Por Hernán Andrés Kruse.-

El 25 de mayo de 1973 asumía como presidente de la república el odontólogo Héctor J. Cámpora, candidato del Frente Justicialista de Liberación Nacional. La Plaza de Mayo estaba colmada por simpatizantes peronistas, en su mayoría miembros de la JP. Las banderas de los montoneros flameaban, poniendo en evidencia quiénes se sentían dueños de la fiesta. El flamante presidente había sido elegido a dedo por Perón para encabezar la fórmula presidencial del FREJULI. Carecía, por ende, de poder. Expresado en términos de la ciencia política, Cámpora era un fiel exponente de una presidencia transitoria. La historia demostró que no era su intención el ser un presidente de esa índole.

Luego de asumir, el Tío pronunció un extenso discurso. Al comienzo deja al descubierto la concepción política y económica del justicialismo, apoyada en un crudo maniqueísmo político. Nosotros, los trabajadores, somos los buenos; ellos, los oligarcas, son los malos. La oligarquía es la culpable de todos nuestros males, de todas nuestras desgracias. Entre el 4 de junio de 1946 y el 16 de septiembre de 1955 el pueblo estuvo en el paraíso, fruto del gobierno popular liderado por Perón. La antipatria lo derrocó en 1955 para restaurar el antiguo régimen, el orden conservador que siempre benefició a una minoría. La antipatria estuvo en el poder desde el derrocamiento de Perón hasta el 11 de marzo de 1973. Ese día el pueblo retomó la conducción política del país. Después de tantos años de proscripción, persecución, represión y oscurantismo, había llegado el momento de que todas las fuerzas políticas nacionales acordasen políticas destinadas a hacer de la Argentina un país próspero, pujante y soberano.

He aquí la idea medular del discurso de asunción de Cámpora. Ese llamado a la concordia nacional se pulverizó ese mismo día cuando las cárceles abrieron sus puertas para que numerosos presos políticos condenados por la justicia por actividades terroristas recuperaran la libertad. Fue una demostración de fuerza de la izquierda peronista. “A partir de ahora quienes mandan en la Argentina somos nosotros”, exclamaron los montoneros. Era evidente que Cámpora no tenía intención alguna en ser un presidente de transición. Era evidente, también, que las ambiciones del Tío se estrellaban contra la voluntad de un líder que ansiaba ser elegido presidente por tercera vez. Ello explica la matanza acaecida en los bosques de Ezeiza el 20 de junio de 1973. En julio Perón tomó el toro por las astas: echó a Cámpora del gobierno, lo reemplazó por el yerno de López Rega y el 23 de septiembre el 62% del electorado lo eligió para que rigiera los destinos del país. El sueño de la patria socialista de los montoneros quedó hecho trizas.

A continuación paso a transcribir los primeros párrafos del discurso de asunción de Cámpora que exponen con meridiana claridad la concepción peronista de la historia argentina a partir del 4 de junio de 1946, cuando Perón asumió como presidente de la república.

“Entre 1945 y 1955, el país vivió un período de renacimiento nacional. El Gobierno Peronista incorporó al Pueblo como protagonista del proceso político. La clase trabajadora se organizó y estructuró en sindicatos. La unidad de los trabajadores fue la herramienta que permitió forjar sucesivos avances en el terreno de la justicia social. La participación de los asalariados en el ingreso nacional se amplió hasta un nivel nunca conocido en el país. La educación y la medicina social se extendieron a todos los niveles y se consolidó un esquema de seguridad social. Los planes de vivienda popular dotaron de moradas dignas a amplias capas de la población. El Estado estaba, entonces, al servicio del Pueblo y del hombre argentino. La niñez humilde adquirió una sonrisa que nunca había conocido. La restitución de la dignidad a todos los argentinos abrió, en el corazón mismo de la sociedad, una etapa de dicha. Los ancianos vieron reconocidos sus derechos. Aquellos hombres que habían sido explotados hasta el límite mismo de sus fuerzas por el régimen oligarca, fueron reivindicados, al fin de sus años, por el Justicialismo. La mujer alcanzó derechos que siempre le habían sido negados. Bajo la inspiración de Eva Perón votó por primera vez en la historia argentina, adelantándose en esa conquista a muchos países. La labor de la benemérita institución que llevó su nombre se orientó a solucionar los problemas de los hogares más humildes.

