Por Justo J. Watson.-
Para entrar al paraíso social del desarrollo necesitamos de un proceso previo de conversión. De rechazo del mal. Porque nuestros problemas no van a solucionarse cambiando autoridades sino (para seguir con la alegoría religiosa) haciendo vencer al bien.
Conversión hacia el bien que, en términos laicos, equivale a poner en marcha un profundo cambio de paradigma social, reorientándolo hacia el más rotundo y sustentable bienestar común.
Una senda evolutiva que implica el rechazo a todo medio violento. A toda política coactiva, generadora -en tanto tal- de estafas sin fin, resentimientos, grietas emocionales y atraso.
Un cambio progresivo hacia lo pacífico, lo diverso, lo tolerante y sobre todo hacia lo contractual-voluntario.
Orientado hacia el estímulo, el esfuerzo personal y el premio sustantivo antes que hacia la amenaza estatal, el falso sentimiento de culpa o el despojo como normas.
Evolucionando en definitiva hacia la mutua conveniencia; porque guste o no de eso se trata la vida, tómese en el sentido que se tome.
Necesitamos ese cambio de paradigma, caminando en lo político por las más amplias libertades creativas y de iniciativa individual. Por el menor número de frenos legislativos y costos burocráticos. Por la no-violencia a ultranza en todo el campo de la acción humana.
Cambio signado por una nueva cultura, gradualmente “no tributaria”. Asumiendo que la palabra “tributo” deriva en línea recta del antiguo pago obligado, impuesto, que la comunidad invadida -y sojuzgada- debía realizar anualmente al grupo invasor. A la casta gobernante, que empezó su agresivo recorrido histórico como barbarie nómade para terminar bien afincada en palacios y ministerios.
Porque ese y no otro es el principal origen (y sostén económico) del Estado; de sus nefastos imperios, monarquías, dictaduras, satrapías, teocracias y de los más imaginativos formatos de tiranía, incluyendo a la del número en muchas de sus “modernas” formas democráticas.
Esta conversión laica hacia el bien, hacia un bienestar colectivo en fuerte libertad e implacable respeto mutuo, implica una maduración mental hacia la admisión -terrible para muchos- de que más que simples avalistas del capitalismo debemos serlo del egoísmo en tanto herramienta conducente; o peor: que más que simples defensores del mismo hemos de serlo… de la razón.
Inmersos en una sociedad de mayorías ideológicamente alineadas con lo neo-místico, el cambio de norte hacia la razón aparece en nuestra Argentina como… revolucionario: emerger del largo oscurantismo corporativo-socialista de 3 generaciones para volver a abrazar la ética de trabajo y audaz valentía de nuestros bisabuelos inmigrantes, podría ser traumático para muchos.
¿Quiénes votaron en octubre pasado, acaso, a los concejales peronistas narcotraficantes de Tucumán y Formosa? Seguramente los mismos que votaron a los gobernadores J. L. Manzur y G. Insfrán, desenmascarados meses antes por el periodismo independiente como ladrones y corruptos ilícitamente enriquecidos. Con seguridad las mismas madres que ven hoy con desesperación cómo sus hijas e hijos ni-ni de 18 años truecan en vagos viciosos, “planeros” profesionales o “soldaditos” del dealer zonal. Abuelos y abuelas tal vez, responsables de empujar por vía electoral a sus nietos a una clara conversión hacia el mal.
Tras 75 años de populismo nacionalista, preguntemos a cualquier argentino qué es, a su criterio, el bien común más allá de la esclavitud clientelar; qué cosa es, hoy, el bienestar honesto de los suyos.
De poder optar ¿Qué educación elegiría para sus hijos? Sin dudas, una privada, con valores y de excelencia. ¿Qué tipo de obra social querría para asegurar la salud de su familia? Sin dudas una privada de alta hotelería y nivel tecnológico. ¿Qué tipo de seguridad policial elegiría para su barrio o su negocio? Sin dudas una privada, aunque de manos libres, equipamiento avanzado y que le rinda cuentas tras cada facturación. ¿Qué tipo de empleo quisiera tener? Sin dudas no uno en el Estado sino en una empresa privada de punta en cuanto a lo productivo, en flexibilidad horaria, capacitación y ambiente laboral, que lo participe además en sus ganancias. ¿Qué clase de ruta o autopista elegiría transitar? Sin dudas no una pública minada de parches y huellones; más bien una privada; bien iluminada y mantenida con peajes.
