Por Hernán Andrés Kruse.-
En los próximos días se conmemora el septuagésimo quinto aniversario del fin del holocausto, de la liberación de los prisioneros de Auschwitz por las tropas de la Unión Soviética. Nada mejor entonces que recordar lo que dijo el filósofo Theodor Adorno en una célebre conferencia pronunciada en 1966.
La educación después de Auschwitz
“La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentada. No acierto a entender que se le haya dedicado tan poca atención hasta hoy. Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo sucedido. Pero el que se haya tomado tan escasa conciencia de esa exigencia, así como de los interrogantes que plantea, muestra que lo monstruoso no ha penetrado lo bastante en los hombres, síntoma de que la posibilidad de repetición persiste en lo que atañe al estado de conciencia e inconsciencia de estos. Cualquier debate sobre ideales de educación es vano e indiferente en comparación con este: que Auschwitz no se repita. Fue la barbarie, contra la que se dirige toda educación. Se habla de inminente recaída en la barbarie. Pero ella no amenaza meramente: Auschwitz lo fue, la barbarie persiste mientras perduren en lo esencial las condiciones que hicieron madurar esa recaída. Precisamente, ahí está lo horrible. Por más oculta que esté hoy la necesidad, la presión social sigue gravitando. Arrastra a los hombres a lo inenarrable, que en escala histórico-universal culminó con Auschwitz. Entre las intuiciones de Freud que en verdad alcanzan también a la cultura y la sociología, una de las más profundas, a mi juicio, es que la civilización engendra por sí misma la anticivilización y, además, la refuerza de modo creciente. Debería prestarse mayor atención a sus obras El malestar en la cultura y Psicología de las masas y análisis del yo, precisamente en conexión con Auschwitz. Si en el principio mismo de civilización está instalada la barbarie, entonces la lucha contra esta tiene algo de desesperado. La reflexión sobre la manera de impedir la repetición de Auschwitz es enturbiada por el hecho de que hay que tomar conciencia de ese carácter desesperado, si no se quiere caer en la fraseología idealista. Sin embargo, es preciso intentarlo, sobre todo en vista de que la estructura básica de la sociedad, así como sus miembros, los protagonistas, son hoy los mismos que hace veinticinco años. Millones de inocentes –establecer las cifras o regatear acerca de ellas es indigno del hombre– fueron sistemáticamente exterminados. Nadie tiene derecho a invalidar este hecho con la excusa de que fue un fenómeno superficial, una aberración en el curso de la historia, irrelevante frente a la tendencia general del progreso, de la ilustración, de la humanidad presuntamente en marcha. Que sucediera es por sí solo expresión de una tendencia social extraordinariamente poderosa. Quisiera al respecto referirme a otro hecho que, muy significativamente, apenas si parece ser conocido en Alemania, aunque constituyó el tema de un bestseller como Los cuarenta días de Musa Dagh, de Werfel. Ya en la Primera Guerra Mundial, los turcos –el movimiento llamado de los Jóvenes Turcos, dirigido por Enver Bajá y Talaat Bajá– habían asesinado a más de un millón de armenios. Como es sabido, altas autoridades militares alemanas y aun del gobierno conocían la matanza, pero guardaron estricta reserva. El genocidio hunde sus raíces en esa resurrección del nacionalismo agresivo sobrevenida en muchos países desde fines del siglo diecinueve.
Es imposible sustraerse a la reflexión de que el descubrimiento de la bomba atómica, que puede literalmente eliminar de un solo golpe a centenares de miles de seres humanos, pertenece al mismo contexto que el genocidio. El crecimiento brusco de la población suele denominarse hoy con preferencia “explosión demográfica”: no parece sino que la fatalidad histórica tuviese ya dispuestas, para frenar la explosión demográfica, unas contraexplosiones: la matanza de pueblos enteros. Esto, solo para indicar hasta qué punto las fuerzas contra las que se debe combatir brotan de la propia historia universal. Como la posibilidad de alterar las condiciones objetivas, es decir, sociales y políticas, en las que se incuban tales acontecimientos es hoy en extremo limitada, los intentos por contrarrestar la repetición se reducen necesariamente al aspecto subjetivo. Por esto entiendo también, en lo esencial, la psicología de los hombres que hacen tales cosas. No creo que sirviese de mucho apelar a valores eternos, pues, ante ellos, precisamente quienes son proclives a tales crímenes se limitarían a encogerse de hombros; tampoco creo que ayudara gran cosa una tarea de ilustración acerca de las cualidades positivas de las minorías perseguidas. Las raíces deben buscarse en los perseguidores, no en las víctimas, exterminadas sobre la base de las acusaciones más mezquinas. En este sentido, lo que urge es lo que en otra ocasión he llamado el “giro” hacia el sujeto. Debemos descubrir los mecanismos que vuelven a los hombres capaces de tales atrocidades, mostrárselos a ellos mismos y tratar de impedir que vuelvan a ser así, a la vez que se despierta una conciencia general respecto de tales mecanismos. No son los asesinados los culpables, ni siquiera en el sentido sofístico y caricaturesco con que muchos quisieran todavía imaginarlo. Los únicos culpables son quienes, sin misericordia, descargaron sobre ellos su odio y agresividad. Esa insensibilidad es la que hay que combatir; es necesario disuadir a los hombres de golpear hacia el exterior sin reflexión sobre sí mismos. La educación en general carecería absolutamente de sentido si no fuese educación para una autorreflexión crítica. Pero como los rasgos básicos del carácter, aun en el caso de quienes perpetran los crímenes en edad tardía, se constituyen, según los conocimientos de la psicología profunda, ya en la primera infancia, la educación que pretenda impedir la repetición de aquellos hechos monstruosos ha de concentrarse en esa etapa de la vida. Ya he mencionado la tesis de Freud sobre el malestar en la cultura. Pues bien, sus alcances son todavía mayores que los que Freud supuso; ante todo, porque entretanto la presión civilizatoria que él había observado se multiplicó hasta hacerse intolerable. Con ella, las tendencias a la explosión sobre las que llamó la atención han adquirido una violencia que él apenas pudo prever. Pero el malestar en la cultura tiene un aspecto social –que Freud no ignoró, aunque no le haya dedicado una investigación concreta–. Puede hablarse de una claustrofobia de la humanidad dentro del mundo regulado, de un sentimiento de encierro dentro de una trabazón completamente socializada, constituida por una tupida red. Cuanto más espesa es la red, tanto más se ansía salir de ella, mientras que, precisamente, su espesor impide cualquier evasión. Esto refuerza la furia contra la civilización, furia que, violenta e irracional, se levanta contra ella.
Un esquema confirmado por la historia de todas las persecuciones es que la ira se dirige contra los débiles, ante todo contra aquellos a quienes se percibe como socialmente débiles y al mismo tiempo –con razón o sin ella– como felices Desde el punto de vista sociológico me atrevería a agregar que nuestra sociedad, al tiempo que se integra cada vez más, incuba tendencias a la disociación. Apenas ocultas bajo la superficie de la vida ordenada, civilizada, estas han progresado hasta límites extremos. La presión de lo general dominante sobre todo lo particular, sobre los hombres individuales y las instituciones singulares, tiende a desintegrar lo particular e individual, así como su capacidad de resistencia. Junto con su identidad y su capacidad de resistencia, pierden los hombres también las cualidades en virtud de las cuales podrían oponerse a lo que eventualmente los tentase de nuevo al crimen. Tal vez apenas serían todavía capaces de resistir si los poderes constituidos les ordenasen reincidir, mientras estos lo hicieran a nombre de un ideal cualquiera, en el que ellos creyeran a medias o, incluso, en el que no creyeran en absoluto. Cuando hablo de la educación después de Auschwitz, incluyo dos esferas: en primer lugar, educación en la infancia, sobre todo en la primera; luego, ilustración general que establezca un clima espiritual, cultural y social que no admita la repetición de Auschwitz; un clima, por tanto, en el que los motivos que condujeron al terror hayan llegado, en cierta medida, a hacerse conscientes. Naturalmente, no puedo pretender esbozar el plan de una tal educación, ni siquiera en líneas generales. Pero al menos quisiera señalar algunos puntos neurálgicos. Con frecuencia, por ejemplo en Estados Unidos, se ha responsabilizado del nacionalsocialismo y de Auschwitz al espíritu alemán, propenso al autoritarismo. Tengo esta explicación por demasiado superficial, aunque entre nosotros, como en muchos otros países europeos, las actitudes autoritarias y el autoritarismo ciego perduran mucho más tenazmente que lo admisible en condiciones de democracia formal. Hay que aceptar, más bien, que el fascismo y el terror a que dio origen se vincularon con el hecho de que las antiguas autoridades del Imperio fueron derrocadas, abatidas, pero sin que los hombres estuvieran todavía psicológicamente preparados para determinarse por sí mismos. Demostraron no estar a la altura de la libertad que les cayó del cielo. De ahí, entonces, que las estructuras de la autoridad asumiesen aquella dimensión destructiva y –por decirlo así– demencial, que antes no tenían o, al menos, no manifestaron. Si se piensa cómo la visita de cualquier soberano, políticamente ya sin función efectiva, arranca expresiones de éxtasis a poblaciones enteras, entonces está perfectamente fundada la sospecha de que el potencial autoritario es, ahora como antes, mucho más fuerte que lo que podría imaginarse. Pero quisiera insistir explícitamente en que el retorno o no del fascismo es en definitiva un problema social, no psicológico. Si me detengo tanto en los aspectos psicológicos es exclusivamente porque los otros momentos, más esenciales, escapan en buena medida, precisamente, a la voluntad de la educación, si no ya a la intervención de los individuos en general.
