidatura. En otros términos: quien llega a ser juez debe ser consciente de que llegó tan alto por obra y gracia de sus padrinos políticos, no por su nivel académico. Llegó a ser juez por los favores prestados y en la vida, ya se sabe, esos favores, a la corta o a la larga, se pagan.

En la Argentina el sistema de dominación tiene como uno de sus pilares fundamentales la total y absoluta dependencia de los jueces respecto a sus patrocinantes. En consecuencia sus fallos deben responder a la voluntad e intereses de los mismos. Los jueces no son más que empleados a sueldo de sus patrones. Alguien dirá que hay jueces que son independientes pero son la excepción que confirma la regla. La mayoría de los jueces ponen en práctica, en relación con el sistema político, el siguiente “principio”: “le pertenezco hasta que me conviene”. Cuando el gobierno está en su apogeo los jueces le rinden pleitesía. Pero cuando entra en desgracia suelen ser despiadados con sus antiguos patrones. Un caso emblemático es el del extinto Claudio Bonadio.

Ello explica el grado de indefensión en la que se encuentro el ciudadano de a pié, el trabajador que carece de toda vinculación con el sistema político. Ese ciudadano está a merced de una Justicia que de tal sólo tiene el nombre. Emerge, por ende, en toda su magnitud la vigencia del Martín Fierro:

«Hacete amigo del Juez

No le dés de que quejarse;

—Y cuando quiera enojarse

Vos te debes encojer,

Pues siempre es gŭeno tener

Palenque ande ir á rascarse.»

Galtieri y el ejemplo de Moore

Este fin de semana el himno nacional se escuchó en las canchas de fútbol de primera división de nuestro país mientras las autoridades y los jugadores guardaban un respetuoso silencio. El homenaje más emotivo tuvo lugar en el estadio de Sarmiento de Junín. Antes de comenzar el partido ingresaron al campo de juego tres veteranos de Malvinas quienes invitaron al técnico de Atlético Tucumán, Omar De Felipe, para que los acompañase al círculo central. Fue entonces cuando una joven mujer cantó admirablemente el himno patrio. Su voz emocionó a todos los asistentes. Cuando la televisión enfocaba a los ex combatientes era evidente que sus recuerdos de aquellas duras jornadas brotaron como hongos.

Es fácil hablar ahora de lo que aconteció hace 39 años. En aquel momento el chauvinismo se había apoderado de tal manera del pueblo que muy pocos osaban criticar la decisión de la dictadura de reconquistar las islas. Quien lo hacía inmediatamente ingresaba a la categoría de traidor a la patria. Muy pocos lo hicieron, entre ellos el ex presidente Raúl Alfonsín. Recuerdo que muchos afirmaban que los ingleses no se atreverían a viajar tantos kilómetros para recuperar dos rocas. Recuerdo también que cuando se desató el conflicto muchos nos dejamos engañar por la prensa del régimen. “¡Estamos ganando!”, vociferaba Gómez Fuentes desde la pantalla de ATC. Mientras tanto, Galtieri se sentía la reencarnación de Perón. Cuando exclamó “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, debe haber creído que estaba escribiendo un capítulo fundamental de nuestra historia.

Lo real y concreto es que los soldados argentinos presentaron una dura batalla a los ingleses. La evidente superioridad logística y profesional terminó inclinando la balanza a favor de Gran Bretaña. La rendición el 14 de junio fue la lógica consecuencia de una guerra protagonizada por una fuerza escasamente preparada, salvo honrosas excepciones, y otra altamente profesional como los royal marines. El resultado estaba cantado y, sin embargo, hasta último momento creímos en las mentiras de la televisión del régimen. Tal como sucede con los técnicos de los equipos de fútbol, Galtieri fue ovacionado cuando anunció la reconquista de las islas, es decir, cuando se presentó como un ganador. “Aquí estoy yo, y si Thatcher quiere problemas, que me venga a buscar”, fue su mensaje. Thatcher lo buscó, lo encontró y lo molió a palos. Cuando quedó tendido en el suelo Galtieri fue escupido por los mismos que lo habían ensalzado el 2 de abril. El pueblo no le perdonó a Galtieri no que hubiera mandado al matadero a miles de soldados sin preparación sino que perdiera.

Confieso que aún hoy no entiendo qué lo llevó a Galtieri a mostrarse intransigente cuando sabía que, a raíz de la decisión de Inglaterra de entrar en combate, su suerte estaba echada. Prefirió sacrificar a sus soldados antes que retirarse del campo de batalla sin pelear. Es probable que haya pensado lo siguiente: “sé que voy a perder pero primero lucharé hasta donde pueda”. Lástima que él no estuvo en Malvinas al frente de las tropas como lo estuvo el general Moore al frente de las suyas. Si el pueblo hubiera visto la foto de un cansado y desaliñado Galtieri reconociendo la derrota ante su rival el general Moore, el pueblo lo hubiera perdonado y respetado. Hubiera quedado como un héroe que hizo todo lo que estuvo a su alcance para ganar pero que sucumbió por la notoria superioridad de su rival. Quedó, por el contrario, como un cobarde, como un militar de escritorio dominado por un ego incontrolable.

El juez de última instancia

El Covid-19 no se tomó descanso durante la Semana Santa. Pese al escaso nivel de testeos diarios el número de contagios promedio rondó los 10000. Una cifra altísima, preocupante por donde se la mire. Para colmo, el presidente de la nación se contagió pese a estar doblemente vacunado. Sin embargo, todos los expertos coinciden en el diagnóstico: es prácticamente imposible que se vea obligado a internarse. La vacuna no impide el contagio pero sí la gravedad de la enfermedad y, obviamente, el desenlace fatal.

Por el momento el grueso de los contagios se viene dando en el AMBA, tal como sucedió el año pasado. Si no sucede nada extraño probablemente la ola se extienda por el resto del país. Lo que más angustia es la capacidad del sistema sanitario para albergar al creciente número de infectados que requieren internación. Hasta ahora, afortunadamente, dicho sistema ha resistido los embates del virus. Pero ya son muchos los expertos que señalan que si continúa el crecimiento exponencial de los contagios dentro de algunas semanas podría producirse lo peor: el colapso del sistema de salud, tanto público como privado.

