Por Luis Alejandro Rizzi.-

La expresión que usé, “despolitización de los precios”, significa que los precios “políticos” de los servicios públicos y la energía distorsionaron el sistema de precios de toda la economía y de algún modo operaron como un subsidio al consumo que llamaría “agregado”.

Esto quiere decir que, al existir esos “precios políticos”, la gente tenía mayor capacidad de gasto para consumir otros bienes y servicios, cuyos precios, en el caso de los transables, estaban protegidos de la competencia internacional, mediante altos aranceles o prohibiciones de importación.

De algún modo, las diferencias entre los precios reales y los “precios políticos” se trasladaban al mayor precio de los bienes y servicios que se comercializaban en el mercado local.

Esos precios comenzaron a engordar merced al componente fiscal, que agregaba el estado a los precios, para poder financiar el sistema de “precios políticos”.

Mientras el sistema se pudo financiar recurriendo a los déficits fiscales, mediante emisión, el sistema “funcionó”.

Un ejemplo fue el plan “platita” de Sergio Massa; el PBI cayó, pero el consumo aumentó, obviamente en un marco de alta inflación.

Este sistema tenía un destino fatal; en algún momento tenía que implosionar, lo que se llamó la famosa “bomba”.

No es fácil saber si este régimen político-económico que perduró durante decenas de años, con diferencia de matices, implosionó o Javier Milei lo hizo explotar, con su famoso eslogan “No hay plata”, que por otra parte es cierto, y marcó el fin de una época.

Puede haber algo de las dos cosas, más el morbo de la transición, en términos de Gramsci.

Lo viejo murió y estamos viviendo el morbo de su descomposición, que no es más que estas declaraciones salvajes que creen, quizás sinceramente, que el viejo régimen podría resucitar.

Pero el nuevo sistema aún no nace y nos estamos enredando en una transición crítica sin conducción política.

La Argentina carece de una dirigencia lúcida y paciente, idónea para anunciar o proclamar el nacimiento de lo nuevo y el riesgo es que se la confunda con la transición presente.

Lo nuevo no es inflación cero, emisión razonable o dolarización, mantener o cerrar el Banco Central, la reforma de leyes, el uso del agravio y la descalificación o confundir el enojo con la firmeza de carácter y convicción.

Lo nuevo es recuperar el valor de la cultura y de la moral, privada y pública.

En esta morbosa transición, el riesgo es que los jueces pretendan morigerar las consecuencias de este final de época, restableciendo controles de precios o pretendiendo morigerar las consecuencias de esta catástrofe.

En el caso de un seísmo, ningún juez podría ordenar su cese y la reconstrucción inmediata de lo destrozado.

Nos pasa lo mismo: la Argentina padece un “seísmo” político-económico. Los jueces, en todo caso, deben evitar el pillaje; lo demás les es ajeno; es una cuestión cultural y moral y eso está más allá de las atribuciones de los tribunales.

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