Por Hernán Andrés Kruse.-

El 4 de junio se cumplió el tricentésimo trigésimo primer aniversario del nacimiento de un médico cirujano francés que fue, además, un destacado economista. Francois Quesnay nació el 4 de junio de 1694 en Méré, cerca de París. En dicha ciudad estudió medicina y cirugía- Luego de obtener el título de maestro cirujano se estableció en Mantes. En 1737 fue designado secretario perpetuo de la Academia de Cirugía, cuyo fundador fue Francois Gigot de La Peyronie. En 1744 obtuvo el título de Doctor en Medicina. Llegó a ser primer médico consultor del rey Luis XV. También descolló en la economía. Fue el primero en emplear modelos de programación matemática en sus estudios de economía. En 1750 conoció a Vincent de Goumay (otro pionero del pensamiento económico). Ambos fundarían la escuela económica conocida como “fisiocracia”. Su obra más relevante fue el “Tableau Économique”, que sentó las bases de dicha escuela. Falleció el 16 de diciembre de 1774 (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de P. Maragall (Facultad de Ciencias Económicas-Universidad Autónoma de Barcelona-España) titulado “Quesnay y la economía política clásica”. Expone con meridiana claridad las ideas medulares del pensamiento económico de Quesnay.

CAPITALISMO Y FEUDALISMO EN QUESNAY

“Es bien sabido que todo el modelo económico de Quesnay reposa sobre la productividad de la agricultura, es decir, sobre la capacidad de ésta para producir más de lo que absorbe como gasto material. No es tan corriente, sin embargo, la observación de que en la teoría de Quesnay se comparan dos modelos socio-tecnológicos, el primero correspondiente a un universo feudal y el segundo a un universo capitalista. Por supuesto, el sistema capitalista aparece en la alternativa no como un capitalismo plenamente desarrollado sino como una criatura frágil, incapaz aún de sostenerse sobre sus dos piernas, agricultura e industria. Pero aún si la tierra se concibe como materialmente productiva per se, lo que la hace capaz de producir valor neto es la agricultura capitalista en gran escala.

Las siguientes citas destacan claramente este punto. En el artículo Fermiers de la Enciclopedia Francesa, Quesnay establece una neta distinción entre campesinos ricos que trabajan con caballos y campesinos pobres que trabajan con bueyes. La distinción se repite en la forma de tenencia de la tierra: en el primer caso la tierra es arrendada contra el pago de una renta en dinero (renta que es fija por la duración del contrato); en el segundo caso la cosecha se divide entre aparcero y propietario según una proporción fija. Lo que es más importante: los campesinos ricos se supone que adelantan el capital circulante y la mayor parte del fijo que se requiere para trabajar la tierra. Los aparceros en cambio trabajan con pequeños capitales, concretamente los bueyes, cuyo valor es adelantado por el propietario.

“El arrendatario (fermier) que monta su explotación con cuatro caballos tiene que gastar una cantidad considerable antes de obtener la primera cosecha… tiene que gastar en caballos y resto del ganado… aportar el grano… proveer de comida a los trabajadores. En las regiones en las que no hay arrendatarios capaces de sufragar estos gastos iniciales, el propietario tiene que conformarse con el cultivo a base de bueyes por labradores que le entregan la mitad de la cosecha. Este tipo de labor de la tierra requiere muy pocos gastos por parte del aparcero: el propietario pone los bueyes y las semillas; los gastos del aparcero se limitan a los útiles de trabajo y su propio sustento hasta la primera cosecha, y aun muchas veces el propietario tiene que correr con todo esto” (Quesnay).

La aparcería era el modo de producción que prevalecía en tiempos de Quesnay en Francia. Los campesinos ricos cultivaban sólo 1/8 del total de las tierras trabajadas. El resultado de esta situación era «una enorme degradación de la agricultura en Francia, debido a la falta de arrendatarios». Otras clases poblaban, además, la campiña francesa. Ayudantes, carreteros y payeses son los que más a menudo se citan. Todos parecen corresponder a trabajadores sin tierras, aunque los payeses podrían poseer pequeñas parcelas de tierra para subvenir a parte de las necesidades familiares (pero no plantar trigo). En esta imagen de la agricultura francesa los señores de la tierra tenían también un importante papel económico: ellos financiaban, al margen de los gastos mínimos de la aparcería, las infraestructuras rurales, tales como caminos, canales y riegos.