Mientras tanto continúan las manifestaciones de irresponsabilidad social. La semana pasada unos doscientos egresados de la Facultad de Medicina de Rosario no tuvieron mejor idea que celebrar el hecho en el balneario de La florida, sin barbijo y desconociendo el distanciamiento social. Como flamantes médicos saben muy bien los riesgos que se corren al ignorar tales recaudos. Sin embargo, primó en ellos el ansia por festejar el fin de los estudios. Hasta el momento las autoridades de dicha facultad vienen guardando un ominoso silencio. También tuvieron lugar durante el fin de semana largo varias fiestas clandestinas pero a nadie parece interesarle.

¿Qué hacen mientras tanto las autoridades? Lo de siempre: demostrar su impotencia para encontrar la manera de frenar el segundo brote de coronavirus. Pero cabe reconocer que lo mismo sucede con las autoridades de otros países, algunos más adelantados que el nuestro, como Francia e Italia. Lo real y concreto es que tanto el gobierno nacional como los gobiernos provinciales coinciden en un punto: la imposibilidad de retornar a la fase 1. La economía, acaba de sentenciar el ministro Martín Guzmán, no soportaría una vuelta a la cuarentena.

Pero sería pecar de ingenuidad desconocer que lo que más les preocupa al gobierno y a la oposición es el calendario electoral. En agosto están las PASO y en octubre la elección de medio término. El gobierno pretende postergarlas, al menos un mes. Calcula que para septiembre el número de vacunados será lo suficientemente alto como para demostrarle al pueblo la eficacia de su plan de vacunación. Para el oficialismo es la clave del éxito electoral. Consciente de ello la oposición no quiere saber nada con postergar los comicios. Sus referentes pretenden que se vote en agosto porque calculan que para entonces el número de vacunados seguirá siendo bajo, lo que perjudicaría severamente las chances electorales del oficialismo. El virus, por ende, será el juez de última instancia que determinará la victoria o la derrota del FdT.

Cartas de lectores publicadas en El Informador Público

Historia de una subestimación (*)

En marzo de 2008 el por entonces ministro de Economía Martín Lousteau lanzó la resolución 125 destinada a incrementar las retenciones al girasol y a la soja. A partir de entonces y durante cuatro meses el gobierno nacional entró en combate con el poder agropecuario, nucleado en torno a la Mesa de Enlace. En ese período la presidenta de la nación observó azorada cómo se le licuaba gran parte del consenso que había obtenido en octubre de 2007. Los sectores medios de la Argentina se volcaron hacia la Mesa de Enlace cuyos líderes, envalentonados, desafiaron al poder presidencial. Se sucedieron los cortes de rutas, los discursos sanguíneos y las manifestaciones populares. La oposición se alineó con “el campo” y a partir de entonces le declaró la guerra al gobierno nacional. Finalmente, el conflicto se trasladó al parlamento. Luego de dos agobiantes e históricas jornadas, una en Diputados y la otra en Senadores, el vicepresidente Julio Cobos votó en formas no positiva y le asestó un duro golpe a Cristina. La Mesa de Enlace y los grandes medios habían obtenido una gran victoria. El matrimonio presidencial había quedado aturdido y sin reacción. Había perdido la confianza del “campo”, el poder mediático estaba en su contra y la oposición festejaba la fuga de legisladores del oficialismo.

Julio Cobos se había transformado en la nueva estrella del firmamento político. Algunos llegaron a pensar en la posibilidad de la renuncia presidencial y su reemplazo por la flamante “esperanza blanca”. Sin embargo, Cristina no se dio por vencida. Cuando todo parecía perdido tomó el toro por las astas y ordenó a su tropa parlamentaria que no aflojara. En el último semestre de aquel nervioso 2008 importantes leyes fueron aprobadas, como la reestatización de las AFJP y de Aerolíneas Argentinas. Cristina había demostrado que no había perdido la iniciativa política, cualidad fundamental de todo gobernante que se precie de tal. A pesar de ello las encuestas ponían en evidencia un pronunciado descenso de su imagen positiva y, de manera paralela, un fuerte incremento de su imagen negativa. Ni qué hablar del ex presidente Néstor Kirchner. Todo estaba servido para la oposición. Bastaba con que surgiera un político capaz de representar as quienes estaban enojados con el gobierno nacional para que sellara definitivamente la suerte del kirchnerismo.

La caída de la imagen positiva del matrimonio presidencial se profundizó durante el verano de 2009. Ello explica la audaz jugada de Kirchner de adelantar los comicios parciales para junio y de imponer las candidaturas testimóniales. El matrimonio presidencial se había jugado a todo o nada. Y perdió. Un abatido Néstor Kirchner reconoció cuando expiraba aquel último domingo de junio quien había perdido y felicitó a su vencedor, Francisco De Narváez, elevado a partir de ese momento a la categoría de flamante estrella política, en franca competencia con el vicepresidente de la nación. Todo parecía perdido para el matrimonio presidencial. Sin embargo, no bajaron los brazos y durante el segundo semestre el parlamento sancionó importantes leyes siendo la más relevante la ley de medios audiovisuales. Pese a ello, la imagen negativa de Néstor y Cristina continuaba en picada.

En el verano de 2010 hubo, a mi entender, un serio intento por desalojar a Cristina de la presidencia. El por entonces presidente del Banco Central, Martín Redrado, se negó a acatar una orden presidencial que lo obligaba a utilizar reservas monetarias para el pago de intereses de la deuda. Todo un desatino que terminó en su remoción del cargo. Mientras tanto, la presidenta había suspendido un viaje programado desde hacía un tiempo a China, temerosa de que a su regreso se encontrara con “novedades”. Al mismo tiempo, la oposición se lanzó a la conquista del parlamento adueñándose de todas las comisiones parlamentarias no respetando proporcionalidad alguna. La estrategia era clara: sancionar leyes contrarias al gobierno nacional para obligar a la presidenta a vetarlas para así presentarla como un monarca absoluto. Dando por descontado el fin del kirchnerismo, la oposición, envalentonada por la derrota oficialista en 2009 y apoyada por el monopolio mediático, se dedicó a partir de entonces a enhebrar durísimas peleas internas para determinar qué candidato era el mejor posicionado para suceder a Cristina en 2011 (o antes). En consecuencia, se olvidó de ocuparse de aquello que hace a su esencia: elaborar un plan alternativo de gobierno. Sus principales referentes estaban convencidos de que el kirchnerismo había muerto y que la carrera por la presidencia de la nación quedaba reducida a una competencia entre ellos.

