Por Juan Manuel Otero.-

“La Patria necesita de ciudadanos instruidos”.

Aunque esta frase suene absurda o ridícula en estos tiempos, hubo alguna vez argentinos que pretendieron impulsar la educación como base del progreso de nuestra Patria. Eso fue hasta que los gobiernos populistas se adueñaron de la Nación.

Se cumplen hoy 195 años de la muerte de Don Manuel José Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano, un argentino que nunca olvidaremos.

Reciba pues este humilde homenaje a su memoria.

Algunos de sus pensamientos, a la luz de nuestra actualidad resultan proféticos, vale la pena su transcripción:

“…A estas infelices gentes –por los pobres– que, acostumbradas a vivir en la ociosidad desde niños, les es muy penoso el trabajo en la edad adulta y o resultan unos salteadores o mendigos; estados seguramente deplorables, que podían cortarse si se les diese auxilio desde la infancia, proporcionándoles una regular educación, que es el principio de donde resultan ya los bienes ya los males de la sociedad.

Uno de los principales medios que deben aceptar a este fin, son las escuelas gratuitas, donde pudiesen los infelices, mandar a sus hijos sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción: allí se les podría dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues un pueblo donde no reine éste, decae el comercio y toma lugar la miseria; las artes que producen abundancia que las multiplica después en recompensa, decaen; y todo, en una palabra, desaparece, cuando se abandona la industria, porque se cree no es de utilidad alguna…”

Y para resaltar más las diferencias con la actualidad baste citar que este visionario patriota, en su lecho de muerte fue atendido por el médico escocés Joseph Redhead, y al no poder pagarle por sus servicios, pues en ese momento estaba sumido en la pobreza, Belgrano pretendió entregarle el único bien que poseía. Ante la negativa del galeno a recibirlo, Belgrano tomó su mano y puso el reloj dentro de ella, agradeciéndole por sus servicios. Se trataba de un reloj de bolsillo con cadena, de oro y esmalte que le había obsequiado el rey Jorge III de Inglaterra.

Dio su último suspiro murmurando la conocida frase “Ay Patria mía”. Y podemos comprender que tenía absoluta razón en sus temores.

Desde el nacimiento de la Patria había ocupado puestos de relevancia, luchó en las guerras de la Independencia como Jefe del Ejército del Norte, creó escuelas, y si eso fuera poco nos legó nuestro orgulloso pabellón nacional.

Murió en la más absoluta pobreza habiendo dado todo por su país.

Igual que nuestros gobernantes contemporáneos… pero a la inversa.

Gracias, General don Manuel José Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano.

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