En tanto esto sucedía en el país, el imperiaIismo, recobrado de las secuelas de la guerra, se fortalecía en el exterior. La divisa precursora de la Tercera Posición levantada por el general Perón, se lanza a la arena internacional como bandera de unión de los pueblos sometidos. Pero aún había muchos países del Tercer Mundo bajo el dominio colonial. Los que asomaban a la independencia, recién daban sus primeros pasos y todavía era posible que, incluso en nuestra América, el imperialismo quitara y pusiera gobiernos, llegando hasta la intervención directa si así lo requerían sus intereses. La intriga que comenzó al día siguiente del triunfo popular del 46, logró sus designios al cabo de nueve años y truncó una revolución incruenta que trajo la felicidad para nuestro Pueblo y cimentó las bases de la grandeza nacional. Desde entonces se desandó el camino. El país, inerme, contempló la instauración de todas las formas posibles de burla a la voluntad popular: interdicciones, inhabilitaciones, anulación de elecciones, prepotencias y golpes de Estado jalonaron ese negro camino reversivo que se quiso imponer, a trasmano de la historia.

Así, el 16 de junio de 1955 se inicia la etapa más despiadada de la historia argentina. La metralla cae sobre el Pueblo que clama su rabia y su impotencia. Tres meses más tarde, se instaura la dictadura. Comienza la sistemática destrucción de una comunidad organizada; el metódico reemplazo de la solidaridad por el odio, de la abundancia por la miseria. Se borra la sonrisa y se crispan los puños. Todos los sectores sociales padecen sus consecuencias. Se desmantela la industria, se estanca la ganadería, se corrompe el salario. La salud, la educación, la vivienda se tornan privilegios inalcanzables. En nombre de la libertad son encarcelados miles de argentinos. Invocando la justicia se invierte la prueba y cualquier irresponsable puede acusar a un ciudadano honorable sin preocuparse por fundar sus cargos. Comisiones investigadoras ilegales actúan como tribunales especiales guiadas por rencores y mezquindades. Honras y bienes son sometidos a la arbitrariedad y al capricho. En nombre de la democracia se disuelven el Partido Justicialista y la Fundación Eva Perón y se saquean sus bienes, que son del Pueblo. En nombre de la razón se prohíbe la palabra con un decreto sin precedentes en el mundo moderno. Decir Perón es un delito. Decir Evita merece castigo. Pero el Pueblo sigue diciendo Perón. El Pueblo sigue diciendo Evita.

Tenemos así al desnudo una de las facetas de la dependencia. El control del sistema financiero por el interés externo determina que los planes de expansión de la economía argentina y los planes sociales de asistencia popular, queden rezagados en favor de la penetración del capital extranjero. Se plantea así, por una parte, la escasez del ahorro interno para financiar el desarrollo y, por la otra, ese magro ahorro va a incorporarse al capital de giro de empresas no nacionales que eluden traer recursos financieros genuinos. En la cúspide del sistema, los argentinos estamos financiando a las grandes corporaciones multinacionales, el poder de las cuales es, a veces, superior al del propio Estado. Todo ello se agrava con el elevado monto de la deuda externa y la sangría en divisas que significa, año por año, solventar el servicio de la misma. Esa deuda ha alcanzado ya los siete mil millones de dólares. Para decirlo en otros términos, debemos al extranjero una cifra superior a nuestras exportaciones de los tres últimos años. Otra consecuencia de esa política ha sido la caída vertical del valor de nuestra divisa. El peso argentino se envileció en su confrontación con otras monedas y también en su poder adquisitivo interno. Esta parte del drama argentino la conocen, mejor que nadie las familias trabajadoras.

El hombre argentino sabe, en carne propia, de .la explotación a que es sometido por el régimen. Mientras avanzaban la concentración de la riqueza, la desnacionalización de nuestra economía y el endeudamiento, la participación de los asalariados en el ingreso nacional disminuía drásticamente. Los monopolios y las oligarquías fueron los beneficiarios directos de esta explotación del trabajo humano. De la misma manera los beneficios de la mayor productividad del trabajo no fueron a manos de los trabajadores. Por duro contraste, la productividad del trabajo aumentó y los salarios reales descendieron. Lo que sí creció fue la desocupación. De una economía de pleno empleo durante el gobierno justicialista, se pasó progresivamente a una situación de desempleo. En algunas zonas del país, como es sabido, el problema es ya pavoroso. En materia educativa más de 200.000 niños no tienen acceso a la escuela, y el índice de deserción supera el 50 por ciento en el ciclo primario, sobre todo en los primeros grados, lo que da como resultado un país de un relativo índice de analfabetismo pero uno muy elevado de semianalfabetismo que contribuye al estancamiento y al atraso. La deserción en el área de la enseñanza media, excede el 57 por ciento y en la Universidad acusa alrededor del 70 por ciento.