Pero en mayo de 2010 se produjo un acontecimiento popular que evidentemente no fue claramente percibido por la oposición. Los festejos por el bicentenario demostraron que el gobierno nacional había recuperado bastante la iniciativa política y que el pueblo no estaba tan enojado con Cristina como pretendía hacer creer el monopolio mediático. Las encuestas comenzaban a indicar un repunte en la imagen positiva del matrimonio presidencial sin que ello provocara escozor alguno en la oposición, enfrascada en feroces luchas internas dominadas por el egoísmo y el mesianismo. La lucha fue de tal magnitud que durante ese año legislativo sólo pudo sancionar una única ley contraria a Cristina: el 82% para los jubilados, inmediatamente vetada por la presidenta. Cuando parecía que el gobierno nacional se recuperaba sufrió en octubre un golpe tremendo: el ex presidente Néstor Kirchner moría del corazón en El Calafate. Fue el 27 de octubre, justo cuando se hacía el censo nacional. Tal como había acontecido luego del voto no positivo y la derrota electoral, el kirchnerismo parecía herido de muerte. A partir de entonces, la presidenta redobló su espíritu de lucha y no se dio por vencida. Mientras tanto, la oposición parecía no darse por enterada de la recuperación de la imagen presidencial, que se reforzó notoriamente luego del deceso del ex presidente.

Durante el verano de 2011 las encuestas ponían en evidencia el repunte de la imagen positiva de la presidenta. La oposición, bien gracias. Hasta que llegaron los comicios catamarqueños y la sorpresa fue, para la oposición, mayúscula. El triunfo kirchnerista en esa provincia convenció a los líderes opositores que las elecciones presidenciales no serían un trámite como lo habían imaginado. Las posteriores elecciones que tuvieron lugar no hicieron más que confirmar la remontada política de Cristina. Hasta que se llegó al 14 de agosto, fecha fijada para la celebración de las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias. El triunfo por el 50% de la presidenta dejó boquiabiertos a los principales referentes de la oposición. Jamás imaginaron semejante paliza. Ahora su suerte está prácticamente echada. Todo parece indicar que Cristina superará en octubre el 50% que obtuvo en agosto.

Lo que parecía imposible en 2008, 2009 y 2010 está a punto de materializarse en octubre: la reelección de la presidenta de la nación. Un desenlace increíble que puede comprenderse si se tienen en cuenta los aciertos de Cristina en el ejercicio del poder y, fundamentalmente, la soberbia de una oposición que no hizo más que subestimar la capacidad de reacción del kirchnerismo, en una actitud suicida sin parangón en nuestra historia.

 (*) Hernán Kruse

27/9/011

Memoria histórica (*)

Jorge L. García Venturini dijo una vez que la historia no es lo que pasó sino lo que nos pasó a nosotros como pueblo. De ahí la importancia de recordar lo que nos pasó para comprender lo que nos está pasando ahora y predecir lo que nos puede llegar a pasar en el futuro. ¿Qué es lo que está pasando ahora? Que a escasos días de las elecciones presidenciales Cristina Kirchner se convierta en el tercer presidente más votado de la historia argentina, detrás de Juan Domingo Perón e Hipólito Yrigoyen. Pese a todo lo que debió soportar durante sus cuatro ajetreados e intensos años como presidenta de todos los argentinos, pese a los constantes agravios a su persona, pese a los discursos violentos y destituyentes, lo cierto es que no causaría sorpresa alguna si cerca del 60% del electorado decidiera extenderle dentro de unos días un cheque de confianza por los próximos cuatro años.

¿Cómo es posible, se estarán preguntando azorados quienes no soportan al gobierno nacional y popular, que la mayoría del pueblo esté a punto de optar por quien consideran es el símbolo de lo peor de la política. La sentencia de García Venturini nos puede brindar una sagaz ayuda para tratar de comprender lo aparentemente increíble. Si la historia argentina, como toda historia, es aquello que nos pasó entonces lo mejor será que recordemos qué nos pasó como pueblo en el pasado reciente. A mi entender, será la mejor manera para enhebrar una adecuada comprensión de lo que nos está pasando ahora como pueblo.

El kirchnerismo no se comprende si alejamos de nuestra memoria histórica la feroz crisis de diciembre de 2001. El 20 de diciembre de aquel trágico año el entonces presidente Fernando de la Rúa renunció agobiado por los saqueos, por los cacerolazos, por la incomprensión internacional y, fundamentalmente, por la sangre derramada. El errático dirigente radical se escapó en helicóptero y durante diez días la Argentina estuvo a la deriva. A De la Rúa lo reemplazó Ramón Puerta, a éste lo reemplazó Adolfo Rodríguez Saá, a éste el presidente de la Cámara de Diputados y a éste el hombre fuerte de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, con el mandato de llegar a diciembre de 2003. Duhalde asumió el 1 de enero de 2002. El país era un caos total: los partidos políticos se habían evaporado al igual que la confianza del pueblo en las instituciones más importantes de la república (justicia, congreso, poder ejecutivo), la convertibilidad había estallado, el FMI y el BM miraban al flamante presidente con extrema desconfianza y habían emergido peligrosos síntomas de descomposición social. Ante este dantesco panorama Duhalde hizo lo que pudo. Negoció la gobernabilidad con los gobernadores justicialistas y se granjeó la simpatía del poder económico pesificando la economía y devaluando el peso. Hizo lo imposible por conquistar la confianza exterior pero le resultó imposible. El FMI se ensañó con él y no titubeó en humillar al país obligando al congreso a derogar leyes que “atentaban contra la seguridad jurídica”, como la ley de subversión económica.

Mientras tanto, la pobreza y la indigencia comenzaban a crecer vertiginosamente y muchos miembros de la clase política corrían el riesgo de ser agredidos física y verbalmente en la calle. Duhalde hacía malabares para seguir en el poder cuando en junio de 2002 dos dirigentes piqueteros fueron asesinados por la policía de la provincia de Buenos Aires en la estación Avellaneda. Fue el fin de su presidencia. A partir de ese trágico acontecimiento buscó oxígeno para diagramar una transición lo más ordenada posible. Las elecciones presidenciales fueron convocadas para abril de 2003 y si era necesario el ballottage, la fecha era en mayo. Duhalde tenía un serio problema que se había transformado en una obsesión: evitar como sea el retorno de Carlos Menem-su enemigo íntimo-al poder. Encontró en Néstor Kirchner, en aquel entonces gobernador de Santa Cruz y escasamente conocido a nivel nacional, el instrumento ideal para lograr su objetivo. Lo consiguió. En las elecciones presidenciales de abril de 2003 Menem sacó el 24% y Kirchner el 22%. El ballottage era inevitable. Pero Menem, consciente de que en segunda vuelta perdía por goleada, se retiró de la competencia y obligó al santacruceño a asumir con aquel escuálido 22% que había sacado en abril.

