Por Carlos Leyba.-

Soñar con el pasado es una costumbre nacional. Y convengamos que siendo una costumbre, es difícil que los nacionales escapen a ella; y menos aún los más expuestos y entre ellos los candidatos presidenciales. Claro que el problema, que se deriva de la costumbre, es la ausencia de sueños respecto del futuro.

Por estos pagos es una de nuestras mayores carencias y claramente, por lo visto y por lo que vamos a comentar, esa ausencia también les cuadra a los presidenciables. Es decir, por lo menos en algo se parecen.

El indicador más notable, de esa costumbre y de esta carencia nacionales, es la frondosa literatura que está dedicada a revisar el pasado que se ha convertido en una tarea sin límites.

La prueba es que todos los meses las librerías más concurridas llenan sus primeras mesas con investigaciones a veces eruditas acerca del pasado. Aunque, generalmente, se trata de más repeticiones mal digeridas que obras eruditas. Notable y curioso.

Lo cierto es que el pasado desvela a historiadores, profesionales o amateurs, y a periodistas noveles o en retirada. Casi todas esas obras instalan a personajes que, las más de las veces, difícilmente hayan timoneado la historia y en consecuencia, esas instalaciones, no ofrecen demasiada luz sobre el pasado que se proyecta sobre el presente.

Una pena si se considera el esfuerzo de quienes investigan y escriben, de quienes leen y comentan y que –en resumidas cuentas– vuelven, después de ese periplo, al mismo lugar en que estaban antes de escribir, leer o comentar. Vacío. Es que se parte de un juicio previo y se acumulan detalles para confirmar el previo juicio.

El juicio previo es la disputa entre dos versiones del presente que se fundamenta en el pasado. A propósito recuerdo a un querido amigo, amateur de la historia, que insólitamente marcó generaciones con la simplificación del pasado nacional que él imaginaba marcado por la lucha imaginaria entre Austrias y Borbones en las que, como en dos baúles ad hoc, se colocaba a cada figura o acontecimiento de nuestro pasado. El método era así, los buenos al cajón de los Austrias y los malos al de los Borbones. Todo claro. Aunque, por inocente amateurismo, se convertía la simplificación en una inmensa oscuridad que dividía el pasado para dar razón de las militancias reivindicatorias del presente. El presente importaba poco. El futuro se ausentaba y el pasado, el pasado, se convertía en la razón de ser del campo de batalla.

Sin embargo, los que aquí estamos seamos aborígenes, indianos, criollos o hijos de inmigrantes hemos protagonizado o sufrido, la marea de la historia común. La que nos ha envuelto a todos y que a todos nos ha condicionado. Somos lo que somos porque por allí hemos pasado. Teniendo un pasado común, que es lo que hace que una Nación sea lo que es, repetimos ideas tan diversas acerca del pasado como entusiasmos diversos nos gobiernan en el presente. Hemos logrado hacer del pasado un descomunal campo de batalla que se proyecta sobre el presente.

El presente es una foto. Pero es el último cuadro de una película ya proyectada. Y el primero de la secuencia que se sigue proyectando. El truco nacional es derogar el presente y en su lugar instalar el pasado. Es lo que llena las librerías. Pero también lo que cancela toda productividad de la discusión, de la entrevista o del diálogo.

Un ejemplo reciente: un gobernador –de nuevo cuño– de una provincia norteña preguntado que fue, en un programa de TN, acerca de su visión de los datos del presente, por ejemplo, inflación, pobreza, PBI, Reservas, etc.; y acerca de lo que el INDEC refiere sobre esas cuestiones –es decir la información oficial– contestó: “no hay que mirar la foto, hay que mirar la película”. ¡Cataplum!

Para un dirigente joven, y con futuro, clave del poder más permanente de nuestro presente, no se trata de interesarse ni de la información del presente, ni de la deformación de la misma. Se trata de mirar el pasado. Un lugar cómodo. Por definición, el que habla no estaba y, entonces, allí sin compromiso se puede depositar la responsabilidad. Esa manera de pensar y de hablar del pasado –como el lugar ajeno y sobre el que quien habla no tiene responsabilidad– cancela el presente y peor aún tapona el futuro.

La mirada en reversa es una barrera gigantesca que impide imaginar los futuros posibles y en consecuencia, impide debatir acerca de ellos. La respuesta de ese gobernador señala, sin lugar a dudas, que el presente (la foto) siempre será negado y que solamente merecerá un juicio cuando se convierte en lo que fue que será el baúl o el cajón donde se alojan las culpas.