Sin embargo, el Tableau es un modelo en el que todas estas complicaciones han desaparecido para dejar paso a una situación hipotética en la que los campesinos ricos (los arrendatarios) constituirían el grueso de los cultivadores de tierras. Los payeses serían plenamente empleados por los arrendatarios, y el resto de los trabajadores rurales obtendrían también salarios de subsistencia. Se supone que los propietarios habrían realizado todos los gastos precisos para el acondicionamiento productivo de la tierra y que, por tanto, estarían dispuestos a dirigir todo su ingreso hacia el consumo mitad en productos del campo, mitad en manufacturas.

El Tablean se basa, en la mayoría de sus versiones, en un output valorado en 5.000 millones de libras. La cifra real de producción era de 2.000 millones. La diferencia entre una y otra cantidad debía explicarse por una serie de transformaciones cuyo eslabón principal era el establecimiento de una agricultura capitalista en Francia. Dos equilibrios entran, pues, en juego. Las condiciones de existencia y estabilidad del «modo de producción óptimo» constituyen la preocupación teórica fundamental de Quesnay. Las condiciones del equilibrio óptimo tienen que entenderse en el sentido de pautas de comportamiento y relaciones de precios necesarias para la reproducción de la distribución inicial de recursos al final del período de producción, concretamente: a) Abolición de impuestos indirectos y establecimiento del impuesto único sobre la renta de la tierra, b) Libre comercio del trigo, que comportaría un alto precio del mismo en términos de manufacturas, c) Una determinada proporción (50-50) en las propensiones a consumir alimentos y manufacturas por parte de los propietarios, considerándose equivalente a acumulación cualquier desvío en favor del consumo de alimentos y equivalente a degradación hacia un equilibrio subóptimo cualquier desvía en sentido contrario.

¿Hasta qué punto la transición hacia este equilibrio óptimo se basaba en la existencia previa de una clase de campesinos ricos? ¿Cómo se justificaba la optimalidad de tal equilibrio? ¿Cómo había de aparecer aquella clase de campesinos ricos, o cuál sería, en términos de Marx, el proceso de acumulación primitiva? El artículo Trigo (Grains) de la Enciclopedia Francesa muestra más claramente aún que el anteriormente citado cuál era la posición de Quesnay en torno a las dos primeras cuestiones, y deja la tercera en la oscuridad que caracteriza a toda la obra de Quesnay en este punto. “No consideramos al campesino rico aquí como un trabajador que cultiva por sí mismo la tierra, sino como un empresario que gestiona y mejora el valor de su empresa gracias a sus conocimientos y a su fortuna… (Los arrendatarios) son hombres libres que están en condiciones de sufragar los considerables adelantos que requiere el cultivo de la tierra y que emplean payeses a cambio de la seguridad de unos ingresos decentes” (Quesnay). “El estadio de prosperidad… es menos el producto del trabajo del cultivador que el producto de la riqueza que éste sea capaz de emplear en el cultivo de la tierra. El abono produce ricas cosechas; el ganado produce abono; pero sólo el dinero compra ganado y paga a los hombres que han de manejarlo” (Quesnay). “Los ingresos son producto de la tierra y de los hombres. Sin el trabajo del hombre, las tierras carecen por completo de valor. Los bienes originarios de un gran Estado son los hombres, las tierras y el ganado” (Quesnay). “Los que no emplean más que un arado (tienen) gastos en los diferentes elementos de su explotación (…) proporcionalmente mayores. (…) Tanto una pequeña explotación como una explotación importante exigen, en muchos aspectos, gastos que no se encuentran en la misma proporción que sus respectivas ganancias. Por tanto, los agricultores ricos que emplean varios arados cultivan mucho más rentablemente para ellos mismos y para el Estado que los que se limitan a un solo arado…” (Quesnay).