En esas condiciones asumió Néstor Kirchner la presidencia el 25 de mayo de 2003. Tenía delante suyo dos opciones: una, ser un títere de Duhalde; la otra, cortarse solo. Como genuino animal político que era eligió la segunda alternativa. Ello explica por qué durante sus cuatro años de gestión hizo lo imposible por hacer de la autoridad presidencial una fortaleza inexpugnable. Ello explica, también, por qué hizo flamear desde los balcones de la Rosada las banderas del antagonismo y la confrontación. Durante su presidencia Kirchner tomó decisiones relevantes. A mi entender las más importantes fueron la remoción de la tristemente célebre “mayoría automática” de la Corte Suprema y el corte del cordón umbilical que nos mantenía unidos al FMI. Con esta decisión le dijo “adiós” a las relaciones carnales. En el orden interno se dedicó a acumular todo el poder que le fue posible, lo que le permitió designar a su esposa candidata presidencial del oficialismo. Nadie, dentro del justicialismo, osó cuestionarlo. Las encuestas le auguraban un cómodo triunfo y así fue. En octubre de 2007 Cristina sacó el 46% de los votos sepultando la posibilidad del ballottage con Elisa Carrió, su peor enemiga en aquel momento.

Durante su presidencia Cristina no hizo más que profundizar el modelo social, económico, político y cultural de su marido. Pero se encontró con serios obstáculos. La resolución 125 fue el pretexto esgrimido por el orden conservador para declararle la guerra. A partir de entonces a la presidenta no se le perdonó absolutamente nada. Sin embargo, no bajó los brazos y trató de gobernar lo mejor posible. La oposición se envalentonó pero fue incapaz de presentar a la sociedad un plan alternativo de gobierno. Para colmo, muchos de sus máximos referentes habían formado parte del gobierno de la alianza o habían estado cerca de Carlos Menem. En 2010 el pueblo comenzó a percatarse de que enfrente de Cristina estaba el menemismo y el resto de la alianza. Además, comenzó a cansarse de tanto grito destemplado, de tanta acusación infundada, de tanta crispación. El deceso de Néstor Kirchner no hizo más que profundizar el reconocimiento de importantes sectores del pueblo a la gestión de la presidenta. Mientras tanto la oposición no se daba por enterada del renacer de la figura presidencial y actuaba como si la sociedad se hubiera olvidado de la tragedia de 2001. Pero no se olvidó. ¡Cómo puede borrar de su memoria histórica una crisis que marcó a fuego a las generaciones actuales y futuras de argentinos! El pueblo, que no come vidrio, finalmente se percató de que la oposición no era más que el retorno al menemismo o a la alianza, es decir, el retorno al ajuste perpetuo y las relaciones carnales. Las PASO pusieron en evidencia que el pueblo no es tan tonto como algunos creen que es. El 14 de agosto la mayoría hizo valer su memoria histórica y le dijo ¡no! al pasado reciente. Porque pese a todo lo malo que cabe reconocerle a su gobierno, Cristina es mejor, muchísimo mejor, que la oposición.

(*) Hernán Kruse

5/10/011

El renacer de la política (*)

En julio de 1989 asumió como presidente de todos los argentinos Carlos Menem. El país estaba sumergido en el caos social y la hiperinflación. El sistema político internacional estaba alumbrando una nueva era histórica: al poco tiempo se derrumbaría el Muro de Berlín y dos años más tarde implosionaría el imperio soviético. Estados Unidos emergía como la única gran potencia planetaria, como el gendarme del mundo dispuesto a garantizar el orden. El neoliberalismo le había ganado la pulseada al socialismo marxista y Francis Fukuyama había decretado el fin de la historia. En ese contexto nacional e internacional Carlos Menem se hizo cargo de la presidencia. Astuto y pragmático, no dudó un segundo en adecuarse a las nuevas reglas de juego. Ofreció la conducción de la economía al grupo Bunge y Born y tejió un sólido vínculo con Estados Unidos, a tal punto que envió a la zona caliente del Golfo Pérsico dos buques de guerra. Fiel ejecutor de las órdenes del Consenso de Washington puso en práctica un profundo proceso de privatizaciones que incluyó el petróleo. Todo lo que oliera a estatal fue vendido a los amigos del poder.

Sin embargo, la hiperinflación continuaba haciendo estragos. A comienzos de 1990 Menem designó como ministro de Economía a su amigo Antonio Erman González quien permaneció en el cargo hasta comienzos de 1991, cuando Menem lo reemplazó por Domingo Felipe Cavallo, autor intelectual de la Convertibilidad, esa fantasía económica que hizo creer a millones de argentinos que el peso era equivalente al dólar. Cavallo permaneció en el cargo hasta 1996 cuando fue sustituido por roque Fernández, símbolo de la ortodoxia económica. Con Menem en el poder el neoliberalismo cantó victoria. El poder político estuvo al servicio del poder económico. No hubo decisión alguna de Menem que no persiguiera satisfacer los intereses del poder económico nacional y transnacional. Los argentinos dejamos de ser ciudadanos para pasar a ser clientes del monopolio privado, el verdadero dueño del país. Argentina se había transformado en un gigantesco country rodeado de villas de emergencia. La política tradicional se había esfumado. El dogma del pensamiento único se había impuesto, con lo cual uno de los caracteres fundamentales de la democracia, el pluralismo ideológico, fue barrido sin contemplaciones.

