Por Susana Merlo.-

¿Cómo se puede recaudar antes de producir?, y ¿cómo se pueden generar bienes o servicios, si los recursos hay que aplicarlos a pagar impuestos en lugar de mantener en marcha la rueda de la economía?

Esta obviedad, que ni siquiera debería ser planteada es, lamentablemente, lo que hace cerca de dos meses, los sectores de la industria, el comercio y el campo, intentan hacerle entender a la dirigencia política de todos los niveles.

Y no es que no se les explicara antes. Desde hace años Argentina se caracteriza por una presión fiscal extravagante producto, en buena medida, del excesivo tamaño del Estado y de la creciente ineficiencia en la aplicación del gasto que, en general, se orientó a programas de supuesta contención social, muchos de ellos de corte populista, y cuyos resultados están a la vista: cada vez es mayor el porcentaje de población que requiere de este tipo de asistencia, lo que deja a las claras que esos programas no sirvieron.

Pero más allá de esta cuestión que trae décadas, la irrupción de la pandemia del Virus Corona -Covid 19-, desacomodó el tablero del mundo, conmocionó a las principales economías, y desnudó las fortalezas y las debilidades de las principales administraciones. Y terminó planteando un falso dilema no resuelto aún. ¿la salud o la economía?.

Como es obvio que la vida está por sobre todo, tal opción no es válida. Sin embargo, es interesante el ejercicio de los extremos, porque lo que tampoco es viable es un nuevo orden mundial con la gente encerrada, inactiva.

En medio, toda la gama de opciones y, además, la Argentina.

Está, por ejemplo, el grupo de países poderosos, capaces de inyectar cifras astronómicas de recursos a su economía, para mantenerla a flote mientras duran las restricciones y el bajón productivo, tal el caso de Estados Unidos, o Alemania, entre otros.

También están los que van adoptando medidas de alivio, y reorientando recursos (además de a la sanidad), al apoyo a los sectores de la producción que les permitan “empalmar” con lo que seguramente va a ser un gran plan de ayuda económica mundial post-pandemia que posibilite recuperar paulatinamente la generación de recursos, y de ingresos, que los países tenían previamente.

Y está Argentina que, naturalmente no está en el primer grupo, pero que tampoco estaría en el segundo, al menos, no en forma contundente.

Hay, al menos, dos o tres diferencias sustantivas. En primer lugar, se trata de un país deudor, con fama de no muy buen pagador y que, justamente en este momento, coquetea con un nuevo default (sería el 9º en su historia), que significa no ir a un acuerdo con los acreedores y adoptar la decisión “unilateral” de no pagar lo que debe. Si esto ocurriera, es obvio que pasada la pandemia, va a estar colocada en un lugar muy atrás a la hora de recibir cualquier forma de ayuda mundial. Es más, aún sin pandemia, ni siquiera calificaría para los créditos más simples, como los de exportación.

Pero no es solo eso. Aunque no está demasiado claro el “porqué”, y menos aún el “para que”, recientemente desde el Ejecutivo se hicieron declaraciones a favor de “recortar” algunas negociaciones del Mercosur, y limitar sus movimientos en esta etapa. Como las aclaraciones no llegaron en tiempo, ni en forma, todo quedó flotando en una ambigüedad alarmante porque está claro que solos, y pobres, no iremos demasiado lejos, y que si el panorama ya era complicado para el país antes de la pandemia, el posterior lo será mucho más , y casi con una sola salida: la exportación. Y para esto, se necesita abrirse al mundo, y apalancarse muy fuerte en la región, o sea, en el Mercosur…

El tercer aspecto es, tal vez, el más absurdo y el que pone a la Argentina directamente a contramano del resto del mundo y es que, como la economía local se derrumbó (igual que en todo el planeta), a buena parte de las fuerzas políticas no se les viene ocurriendo nada mejor para cubrir sus disminuidos ingresos fiscales, que aumentar los impuestos, o crear nuevas cargas (tasas) con cualquier fin creando, simultáneamente, una anarquía interior con sobrecostos exponenciales.

Es decir que, no solo no están eliminando o, al menos, suspendiendo los gravámenes que ya hay (en exceso) como sí lo están haciendo casi todos los restantes países, sino que pretenden cargar más a la producción sin darse cuenta del boomerang que están lanzando, pues en este contexto, cada peso que va a impuestos o tasas, se le está restando directamente a la producción.

Pensar que pueda aparecer alguna idea creativa, alguna alternativa, una propuesta distinta, comenzando por achicar los propios gastos públicos (desde los municipios, hasta el gobierno nacional, pasando por las provincias), es impensable en Argentina donde los propios legisladores de la Nación se negaron a recortarse transitoriamente sus ingresos, y estuvieron siete semanas sin trabajar, mientras todo el sector privado enfrenta recortes de actividad que le impiden hasta afrontar los sueldos del personal.

Al campo, al igual que el resto de los sectores, le caben las generales de la ley, aunque tiene dos fortalezas casi únicas frente al resto: por un lado, produce comida que es lo último que se recorta ante una restricción económica pero, además, genera recursos genuinos por exportación, al punto que este año va a justificar casi la totalidad del saldo favorable de la balanza comercial.

Sacar, entonces, recursos de la agroindustria para asignarlos vía impuestos y tasas, a áreas que no multiplican riqueza y, peor todavía, “queman” estos fondos en la hoguera de la ineficiencia administrativa, es tan o más absurdo, que poner el carro delante del caballo…

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