Personas bien intencionadas, opuestas a que Auschwitz se repita, citan a cada paso el concepto de “atadura”. Ellas responsabilizan de lo sucedido al hecho de que los hombres no tuviesen ya ninguna atadura. Efectivamente, una de las condiciones del terror sádico-autoritario está ligada con la desaparición de la autoridad. Al sano sentido común le parece posible invocar obligaciones que contrarresten, mediante un enérgico “tú no debes”, lo sádico, destructivo, desintegrador. No obstante, considero ilusorio esperar que la apelación a ataduras, o incluso la exigencia de que se contraigan otras nuevas, sirva de veras para mejorar el mundo y los hombres. No tarda en percibirse la falsedad de ataduras exigidas solo para conseguir algo –aunque ese algo sea bueno–, sin que ellas sean experimentadas por los hombres como substanciales en sí mismas. ¡Cuán asombrosamente pronto reaccionan aun los hombres más idiotas e ingenuos cuando de fisgonear las debilidades de los mejores se trata! Con facilidad las llamadas ataduras, o bien se convierten en un salvoconducto de buenos sentimientos –se las acepta para legitimarse como honrado ciudadano–, o bien producen odiosos rencores, psicológicamente lo contrario de lo que se buscaba con ellas. Significan heteronimia, un hacerse dependiente de mandatos, de normas que no se justifican ante la propia razón del individuo. Lo que la psicología llama superyó, la conciencia moral, es remplazado en nombre de las ataduras por autoridades exteriores, facultativas, mudables, como se ha podido ver con suficiente claridad en la misma Alemania tras el derrumbe del Tercer Reich. Pero, precisamente, la disposición a ponerse de parte del poder y a inclinarse exteriormente, como norma, ante el más fuerte constituye la idiosincrasia típica de los torturadores, idiosincrasia que no debe ya levantar cabeza. Por eso es tan fatal el encomendarse a las ataduras o sujeciones. Los hombres que de mejor o peor grado las aceptan quedan reducidos a un estado de permanente necesidad de órdenes. La única fuerza verdadera contra el principio de Auschwitz sería la autonomía, si se me permite emplear la expresión kantiana; la fuerza de la reflexión, de la autodeterminación, del no entrar en el juego de otro. Cierta experiencia me asustó mucho: leía yo durante unas vacaciones en el lago de Constanza un diario badense en el que se comentaba una pieza de teatro de Sartre, Muertos sin sepultura, que contiene las cosas más terribles. Al crítico la obra le resultaba francamente desagradable. Pero él no explicaba su malestar por el horror de la cosa, que es el horror de nuestro mundo, sino que invertía de este modo la situación: frente a una actitud como la de Sartre, que se ocupó del asunto, difícilmente –procuro ser fiel a sus palabras– tendríamos conciencia de algo superior, es decir que no podríamos reconocer el sinsentido del horror. En una palabra: con su noble cháchara existencial el crítico pretendía sustraerse a la confrontación con el horror. En esto radica, en buena parte, el peligro de que el terror se repita: que no se lo deja adueñarse de nosotros mismos, y si alguien osa mencionarlo siquiera, se lo aparta con violencia, como si el culpable fuese él, por su rudeza, y no los autores del crimen.
En el tratamiento del problema de la autoridad y la barbarie se impone un aspecto en general descuidado. A él remite una observación del libro Der SS-Staat, de Eugen Kogon, libro que contiene medulares ideas sobre todo este complejo y que no ha sido asimilado por la ciencia y la pedagogía en el grado en que lo merecería. Kogon dice que los torturadores del campo de concentración en que él mismo estuvo confinado varios años eran en su mayor parte jóvenes hijos de campesinos. La diferencia cultural que todavía subsiste entre ciudad y campo es una de las condiciones del terror, aunque –por cierto– no la única ni la más importante. Disto mucho de albergar sentimientos de superioridad respecto de la población campesina. Sé que nadie tiene la culpa de haber crecido en la ciudad o en el campo. Me limito a registrar que probablemente la desbarbarización haya avanzado en la campaña todavía menos que en otras partes. Ni la televisión ni los demás medios de comunicación de masas han modificado gran cosa la situación de quienes no están muy familiarizados con la cultura. Me parece más correcto expresar este hecho y tratar de remediarlo que ensalzar de manera sentimental cualidades particulares –por otra parte, en vías de desaparición– de la vida de campo. Me atrevo a sostener que la desbarbarización del campo constituye uno de los objetivos más importantes de la educación. Aquella supone, de todos modos, un estudio de la conciencia e inconsciencia de la población de esos lugares. Ante todo será preciso considerar el efecto producido por los modernos medios de comunicación de masas sobre un estado de conciencia que solo recientemente ha alcanzado el nivel del liberalismo cultural burgués del siglo diecinueve. Para cambiar esta situación no podría bastar el sistema normal de escuelas populares, a menudo harto problemático en la campaña. Se me ocurre una serie de posibilidades. Una sería –estoy improvisando– que se planeasen programas de televisión que atendiesen a los puntos neurálgicos de ese específico estado de conciencia. Pienso también en la formación de algo así como grupos y columnas móviles de educación, integrados por voluntarios, que saliesen al campo y que, a través de discusiones, cursos y enseñanza suplementaria, intentasen suplir las fallas más peligrosas. No ignoro, por cierto, que difícilmente tales personas hayan de ser bien recibidas. Pero no tardará en constituirse un pequeño grupo de discusión en torno de ellos, que podría, tal vez, convertirse en un foco de irradiación.
Pero nadie se llame a engaño: también en los centros urbanos, y precisamente en los mayores, encontramos la arcaica inclinación a la fuerza. La tendencia global de la sociedad engendra hoy por todas partes tendencias regresivas, quiero decir, hombres con rasgos sádicos reprimidos. Al respecto quisiera recordar la relación con el cuerpo, desviada y patógena, que Horkheimer y yo describimos en Dialéctica del Iluminismo. En todos los casos en que la conciencia está mutilada, ello se refleja en el cuerpo y en la esfera de lo corporal a través de una estructura compulsiva, proclive al acto de violencia. Basta con repasar cómo en determinado tipo de personas incultas su mismo lenguaje –sobre todo cuando son interrumpidas u objetadas– se vuelve amenazador, como si los gestos del habla fuesen en realidad los propios de una violencia corporal apenas controlada. Por cierto, aquí debería considerarse también el papel del deporte, aún insuficientemente estudiado por una psicología social crítica. El deporte es ambivalente: por una parte puede producir un efecto desbarbarizante y antisádico, a través del juego limpio, la caballerosidad y el respeto por el más débil; por el otro, bajo muchas de sus formas y procedimientos, puede fomentar la agresión, la brutalidad y el sadismo, sobre todo entre quienes no se someten personalmente al esfuerzo y la disciplina del deporte, sino que se limitan a ser meros espectadores y acostumbran concurrir a los campos de juego solo para vociferar. Tal ambivalencia debería ser analizada sistemáticamente. En la medida en que la educación influya sobre esto, los resultados serían aplicables también a la vida del deporte.
Todo esto se conecta en mayor o menor grado con la vieja estructura ligada a la autoridad, con ciertos modos de comportamiento –casi diría– del bueno y rancio carácter autoritario. Pero lo que produce Auschwitz, los tipos característicos del mundo de Auschwitz, constituyen probablemente una novedad. Por un lado, ellos expresan la ciega identificación con lo colectivo. Por el otro, están cortados a propósito para manipular masas, lo colectivo. Tal los Himmler, Hoss, Eichmann. Yo sostengo que lo más importante para evitar el peligro de una repetición de Auschwitz es combatir la ciega supremacía de todas las formas de lo colectivo, fortalecer la resistencia contra ellas arrojando luz sobre el problema de la masificación. Esto no es tan abstracto como suena, en vista de la pasión con que precisamente los hombres jóvenes, de conciencia progresista, se incorporan a toda suerte de grupos. Puede vincularse este hecho con el padecimiento que en ellos se inflige, sobre todo inicialmente, a quienes llegan a ser admitidos en sus filas. Piénsese simplemente en las primeras experiencias de la escuela. Habría que atacar todos aquellos modos de folk-ways, costumbres populares y ritos de iniciación que causan dolor físico a un individuo –a menudo, hasta lo insoportable– como precio para sentirse integrante, miembro del grupo. La maldad de usos como las Rauhnachte [una celebración tradicional, de las noches que van desde la del 24 de diciembre hasta la del 6 de enero, ocasión en la que los demonios del invierno y otras criaturas de la mitología germánica celebran su gran fiesta] y la justicia bávara, así como la que entrañan otras costumbres autóctonas del mismo jaez que hacen las delicias de cierta gente; esa maldad, digo, constituye una prefiguración directa de la violencia nacionalsocialista. No es casual que los nazis, con el nombre de Brauchtum [costumbre, tradición], hayan enaltecido y fomentado semejantes atrocidades. He ahí una tarea muy actual para la ciencia. Esta tiene la posibilidad de invertir drásticamente esa tendencia folklorizante –de la que los nazis se apoderaron con entusiasmo– para poner coto a la supervivencia de esas alegrías populares tan brutales cuanto horripilantes. Trátase en esta esfera global de un presunto ideal que en la educación tradicional ha desempeñado también un papel considerable: el rigor. Ese ideal puede remitirse también, bastante ignominiosamente, a una expresión de Nietzsche, aunque en realidad este quiso significar otra cosa. Recuerdo que, durante el juicio por los hechos de Auschwitz, el terrible Boger tuvo un arranque que culminó con un panegírico de la educación para la disciplina mediante el rigor. Este es necesario para producir el tipo de hombre que a él le parecía perfecto. El ideal pedagógico del rigor en que muchos pueden creer sin reflexionar sobre él es totalmente falso. La idea de que la virilidad consiste en el más alto grado de aguante fue durante mucho tiempo la imagen encubridora de un masoquismo que –como lo ha demostrado la psicología– tan fácilmente roza con el sadismo. La ponderada dureza que debe lograr la educación significa, sencillamente, indiferencia al dolor. Al respecto, no se distingue demasiado entre dolor propio y ajeno. La persona dura consigo misma se arroga el derecho de ser dura también con los demás, y se venga en ellos del dolor cuyas emociones no puede manifestar, que debe reprimir. Ha llegado el momento de hacer consciente este mecanismo y de promover una educación que ya no premie como antes el dolor y la capacidad de soportar los dolores. Con otras palabras, la educación debería tomar en serio una idea que de ningún modo es extraña a la filosofía: la angustia no debe reprimirse. Cuando la angustia no es reprimida, cuando el individuo se permite tener realmente tanta angustia como esta realidad merece, entonces desaparecerá probablemente gran parte del efecto destructor de la angustia inconsciente y desviada.