Si no puedo analizar el presente, tampoco puedo contabilizar la carga que el mismo proyecta hacia el futuro. La alternativa es bucear en el pasado algo con lo que identificarme. A esto nos llevan esas costumbres y esas ausencias.

Pues bien, de ese mal, de esa ausencia de sueño de futuro, sufren los tres candidatos presidenciales. No hablan del futuro. Y tenemos el derecho de pensar que no piensen en él.

¿Cuáles son sus sueños?¿Cuál el futurable, el futuro deseable? ¿Cuál el trayecto? Imposible de diseñar ese trayecto si no partimos del aquí y ahora, del presente. Así de duro. No son los únicos responsables. Los intelectuales, los dedicados a pensar, en esta nuestra Argentina no tienen apetito de futuro y se alimentan en los campos de batalla sembrados de juicios previos.

¿Qué podemos esperar de “los hombres prácticos” en lo que quieren transformarse los nuevos políticos de primera generación? Miremos sus respuestas concretas.

Concretamente, cada uno de ellos tiene un “dream team” para manejar la economía que remite –¿cómo podría ser de otra manera?– a un pasado que –vaya a saber por qué– se supone paradigmático. No eligen primero que nada un horizonte, el futurable y desde el presente (hijo del pasado) diseñan la trayectoria a lo deseado. No primero eligen un “dream team” que, en todos los casos, remite a una suerte de vocación por repetir un capítulo del pasado. Veamos.

Daniel Scioli tiene un “dream team” que está dominado por el peso intelectual de Miguel Bein, el artífice del primer programa económico de la Alianza. La Alianza mantuvo la continuidad del programa de convertibilidad. Pero le impuso algunos ajustes en las jubilaciones, en los salarios, en las escalas tributarias. Fue un ajustazo que frenó la insinuada leve recuperación de la crisis iniciada en 1998. La profundizó hasta el extremo de acudir al retorno al pasado con la designación de Domingo Cavallo. Bein, el economista estrella de Daniel Scioli, fue la continuidad de la convertibilidad y para sostenerla propuso e instaló las medidas de ajuste. Su opera magna fue el Blindaje. La mega operación financiera con la que Fernando de la Rúa pudo decir “que lindo que es dar buenas noticias”. El “dream team” de Scioli es una reivindicación del pasado: seguir con el modelo del kirchnerismo (como la Alianza siguió con la convertibilidad y las privatizaciones) con una leve visión crítica y tratar de “ajustarlo”. La Alianza continuó la filosofía del menemismo de las privatizaciones a punto tal que realizó la entrega del yacimiento de Loma de la Lata. Menemismo con otros modales. El sciolismo es continuidad del “modelo” K con otras maneras del mismo modo que la Alianza lo fue respecto del menemismo. Bein no está solo. Su coequiper es Mario Blejer a quien Fernando de la Rúa trajo al Banco Central. Y no es menor porque, al igual que con la Alianza, la prioridad es la paz con el mercado financiero. El nombre del “Blindaje” hoy es el acuerdo con los Buitres y Blejer y Bein (¿BBB?) repiten “negociar, negociar, negociar” y así “bajar la tasa de interés”. Lo mismo que con la Alianza. El “dream team” de Scioli es una apelación al pasado hasta que no se den pistas concretas en contrario. Hasta ahora es un sueño del pasado, aunque cada tanto –para darle un toque de novedad– apelen a la idea de “desarrollo”.

Sergio Massa dice “cambio justo” que sugiere juicio de la pura y simple continuidad. Su “dream team” es una definición precisa del retorno del equipo económico de Duhalde-Kirchner. El que formó Duhalde y heredó Néstor. Se destaca Aldo Pignanelli. Se suma Martín Redrado que extendió su presencia hasta Cristina Fernández. Detrás está Roberto Lavagna. Pregunta ¿se trata de hacer lo mismo que entonces? Los resultados positivos en la macro de ese período (empleo, producto, ingresos, superávit gemelos, inflación, etc.) hacen de este “dream team” uno de resultados positivos pero que, por ello, no deja de ser un sueño del pasado. ¿Por qué?

Las condiciones en las que este equipo comenzó no fueron las de los muchachos de la Alianza. Ellos estaban al borde del precipicio. Dieron varios pasos hacia delante. Los de la Alianza empujaron en la dirección del precipicio. Es cierto.