Todo esto basta para zanjar el simplismo de las habituales interpretaciones de la Fisiocracia en términos de pura defensa de la productividad material de la tierra. El trabajo es crucial en esa productividad, y no cualquier trabajo sino el que es movido por el capital, opera en gran escala y con economías de gran tamaño, y, en último término, proporciona al Estado ingresos suficientes. «Valor neto», parece entreverse en estas líneas, sobre todo si aceptamos la interpretación ya clásica de que los beneficios de que se habla son a corto plazo (o por la duración del arriendo), es el excedente que la nación y el rey se apropian. Y ese excedente no debe consistir en metales, como los mercantilistas pretendían, sino en producto agrario sobrante. Tales excedentes (un «saldo activo en productos primarios» acompañado de un «saldo pasivo en manufacturas») no harían a la nación «tributaria de otras naciones», aunque ciertamente implicarían un coste. Al contrario, permitirían a la nación disponer de los medios precisos para disputar batallas victoriosas.

El valor total tiene aquí, pues, al parecer dos aspectos: el valor total bruto incluye el trigo necesario para alimentar a la totalidad de la población tomando a sus miembros uno por uno; el valor neto tiene que ver no con esta subsistencia de los individuos uno por uno, sino con la subsistencia de la nación en conjunto en su lucha constante con otras naciones. Un excedente de trigo equivale a un buen ejército: éste no se crea sólo sobre la base de la abundancia de hombres, como erróneamente piensan los militares. Es necesario contar con una población abundante en un país rico en tierra, pero no se gana nada sobrepasando un óptimo de población determinable. La gente en armas es una pérdida para la nación; lo importante es el trigo (los salarios) para emplearla improductivamente si la guerra es precisa. La reproducción de la sociedad incluye este tipo de cálculos. Y esto es lo que cuenta probablemente para hacer de la agricultura la única producción en el sentido fuerte de la palabra: el hecho de que su producto es esencial, básico, en la competencia política con otras naciones.

A esta justificación de la optimalidad del modo de producción y distribución propuesto por Quesnay cabe hacer varios y serios reparos. Marx, por ejemplo, como veremos luego, no aceptaba las palabras de Quesnay tal como suenan; creía más bien, probablemente, que ese homenaje al Estado y a sus necesidades bélicas era un expediente utilizado por los capitalistas agrarios para legitimarse como clase necesaria —lo que conllevaría la implicación de que los beneficios de los arrendatarios eran tan sólidos en la mente de Quesnay como lo fueron después los beneficios capitalistas en general para los economistas clásicos británicos, y el hecho de que a largo plazo la competencia entre arrendatarios por mejores tierras permitirá absorber esos beneficios a los propietarios en forma de rentas no privaría entonces a esta situación de sus rasgos básicamente capitalistas. Es ésta una objeción hasta cierto punto admisible aquí.

Un segundo tipo de reservas a la esbozada interpretación del concepto de «valor neto» en Quesnay provendría del hecho de que no sólo el trigo que el rey podía apropiarse por vía fiscal era produit net. También los propietarios vivían en definitiva, del excedente. Pero las restricciones que las condiciones de estabilidad del equilibrio imponían sobre el comportamiento de los propietarios conllevan en el modelo la cuasi-integración de éstos en una amplia categoría de empresarios agrícolas. Cuando se interpreta el Tableau como un modelo input-output cabe sugerir, como se ha hecho ya, que los «servicios» ofrecidos por la clase propietaria —y que tienen que aparecer en la adecuada fila y columna para que la tabla cuadre— podrían denominarse «protección» o algo así. Tal denominación es correcta para el componente estatal y eclesiástico de la clase propietaria. Pero no cuadra su apariencia de transacción feudal, en el caso de los terratenientes, con las tareas de valoración de la tierra para su cultivo con métodos capitalistas ni con las nuevas relaciones propietario-arrendatario que Quesnay defiende.