Los hombres que ciegamente se clasifican en colectividades se transforman a sí mismos en algo casi material, desaparecen como seres autónomos. Ello se corresponde con la disposición a tratar a los demás como masas amorfas. En La personalidad autoritaria, encuadré a quienes se conducen así con el nombre de “carácter manipulador”, y lo hice, por cierto, en una época en que no eran conocidos, ni mucho menos, el diario de Hoss y los relatos de Eichmann. Mis descripciones del carácter manipulador datan de los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. A veces, la psicología social y la sociología pueden construir conceptos que solo más tarde se confirman empíricamente. El carácter manipulador –cualquiera puede controlarlo en las fuentes que sobre esos dirigentes nazis están a disposición de todo el mundo– se distingue por su manía organizadora, su absoluta incapacidad para tener experiencias humanas inmediatas, un cierto tipo de ausencia de emoción, de realismo exagerado. Quiere a cualquier precio llevar adelante una supuesta, aunque ilusoria, política realista (Realpolitik). Ni por un momento piensa o desea al mundo de otro modo que como este es, poseído como está de la voluntad of doing things, de hacer cosas, indiferente al contenido de tal acción. Hace de la actividad, de la así llamada efficiency como tal, un culto que tiene su eco en la propaganda del hombre activo. Entretanto, este tipo –si mis observaciones no me engañan, y numerosas investigaciones sociológicas permiten la generalización– se halla mucho más difundido que lo que pudiera pensarse. Lo que en su tiempo ejemplificaron tan solo algunos monstruos nazis hoy puede afirmarse de muchísimos hombres: delincuentes juveniles, jefes de pandillas y otros similares, acerca de los que todos los días podemos leer noticias en los diarios. Si tuviese que reducir a una fórmula este tipo de carácter manipulador –tal vez no debiese, pero ayuda a la comprensión–, lo calificaría de tipo con una conciencia cosificada. En primer lugar, tales hombres se han identificado a sí mismos, en cierta medida, con las cosas. Luego, cuando les es posible, identifican también a los demás con las cosas. El término fertigmaehen (“acabar”, “alistar”, “ajustar”), tan popular en el mundo de los jóvenes patoteros como en el de los nazis, lo expresa con gran exactitud. La expresión describe a los hombres como cosas aprontadas en doble sentido. La tortura es, en opinión de Max Horkheimer, la adaptación dirigida y, en cierta medida, acelerada de los hombres a la colectividad. Algo de esto subyace en el espíritu de la época, si es que todavía puede hablarse de espíritu. Me limito a citar las palabras de Paul Valéry, pronunciadas antes de la última guerra, a saber: que la inhumanidad tiene un futuro grandioso. Particularmente difícil es rebatirlas cuando hombres de tal tipo manipulador, incapaces de experiencias propiamente dichas, manifiestan por eso mismo rasgos de inaccesibilidad que los emparientan con ciertos enfermos mentales o caracteres psicóticos, esquizoides. Con miras a impedir la repetición de Auschwitz me parece esencial poner en claro, en primer lugar, cómo aparece el carácter manipulador, a fin de procurar luego, en la medida de lo posible, estorbar su surgimiento mediante la modificación de las condiciones.
Quisiera hacer una propuesta concreta, que se estudie a los culpables de Auschwitz con todos los métodos de que dispone la ciencia, en especial con el psicoanálisis prolongado durante años, para descubrir, si es posible, cómo surgen tales hombres. Si ellos, por su parte, en contradicción con la estructura de su propio carácter, contribuyeran en algo, tal es el bien que aún están a tiempo de hacer en pro de que Auschwitz no se repita. En efecto, esto solo podría lograrse si ellos quisieran colaborar en la investigación de su propia génesis. Podría resultar difícil, de todos modos, inducirlos a hablar: bajo ningún concepto sería lícito aplicarles, para conocer cómo llegaron a ser lo que son, métodos afines a los empleados por ellos. Por de pronto, se sienten tan a salvo –precisamente en su colectividad, en el sentimiento de que todos ellos en conjunto son viejos nazis– que apenas uno solo ha mostrado sentimientos de culpa. No obstante, cabe presumir que existen también en ellos, o al menos en muchos de ellos, puntos de abordaje psicológicos a través de los cuales sería posible modificar esta situación: por ejemplo, su narcisismo o, dicho llanamente, su vanidad. Ahí tienen la posibilidad de hacerse importantes hablando de sí mismos sin trabas, como Eichmann, quien, por cierto, llenó bibliotecas enteras con sus declaraciones. Por último, es posible que también en estas personas, si se las indaga con suficiente profundidad, existan restos de la antigua conciencia moral, que hoy se encuentra a menudo en vías de descomposición. Ahora bien, conocidas las condiciones internas y externas que los hicieron tales –si es que se me admite la hipótesis de que, en efecto, es posible descubrirlas–, se pueden extraer ciertas conclusiones prácticas encaminadas a evitar que se repitan. Si ese intento sirve o no de algo solo se mostrará cuando se lo emprenda; yo no quisiera sobrestimarlo aquí. Es preciso reconocer que los hombres no son explicables de manera automática a partir de tales condiciones. Idénticas condiciones produjeron hombres diferentes. No obstante, valdría la pena ensayarlo. Ya el simple planteamiento del problema de cómo alguien devino lo que es, encierra un potencial de ilustración. En efecto, es característico de los estados perniciosos de conciencia e inconsciencia que el hombre considere falsamente su facticidad, su ser-así –el ser de tal índole y no de otra–, como su naturaleza, como un dato inalterable, y no como algo que ha devenido. Acabo de mencionar el concepto de conciencia cosificada. Pues bien, esta es ante todo la conciencia que se ciega respecto de todo ser devenido, de toda comprensión de la propia condicionalidad, y absolutiza lo que es-así. Si se lograra romper este mecanismo compulsivo, pienso que se habría ganado algo.
En conexión con la conciencia cosificada debe tratarse metódicamente también la relación con la técnica, y de ningún modo solo en los pequeños grupos. Esa relación es tan ambivalente como la del deporte, con el que, por lo demás, guarda aquella cierta afinidad. Por un lado, cada época produce aquellos caracteres –tipos de distribución de energía psíquica– que necesita socialmente. Un mundo como el de hoy, en el que la técnica ocupa una posición clave, produce hombres tecnológicos, acordes con ella. Esto tiene su buena dosis de racionalidad: serán más competentes en su estrecho campo, y este hecho tiene consecuencias en una esfera mucho más amplia. Por otro lado, en la relación actual con la técnica hay algo excesivo, irracional, patógeno. Ese algo está vinculado con el “velo tecnológico”. Los hombres tienden a tomar la técnica por la cosa misma, a considerarla un fin autónomo, una fuerza con ser propio, y, por eso, a olvidar que ella es la prolongación del brazo humano. Los medios –y la técnica es un conjunto de medios para la autoconservación de la especie humana– son fetichizados porque los fines –una vida humana digna– han sido velados y expulsados de la conciencia de los hombres. Formulado esto de manera tan general, no puede menos que parecer evidente. Pero tal hipótesis es aún demasiado abstracta. No sabemos con precisión cómo el fetichismo de la técnica se apodera de la psicología de los individuos, dónde está el umbral entre una relación racional con la técnica y aquella sobrevaloración que lleva, en definitiva, a que quien proyecta un sistema de trenes para conducir sin tropiezos y con la mayor rapidez posible las víctimas a Auschwitz, olvide cuál es la suerte que aguarda a estas allí. El tipo proclive a la fetichización de la técnica está representado por hombres que, dicho sencillamente, son incapaces de amar. Esta afirmación no tiene un sentido sentimental ni moralizante: se limita a describir la deficiente relación libidinosa con otras personas. Trátase de hombres absolutamente fríos, que niegan en su fuero más íntimo la posibilidad de amar y rechazan desde un principio, aun antes de que se desarrolle, su amor por otros hombres. Y la capacidad de amar que en ellos sobrevive se vuelca invariablemente a los medios. Los tipos de carácter signados por los prejuicios y el autoritarismo, que estudiamos en La personalidad autoritaria (escrito durante nuestra estadía en Berkeley), suministran abundantes pruebas al respecto. Un sujeto de experimentación –y esta expresión no puede ser más típica de la conciencia cosificada– decía de sí mismo: I like nice equipment (me gustan los aparatos lindos), con absoluta prescindencia de cuáles fuesen tales aparatos. Su amor estaba absorbido por cosas, por las máquinas como tales. Lo que consterna en todo esto –digo “lo que consterna”, porque nos permite ver lo desesperado de las tentativas por contrarrestarlo– es que esa tendencia coincide con la tendencia global de la civilización. Combatirla equivale a contrariar el espíritu del mundo; pero con esto no hago sino repetir algo que caractericé al comienzo como el aspecto más sombrío de una educación contra un nuevo Auschwitz.
