Por Italo Pallotti.-

Argentina fue por mucho tiempo destruyendo la calidad del sufragio hasta hacerlo añicos en su verdadero sentido de representatividad. Se perdió poco a poco la matriz que el voto ciudadano no es sino la manera de interactuar de una manera libre, respetuosa y en la misma frecuencia, no declinando posiciones ideológicas, para que la calidad del representante sea la que mejor se adecue al principio general de bienestar.

Pero es bien conocido que políticas erráticas, de vaivenes insostenibles en tiempos prudenciales, fueron erosionando la dupla Estado y Gobierno, para terminar destruyendo la conducta racional y emocional del ciudadano y comenzar a transformarlo en víctima del populismo o demagogia; y justo es decirlo alejado de banderías; pues todos en algún momento echaron mano a esta práctica nefasta para sobrevivir políticamente. Y entonces sobrevino la debacle. Esos mismos individuos (y léase bien que ya no hablo de ciudadanos) comenzaron a dejar jirones de su dignidad, no sólo cívica sino también moral detrás de la dádiva, el subsidio y otro menú de prebendas que lo han ido alejando de su pensamiento crítico. Y le dio, y le da lo mismo votar al virtuoso que al pecador. Entonces el mandatario, elegido tantas veces entre los peores, por falta de cultura intelectual y cívica de los mandantes, fue distorsionando su conducta sabiendo que da lo mismo ser justo que injusto. Aquí, la Justicia que debe ser custodia de esos comportamientos dejó y deja librado al azar, sus decisiones para poner límites a lo antedicho.

Allí es donde nace el riesgo. El del sometimiento a los caprichos del gobernante de turno. A la anomia en muchos aspectos de la vida de los ciudadanos de bien. A la prepotencia de los funcionarios en la búsqueda de mezquinos intereses. A la deformación del papel de los tres poderes de gobierno que establece la Constitución, con el avasallamiento de unos sobre otros, en actitud verdaderamente aciaga. A la degradación de los valores sociales. A la pérdida del sentido solidario de los mismos. A la rotura total del tejido social. A la aparición de conductas autoritarias y caprichosas. A la falta de generación de riqueza condenada por una expoliación del dinero privado, atentatoria de esa capacidad innata en la mayoría del pueblo trabajador. Al de sucumbir frente a ideologismos ya perimidos y decadentes. Al de hacer olvidar que el funcionario es un empleado público, pagado por los impuestos que el pueblo aporta y no un mero ladronzuelo cobijado bajo un mandato, que lejos está de honrar. Al de malversar los caudales públicos que dejan de servir a la educación, la salud y la seguridad. A la insinuación de un mamarracho cuasi totalitario que se advierte peligrosamente. Al decadente papel de una Justicia timorata, cobarde (o cómplice?) que eterniza causas en las que se ven involucradas altas figuras del poder. A la falta de reacción de toda una comunidad civil, y especialmente la política, frente a sus pares, en actitud negligente. La creación de organismos paragubernamentales que solapadamente escamotean funciones que en realidad corresponden al poder real. En fin, que esta catarata de riesgos (entre tantos otros) no hacen otra cosa que poner a la Democracia, y consecuentemente la República, en un andarivel sumamente gris y caótico, víctima de una pésima conducta al momento de votar.

La delegación de nuestro mandato deberá ser observada, pensada y cambiada radicalmente en lo por venir (apenas una semana!) si no queremos caer definitivamente en la penumbra de una soledad democrática de la que nos deberemos arrepentir, y será condenada por las generaciones venideras. Si votar, se hace de manera irreflexiva y amañada; el resultado será del mismo tenor. A no llorar, luego. Las lágrimas solo sirven para mojar pañuelos.

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