Por Carlos Tórtora.-

No fue un político sino Susana Giménez la encargada de poner en claro los temores profundos que asaltan a buena parte de la sociedad. La diva dijo que teme que Argentina termine como Venezuela, en alusión a la restricción de las libertades que impuso el gobierno para implementar la pandemia. Pero el mayor miedo podría girar en torno a la pospandemia. Con una economía arrasada, el Estado se convertirá en el decisor fundamental del funcionamiento de los mercados. La inmensa mayoría de las empresas dependerán de los subsidios oficiales para poder subsistir y esto le dará al gobierno un poder omnímodo, incomparable al de cualquier otro gobierno anterior. Conocida como es la vocación kirchnerista por el poder absoluto, esta oportunidad puede convertirse en una gran tentación para el elenco gobernante. De hecho, desde las filas cristinistas, ya se conoció el primer proyecto socializante, el de Fernanda Vallejos, para que el estado se convierta en socio de las empresas que hoy subsidia. ¿Un político moderado como Alberto Fernández puede ceder ante la tentación autoritaria? Los antecedentes indican que no, pero sin embargo los acontecimientos pueden precipitarse.

Malos presagios

Por el momento lo que tenemos es un cuadro de restricción de las libertades que tiene características particulares. En los países de Europa que impusieron cuarentenas similares a la de Argentina, se difundieron cronogramas tentativos de la flexibilización y cómo se instrumentaría en cada actividad. Acá ocurre lo contrario. Nadie sabe a qué atenerse con respecto al futuro y sólo queda esperar que cada quince días el presidente diga lo que va a ocurrir. Éste es un rasgo autoritario que le resta transparencia al gobierno. ¿Está realizando el kirchnerismo un ensayo de ingeniería social mediante la cuarentena? El aislamiento total de Villa Azul en Quilmes parece superar los requisitos de estrictas medidas de seguridad sanitaria. También son excesivos los anuncios de que aislarán edificios enteros en caso de necesidad.

Del mismo modo, la cuarentena se lleva por delante el derecho constitucional de peticionar ante las autoridades al prohibir manifestaciones que podrían realizarse conservando las distancias entre las personas.

El presidente sostiene que se ha enamorado de la cuarentena pero los hechos demuestran lo contrario. Su ausencia de discurso sobre la poscuarentena parece predecir que todavía a ésta le faltan unas cuantas semanas para empezar a abrirse. Recién entonces sabremos hasta qué punto nos adentramos en una economía socializante.

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