Dije que esos hombres son especialmente fríos. Permítaseme me extienda un poco acerca de la frialdad en general. Si esta no fuese un rasgo fundamental de la antropología, o sea, de la constitución de los hombres tal como estos son de hecho en nuestra sociedad, y si, en consecuencia, aquellos no fuesen en el fondo indiferentes hacia cuanto sucede a los demás, con excepción de unos pocos con quienes se hallan unidos estrechamente y tal vez por intereses palpables, Auschwitz no habría sido posible; los hombres no lo hubiesen tolerado. La sociedad en su actual estructura –y sin duda desde hace muchos milenios– no se funda, como afirmara ideológicamente Aristóteles, en la atracción sino en la persecución del propio interés en detrimento de los intereses de los demás. Esto ha modelado el carácter de los hombres, hasta en su entraña más íntima. Cuanto lo contradice, el impulso gregario llamada lonely crowd, la muchedumbre solitaria, es una reacción, un aglomerarse de gente fría que no soporta su propia frialdad, pero que tampoco puede superarla. Los hombres, sin excepción alguna, se sienten hoy demasiado poco amados, porque todos aman demasiado poco. La incapacidad de identificación fue sin duda la condición psicológica más importante para que pudiese suceder algo como Auschwitz entre hombres en cierta medida bien educados e inofensivos. Lo que puede llamarse “asentimiento” (Mitlaufertum) fue primariamente interés egoísta: defender el provecho propio antes que nada, y, para no correr riesgos –¡eso no!–, cerrar la boca. Es esta una ley general en relación con el orden establecido. El silencio bajo el terror fue solamente su consecuencia. La frialdad de la mónada social, del competidor aislado, en tanto indiferencia frente al destino de los demás, fue precondición de que solo unos pocos se movieran. Bien lo saben los torturadores: ¡tantas veces lo comprueban!
Que no se me entienda mal. No pretendo predicar el amor. Sería inútil. Además, nadie tendría derecho a hacerlo, puesto que la falta de amor –ya lo dije– es una falla de todos los hombres, sin excepción alguna, dentro de las actuales formas de existencia. La prédica del amor presupone en aquellos a quienes se dirige una estructura de carácter diversa de la que se quiere modificar. Los hombres a quienes se debe amar son tales que ellos mismos no pueden amar, y, por lo tanto, en modo alguno son merecedores de amor. Uno de los grandes impulsos del cristianismo, impulso que no se identificaba de manera directa con el dogma, fue el de extirpar la frialdad que todo lo penetra. Pero este intento fracasó, precisamente por que dejó intacto el ordenamiento social que produce y reproduce la frialdad. Probablemente esa calidez entre los hombres por todos anhelada nunca haya existido, ni siquiera entre pacíficos salvajes, salvo durante breves períodos y en grupos muy pequeños. Los tan denostados utopistas lo han visto. Así, Charles Fourier caracterizó la atracción como algo que es preciso establecer por medio de un ordenamiento social humano; reconoció también que ese estado solo será posible cuando no se repriman las pulsiones de los hombres, cuando se las satisfaga y desbloquee. Si hay algo que puede proteger al hombre de la frialdad como condición de desdicha, es la comprensión de las condiciones que determinan su surgimiento y el esfuerzo por contrarrestarlas desde el comienzo en el ámbito individual. Podría pensarse que cuanto menos se es rechazado en la infancia, cuanto mejor se trata a los niños, tanto mayor es la chance. Pero también aquí acechan ilusiones. Los niños que nada sospechan de la crueldad y la dureza de la vida, en cuanto se alejan del círculo de protección se encuentran todavía más expuestos a la barbarie. Pero, ante todo, no se puede exhortar a los padres a que practiquen esa calidez, pues ellos mismos son producto de esta sociedad, cuyas marcas llevan. El requerimiento de prodigar más calidez a los hijos invoca artificialmente esta y por lo mismo la niega. Tampoco es posible exigir amor en las relaciones profesionales, formales, como las de maestro y alumno, médico y paciente, abogado y cliente. El amor es algo inmediato y está por esencia en contradicción con las relaciones mediatas. El mandamiento del amor –tanto más en la forma imperativa de que se debe amar– constituye en sí mismo un componente de la ideología que eterniza a la frialdad. Así, se define por su carácter forzoso, represivo, y actúa en contra de la capacidad de amar. En consecuencia, lo primero es procurar que la frialdad cobre conciencia de sí, así como también de las condiciones que la engendran.
Para terminar, quiero referirme en pocas palabras a algunas posibilidades de la concientización de los mecanismos subjetivos en general, de esos mecanismos sin los cuales Auschwitz no habría sido posible. Es necesario el conocimiento de tales mecanismos, así como el de la defensa de carácter estereotipado que bloquea esa toma de conciencia. Los que aún dicen en nuestros días que las cosas no fueron así, o que no fueron tan malas, defienden en realidad lo sucedido y estarían sin duda dispuestos a asentir o a colaborar si un día aquello se repitiese. Aunque la ilustración racional –como la psicología lo sabe muy bien– no disuelve en forma directa los mecanismos inconscientes, refuerza al menos en el preconsciente ciertas instancias que se les oponen, y contribuye a crear un clima desfavorable a lo desmesurado. Si la conciencia cultural en su conjunto se penetrase realmente de la idea de que los rasgos que en Auschwitz ejercieron su influencia revisten un carácter patógeno, tal vez los hombres los controlarían mejor. Habría que ilustrar también la posibilidad de desplazamiento de lo que en Auschwitz irrumpió desde las sombras. Mañana puede tocarle el turno a otro grupo que no sea el de los judíos, por ejemplo los viejos, que aun fueron respetados durante el Tercer Reich precisamente en razón de la matanza de los judíos, o los intelectuales, o simplemente los grupos disidentes. El clima –ya me referí a esto– que más favorece la repetición de Auschwitz es el resurgimiento del nacionalismo. Este es tan malo porque en una época de comunicación internacional y de bloques supranacionales ya no puede creer en sí mismo tan fácilmente y debe hipertrofiarse hasta la desmesura para convencerse a sí y convencer a los demás de que aún sigue siendo sustancial. No hay que desistir de indicar posibilidades concretas de resistencia. Es hora de terminar, por ejemplo, con la historia de los asesinatos por eutanasia, que en Alemania, gracias a la resistencia que se les opuso, no pudieron perpetrarse en la medida proyectada por los nacionalsocialistas. La oposición se imitó al endogrupo: tal es, precisamente, un síntoma muy patente y difundido de la frialdad universal. Ante todo, sin embargo, tal resistencia está limitada por la insaciabilidad propia del principio persecutorio. Sencillamente, cualquier hombre que no pertenezca al grupo perseguidor puede ser una víctima; he ahí un crudo interés egoísta al que es posible apelar. Por último, deberíamos inquirir por las condiciones específicas, históricamente objetivas, de las persecuciones. Los llamados movimientos de renovación nacional, en una época en que el nacionalismo está decrépito, se muestran especialmente proclives a las prácticas sádicas.
Finalmente, la educación política debería proponerse como objetivo central impedir que Auschwitz se repita. Ello solo será posible si trata este problema, el más importante de todos, abiertamente, sin miedo de chocar con poderes establecidos de cualquier tipo. Para ello debería transformarse en sociología, es decir, esclarecer acerca del juego de las fuerzas sociales que se mueven tras la superficie de las formas políticas. Debería tratarse críticamente –digamos a manera de ejemplo un concepto tan respetable como el de “razón de Estado”: cuando se coloca el derecho del Estado por sobre el de sus súbditos, se pone ya potencialmente el terror. Walter Benjamin me preguntó cierta vez durante la emigración, cuando yo viajaba todavía esporádicamente a Alemania, si aún había allí suficientes esclavos de verdugo que ejecutasen lo que los nazis les ordenaban. Los había. Pero la pregunta tenía una justificación profunda. Benjamin percibía que los hombres que ejecutan, a diferencia de los asesinos de escritorio y de los ideólogos, actúan en contradicción con sus propios intereses inmediatos; son asesinos de sí mismos en el momento mismo en que asesinan a los otros. Temo que las medidas que pudiesen adaptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirían que volviesen a surgir los asesinos de escritorio. Pero que haya hombres que, subordinados como esclavos, ejecuten lo que les mandan, con lo que perpetúan su propia esclavitud y pierden su propia dignidad… que haya otros Boger y Kaduk, es cosa que la educación y la ilustración pueden impedir en parte”.
24/01/2020 a las 9:31 AM
…
24/01/2020 a las 9:45 AM
Auschwitz:
Era un crematorio de tantos
Donde se incineraba Miles de víctimas
Causadas por los bombardeos aliados.
Donde morían millones de civiles.
El Peligro mayor eran las enfermedades
Que podrían surgir derivada de la gran acumulacion de cadáveres en descomposición.
24/01/2020 a las 4:58 PM
¿Cuantos muertos en Auschwitz?
Por Robert Faurisson
18 de diciembre de 1995
9.000.000 de personas, según el documental Nuit et Brouillard (1955), cuyos asesores históricos eran el historiador Henri Michel y la historiadora Olga Wormser(1).
8.000.000 de personas, según la Oficina francesa de investigación de crímenes de guerra y el Servicio francés de información de crímenes de guerra (1945) (2).
7.000.000 de personas, según Raphaël Feigelson (1945) (3).
6.000.000 de judíos, según Tibère Kremer, autor del prefacio de Miklos Nyiszli (1951) (4).