Quesnay piensa que los propietarios de tierra tienen que comportarse económicamente con respecto a la tierra y su explotación. Las rentas serían, más altas si los terratenientes favorecieran los métodos capitalistas de cultivo. Los impuestos, en consecuencia, serían también más altos. En varios pasajes, Quesnay aboga por la conversión de los aristócratas en arrendatarios. Algunos nobles feudales no tienen tierras suficientes para establecer una explotación moderna; debería entonces permitírseles que arrendaran tierras para incrementar la escala de sus operaciones, y pagar, por tanto, rentas y también impuestos (que de otro modo no pagarían). Después de todo los aristócratas alquilan apartamentos en las ciudades. ¿Por qué no habrían de alquilar tierras? Quizá todo esto nos dé una clave del proceso de acumulación primitiva que Quesnay tenía en la cabeza y que podría consistir en la conversión generalizada de los ricos en capitalistas y de su riqueza en capital.

Quesnay habla acerca del «imbécil burgués» («que cree que basta con trabajar y torturar la tierra para obtener de ella buenas cosechas»). Combate también la «ignorante avaricia de los terratenientes»- que presionan al Estado para que ponga impuestos a los cultivadores y braceros en vez de tasar las rentas de la tierra, olvidando que «los hombres, cuya constitución física muestra sólo necesidades, no son capaces de pagar nada por sí mismos», de modo que en último término el impuesto cae sobre la renta de los propietarios, esta vez por la vía de la degradación de la escala de todo el proceso y por tanto del producto neto. La ignorancia del burgués parece ser invencible; la del terrateniente, rebatible y sujeta a una convincente controversia. Puede admitirse que Quesnay estuviera en línea con el movimiento de «retorno a la naturaleza» de la primera parte del siglo XVIII. Lo que ya cuesta más de tragar es que «la Fisiocracia es en realidad una racionalización de la vida económica medieval» (Beer) y aún más que «el Tableau Économique es una representación gráfica de esta vida y no, en modo alguno, la de la Francia del xviii» (ibidem). Ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario. El Tableau es una negación de la Francia del xviii basada en la hipótesis de la generalización de los métodos capitalistas de cultivo que empezaban entonces a abrirse paso en Gran Bretaña.

Una última prueba de lo infundado de la atribución a Quesnay de intenciones medievalistas (como en Beer) está en su tratamiento del interés. En un artículo sobre el tema —parece que discutido incluso por otros fisiócratas— Quesnay admite la existencia del interés sobre la base de la ganancia que la riqueza tomada a préstamo puede generar. Es precisamente esta proporción entre ganancia y riqueza, en la agricultura, la que establece un límite al tipo de interés justo. Nada parece más lógico que esa justificación del interés, dada la insistencia de Quesnay en el papel del capital monetario en la obtención del modo de producción óptimo en la agricultura. Sin embargo, los efectos de un tipo de interés demasiado alto se consideran nefastos; Quesnay ponía esos efectos al mismo nivel que el daño causado por las exacciones establecidas sobre las cosechas en vez de ser impuestas sobre el ingreso o producto neto: “Si los impuestos recayeran sobre el arrendatario mismo, si se llevaran sus beneficios, la agricultura languidecería… los ingresos de los propietarios descenderían… esto les llevaría a prescindir de gastos en manufacturas y servicio… y todo el proceso económico resultaría degradado… (Lo mismo ocurriría) si los arrendatarios fueran arruinados por el financiero”.

Una hipótesis interpretativa de lo dicho hasta aquí acerca de la posición de Quesnay con respecto al capitalismo podría ser la siguiente: Dada la importancia de establecer una agricultura capitalista en gran escala para maximizar el valor neto (el excedente de trigo disponible para la defensa de la nación), puede pensarse que Quesnay estaba construyendo una argumentación en favor del capitalismo agrario como el modo de producción idóneo para servir a las necesidades de la nación en conjunto. Este tipo de razonamiento fue invertido más tarde, cuando se juzgó la bondad del Estado por la medida en que éste servía al capitalismo (aunque esto no era aún totalmente así en Adam Smith, contra lo que ordinariamente se cree, puesto que para Smith «la defensa era más importante que la opulencia»).

