Por Hernán Andrés Kruse.-

La elección presidencial de 1983 fue histórica por dos motivos: en primer lugar, porque significó el comienzo de la recuperación democrática; en segundo término, porque por primera vez el peronismo perdía una elección. El triunfo de Raúl Alfonsín hizo posible la instauración en el país del sistema de partidos bipartidista, columna vertebral de la democracia. El peronismo se encontró, pues, en una situación inédita en su historia, frente a un panorama no previsto. Porque si algo tipificó al peronismo desde sus comienzos fue la de considerar la victoria electoral como algo natural, lógico. Perón les inculcó a sus seguidores un espíritu ganador incontenible, lo que obligó a los dirigentes que competían electoralmente a ganar sí o sí. Perder jamás formó parte del vocabulario peronista. La derrota electoral no era concebida por un movimiento que se creía invencible. Con sus incuestionables victorias presidenciales, Perón acostumbró al peronismo a saborear las mieles del triunfo cada vez que el pueblo era convocado a las urnas. Ello explica por qué el triunfo de Alfonsín fue un tsunami para el peronismo. Lo que había sido imposible durante décadas se hizo realidad el 30 de octubre de 1983: El peronismo había sido derrotado en el escenario donde siempre jugó de local. La incertidumbre que se apoderó del pueblo al día siguiente fue gigantesca y se tradujo en el siguiente interrogante: ¿cómo reaccionará el peronismo en su rol de opositor? Una fuerza política que siempre se creyó dueña de las victorias electorales ¿será capaz de actuar en la oposición como cualquier partido político común? La realidad demostró que no había soportado perder ante Alfonsín.

La relación con el peronismo fue una de las cuestiones fundamentales que debió hacer frente Raúl Alfonsín. Apenas se sentó en el sillón de Rivadavia don Raúl envió al Congreso una ley de reforma sindical tendiente a democratizar la vida interna de los gremios. Ese proyecto de ley fue conocido como “Ley Mucci”, por el sindicalista al que Alfonsín designó en la cartera laboral. El sindicalismo peronista lo tomó como una declaración de guerra, como una intromisión inadmisible del Ejecutivo en la vida interna sindical. La norma fue aprobada en Diputados pero rechazada en Senadores. A partir de entonces el sindicalismo peronista, nucleado en torno a la figura del Secretario General de la CGT, el cervecero Saúl Ubaldini, le declaró la guerra al gobierno. Su táctica fue la de esmerilar la autoridad de Alfonsín a través del empleo de su arma predilecta: el paro general. Fueron trece en total. Los suficientes como para desestabilizar a un gobierno que no hacía pie en materia económica y que debía estar muy atento con lo que sucedía en los cuarteles. Los sucesivos fracasos de los planes de ajuste-Austral, Primavera, etc.-sumados a la derrota del oficialismo en los comicios parciales de 1987 sellaron la suerte del gobierno. Acorralado por la hiperinflación y los saqueos, Alfonsín se vio obligado a negociar con su sucesor, Carlos Menem, la entrega anticipada del poder. Finalmente Ubaldini había logrado torcerle el brazo a don Raúl.

En 1999, el peronismo mordió por segunda vez en su historia el polvo de la derrota. En esta oportunidad, su vencedor fue otro radical, Fernando de la Rúa, histórico adversario de Alfonsín dentro del radicalismo. A diferencia de don Raúl, De la Rúa trató desde un principio de negociar con los sindicatos la gobernabilidad. Presionado por el FMI, el presidente radical necesitaba imperiosamente que el Congreso sancionara una obscena ley de flexibilización laboral. En junio de 2000, el periodista Morales Solá hizo pública una denuncia del por entonces senador Antonio Cafiero en relación con el supuesto pago de sobornos a senadores nacionales del PJ para garantizar su apoyo a la norma exigida por el FMI. Este escándalo obligó al vicepresidente Álvarez a renunciar en octubre, lo que significó el principio del fin del gobierno de la Alianza. A partir de entonces el peronismo empezó a oler sangre, tal como lo hacen los tiburones cuando están al acecho de sus presas. La derrota electoral en octubre de 2001 fue el principio del fin para De la Rúa. La sanción del “corralito” no fue más que la gota que rebalsó el vaso. El 19 y 20 de diciembre las calles del país fueron mudos testigos de una rebelión popular inédita en la historia. En la tarde del trágico día 20 el presidente trató de invitar al peronismo a conformar un gobierno de coalición. Sus líderes, agazapados en San Luis, se limitaron a aguardar lo inevitable: la caída del gobierno.

El 22 de noviembre de 2015, el peronismo sufrió su tercera derrota a nivel nacional. Para colmo, en esta oportunidad su verdugo fue Mauricio Macri, un emblema de la corporación empresarial. Por primera vez en la historia, un conservador no peronista accedía a la presidencia en elecciones libres y cristalinas. Pese a obtener una clara e inobjetable victoria, Macri asumió el 10 de diciembre con una notoria debilidad. En la Cámara de Diputados el FPV era la primera minoría y el Frente Renovador era la tercera. En el medio, como jamón del sándwich, estaba el bloque de Cambiemos. En el Senado el panorama era más desolador ya que el FPV era (sigue siendo, en realidad) el dueño del recinto. Consciente de la desfavorable relación de fuerzas en el Congreso, el flamante presidente decidió no convocar a sesiones extraordinarias durante el largo verano. La oposición, especialmente el FPV, lo criticó con dureza pero, desde el punto de vista político, su decisión es absolutamente entendible. En efecto, Macri no podía darse el lujo, en el comienzo mismo de su presidencia, de observar impávido cómo los bloques oficialistas eran vapuleados por el peronismo en ambas Cámaras. Ello hubiera dañado severamente su autoridad, tal como sucedió con Alfonsín en 1984.