5.000.000 a 5.500.000 personas, según Bernard Czardybon, (¿1945?), según confesiones atribuidas a SS y según el periódico Le Monde (1978), que añadía: “de las cuales el 90% de judíos” (5).
4.500.000 según Henryk Mandelbaum (1945) (6).
4.000.000 de personas, según un documento soviético al cual el tribunal de Nuremberg dio el valor de “prueba auténtica”. Esta cifra fue inscrita diecinueve veces, con un comentario en otras tantas lenguas diferentes, sobre el monumento de Auschwitz-Birkenau. Fue repetida por un número considerable de personas, entre ellas el historiador polaco Franciszek Piper. Será declarada falsa en 1990 y reemplazada, sobre el monumento, en 1995, por la cifra de 1.500.000 con el acuerdo del mismo Franciszek Piper, para el cual esta cifra es un máximo mientras que la cifra mínima es de 1.100.000. Según Miriam Novitch (1967), de los 4.000.000 de muertos, 2.700.000 eran judíos. Según el rabino Moshe Weiss (1991), más de 4.000.000 de personas murieron en Auschwitz, de las cuales 3.000.000 de judíos (7).
3.500.000 personas, según el abogado de un acusado alemán en el proceso de Nuremberg (1946) y según el Dictionnaire de la langue francaise publicado por Hachette (1991). Según Claude Lanzmann (1980), hubo 3.500.000 gaseados, de los cuales el 95% de judíos, así como muchos otros muertos (8).
3.000.000 de personas hasta el 1 de diciembre de 1943, según una confesión arrancada a Rudolf Höss (1946), ex comandante de Auschwitz (9).
3.000.000 de judíos gaseados, según David Susskind (1986) y según Heritage, el más importante semanario judío californiano (10).
2.500.000 personas, según Rudolf Vrba para el proceso Eichmann (1961) (11).
2.000.000 (?) a 4.000.000(?) según el historiador Yehuda Bauer (1982) (12).
2.000.000 a 3.000.000 de judíos muertos así como millares de no judíos, según una confesión atribuida a un responsable SS, Pery Broad (13).
2.000.000 a 2.500.000 personas muertas, según una confesión atribuida a un médico SS, el Dr.Friedrich Entress (¿1945?) (14).
2.000.000 de personas, según el historiador Léon Poliakov (1951); 2.000.000 de judíos gaseados, según el historiador Georges Wellers (1973) y según la historiadora Lucy Dawidowicz (1975) (15).
1.600.000 personas, según el historiador Yehuda Bauer (1989), de las cuales 1.352.980 judíos(16) (esta última cifra es de Georges Wellers, 1983).
1.500.000 personas: esta cifra, escogida por Lech Walesa, reemplazó, en 1995, sobre el monumento de Birkenau, aquella de 4.000.000 que había sido retirada en 1990 (17).
1.471.595 personas, de las cuales 1.352.980 judíos, según el historiador Georges Wellers (1983) (18).
1.250.000 personas aproximadamente, de las cuales 1.000.000 de judíos matados y más de 250.000 no judíos muertos, según el historiador Raul Hilberg (1985) (19).
1.100.000 a 1.500.000 personas, según los historiadores Yisrael Gutman, Michael Berenbaum et Franciszek Piper (1994) (20).
1.000.000 de personas, según Jean-Claude Pressac (1989) y según el Dictionnaire des noms propres publicado por Hachette (1992) (21).
800.000 a 900.000 personas, según el historiador Gerald Reitlinger (1953) (22).
775.000 a 800.000 personas, según Jean-Claude Pressac (1993), de los cuales 630.000 judíos gaseados (23).
630.000 a 710.000 personas, según Jean-Claude Pressac (1994), de los cuales de 470.000 a 550.000 judíos gaseados (24).
Que yo sepa, esta última estimación (de 630.000 a 710.000 personas) es la más baja que hayan facilitado nunca aquellos que creen en el exterminio físico de los judíos. Se dice a veces que en 1946/1947 las autoridades judiciales polacas admitieron la cifra de 300.000 muertos. Es un error. Estas autoridades estimaron un total de muertos de 300.000 personas registradas a su llegada, pero a esta cifra añadieron la de 3.000.000 a 4.000.000 de personas no registradas(25). Durante más de cuarenta años, las autoridades soviéticas, polacas y de la República federal de Alemania se mostraron muy discretas sobre la existencia de registros mortuorios (Sterbebücher) que habían sido llevados durante la guerra por las autoridades del campo de Auschwitz. Bajo la presión de los revisionistas (Robert Faurisson y Ernst Zündel), particularmente en los dos procesos Zündel (Toronto, 1985 y 1988), estas autoridades acabaron por hacer revelaciones sobre estos registros a partir de 1989. Afirman no haber encontrado registros más que para el período del 29 de julio de 1941 al 31 de diciembre de 1943, no sin algunas lagunas. Como el campo fue abierto el 20 de mayo de 1940 y los alemanes lo evacuaron hacia el 18 de enero de 1945, este período representa un poco más de la mitad de la duración de la existencia del campo bajo su autoridad. Los registros encontrados ascienden, parece, al número de 51 y recogerían 68.864 fallecimientos (y no 74.000 como se ha dicho por ciertos periodistas) (26).
Los partidarios de la versión oficial del “Holocausto” han experimentado cierto malestar ante la necesidad, impuesta por los revisionistas, de revisar a la baja, en parecidas proporciones, el número de muertos de Auschwitz. ¿Cómo explicar que en el proceso de Nuremberg (1945-1946) tal impostura haya sido considerada de entrada como provista de valor de “prueba auténtica” gracias al artículo 21 del estatuto de este tribunal? ¿Cómo explicar que, durante decenas de años, se haya dejado esta cifra falaz de 4.000.000, repetida diecinueve veces, sobre el monumento de Auschwitz-Birkenau? ¿Cómo explicar que, durante las ceremonias oficiales, se haya pedido a tantos grandes de este mundo, incluso al Papa Juan PabloII, que vinieran a inclinarse ante tal invención de charlatanes? ¿Cómo explicar que en 1990 Francia se haya dotado de un artículo de ley antirevisionista que prohíbe discutir los “crímenes contra la humanidad” tales como los descritos y evaluados por el tribunal de Nuremberg? Y después, ¿cómo preservar de toda revisión la cifra de 5.100.000 (R.Hilberg) a 6.000.000 judíos muertos durante toda la guerra, si es preciso revisar en tal proporción la cifra de muertos de Auschwitz? Hoy, judíos explican que los polacos, y ellos solos, habrían inventado la mentira de los 4.000.000 de Auschwitz. ¡Animados a la vez por el antisemitismo y por el orgullo nacionalista, los polacos habrían añadido a los cerca de 1.500.000 muertos judíos alrededor de 2.500.000 muertos polacos u otros! (27).
Esta explicación no es más que un artificio. La verdad es que, desde el fin de la guerra, no sólo los judíos comunistas, sino también las autoridades judiciales de Polonia habían repetido que la mayoría de los muertos de Auschwitz era judía. En Cracovia, en 1946-1947, a propósito del caso de Rudolf Höss, tanto el juez de instrucción como la acusación habían concluido que, además de algunos centenares de miles de muertos “registrados”, hubo en Auschwitz sea 4.000.000, sea al menos 2.500.000 muertos, “la mayor parte judíos” (28). Durante el invierno 1963-1964, fue construido un monumento específico en memoria de los “millones de judíos, mártires y combatientes” exterminados en este campo; la inscripción estaba en polaco, en yiddish y en hebreo (29).
Añadamos por fin que, para los historiadores del “Holocausto”, la mayor parte de los judíos de Auschwitz habrían sido MATADOS por medio de un insecticida: el ZyklonB.
Para Arthur R.Butz y para otros revisionistas, el número total de muertos de Auschwitz debió de elevarse a alrededor de 150.000, de los cuales alrededor de 100.000 judíos 30). Para ellos, la mayor parte de los judíos no fueron MATADOS, sino que murieron, sobre todo a causa de las epidemias de tifus. Los revisionistas advierten que, si los alemanes hubiesen dispuesto de mayores cantidades del insecticida ZyklonB, precisamente para combatir estas epidemias, habrían muerto menos personas en Auschwitz no solamente entre los judíos, los polacos, los rusos y otros detenidos, sino también entre los médicos, los funcionarios y los guardianes alemanes.
RESUMEN Y CONCLUSIÓN
Según los historiadores oficiales (aquellos a los que protegen las leyes de la República francesa y el poder mediático), este número varía entre 9.000.000 (es la cifra de Nuit et Brouillard, la película impuesta desde 1955 a todos los colegiales de Francia) a un número comprendido entre 630.000 a 710.000 (es la cifra de un autor recientemente publicado por el Centro nacional de la investigación científica francesa); según estos historiadores, estas personas habrían sido, en su mayor parte, víctimas de una política de exterminio físico. Pero, según los autores revisionistas, el número de muertos sería de 150.000, en su mayor parte víctimas de epidemias diversas y, en particular, del tifus. Bajo la influencia de los autores revisionistas, los historiadores oficiales han llegado a practicar tan importantes revisiones a la baja que no se comprende con qué derecho se podría continuar imponiendo en Francia, por la fuerza de la ley, tal o cual cifra. Por sí mismas, las dos inscripciones oficiales expuestas sucesivamente sobre el monumento de Auschwitz-Birkenau, primero hasta 1990, después a partir de 1995, toman hoy, sin que se haya querido, valor de advertencia: recuerdan que, ni en la historia ni en nada más, debería existir verdad oficial.