Pero la simiente del justicialismo había germinado en terreno apto. Era posible segar los brotes, pero no las raíces que habían penetrado con fuerza desesperada y vital. La historia de la resistencia peronista no ha sido escrita porque no hubo dónde o porque no hubo quién. Su crónica tiene pocos nombres y pocas fechas. Pero explotados y explotadores la conocen. Está hecha de paros y huelgas, de sabotajes y atentados, de coraje y sacrificio. En vano se ha intentado atribuirle motivaciones ideológicas extrañas. La resistencia peronista contra la dictadura es una etapa maravillosa de la lucha de un Pueblo contra el colonialismo y la opresión, contra la entrega y la brutalidad, en defensa de la libertad y la justicia, de la Nación y de su grandeza. Es la continuidad histórica de las gestas de la Independencia, la afirmación de los valores más puros de esta tierra. No ha habido atropello o argucia que se hayan ahorrado para contener estas luchas. Con los tanques en las calles o con elecciones tramposas, el régimen jugó todas sus cartas. Cuando pudo proscribir, proscribió. Cuando pudo anular elecciones, las anuló. Cuando pudo impedirlas, las impidió. Ante cada variante que imaginó el régimen la respuesta fue siempre la misma: exigencia de restitución completa de la soberanía popular. La resistencia popular, más dura y heroica a medida que más injusto y represivo se hacía el sistema, frustró todas las maniobras del continuismo. Porque todas se intentaron. Y todas fracasaron.

Esta es la verdadera y única razón de la violencia de los argentinos. Una violencia que creció a medida que crecía la resistencia popular. Una violencia ciega e inútil. A este Pueblo, por la fuerza, nadie podrá imponerle nada, porque sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, se oponga quien se opusiera, cuente con los medios que contare. Así, este país conoció por primera vez sublevaciones populares de un vigor que estremece. El mismo pueblo que el 17 de Octubre de 1945 se manifestó en paz, acepta la discusión en el terreno en que se la plantean. Tiene la razón, siempre la tuvo. Pero también tiene la fuerza. Ha dicho basta y se hará oír, aunque no quieran escucharlo. Dirá su palabra en Corrientes y en Rosario, en Tucumán y en Mendoza, en Río Negro y en Chubut, en Neuquén y en Córdoba. La patria entera se pone de pie y pelea sin temor. El régimen agoniza. Sus cimientos tiemblan. Sus paredes se resquebrajan.

La tarea de la reconstrucción nacional es posible porque la unidad del Pueblo es un hecho. Los intentos divisionistas del régimen fueron superados. Todas las pretensiones de socavar la cohesión nacional, dispersar sus fuerzas, desviar su cauce profundo, fracasaron. En noviembre de 1972, después de 17 años de extrañamiento, el general Juan Perón concretó la amplia convocatoria ciudadana que venía ofreciendo desde su exilio. Ninguna fuerza nacional faltó a la cita. El general Perón y los líderes de los partidos y organizaciones nacionales ratificaron, en torno a una misma mesa, una firme voluntad de entendimiento, mutuo respeto y vocación democrática. La Asamblea de la Unidad Nacional asumió el designio de la liberación y rechazó el régimen de dependencia. De tal manera se logró un clima de convivencia que signó el proceso electoral, aniquiló las trampas de la convocatoria y se proyectó más allá del comicio. La actitud preelectoral fue una clara demostración de esa voluntad de unidad. El debate entre las fuerzas políticas se centró en los grandes problemas del país y no cayó en ningún momento en la invectiva o el agravio. Los partidos nacionales dieron al Pueblo una prueba de madurez. El Pueblo respondió con confianza. Más del 80 por ciento de los votos en los históricos comicios del 11 de marzo respaldaron propuestas de liberación, transformación y convivencia. Entre ellas, la del Frente Justicialista de Liberación obtuvo mayoría absoluta. Para asegurar el futuro, convoqué hace tres días, en mi carácter de Presidente electo de los argentinos, a todas las fuerzas nacionales. Todas acudieron a la convocatoria. Esta renovada coincidencia servirá de guía para la acción de mi gobierno.

Este país debe retornar al camino de su grandeza. Ello no puede ser la obra de sólo una fuerza política aunque sea mayoritaria. Puede y debe ser tarea de todos, pues no cabe disenso en la opción entre construir la Patria grande o admitir la Patria sojuzgada. Tal es el sentido de la tregua política y de la tregua social que, como Presidente, he propuesto a la Nación toda. Ello no significa olvidar las diferencias que nos separaron en el pasado. Implica superarlas en una acción generosa, concertada, solidaria, que dé a nuestros hijos instituciones, formas de vida y posibilidades de realización de las que nosotros no pudimos gozar. Somos conscientes de las dificultades del proceso. Cada medida transformadora que adoptemos habrá de levantar las resistencias de los intereses que desde afuera y desde adentro, se oponen a la política de cambio. Prometemos al país un camino en el cual la voluntad de todos los argentinos, vengan de donde vinieren, piensen lo que pensaren, tengan el pasado que tuvieren, se temple en la batalla por un futuro de independencia económica y de justicia social”.

* Congreso de la nación. República Argentina. Buenos Aires. 25 de mayo de 1973.

Share