Y así podríamos seguir inquiriendo hasta llegar al fondo de la cuestión ya que ¿qué clase de tributos pagaría ese ciudadano al Estado para seguir recibiendo sus malos (y caros, si consideramos la presión impositiva global) servicios, de no existir multas, embargos o cárcel por no hacerlo? Sin duda pocos… o ninguno. Nadie dudaría de ser capaz de utilizar esa cantidad (más del 50% de lo que cada argentino gana) con mejor criterio; incluyendo el solidario.
Sentido común en estado puro: si todos saben que en un mercado competitivo los servicios privados pueden ser mucho mejores proveedores de bienestar, el cambio de paradigma no debería sino enfocarse a que el mayor número tenga oportunidad de acceso a los medios económicos que le permitan elegirlos y pagarlos contratando de por sí en cada caso particular, según mutua conveniencia.
Dotar de poder económico al bolsillo familiar elevando a millones a las clases media y media alta, por fortuna, no es algo difícil. Está probado en la práctica en unos cuantos sitios. Sólo requiere desechar el polvoriento ideal de la violencia redistribucionista para despertar a otro más práctico y efectivo: el de la razón capitalista.
Singapur, por ejemplo, un país superpoblado y sin recursos naturales aplica -hasta cierto punto- esta idea libertaria y hoy vemos allí que uno de cada 6 ciudadanos es millonario (dueño de más de un millón de dólares) mientras que el ingreso anual per cápita promedio se halla desde hace años en el top four mundial.
Parafraseando a Bill Clinton: “es la libertad, estúpido”.
De seguir esta máxima con razonada decisión, nuestra Argentina no tardaría en superar los índices de Singapur, ciertamente.
02/04/2016 a las 8:18 PM
Claro: lo que no pagaríamos al Estado lo pagaríamos a los emprendedores no obligados más que a competir y no a defender valores superiores. Una moral y una vida mercantiles.
02/04/2016 a las 9:20 PM
Así es, doña Déborah: simple substitución de un estado obligado a responder por empresarios que deben descubrir el bien común en medio de las urgencias egoístas.
Lo que el artículo defiende es el triunfo del mercado y de la socieddad civil, el reainado del individualismo y del «derecho a la diferencia», el relegamiento de la ley abstracta y uniforme a favor de derechos más y más diferenciados.
Esa es la cosmovisión hoy vinculada al liberalismo, principalmente entre sus adversarios, pero asimismo entre muchos de sus defensores.
No obstante, los orígenes intelectuales del liberalismo contradicen ese esquema. Los pensadores liberales «clásicos » enfocaron centralmente la soberanía de la Ley, indisociable de su fecundidad para ls vigencia y pleno ejercicio de la libertad humana.
¿Qué nos enseña esa divergencia de interpretación?
¿Es acaso expresión de una tensión interna del pensamiento liberal en sí mismo?
¿Habría acaso que oponer ley contra derechos, la loi et les droits, volviendo a la ruptura entre la corriente racionalista, fundadora del liberalismo político, y la corriente empirista que creó, con David Hume, el liberalismo económico?
El ideal común de los liberales es «el gobierno de la libertad». Pero el esquema propuesto en la nota se opone, por faltarle un adecuado desarrollo del estado. Es una exageración demasiado conocida, qué sólo genera la lucha de todos contra todos y espera que en el lapso limitado de una vida cada uno descubra la necesidad del bien común y deje de desplegar conductas puramente egoístas.
Tal como lo presentó el autor, el esquema me parece incompleto, fallido y perjudicial. Que creo es lo mismo que detectó usted, Déborah, y por eso conviene sugerirle a don Justo que modere su liberal entusiasmo.
Atentamente,
03/04/2016 a las 7:49 AM
Luego de haber visto tantas veces a nuestro país y su gente, navegar por grandes crisis económicas, sociales, culturales, laborales, etc., y habiendo padecido todas las caras de las ideologías políticas que se sucedieron constantemente, solo me pregunto cada vez que asume un gobierno nuevo, quienes integrarán ahora las bandas????
04/04/2016 a las 2:03 PM
Para un más detallado acercamiento al paradigma libertario y sus implicancias prácticas y morales, recomiendo leer «El mercado para la libertad» de Morris y Linda Tannehill, editado por Barbarroja y disponible en nuestro medio. Y por supuesto, el manifiesto libertario redactado en su momento por el economista e historiador Murray Rothbard en su libro «Hacia una nueva libertad», también publicado en Argentina por la editorial Grito Sagrado. Desde luego, el libertarianismo no es sinónimo de liberalismo, de anarquismo ni de sociedad sin Ley sino que es más bien el camino hacia una sociedad sin Estado, que es algo muy distinto.
http://www.libertadynoviolencia.blogspot.com.ar/2011/11/anarcocapitalismo.html