Inscripción sobre el monumento de Auschwitz-Birkenau hasta el 3 de abril de 1990
“AQUÍ, DE 1940 A 1945, 4 MILLONES DE HOMBRES, MUJERES Y NIÑOS FUERON TORTURADOS Y ASESINADOS POR LOS GENOCIDAS HITLERIANOS”.(*)
Inscripción sobre el mismo monumento a partir de 1995
“QUE ESTE LUGAR DONDE LOS NAZIS ASESINARON UN MILLÓN Y MEDIO DE HOMBRES, MUJERES Y NIÑOS, EN SU MAYORÍA JUDÍOS DE DIVERSOS PAÍSES DE EUROPA, SEA PARA SIEMPRE PARA LA HUMANIDAD UN GRITO DE DESESPERACIÓN Y DE ADVERTENCIA”.
N.B. Este estudio no constituye más que un esbozo de las respuestas dadas o impuestas a la pregunta; “¿Cuántos muertos en Auschwitz?” Sería fácil dar millares de otras referencias. La dificultad del trabajo radica, en cambio, en que, según los casos, las evaluaciones pueden referirse a categorías de muertos muy diferentes: en tal caso, se evalúa el número de “matados”, de “gaseados”, de “judíos” y, en tal otro caso, se habla de “muertos”, de “víctimas” y no se distingue a los “judíos” de los “no judíos”. Algunas veces también las evaluaciones no valen más que para un período limitado. Por mi parte, he evitado toda extrapolación numérica a partir de una cifra dada para un corto período de la vida del campo de Auschwitz.
24/01/2020 a las 5:19 PM
Auschwitz: Los Hechos y la Leyenda
Por Robert Faurisson
A comienzos de 1940, Auschwitz no era todavía más que una ciudad de la Alta Silesia alemana, habitada por 13.000 habitantes. En mayo de 1940, en las afueras de Auschwitz comenzo a edificarse, sobre el empl.zamiento de un cuartel de artillería del ejercito polaco, un “campo de transito” para 10.000 detenidos polacos. En los años siguientes, con el agravamiento de la guerra, Auschwitz se convirtio en el centro de un conjunto de cerca de cuarenta campos y subcampos y la capital de un enorme complejo agricola e industrial (minas, petroquímica, fábricas de armamento…) donde trabajaban numerosos detenidos, polacos y judíos en particular, junto a trabajadores civiles. Auschwitz fue, a la vez o sucesivamente, un campo de prisioneros de guerra, un vasto campo de transito, un campo hospital, un campo de concentracion y un campo de trabajos forzados y de trabajo libre. No fue nunca un “campo de exterminio” (expresion inventada por los Aliados). A pesar de las drasticas medidas de higiene y de la multiplicidad de los edificios y de los barracones hospitalarios, a veces provistos de los ultimos perfeccionamientos de la ciencia medica alemana, el tifus, que era endemico en la poblacion judia polaca y entre los prisioneros de guerra rusos, causo, con la fiebre tifoidea y otras epidemias, estragos en los campos y en la ciudad de Auschwitz en el seno de la poblacion concentracionaria, incluso entre los medicos alemanes, y en la poblacion civil. Es asi como, durante toda la existencia del campo, estas epidemias, aliadas, para algunos, a terribles condiciones de trabajo en esta zona pantanosa, al hambre, al calor y al frio, causaron, del 20 de mayo de 1940 al 18 de enero de 1945, la muerte de probablemente 150.000 detenidos (1).
El rumor de Auschwitz
Como es normal en tiempo de guerra y de propaganda de guerra, se desarrollaron multiples rumores a partir de estos hechos dramaticos. Sobre todo hacia el final de la guerra y sobre todo en los medios judíos en el exterior de Polonia, se conto que los alemanes mataban en Auschwitz millones de detenidos de manera sistematica, en base a una orden recibida de Berlín. Segun estos rumores, los nazis habian instalado “fábricas de la muerte”, especialmente para los judíos; disecaban a los detenidos vivos (viviseccion) o bien los quemaban vivos (en fosas, en altos hornos o en crematorios); o tambien, antes de guemarlos, gaseaban a los judíos en mataderos químicos llamados “cámaras de gas”. Se encuentran aqui ciertos mitos de la primera guerra mundial (2).
El apuro de los liberadores sovieticos
Los sovieticos ocuparon Auschwitz el 27 enero 1945. Lo que descubrieron era talmente contrario a lo que propalaba la propaganda que se puede decir que se quedaron boquiabiertos. Por su organizacion misma y por sus instalaciones sanitarias, tan modernas a los ojos de los sovieticos, este campo era todo lo contrario de un “campo de exterminio”. Tambien durante varios dias, Pravda permanecio silencioso y, en ese momento, ninguna comisión de investigacion aliada fue invitada a venir para constatar sobre el terreno la verdad de Auschwitz. Por fin, el 1 de febrero, Pravda salio de su silencio. No fue más que para poner en la boca de un prisionero, y de uno solo, las palabras siguientes:
“Los hitlerianos mataban por medio de gas a los niños, a los enfermos, así como a los hombres y mujeres no aptos para el trabajo. Incineraban los cadáveres en hornos especiales. En el campo había doce de estos hornos”.
Se añadía que el número de muertos se evaluaba en “millares y millares” y no en millones. A1 d;a siguiente, el gran reportero oficial del diario, el judío Boris Polevoi, afirmó que el medio esencial utilizado por los alemanes para exterminar a sus víctimas era… la electricidad.
“/Se utilizaba una/ cadena eléctrica donde centenares de personas eran matadas simultáneamente por una corriente eléctrica; los cadáveres caian sobre una cinta lentamente movida por una cadena y avanzaban as; hacia un alto ho.no”.
La propaganda soviética estaba desconcertada y pudo mostrar solamente en sus pellculas las personas muertas o moribundas que los alemanes, en retirada, habaian dejado sobre el terreno. Habia también, como muestran los noticiarios de la época sobre la liberacion del campo, numerosos niños vivos así como adultos con buena salud. La propaganda judía vino entonces en socorro de la propaganda sovietica.
La propaganda judía a finales de 1944
En la primavera de 1944, dos judíos evadidos de Auschwitz se habían refugiado en Eslovaquia. Allí, con ayuda de correligionarios, comenzaron a poner a punto una historia de los campos de Auschwitz, de Birkenau (campo anejo de Auschwitz) y de Majdanek, descritos por ellos como “campos de exterminio”. El más conocido de estos judíos era Walter Rosenberg, alias Rudolf Vrba, que vive todavía hoy en Canada. Su relato, altamente fantasioso, pasó enseguida, siempre en medios judíos, a Hungría, a Suiza y, por fin, a los Estados Unidos. Tomó la forma de un informe mecanografiado publicado por el War Refugee Board en noviembre de 1944, con el sello de la presidencia de los Estados Unidos; el War Refugee soard debía su creación a Henry Morgenthau Junior (1891-1967), secretario del Tesoro, que iba a hacerse célebre por el “plan Morgenthau” que, si hubiese sido seguido por Roosevelt y Truman, habría conducido al aniquilamiento físico, después de la guerra, de millones de alemanes.
Este informe sirvió de matriz a la “verdad” oficial de Auschwitz. Los soviéticos se inspiraron en él para su documento URSS-008 de 6 mayo 1945 al que, en el proceso de Nuremberg, se otorgo, como a su informe sobre Katyn, el estatuto de documento “de valor autentico”, que estaba prohibido discutir. Segun este documento, los alemanes habían matado en Auschwitz a más de 4.000.000 de personas, especialmente gaseandolas con el insecticida llamado “Zyklon B”. Esta “verdad” oficial iba a hundirse en 1990.
La confesion de Rudolf Höss
El 15 abril 1946, uno de los tres comandantes sucesivos de Auschwitz, Rudolf Höss (no confundir con Rudolf Hess) “confeso” bajo juramento, ante sus jueces y ante los periodistas del mundo entero, que, en el tiempo de su mando, es decir del 20 mayo 1940 al 1 diciembre 1943, al menos 2 500detenidos de Auschwitz habían sido ejecutados por el gas y que al menos otros 500habían sucumbido de hambre y enfermedades, lo que hacía un total de al menos 3 000de muertos durante este solo periodo. Ni un momento R. Höss fue interrogado o contrainterrogado sobre la materialidad de los hechos extraordinarios de los que informaba. Fue entregado a los polacos. Bajo la vigilancia de sus carceleros comunistas, redactó con lápiz una confesión en buena y debida forma. Tras lo que fue colgado en Auschwitz el 16 abril 1947. Curiosamente, hubo que esperar hasta 1958 para tener comunicación, parcial, de esta confesión conocida por el gran público con el título de Comandante de Auschwitz.
Imposibilidades fisicoqulmicas
La descripción, extremadamente vaga y rápida, de la operación de gaseamiento de los detenidos, tal como la relata R. Höss en su confeslon escrita, era imposible por razones de fisica y química. No hay que confundir un gaseamiento de ejecución con un gaseamiento suicida o accidental: ¡en un gaseamiento de ejecución se quiere matar sin ser muerto!
El Zyklon B es un insecticida a base de ácido cianhídrico, utilizado desde 1922 y todavía hoy. Es de una gran peligrosidad. Se adhiere a las superficies. Es difícil de evacuar. Es explosivo. Los americanos utilizan el gas cianhídrico para la ejecución, en ciertos estados, de sus condenados a muerte. Una cámara de gas de ejecución es necesariamente muy sofisticada y el procedimiento es largo y peligroso. Ahora bien, R. Höss, en su confesion, decía que el equipo encargado de extraer 2cadaveres de una cámara de gas penetraba en los lugares desde la puesta en marcha de un ventilador y procedía a esta tarea herculea, comiendo y fumando, es decir, si se ha entendido bien, sin incluso una mascara antigás. Imposible. Nadie habría podido penetrar asi en un océano de acido cianhídrico para manipular allí millares de cadaveres intoxicados con cianuro, ellos mismos convertidos en intocables al estar impregnados de un violento veneno que mata por contacto. Incluso con máscaras antigás con filtro especial para el ácido cianhídrico, la tarea habría sido imposible pues estos filtros no podían resistir en caso de respiracion profunda debida a un esfuerzo físico, incluso de débil intensidad.