El agotamiento de Menem no significó el agotamiento del neoliberalismo. Su sucesor, Fernando de la Rúa, no hizo más que continuar su política económica. Sin embargo, no logró ganarse la confianza de Estados Unidos. José Luis Machinea fracasó en su gestión al frente de la cartera económica y su sucesor, Domingo Felipe Cavallo, no tuvo mejor idea que reducir en un 13% las jubilaciones y confiscar los ahorros de millones de argentinos. El modelo explotó en diciembre de 2001. Eduardo Duhalde se limitó a extenderle el certificado de defunción. Cuando asumió la convertibilidad era una entelequia. Durante su traumática presidencia intentó vanamente conquistar la confianza del FMI y el BM. Le resultó imposible. El poder económico transnacional veía en él al símbolo del peronismo de Perón, defensor del nacionalismo económico y de la tercera posición. Consciente de ello, Duhalde se abocó a la ardua tarea de elegir a un sucesor que fuera capaz de satisfacer los “requisitos” que exigía el poder económico transnacional. Intentó por todos los medios convencer a Carlos Reutemann, por entonces gobernador de Santa Fe, de que fuera el presidente en 2003. Era, qué duda cabe, el candidato ideal. Pero el santafesino, por razones que sólo él conoce, se negó. Entonces Duhalde buscó a De la Sota, por entonces gobernador de córdoba, pero las encuestas eran impiadosas con él. Desesperado, vio en Néstor Kirchner, por entonces gobernador de Santa Cruz, la única posibilidad para impedir que Carlos Menem, cuya estrella internacional se había apagado por completo, accediera nuevamente al poder. Mientras tanto, la política seguía estando subyugada por la economía.

Néstor Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003. Por esos días La Nación había publicado un artículo de Escribano que pasará a la historia. Escribano, en representación del establishment, lo conminaba a gobernar sin inmiscuirse en la economía. En caso contrario, sería presidente por muy poco tiempo. En su discurso de asunción el flamante presidente puso en claro que jamás aceptaría imposición alguna del poder económico, tanto nacional como transnacional. Allí fue cuando comenzó a renacer la política en la Argentina. Kirchner se atrevió a cuestionar los dogmas del neoliberalismo. Estaba convencido de que las decisiones que afectan a todos los argentinos deben discutirse en el parlamento y adoptarse en la Casa Rosada. Por eso no trepidó en deshacerse de la tristemente célebre mayoría automática instalada en la Corte Suprema en el segundo semestre de 1989, confrontar con las corporaciones, independizarse del FMI y el BM y desafiar a George W. Bush en Mar del Plata. La economía pasó a un segundo plano.

He aquí, en esencia, la naturaleza del kirchnerismo. Implica una rebelión contra lo que consideraba algo natural: la inmutabilidad de los principios del neoliberalismo. Con Kirchner en el poder los “mercados” dejaron de ser considerados los dioses del Olimpo, el neoliberalismo pasó a ser lo que es en verdad: una ideología como cualquier otra. En consecuencia, resurgió aquella sana costumbre de los argentinos: hablar de política, discutir, intercambiar opiniones: hacer realidad el pluralismo ideológico, en suma. Cristina profundizó el proceso de renacimiento de la política con la sanción de la ley de medios. En efecto, si hay algo que caracteriza a su presidencia es la firme convicción de que el pueblo debe escuchar otras voces, leer otros discursos, criticar lo que siempre fue considerado “verdad revelada”. La democracia se fortalece cuando ello acontece. Por eso la democracia estuvo raquítica durante el menemismo y ahora, con CFK, ha engordado unos cuantos kilos. En los noventa la economía, como un vampiro, había dejado a la política exhausta. Nadie cuestionaba nada porque desde el poder se había lanzado la idea de que ya no había nada por discutir. A partir de mayo de 2003 todo se puso patas para arriba. Ahora todo se discute, nada se da por definitivo y absoluto.

Es lógica, por ende, la ira que el kirchnerismo despertó en aquellos sectores habituados a que el gobernante de turno le rinda pleitesía. Para colmo, a partir de 2007 quien lo hace es una mujer. Ello explica todo lo que debió soportar desde que asumió en diciembre de aquel año. El kirchnerismo le dijo ¡no! a lo que el establishment esperaba de él: sumisión incondicional. Le demostró que se puede gobernar al margen de lo que titulen en la portada sus máximos referentes de la información. Por eso el orden conservador presenta al kirchnerismo como una turba, un malón descontrolado, una enfermedad, una peste; una calamidad, en suma. Estas barbaridades no hacen más que poner en evidencia la locura que lo invade por no poder controlarlo. Pudo hacerlo con Alfonsín, con Menem, con De la rúa y con Duhalde; ¡y no pudo hacerlo con Kirchner y ahora no puede hacerlo con CFK! El kirchnerismo lejos está de ser una fuerza política pura e inmaculada. No está constituida por carmelitas descalzas. Negarlo sería una ingenuidad. Ha cometido errores y algunos horrores. Probablemente algunas críticas que se le hacen estén en lo cierto. Pero el odio que le tiene el orden conservador no se debe a lo malo del kirchnerismo sino, aunque resulte paradojal, a lo bueno de él. ¿Y en qué consiste lo bueno del kirchnerismo? en que fue capaz de devolver a los argentinos la esperanza en un mundo donde los ideales políticos dejen de ser víctimas de la burla cruel y despiadada de los “mercados”.

(*) Hernán Kruse

12/10/011

Triunfo arrasador (*)

La presidenta de la nación acaba de obtener un histórico y arrasador triunfo. Cerca de once millones de compatriotas-el 54% de los votos válidos emitidos-le extendieron un cheque de confianza hasta el 10 de diciembre de 2015. Muy lejos quedó el gobernador de Santa Fe, Hermes Binner, quien cosechó el 17% de los sufragios. El radicalismo hizo una elección paupérrima, al igual que Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. Elisa Carrió literalmente no existió en esta elección y el marxista Jorge Altamira puede sentirse plenamente satisfecho con sus casi 480 mil votos. Cristina ganó en todo el país, salvo en la provincia de San Luis. Obtuvo resonantes victorias en ámbitos donde el conflicto agropecuario dejó su huella: Mendoza, Córdoba, Santa Fe y la CABA. Fue plebiscitada en el sur, el noroeste y el noreste del país. En la ciudad de Rosario, un bastión inexpugnable para el kirchnerismo, Binner le ganó a Cristina 42% a 41%. El cristinismo tendrá mayoría propia en ambas cámaras del Congreso, tal como aconteció en 2007. Jamás desde el retorno a la democracia en 1983 un presidente concentró tanto poder. Además, se ubicó tercera en la categoría de presidentes más votados de la historia argentina, detrás de Juan Domingo Perón e Hipólito Yrigoyen.

