Por Máximo Luppino.-

La fiebre del dólar sacude la frágil economía de la Nación.

Desde las grandes fortunas de argentinos acumuladas bajo el imperio internacional de la verde divisa, hasta las más modestas reservas de ciudadanos que buscan preservar algo de sus maltrechos ahorros, el dólar continúa azotando la cotidianidad económica del país.

Cual un “escudo nuclear” la comunidad argenta se refugia detrás de la verde estabilidad monetaria que la moneda gringa sabe garantizar.

El dólar es un tirano impiadoso que los argentinos hemos creado y continuamos alimentando con un desmedido afán apátrida. Alimentamos la unidad monetaria que devora insaciablemente nuestra criolla moneda. Nuestros pesos son golpeados por nosotros mismos, La falta de confianza crónica en nuestra capacidad empodera día a día más a la moneda extranjera.

Todo se crea o destruye según el pensamiento de las personas. Le damos poder a aquello en lo cual creemos y debilitamos hasta la muerte misma a las cosas que le quitamos fe e identidad.

Cuando los ministros del gobierno de Mauricio Macri, funcionarios de suculentas fortunas, poseían sus patrimonios depositados en el exterior de nuestra República, era la prueba fiel de que nuestra economía estaba siendo guiada hacia un lacerante fracaso. Los que dirigían las finanzas nacionales apostaban a las coordenadas mercantiles de otros países. ¿Cómo se iban a solucionar aquellos problemas si no se confiaba en las medidas que ellos mismos debían implementar? Era como “tirar la toalla” antes de subir al ring.

Nos cuentan los economistas que si los argentinos colocaran parte de sus ahorros en dólares en el circuito económico del país, nuestra economía resurgiría de una manera promisoria y próspera. ¿Por qué esto no sucede? Los gobiernos y la clase dirigente en general no es capaz de despertar la confianza necesaria para que veamos al peso, nuestra moneda, como un divisa poderosa en ascenso y capaz de consolidarse como expresión de una producción nacional creciente. El casi ilimitado poder que le regalamos al dólar no deja de ser un gran problema cultural antes que una inconveniente circunstancia económica. Desde hace muchas décadas reina un grupo de apóstoles de la anti-argentinidad que difunden sistemáticamente loas infinitas y fantásticas sobre las bondades de otros países. Otras naciones que poseen problemas de variada índole y que, objetivamente hablando, no son el “paraíso prometido” son sólo una aseveración de mentes ajenas al sentimiento patrio, fábulas de “tordos que buscan anidar en nidos ajenos”.

El nacionalismo extremo es nefasto, tan dañino como la falta de gratitud y afecto al destino sabio que nos depositó en el terruño donde nacimos. El hombre es “artífice de su propio destino”.

El día donde valoremos adecuadamente nuestra historia, nuestros próceres y nuestras propias cualidades alejadas de toda actitud fanfarrona, pero con cabal conciencia de nuestras auténticas capacidades, seguro nuestra moneda nacional tendrá el poder que merece. Entonces los argentinos transitaremos el fecundo camino de la prosperidad nacional.

Los mensajes que nos enviamos a nosotros mismos son suicidas como Nación. Creemos en la prosperidad extranjera y cualificamos desastres internos. Esto es una locura colectiva. Estamos ataviando nuestro propio funeral con flores de malsana ingratitud.

Debemos realizar una profunda introspección como sociedad. Darle valor a nuestros esfuerzos, despertar la confianza en nuestros hermanos, creer que es posible construir la sociedad equilibrada y justa que merecemos. Fronteras adentro, trabajando como el hornero, con cantos de laboriosidad constante, edificaremos nuestro nido de fecundidad patriótica.

De forma subterránea y certera, la argentinidad se está cimentando. Los grandes medios de comunicación no lo ven con sus miradas profanas, pero la realidad de nuestra gloriosa Argentina surgirá con la fuerza sana de nuestra estirpe de héroes de la patria.

A pesar de las alturas financieras que pueda alcanzar el dólar, necesitamos espiritualmente creer en nuestro amado peso argentino. La cultura criolla nos salvará del desastre que anuncian los cultores de latitudes ajenas, ficticias y materialista.

Creemos en el bien, creemos en nuestro peso porque creemos en San Martin, Belgrano y Rosas, creemos en nuestras Malvinas y en nuestros soldados que entregaron su vida para que nuestra Nación sea gloriosa. En síntesis creemos en DIOS, en su plan y en sus hijos.

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