Una respuesta de 34 historiadores
En Le Monde de 29 diciembre 1978 y de 16 enero 1979, yo exponía brevemente las razones por las cuales, conociendo los lugares y el pretendido procedimiento seguido, estimaba que los gaseamientos de Auschwitz eran técnicamente imposibles. El 21 febrero 1979, siempre en Le Monde, apareció una declaración de 34 historiadores que concluía así: “No hace falta preguntarse como, tecnicamente, tal crimen en masa ha sido posible. Ha sido posible tecnicamente porque ha tenido lugar”. En mi opinión, los “exterminacionistas”, como yo los llamo, firmaban una capitulación incondicional. En el plano de la ciencia y de la historia, el mito de las cámaras de gas acababa de recibir un golpe fatal. Desde esta fecha, ninguna obra exterminacionista ha venido a aportar aclaraciones sobre este punto, y sobre todo no la de Jean-Claude Pressac, falazmente titulada Auschwitz: Technique and Operation of the Gas Chambers (3). Para comenzar, ha acabado el tiempo en que los historiadores osaban decirnos que era autentica tal cámara de gas presentada a los turistas como “en estado original”, “en reconstitución” o “en estado de ruina” (las ruinas pueden ser parlantes). Las pretendidas cámaras de gas de Auschwitz no eran más que cámaras frías para la conservación de cadaveres en espera de su cremación, tal como lo atestiguan los planos que descubrí en 1976.
Muestrenme o dibujenme…
En marzo de 1992, yo lanzaba en Estocolmo un desafío de alcance internacional: “¡Muestrenme o dibújenme una cámara de gas nazi!” Precisaba que no estaba interesado por un edificio que supuestamente contenia una tal cámara de gas, ni por una pared, ni por una puerta, ni por cabellos, ni por calzado. Yo quería una representacion completa del arma del crimen, de su tecnica, de su funcionamiento. Añadía que, si se pretendia ahora que los alemanes habian destruido esta arma, era preciso que se me dibujara esta arma. Yo rehusaba creer en una “realidad material” desprovista de representacion material.
El Holocaust Memorial Museum
El 30 agosto 1994 visité el Holocaust Memorial Museum de Washington. No encontré allí ninguna representación fisica de la magica cámara de gas. Ante cuatro testigos, en su oficina, pedi entonces a Michael Berenbaum, Research Director del museo, que me explicara esta anomalia. Despues de un arrebato violento, acabo por responderme que ¡”se habia tomado la decision de no dar ninguna representacion fisica de la cámara de gas nazi”! No trato incluso de invocar la existencia en su museo de una maqueta artistica del crematorio II de Birkenau. Sabía que esta maqueta, que por otra parte no reproducia en su libro-guia del museo (4), no era más que una creacion artistica sin relacion con la realidad.
El hundimiento exterminacionista
Al Sr. Berenbaum tuve la ocasion de recordarle algunos acontecimientos desastrosos para la causa exterminacionista.
En 1968, en su tesis, la historiadora judía Olga Wormser-Migot había reconocido que existia un “problema de las cámaras de gas” y habia escrito que Auschwitz I estaba “sin cámara de gas” (¡esta “cámara de gas” visitada por millones de turistas!)(5). En 1983, un britanico, por otra parte defensor de la leyenda del exterminio, revelaba como Rudolf Höss, antes de testificar ante el Tribunal de Nuremberg, habia sido torturado por miembros, judios, de la Seguridad militar britanica, y despues había confesado a fuerza de patadas, de puñetazos, de latigazos, de exposicion al frío y de privacion de sueño (6).
En 1985, en el primer proceso de Ernst Zundel en Toronto, el testigo n· 1, Rudolf Vrba, y el historiador n· 1 de la tesis exterminacionista, Raul Hilberg, se hundieron ante el contrainterrogatorio llevado por el abogado Douglas Christie, al que yo asisti (7).
En 1988, el historiador judio americano Arno Mayer, que afirmaba creer en el genocidio y en las cámaras de gas, escribía: “Sources for the study of the gas chambers are at once rare and unreliable /…/. Besides, from 1942 to 1945, certainly at Auschwitz, but probably overall, more Jews were killed by so-called ‘natural’ causes than by ‘unnatural’ ones” (Las fuentes sobre el estudio de las cámaras de gas son raras y estan sometidas a caucion /…/. Dicho eso, de 1942 a 1945, ciertamente en Auschwitz, pero probablemente tambien en todas partes, las causas llamadas ‘naturales’ mataron más judios que las causas ‘no naturales'” /subalimentacion, enfermedades, epidemias, agotamiento/)(8).
En 1992 Yehuda Bauer, profesor de la Universidad hebrea de Jerusalén, calificaba de “silly” (inepta) la tesis segun la cual la decision de exterminar a los judíos había sido tomada el 20 enero 1942 en Berlín-Wansee (9).
En 1993, J.C. Pressac evaluaba el número de muertos de Auschwitz (judíos y no judíos) en un total de 775y, en 1994, en una cifra comprendida entre 630y 710 (10).
Este mismo año, el profesor Christopher Browning, colaborador de la Encyclopedia of the Holocaust, declaraba: “Höss was always a very weak and confused witness” (Höss siempre fue un testigo muy débil y confuso) y tenia el aplomo de añadir: “The revisionists use him all the time for this reason, in order to try and discredit the memory of Auschwitz as a whole” (Es por lo que los revisionistas lo utilizan todo el tiempo, con vista de tratar de lanzar el descredito sobre la memoria de Auschwitz en su totalidad) (11).
En Auschwitz, hasta el comienzo de 1990, todo el mundo podia constatar que, sobre diecinueve placas de metal del gran monumento de Birkenau, estaba inscrito en diecinueve lenguas diferentes que 4.000.000 de personas habian muerto en este campoi ahora bien, estas placas eran retiradas hacia abril de 1990 por las autoridades del museo de Auschwitz que, hoy todav;a, no saben siempre por qué cifra reemplazar la cifra falsa ante la cual habían venido a inclinarse todos los grandes de este mundo, comprendido el papa Juan Pablo II.
En apoyo de su tesis, los revisionistas disponen de tres peritajes diferentes (F. Leuchter, G. Rudolf, W. Luftl) e incluso del comienzo de un peritaje polaco, mientras que los exterminacionistas no osan emprender un peritaje del arma del crimen.
Todos los supervivientes judíos de Auschwitz y, en particular, los “niños de Auschwitz”, es decir, aquellos que nacieron en el campo o que vivieron allí sus primeros años, son pruebas vivientes de que Auschwitz no pudo ser nunca un campo de exterminio.
No solamente no ha existido ni una orden, ni un plan, ni traza de una instr.cción o de un presupuesto para esta vasta empresa que habría sido el exterminio sistemático de los judiosi no solamente no existe ni un informe de autopsia que establezca la muerte de un detenido por un gas venenoso, ni un peritaje oficial del arma del crimen, sino que tampoco existe ningún testigo de las cámaras de gas a pesar de lo que algunos autores de best-sellers querrían hacernos creer. En La Nuit, testimonio autobiografico publicado en 1958, Elie Wiesel no menciona ni una sola vez las cámaras de gas de Auschwitz; ¡dice que los judios eran extermlnados en hogueras o en hornos crematorios! En enero de 1945, los alemanes le dejaron escoger, así como a su padre, entre esperar a los sovieticos sobre el terreno o partir hacia el corazon de Alemania. Tras madura reflexion, el padre y el hijo decidieron huir con sus “exterminadores” alemanes antes que esperar a sus liberadores soviéticos. Esto se encuentra con toda claridad en La Nuit, que basta leer con atencion (12).
La mentira de Auschwitz
En 1980, yo declaraba: “¡Atencion! Ninguna de las 60 palabras de la frase que voy a pronunciar me ha sido dictada por una opinion política. El pretendido genocidio de los judíos y las pretendidas cámaras de gas hitlerianas forman una sola y misma mentira histórica, gue ha permitido una gigantesca estafa político financiera cuyos principales beneficiarios son el Estado de Israel y el sionismo internacional y cuyas principales victimas son el pueblo aleman  PERO NO SUS DIRIGENTES  y el pueblo palestino entero”.
Hoy, no veo que tenga que retirar una palabra de esta declaracion a pesar de las agresiones fisicas, a pesar de los procesos, a pesar de las multas que he sufrido desde 1978 y a pesar de la prision, el exilio o la persecucion de tantos revisionistas. El revisionismo historico es la gran aventura intelectual del fin de siglo. Solamente lamento una cosa: no poder, dentro de los limites de este artículo, encontrar el lugar necesario para rendir homenaje a los cien autores revisionistas que, desde el frances Paul Rassinier y pasando por el americano Arthur R. Butz, el aleman Wilhelm Staglich, el italiano Carlo Mattogno y el español Enrique Aynat, han acumulado sobre la realidad historica de la segunda guerra mundial tantos trabajos de merito manifiesto.
Una ultima palabra: los revisionistas no son ni negadores ni personajes animados de sombrias intenciones. Buscan decir lo que ha pasado Y no lo que no ha .asado. Son que anuncian es una buena noticia. Continuan proponiendo un debate publico, a plena luz, incluso si, hasta aqui, se les ha respondido sobre todo por el insulto, por la violencia, por la fuerza injusta de la ley o tambien por vagas consideraciones politicas, morales y filosoficas. La leyenda de Auschwitz debe, en los historiadores, dejar lugar a la verdad de los hechos (13).