La inmensa mayoría del pueblo premió la gestión de gobierno de Cristina. Una gestión que se vio sacudida por el conflicto por la resolución 125, la traición del vicepresidente, la derrota del oficialismo en 2009 y la repentina muerte del ex presidente Kirchner. Una gestión difícil, traumática y, en algunos momentos, dramática. En 2009 Cristina tenía una imagen positiva que no superaba el 20%. Todo el arco opositor le había extendido el certificado de defunción política. Tal fue así que a comienzos de 2010 se adueñó de todas las comisiones parlamentarias, mientras las plumas más importantes del monopolio mediático daban por terminada la experiencia kirchnerista. Semejante grado de soberbia y petulancia impidió a la oposición darse cuenta de lo que había comenzado a gestarse a partir de 2010: un paulatino crecimiento de la imagen positiva de la presidente de la nación. Sus máximos referentes no vieron (o no quisieron ver) palpables e importantes éxitos de la gestión de Cristina: la asignación universal por hijo, la reestatización de las AFJP, la ley de medios audiovisuales, la repatriación de casi mil científicos que estaban residiendo en el exterior, la política de derechos humanos, la recuperación del empleo, etc.

A partir de los festejos por el Bicentenario y, fundamentalmente, luego del deceso de Kirchner, la oposición se perdió en un laberinto del cual jamás logró salir. Dando por extinguido al gobierno nacional, sus mejores espadas creyeron que bastaba tan sólo con presentarse ante la sociedad como un feroz e intransigente antikirchnerista para tener posibilidades de ser presidente en 2011. No percibieron que el pueblo estaba cansado de tanta crispación, de tanto insulto gratuito, de tanto griterío. Nunca le presentaron un plan alternativo de gobierno que superara al del gobierno nacional. Creyeron que flameando la bandera del antikirchnerismo todo estaba resuelto. Se equivocaron groseramente. El primer llamado de atención fue la elección en Catamarca en marzo pasado. Luego siguió la sorpresa chubutense. La oposición no se dio por enterada. Había cinco candidatos-Binner, Alfonsín, Duhalde, Rodríguez Saá y Carrió-convencidos de que la elección presidencial no sería más que un trámite. Jamás se les ocurrió conformar una coalición con un único candidato porque estaban convencidos de que enfrente no había adversario alguno. Hasta que llegaron las PASO. Un poco más de la mitad del electorado que participó le dio la victoria a la presidenta de la nación. La oposición jamás logró recuperarse desemejante golpe. Sus candidatos continuaron haciendo campaña como si las PASO no hubieran existido. Creyeron que con los casos Schoklender y Candela la presidenta perdería muchos de los votos que consiguió el 14 de agosto.

Cristina ganó con el 54%. Premio a su gestión de gobierno y castigo a una oposición inoperante y soberbia. La presidenta de la nación tiene a partir de ahora una oportunidad histórica para profundizar lo bueno del modelo y corregir sus errores. Su responsabilidad histórica como gobernante o, si se prefiere, como estadista, es gigantesca. Sólo de ella depende que la Argentina abandone para siempre un largo período de desencuentros y antinomias que nos hizo un daño inconmensurable. Sólo de ella depende que la democracia como filosofía de vida se adentre definitivamente en nuestros corazones. Nuestra historia registra momentos parecidos al actual. En septiembre de 1973 Juan domingo Perón fue elegido presidente por el 62% de los votos. El pueblo había depositado toda su confianza en ese anciano líder. La ilusión estalló por los aires. De ello se encargaron los grupos guerrilleros y la Alianza Anticomunista Argentina. Todo terminó en marzo de 1976. En 1983 depositamos nuestra confianza en Raúl Alfonsín. “Con la democracia se cura, se come y se educa”, había remarcado hasta el cansancio. Otra vez la ilusión se evaporó. Jaqueado por la hiperinflación y el caos social, se vio obligado a entregar anticipadamente el poder a Carlos Menem. La ilusión que despertó el riojano en vastos sectores del pueblo duró una década. Estalló por los aires en diciembre de 2001. El “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”-grito de guerra de la furiosa clase media-aún resuenan en nuestros oídos.

En un período histórico breve experimentamos muchísimas frustraciones. Como diría Diego Armando Maradona, “nos cortaron las piernas”, hicieron añicos nuestras esperanzas. Somos, qué duda cabe un pueblo frustrado pero, Al mismo tiempo, con una increíble capacidad para volver a ilusionarse. Con Cristina nos hemos vuelto a ilusionar. De ahí, reitero, la gran responsabilidad histórica que le cabe. Porque sólo de ella depende que volvamos a repetir la historia reciente o que, por el contrario, despeguemos de una vez por todas. Cristina tiene delante de ella una tarea ciclópea. No está sola pero el pueblo la ubicó en el altar de la política. Quizás esto suene un poco monárquico pero creo que es lo que acaba de ocurrir. El pueblo ha depositado en Cristina una esperanza gigantesca. Hemos recuperado nuestra autoestima. Hemos vuelto a creer, esta vez en una dirigente política dueña de una notable capacidad intelectual. Cristina es brillante, lo que aumenta su responsabilidad histórica. En los próximos cuatro años deberá hacer todo lo que esté a su alcance para tratar de encontrar alguna solución a serios problemas que nos aquejan desde hace mucho tiempo, como la inseguridad y la inflación. También deberá esforzarse al máximo para profundizar lo bueno del modelo y aquí juega un rol relevante la pronta y efectiva puesta en ejecución de la ley de medios audiovisuales. Ojalá que la reelección de Cristina marque un punto de inflexión en nuestra historia, plagada de intolerancia, violencia y maniqueísmo político. Demasiado nos ilusionamos anteriormente y demasiados fueron los golpes que recibimos. Cristina tiene en sus manos la histórica oportunidad para convencernos de que esta vez sí es posible para dejar atrás tanta crispación, tanta angustia, tanta falta de respeto por nuestros derechos fundamentales. Sólo d eella depende que esta renovada ilusión no termine como en 1976, 1989 y 2001.