¿En qué medida esa primacía de los intereses del Estado en Quesnay implica que debía conservarse el Antiguo Régimen? La cuestión es compleja. La nobleza feudal se ve progresivamente disolviéndose en una nueva clase agrícola capitalista. Si bien se admite que la aristocracia disfrute de un consumo diferencial, el modelo lo predetermina y circunscribe severamente. Pero Quesnay ignoraba con toda seguridad el grado de interdependencia entre las relaciones socioeconómicas y la política en cuanto tal, es decir, no poseía una concepción completa del modo de producción tal como más tarde la desarrolló Marx o como implícitamente la percibió la Economía Política de Ricardo. El modelo de Quesnay puede tomarse como un modelo doble de equilibrio general, en el que las condiciones de estabilidad, dada la simplicidad de los supuestos, se formulan en términos de medidas de política y pautas de comportamiento claras y significativas. La simplificación crucial, desde luego, consiste en la restrictiva concepción de la producción en el sentido fuerte de la palabra como equivalente a producción primaria, lo que permitía una agregación directa y sin problemas, o mejor, evitaba que el problema de la agregación se planteara siquiera.

El signo de interrogación queda abierto en cuanto al origen de la capitalización primitiva (o «adelantos primitivos», en términos de Quesnay). ¿Es esta indeterminación puramente una consecuencia del débil tratamiento del interés del capital, que hacía que los arrendatarios, desasistidos por el capital financiero, tuviesen que ser ricos «de por sí»? Ésta es la otra cara del problema de la falta de ideas acerca de la transición de un modo de producción a otro, la cara lógica del problema. Nunca está del todo claro cómo aquella riqueza necesaria de los campesinos arrendatarios llegaría a producirse (a no ser por conversión de los aristócratas a la «nueva fe»). Desde el punto de vista lógico o formal (que inquietó constantemente a Marx a lo largo del volumen II del Capital, cuando se preguntaba ¿de dónde proviene el dinero inicialmente?) es claro que si el crédito jugaba un papel importante, los financieros dudarían entre colocar sus fondos en la industria o en la agricultura —o incluso directamente en títulos estatales, como ocurrió antes en España— y que la igualación de los tipos de interés, a poco que los rendimientos decrecientes entraran en juego, debía producirse inexorablemente entre aquellos dos sectores.

Quizás esta posibilidad asustaba a Quesnay, obsesionado por la necesidad de alejar capitales de la manufactura de lujo para instaurar una agricultura progresiva; quizá no le preocupaba en absoluto en la medida en que confiase en que no aparecerían rendimientos decrecientes en la agricultura hasta muy adelantado el proceso de modernización y expansión, cuando ya el libre comercio del trigo hubiera elevado los costes de la manufactura y comprimido sus tipos de beneficio. En todo caso el capitalismo limpio y rural de Quesnay nunca llegó a establecerse como modo de producción dominante. Lógicamente se le pueden encontrar fallos; históricamente carecía de raíces en una clase sólidamente establecida, en contraposición con la economía política de Ricardo; ideológicamente, el modelo fisiocrático tenía seguramente algo que ver con el conjunto de circunstancias de todo tipo (expulsión de los protestantes pro-industriales -—hugonotes—, colapso del experimento monetario de John Law, etcétera), que llevaron a Rousseau en 1753 a oponerse a los primeros cerramientos de tierras comunes y escribir: “Dieu tout-puissant… delivre-nous des lumiéres et des funestes arts, et rend-nous l’ignorance, l’innocence et la pauvrété, les seuls biens qui puissent faire notre bonheur”. Pero la Fisiocracia tenía tan poco que ver con la defensa del orden medieval, a mi entender, como Rousseau con la Escolástica”.

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