La presencia de un importante bloque de diputados nacionales liderados por Sergio Massa le vino como anillo al dedo al presidente de la nación. Sin posibilidad de gozar de una mayoría absoluta, que el peronismo estuviera fragmentado implicaba para el oficialismo un gran alivio. Desde un principio el Frente Renovador dejó bien en claro que su estrategia opositora sería muy diferente a la desplegada por el FPV, muy radicalizada y virulenta. Massa se esmeró en destacar desde los comienzos de la presidencia de Macri que el FR haría una oposición seria y responsable, no obstruccionista sino crítica. El viaje que hicieron juntos a Davos convino a ambos dirigentes. A Macri le permitió presentarse en sociedad como un presidente tolerante y democrático y a Massa como un líder opositor consciente de sus responsabilidades en una democracia. En ese momento la luna de miel que gozaba Macri estaba en su apogeo, lo que lo hacía un adversario temible para cualquiera que quisiera desafiarlo. Días después el presidente tuvo motivos para festejar: unos quince diputados del FPV, liderados por Bossio, decidieron conformar un bloque separado del kirchnerismo. Daba la impresión de que el FPV comenzaba a desangrarse. Mientras tanto, los popes sindicales se mostraban amigables con el flamante presidente, especialmente Moyano, Barrionuevo y Venegas. Todo el peronismo anti K había adoptado la táctica de la “buena vecindad”, consciente de lo que indican las encuestas sobre el rechazo de buena parte de la sociedad a toda táctica intransigente.

En febrero, la luna de miel comenzó lentamente a languidecer. El gobierno demostraba su incapacidad para contener el alza de los precios y los despidos, tanto en el sector público como en el privado, se multiplicaban. Fue así como la cuestión laboral pasó a constituir el problema central de la Argentina. Para colmo, en las últimas semanas la oposición demostró su gran capacidad de convocatoria a través de tres actos multitudinarios: el cuadragésimo aniversario del derrocamiento de “Isabel”, el discurso de Cristina en Comodoro Py y el acto de las centrales obreras el 29 de abril. Todos tuvieron como nota distintiva un marcado acento antigubernamental. Lo que tanto temió el gobierno se produjo: la calle quedó en poder de la oposición. La gota que rebalsó el vaso fue el proyecto de ley tendiente a obligar a las empresas a no despedir personal en los próximos seis meses. Esta norma, denominada “ley antidespidos”, viene siendo duramente cuestionada por el presidente de la nación. Desde su punto de vista, se trata de puro voluntarismo político que no conduce absolutamente a nada. Para Macri se trata de una norma completamente inútil que, tal como sucedió en 2002, no redundará en una mejora de la situación laboral en el país. Es como pretender, dijo el presidente, garantizar normativamente la felicidad de las personas. Esta frase mereció duras críticas de la oposición, pero en este punto hay que ser justos: no creo que Macri se haya burlado de los desocupados sino que utilizó esa frase para destacar lo que piensa de aquellas leyes que pretenden adecuar la realidad a su contenido.

Desde el punto de vista político, no cabe duda alguna que el presidente se equivocó. No hay peor política que la que produce la unión de la oposición. Con su amenaza de vetar la ley antidespidos si finalmente el Congreso la sanciona, lo único que consiguió fue unir al sindicalismo ortodoxo, al massismo, al kirchnerismo y a la izquierda. El presidente había demostrado su astucia al lograr que el FPV se partiera en dos en el Senado con motivo de la aprobación del acuerdo con los holdouts. Esa victoria rápidamente quedó en el olvido cuando el FPV unido votó favorablemente en el Senado la polémica norma. Macri recibió una sonora bofetada que aún le duele. En ese momento tuvo consciencia de lo que significa tener al peronismo en la vereda de enfrente. Seguramente se acordó de Raúl Alfonsín y, en menor medida, de Fernando de la Rúa. Con la derrota consumada Macri emuló a Cristina Kirchner: decidió redoblar la apuesta. Prueba de ello lo constituye la decisión gubernamental de no enviar a tiempo a Diputados la media sanción del Senado, tal como lo había exigido el FPV deseoso de tratar la ley este mismo jueves (5 de mayo). Lo que trata de hacer Macri es de demorar el tratamiento legislativo con el evidente propósito de ganar tiempo. Es probable que esté especulando con una mejora en la economía en mayo y junio lo que le permitiría estar mejor posicionado para negociar con la oposición introducir mejoras en la ley o directamente evitar su sanción parlamentaria*.

El presidente no previó que a cinco de meses de haber asumido la inflación continuara galopante, que no se hubiera producido la lluvia de dólares con la que soñó al comienzo de su mandato, que a tan poco tiempo el fantasma de Saúl Ubaldini sobrevolaría su cabeza de manera tan amenazante.

* Finalmente Gabriela Michetti remitió a Diputados la norma aprobada en el Senado.

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