(*) Hernán Kruse, 25/10/011

La dramática y fascinante historia argentina. Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810

La campaña del Alto Perú

El gobierno surgido de la destitución de Cisneros tuvo desde el inicio dos objetivos fundamentales en el terreno militar: por un lado, ejercer el control sobre el Alto Perú y Paraguay y, por el otro, obligar a Montevideo a aceptar el cambio político que acababa de tener lugar en Buenos Aires. Al tener en mente esas metas se produjo lo inevitable: la dispersión de las escasas tropas disponibles. Luego de aplastada la contrarrevolución liderada por Liniers las tropas criollas, al mando de Antonio González Balcarce (era un oficial de carrera), arribaron al límite con el Alto Perú. Fue entonces cuando atacaron a los realistas, que esperaban la ofensiva, en Cotagaita. Los criollos no pudieron perforar la defensa española y Balcarce, con buen tino, retrocedió hasta el río Suipacha atacando por sorpresa a los realistas el 7 de noviembre de 1810. Fue un duro golpe para el enemigo porque en ese combate perdió casi la mitad de sus hombres. Días más tarde Rivero obtuvo una resonante victoria en Aroma y de esa manera los patriotas lograron el control del Alto Perú. A partir de entonces el número de efectivos del ejército patrio se incrementó notablemente pero ello no significó un aumento de su capacidad profesional. Balcarce, por ejemplo, comandaba 6000 hombres pero sólo 2500 estaban preparados para el combate. Ello explica la batalla que pasó a la historia como “el desastre de Huaqui”. Los criollos fueron atacados entre el Río Desaguadero y el lago Titicaca por las tropas comandadas por Goyeneche. Fue una masacre. El precio que pagaron los patriotas por la indisciplina fue tremendo. Como consecuencia de esa batalla el Alto Perú volvió a quedar bajo el dominio español. Quiso la providencia que en ese momento Goyeneche no hubiese tomado la decisión de atacar el norte argentino. De haberlo hecho esa zona hubiese quedado en poder de los realistas (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de…. capítulo 16.

La campaña del Paraguay

De manera simultánea la primera Junta ordenó a Manuel Belgrano, sin preparación militar y al mando de un ejército raquítico, que invadiera Paraguay. Los criollos se equivocaron groseramente al emprender esta invasión. Por un lado, creyeron que la presencia de las tropas criollas provocaría la sublevación del Paraguay y, por el otro, al enfocarse en Paraguay desatendieron un frente más importante como lo era Montevideo. Si las tropas guaraníes acudían en ayuda de Montevideo, para los patriotas hubiera sido mucho más fácil enfrentarlas en la Banda Oriental, cuya fisonomía era similar a la de Argentina, que en el inhóspito territorio paraguayo. Belgrano y los suyos ingresaron a la Mesopotamia por la Bajada del Paraná y se dirigieron hacia el centro de Corrientes utilizando caminos que no les eran familiares. Belgrano tomó esa decisión creyendo que de esa forma lograría evitar una zona que, por su alto nivel de agua, implicaba un serio obstáculo. Belgrano no imaginó que al abandonar los caminos conocidos se encontraría con un paisaje igualmente inhóspito y acuoso. El 19 de diciembre de 1810 las tropas criollas lograron atravesar el Paraná y lograron una fácil victoria en Campichuelo. En realidad, se trató de una trampa tendida por el gobernador guaraní Velazco. La retirada guaraní de Campichuelo hizo que Belgrano y sus tropas quedaran lejos de sus bases, mientras que Velazco se acantonó junto con 6500 hombres a 50 kilómetros de Asunción. No estaban del todo bien equipados pero poseían una artillería respetable. El 19 de enero de 1811 Belgrano y 950 soldados atacaron a los guaraníes en Paraguarí. Al principio Belgrano parecía encaminarse hacia la victoria pero la mala conducción de su columna de ataque lo obligó a retirarse. Los guaraníes tardaron en reaccionar pero luego decidieron ir por los criollos. El 9 de marzo tuvo lugar la batalla de Tacuarí donde las tropas guaraníes al mando del teniente coronel Manuel Anastasio Cabañas derrotaron ampliamente a las diezmadas tropas de Belgrano. La expedición de Belgrano había terminado en un estruendoso fracaso. Sin embargo, Belgrano logró salvar su honor firmando un armisticio que tendría positivas resonancias políticas (1).

(1) Floria y García Belsunce, historia de…capítulo 16.

La campaña de la Banda Oriental

Belgrano había cometido un verdadero sincericidio al tildar de “locura” la campaña al Paraguay. Evidentemente la actitud del prócer no molestó al gobierno criollo ya que no dudó en confiarle la conducción de las tropas que protagonizarían la campaña a la Banda Oriental. Belgrano sentó la base militar en Mercedes y encomendó a Artigas que se sublevara en el centro y el este del territorio. A raíz de ello los realistas retrocedieron y se acantonaron en Montevideo y Colonia. Fue entonces cuando el creador de nuestra insignia patria fue sustituido por el teniente coronel Rondeau. Artigas entró en combate contra los realistas en Las Piedras el 18 de mayo de 1811. El costo sufrido por el enemigo español fue muy duro: sus pérdidas en vidas humanas alcanzaron el 55%. Esta batalla fue el prolegómeno al histórico pero también ineficaz sitio de Montevideo ya que la ciudad estaba en condiciones de abastecerse por agua. Para resolver ese obstáculo los criollos crearon una escuadra naval que fue aniquilada por los realistas.

Mientras tanto, tenía lugar el avance de las tropas comandadas por Goyeneche en la zona norte del territorio uruguayo y fundamentalmente la invasión de 5000 soldados portugueses a la Banda Oriental. El riesgo que tenían las tropas criollas era muy alto pero quiso la providencia que se acordara un armisticio el 21 de octubre con el general Elío, lo que hizo posible la retirada de las tropas criollas del territorio uruguayo. Pero en enero de 1812 la precaria tregua se desmoronó como un castillo de naipes. La sangre no llegó al río porque se firmó un nuevo armisticio con el imperio lusitano el 26 de mayo (1).

(1) Floria y García Belsunce, historia de… capítulo 16.