El equipo Duhalde-Kirchner heredó la mega devaluación, pesificación y saneamiento fiscal por retenciones y default; y además disfrutó del comienzo de un sostenido incremento del precio de las commodities. Partieron del fondo de un pozo. Con una escalera puesta, era clarísimo seguir adelante y lo hicieron bien. ¿Pero si vuelven cuáles son las condiciones? ¿Quién les pone la escalera? ¿Si vuelven a ser ellos los protagonistas van a tener que tener alguien que les prepare el campo como lo hicieron los que los precedieron o bien deberán hacerlo ellos? Este equipo con Néstor comenzó a escalar ya lejos del fondo del pozo. Cuando llegaron la zona de riesgo estaba lejos. En todo caso ¿cómo es el presente? Y otra vez ¿cuál es el horizonte? Este “dream team” reivindica sus méritos del pasado como el principal valor a aportar. Otra vez el protagonismo del pasado. Y el pasado no está.

Mauricio Macri, en esta búsqueda, va más atrás. Es cierto que hay algunos tripulantes de la Alianza e inclusive otros del período Duhalde-Kirchner, entremezclados, pero los de mayor peso en la intimidad vienen del menemismo donde fueron funcionarios o partidarios. El “dream team” de Mauricio también es una inspiración del sueño del pasado. No vale la pena hacer nombres: son menos conocidos, el más popular es Carlos Melconian. De esa plantación, sin duda, viene la cosecha. Haber participado, creído, imaginado que el menemismo suponía algún destino venturoso, implica una visión congénita estrábica de la realidad, y supone la imposibilidad de poder contarnos en blanco y negro el futuro deseado por ellos si es que lo tienen en mente.

En síntesis, la elección de los tres “dream team”, no elegidos para construir el futuro deseado sino para reivindicar un pasado habla de que gran parte del pensamiento nacional sufre de una atracción fatal hacia el pasado. Hacia la necesidad de vencer, desde la memoria, la historia que bien o mal nos ha traído hasta aquí.

Hay quienes están conformes con el presente. Los más honestos, para no incomodarse, prefieren no hablar del presente. Niegan la foto porque les parece que la película –lo que pasó antes– fue mucho peor que el presente que se niegan a ver. La discusión es imposible porque no se puede comparar, si es que eso fuera necesario o conveniente, la película con la foto porque –los que defienden el presente– se niegan siquiera a mirarla (inflación, pobreza, PBI, Reservas).

Hay quienes no están conformes con el presente. Los más honestos, para no incomodarse, prefieren no hablar del pasado, la película, porque suponen que este presente surgió de la nada y que no hay capas geológicas condicionantes.

Lo más grave es que no hay en oferta quienes imaginen un futuro y presten conformidad a un camino para transitarlo. Los “dream team” seleccionados tienen trayectorias. Tal vez ese sea el problema.

La foto del presente que unos ven y otros se niegan a mirar, es consecuencia de las comisiones u omisiones de aquellas trayectorias. No hemos llegado aquí de casualidad. Sin menemismo no hay Alianza y sin ella, seguramente, no estaríamos aquí.

La inflación y la pobreza no son consecuencia de las mentiras del INDEC sino que, en todo caso, la inflación y la pobreza, previas a las mentiras del INDEC, las “justificaron” en la mente infantil de los amigotes del poder con el argumento que los otros son muy malos y si decimos la verdad van a volver.

El futuro nos obliga a pensar un rumbo diferente respecto de todo lo acontecido en las últimas décadas.

El presidente de la UIA declaró, en el día de la industria, que el PBI por habitante de la Argentina había alcanzado su máximo hace 40 años. La consecuencia de ese retroceso estructural, es la pobreza y la declinación educativa. Es decir la ausencia de reversión de esas condiciones anómalas de la estructura productiva nos anuncia una inmensa hipoteca demográfica en términos de pobreza y formación ajena a los tiempos que vivimos. Detrás de eso está la ausencia de inversión.

La ausencia de un proyecto de acumulación, que no se puede forjar con discursos de corto plazo y entusiasmos efímeros.

Forjar el proyecto es pensar el futuro. Y –como dijimos al principio– nuestro país sufre de la costumbre del pasado y de la ausencia del futuro. Las disputas están en el baúl. Y no en el horizonte.

¿Será por eso que el “dream team” de cada candidato está insaculado de algún baúl del pasado?

Puede que todos y cada uno de los miembros de esos “dream team” tengan valores, experiencias, conocimientos. No se trata de eso.

Se trata que sólo, ellos u otros, pueden ser útiles si y sólo si, en lugar de insacular lo que está en algún baúl nos dedicamos a diseñar el horizonte deseado. Y a poner en claro la estructura que da lugar a los inmensos dolores del presente, y a trazar una trayectoria, un camino, para salir desde aquí hacia el futuro deseado.

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