Por Luis Américo Illuminati.-

«En memoria de mi abuelo Américo Illuminati -nacido el Día de la Candelaria- que así lo llamó su padre por amor a esta tierra, ambos eran inmigrantes italianos, que hablaban la lengua del Dante y que cruzaron el Atlántico para trabajar en la Argentina.»

En una anterior nota titulada: «El huevo de Colón y la consunción de la ética» nos habíamos referido a la increíble hazaña del Descubrimiento de América por Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492.

A lo ya dicho, queremos añadir una disquisición o reflexión complementaria.

Las vicisitudes del primer viaje de Colón y sus avatares posteriores nos recuerdan en cierta forma a las de Ulises, el personaje de la Odisea de Homero. Ambos enfrentando todos los peligros, recelos y desconfianzas y venciendo todos los obstáculos. Ulises logrando regresar a su patria, Ítaca y Colón logrando llegar a las playas de un Nuevo Mundo, América, donde lo aguardaban amargos avatares y disgustos. La figura de Ulises atado al palo mayor de su embarcación para no dejarse seducir por los cantos de sirena (dulces y fatalmente engañosos) guiando a sus compañeros que reman -con tapones de cera en los oídos- en el desfiladero del mar tempestuoso es un cuadro sublime de heroísmo con el que se solía representar simbólicamente a Cristo -Divino Salvador- en los primeros años del cristianismo. La analogía o paradoja del palo mayor de la nave y el madero de la cruz. Algo similar nos sucede cuando leemos el cuaderno de navegación o bitácora de viaje del Almirante Colón cuyo nombre Cristóbal lo emparenta y afilia a Cristo. Uno se lo imagina a Colón como Ulises luchando contra viento y marea, arengando a su tripulación, rezando fervorosamente a toda hora a la Virgen María, aferrado a su fe aunque el mundo se viniera abajo. Finalmente, ocurrió el milagro soñado por Colón, en cuyas naves las velas llevaban la cruz patada de los cruzados. Tras 58 días de azarosa travesía por fin Colón llegó a América.

Si bien Colón no fue el primer europeo en cruzar el Atlántico con éxito, se cree que antes que él marineros vikingos establecieron un asentamiento temporal en Terranova en el siglo XI, por lo cual los académicos han propuesto distintas posibilidades en lo que respecta a desembarcos precolombinos. Sin embargo, fue Colón quien inició el duradero encuentro entre los europeos y los pueblos indígenas del continente americano. Es dable destacar que los conquistadores españoles fusionaron en el Nuevo Mundo las culturas europea e indígenas, en muchas ocasiones mediante matrimonios mixtos, dando lugar a una sociedad mestiza. El gaucho es hijo del español y de la india nativa. Por su parte, los colonos anglosajones formaron comunidades donde regía una especie de «apartheid» que separaba a británicos de indígenas. No crearon nada, simplemente aniquilaron a los indios y sus culturas, para más tarde reocupar sus territorios, a los cuales trasladaron sus formas europeas de vida. Si los españoles conquistaban para expandir su cultura y su fe, los ingleses lo hacían, sobre todo, por motivos puramente mercantiles.

Por otra parte, y desde el plano de lo espiritual y religioso, para los colonos protestantes los indios no fueron unas almas esperando recibir la fe, sino «unos salvajes y pecadores que no habían sabido rentabilizar las tierras y talentos que Dios les había dado. Así, Dios, enojado por tan ingrata actitud, había decidido readjudicarlas a sus fieles hijos anglosajones» (así pensaban). Y así el cine y la televisión norteamericana ha difundido este cliché, los blancos civilizados como los buenos y los indios incivilizados como los villanos, los malos de la historia, cuyos descendientes viven felices en las «reservaciones». Una situación parecida (si no es peor) sucede con las poblaciones de los indígenas del norte argentino (tobas), principalmente en las provincias argentinas de Chaco, Formosa y Santa Fe, y, en un número menor, en la provincia de Salta, quienes aún los gobiernos -sobre todo, los de signo peronista- no los han rescatado de la sórdida miseria en que viven (sobreviven cual náufragos abandonados en una isla).

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