Nueva campaña al Alto Perú

El gobierno confió el mando de las tropas a Pueyrredón quien partió rumbo a Salta para disciplinarlas y solicitar la designación de un jefe que estuviera a la altura de las circunstancias. Una vez más el elegido fue Manuel Belgrano. La frágil situación política y militar reinante en el Alto Perú había logrado retrasar por bastante tiempo el ingreso de los realistas al territorio argentino. Cuando se produjo el pueblo jujeño emigró masivamente, hecho que pasó a la historia como “el éxodo jujeño”. Mientras tanto, Belgrano recibía la orden gubernamental de retroceder hacia Córdoba para tratar de achicar las comunicaciones entre las tropas. La situación no podía ser más complicada ya que en ese momento tenía lugar la invasión del imperio portugués a la Banda Oriental. Consciente de que si cumplía esa orden Tucumán quedaría a merced de los realista, no dudó en ignorarla. Tres mil realistas conducidos por el general Tristán flanqueó la ciudad para estar bien posicionado ante la inminencia de una batalla contra los criollos. Pero Belgrano y los 1800 hombres bajo su mando se abalanzaron sobre el enemigo dándose una batalla el 24 de septiembre de 1812 que se caracterizó por los innumerables errores cometidos por ambos jefes militares. Pero los yerros de Belgrano valieron la pena porque el 25 los realistas se vieron obligados a retirarse rumbo al norte.

En febrero de 1813 Belgrano ingresó de manera sorpresiva en Salta. Pese al bloqueo dispuesto por los realistas en el sur, los criollos atravesaron los cerros para atacarlos por su retaguardia el 20 de ese mes. La victoria criolla fue aplastante. Finalmente, el enemigo, replegado sobre la capital salteña, no tuvo más remedio que rendirse. Las victorias obtenidas en Tucumán y Salta envalentonaron a unas tropas que estaban sometidas a una rígida disciplina. Es por ello que Belgrano tomó la decisión de marchar rumbo a Potosí para medir fuerzas con las tropas realistas conducidas por el general Pezuela. Al llegar a Condo, lugar donde estaba acantonado Pezuela, Belgrano repitió la táctica que tan buenos resultados le había dado en Salta. En efecto, decidió concentrar sus fuerzas para rodear a los realistas. El plan era el siguiente: los indios liderados por Cárdenas debían cerrar el paso a los realistas por el norte, mientras que Belgrano y Zelaya debían hacer lo mismo por el sudeste y el este, respectivamente. De esa forma, las tres columnas se abalanzarían al unísono sobre los realistas para exterminarlos. Lo que no previó Belgrano fue que Pezuela tuvo conocimiento de lo que pensaba hacer. Rápido de reflejos, el militar realista decidió combatir a cada columna criolla por separado antes de que se cerrara el cerco. El 1 de octubre de 1813 Belgrano y sus tropas fueron atacadas en la pampa de Vilcapugio. Belgrano lanzó una feroz ofensiva pero Pezuela logró resistir hasta que hizo su aparición la columna que previamente había batido a Cárdenas y sus indios. Belgrano se encontró de golpe con una situación no prevista ya que en su plan no figuraba la derrota de Cárdenas. Finalmente, Belgrano no tuvo más remedio que suspender su avance.

Pero ello no significó su rendición. En lugar de retirarse hacia el sur partió rumbo al nordeste para continuar la lucha. Las enormes pérdidas sufridas por los criollos en Vilcapugio fueron compensadas en poco tiempo por 3000 nuevos combatientes. El 14 de noviembre entró en combate contra los realistas en Ayohuma. Los errores que cometió se tradujeron en una dura derrota. Sólo sobrevivieron 500 soldados. Al poco tiempo fue reemplazado por San Martín mientras los realistas se adueñaban de Salta el 22 de enero de 1814. Siguiendo los consejos de Belgrano encomendó a Güemes la defensa de Salta e hizo de Tucumán un fuerte inexpugnable. Mientras tanto la llegada de refuerzos a Montevideo y la mejora en la situación en España les hizo creer a los realistas que estaban dadas las condiciones para repetir la frustrada operación de 1812. Pero Pezuela, al chocar contra la resistencia gaucha, se vio obligado a permanecer en la ciudad de Salta. Finalmente la rendición de Montevideo le hizo comprender que su permanencia en Salta había perdido todo sentido. Cuando expiraba julio emprendió una retirada que lejos estuvo de ser tranquila ya que sufrió el acoso de la caballería criolla. A partir de entonces los realistas dejaron de ser una amenaza para el proceso emancipador iniciado el 25 de mayo de 1810 (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de…. capítulo 16.

Nueva campaña a la Banda Oriental

Sin la amenazante presencia lusitana y victoriosos los criollos en Tucumán, se dieron las condiciones para el reinicio de las operaciones en la Banda Oriental. Mientras Artigas penetraba en el centro del territorio, tropas criollas al mando de Sarratea eran enviadas por Buenos Aires. Cuando expiraba 1812 los realistas atacaron el Cerrito, que estaba en poder de Rondeau. La acertada táctica empleada y el valor y disciplina de los soldados le permitieron a Rondeau obtener una importante victoria. Los realistas se vieron obligados a replegarse sobre Montevideo, que sufrió un nuevo sitio mientras el resto del territorio estaba en poder de los criollos. Mientras tanto, la escuadra enemiga se dedicaba a castigar a las poblaciones situadas sobre las costas de nuestros ríos. Una de ellas era la de San Lorenzo, situada en la provincia de Santa Fe, escenario de un famoso combate donde San Martín derrotó completamente a los realistas el 3 de febrero de 1813, lo que le permitió al ejército sitiador comunicarse sin problemas con las autoridades de Buenos Aires.

A pesar del segundo sitio a Montevideo el panorama se presentaba bastante complicado para los criollos por las derrotas de Belgrano en el norte, el refuerzo que llegó a Montevideo desde España y la destrucción de la revolución chilena en Rancagua el 1 de octubre de 1814. El gobierno criollo llegó a la conclusión de que había una única solución al problema que planteaba la presencia realista en Montevideo: la solución naval. Fue entonces cuando se tomó la decisión de crear la escuadra criolla bajo el mando de Guillermo Brown, quien, entre el 11 y el 15 de marzo de 1814, atacó y tomó posesión de Martín García. Luego bloqueó por agua a Montevideo y entre el 16 y 17 de mayo aniquiló a la escuadra española frente a las playas de El Buceo. La capitulación de Montevideo se produjo el 22 de junio (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de….capítulo 16.

Bibliografía básica

-Germán Bidart Campos, Historia política y constitucional argentina, Ed. Ediar, Bs. As. Tomos I, II y III, 1977.

-Natalio Botana, El orden conservador, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1977.

-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.

-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.

-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.

-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.

-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.

-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003

-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.

-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos aires, 2006

-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.

-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.

-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.

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