NOTAS
(1) Esta cifra de 150muertos corresponde probablemente al numero de matados en el más grande “crematorio para vivos” del mundo: el del bombardeo de Dresde, “la Florencia del Elba”, en febrero de 1945 por los aviadores angloamericanos.
(2) Durante la primera guerra mundial los Aliados acusaron a los alemanes de utilizar iglesias como cámaras de gas y de hacer funcionar fabricas de cadaveres. Sobre el primer punto, vease “Atrocities in Serbia. 700Victims” (The Daily Telegraph, 22 March 1916, p. 7) a comparar con “Germans Murder 700Jews in Poland. Travelling Gas Chambers” (The Daily Telegraph, 25 June 1942, p.5)
(3) Auschwitz: Technique and Operation of the Gas Chambers, New York, Beate Klarsfeld Foundation, 1989 .
(4) The World Must Know. The History of the Holocaust As Told in the US Holocaust Memorial Museum, Boston, Little, 1993, p.137-143.
(5) Le Système concentrationnaire nazi (1933-1945), Presses Universitaires de France, 1968, p. 157, 541-545.
(6) Rupert Butler, Legions of Death, London, Arrow, 1983, pagina de los acknowledgements y p. 234-238.
(7) Barbara Kulaszka, Did Six Million Really Die? Report of the Evidence in the Canadian “False News” Trial of Ernst Zündel – 1988, Toronto, Samisdat Publishers, 1992 véase el indice “Vrba, Rudolf” y “Hilberg, Raul”.
(8) The “Final Solution” in History, New York, Pantheon, 1988, p.  362, 365.
(9) “Wansee’s importance rejected”, Jewish Telegraphic Agency, The Canadian Jewish News, 30 January 1992.
(10) Les Crématoires d’Auschwitz, CNRS editions, 1993, p. Die Krematorien von Auschwitz, München, Piper Verlag, 1994, p.202.
(11) Christopher Hitchens, “Whose History is it?”, Vanity Fair, December 1993, p. 117.
(12) La Nuit, éditions de Minuit, 1958, p. 128-130. Es de destacar que en la edición alemana de esta célebre obra, las palabras “crematorio(s)” o “hornos crematorios” han sido sistemáticamente reemplazadas por la palabra “cámara(s) de gas” (en alemán: “Gaskammer(n)”) a fin de poner gas allí donde E. Wiesel, en 1958, habla olvidado ponerlo (Die Nacht zu begraben, Elischa, traduccion de Curt Meyer-Clason, Ullstein, 1962).
(13) Para las publicaciones revisionistas en frances, vease RHR (BP 122, 92704 Colombes Cedex) y, para aquellas en inglés o en alemán, Samisdat Publishers (206 Carlton Str., Toronto, Ont. M5A 2Ll, Canadá) o Institute for Historical Review (P.O. Box 2739, Newport Beach, California 92 659, USA).
Por El Mundo, enero de 1995. No publicado.
NS-Mundo, No 79, julio de 1996: Centro Unitario, RB, Apartado de Correo, 14010, Barcelona, España.
La versión original de este documento: Auschwitz, faits et légendes (11 janvier 1995).
Este texto ha sido presentado en Internet por la secretaría internacional de la Asociación de Antiguos Aficionados a los Relatos de Guerra y Holocausto en 1997, con fines puramente educativos, para alentar la investigación, sobre una base no comercial y para una utilización razonable. La dirección de la secretaría es aaargh@abbc.net.
Aconsejamos a los lectores que procuren conseguir el documento original en la editorial correspondiente. Contemplamos la presentación de un texto en el Web como un gesto equivalente al de colocar el documento en la estantería de una biblioteca pública, lo cual nos cuesta algún dinero y bastante esfuerzo.
Pensamos que quien aprovecha este servicio es el que viene a leer por voluntad propia, y suponemos que este lector es capaz de pensar por sí mismo. Un lector que busca un documento en el Web siempre lo hace por su cuenta y riesgo.
24/01/2020 a las 10:58 PM
todo bien las aclaraciones, lastima tu nick, el ayudante de Himmler era Reinhard Heidrich, alguna simpatia?, no importa Sigh Heil !! jaja
24/01/2020 a las 5:23 PM
El Holocausto:
Escuchemos ambas partes
Por Mark Weber
Casi todo el mundo ha oído que los Alemanes mataron a unos seis millones de Judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. La televisión, las películas, los periódicos y las revistas americanas nos bombardean con este tema (N.T. El texto original estaba dirigido a los lectores americanos, pero el lector notará que esto es extensible a otros países). En Washington D.C., se ha construido un enorme Museo Oficial del Holocausto.
Durante la pasada década, sin embargo, más y más historiadores “revisionistas”, incluidos respetados estudiosos como el Dr. Arthur Butz de la Universidad de Northwestern, el Profesor Robert Faurisson de la Universidad de Lyon en Francia, y el historiador y autor Británico de `best-selllers’ David Irving, han estado retando la ampliamente aceptada historia de la exterminación.
No niegan el hecho de que un gran número de Judíos fueron deportados a campos de concentración y guetos, o que muchos Judíos murieron o fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Los estudiosos revisionistas han presentado, sin embargo, considerables evidencias para mostrar que no hubo ningún programa Alemán para exterminar a los Judíos de Europa, que las numerosas afirmaciones de asesinatos masivos en “cámaras de gas” son falsas, y que los estimados seis millones de muertos Judíos en la guerra son una exageración irresponsable.
Muchas afirmaciones del Holocausto abandonadas
Los revisionistas indican que la historia del Holocausto ha cambiado en gran parte a lo largo de los años. Muchas afirmaciones de exterminios que fueron ampliamente aceptadas en su momento, se han dejado caer silenciosamente en años recientes.
En un tiempo se alegó que los Alemanes gasearon Judíos en Dachau, Buchenwald y en otros campos de concentración en la misma Alemania. Esta parte de la historia exterminacionista se probó como tan insostenible que fue abandonada hace más de 20 años.
Ningún historiador serio apoya ahora la en su momento supuesta verdad de “campos de exterminio” en el territorio del antiguo Reich Alemán. Incluso el famoso “cazador de nazis” Simon Wiesenthal ha admitido que “no hubo campos de exterminio en suelo Alemán”(1).
Prominentes historiadores del Holocausto ahora afirman que masas de judíos fueron gaseadas en sólo seis campos en lo que es ahora Polonia: Auschwitz, Majnadek, Treblinka, Sobibor, Chelmno y Belzec. Sin embargo, la “evidencia” presentada de los “gaseamientos” en estos seis campo no es cualitativamente distinta de la “evidencia” de los supuestos “gaseamientos” en los campos de la misma Alemania.
En el gran juicio de Nuremberg de 1945-1946 y durante las décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, Auschwitz (especialmente Auschwitz-Birkenau) y Majdanek (Lublin) fueron genéricamente considerados como los más importantes “campos de la muerte”. Por ejemplo, los Aliados afirmaron en Nuremberg que los Alemanes mataron a cuatro millones en Auschwitz y a otros 1.5 millones en Majdanek. Hoy, ningún historiador respetable acepta estas fantásticas cifras.
Además, más y más impresionantes evidencias han sido presentadas en años recientes que simplemente no pueden reconciliarse con las afirmaciones de exterminaciones en masa en estos campos. Por ejemplo, un detallado reconocimiento aéreo de la fotografías tomadas de Auschwitz-Birkenau en diversos días aleatorios en 1944 (durante el punto más alto del periodo de exterminaciones en dicho lugar) fueron hechas públicas por la CIA en 1979. No muestran huella alguna de las pilas de cadáveres, ni de chimeneas humeantes, ni de masas de Judíos esperando la muerte, todo lo cual fue afirmado y que hubieran sido claramente visibles si Auschwitz hubiese sido de hecho un centro de exterminio.
Ahora también sabemos que las “confesiones” después de la guerra del comandante de Auschwitz Rudolf Höss, que es una parte crucial de la historia del exterminio del Holocausto, es una declaración falsa que fue obtenida mediante la tortura.(2)
Otras afirmaciones absurdas del Holocausto
En su momento también se afirmó seriamente que los Alemanes exterminaron Judíos con electricidad y vapores, y que fabricaron jabón de los cadáveres de los Judíos. Por ejemplo, en Nuremberg los Estados Unidos realizaron la acusación de que los Alemanes mataron a judíos en Treblinka, no en cámaras de gas, como se afirma ahora, sino echándoles vapor hasta la muerte en las “cámaras de vapor”.(3)
Estas estrafalarias historias han sido también bastante abandonadas en años recientes.
La enfermedad mató muchos internos
La historia de la exterminación del Holocausto es superficialmente creíble. Todos han visto las horrorosas fotos de muertos y de internos muriendo tomadas en Bergen-Belsen, Nordhausen y en otros campos de concentración que fueron liberadas por los fuerzas Británicas y Americanas en las semanas finales de la guerra en Europa. Estas infortunadas personas fueron víctimas, no de un programa de exterminio, sino de la enfermedad y mala nutrición que se produjo por el completo colapso de Alemania en los últimos meses de la guerra. De hecho, si hubiese habido un programa de exterminio, los Judíos encontrados por las fuerzas Aliadas al final de la guerra hubiesen sido asesinadas hace tiempo.
A la vista del avance de las fuerzas Soviéticas, un gran número de Judíos fueron evacuados durante los meses finales de la guerra de los campos y guetos del Este a los restantes campos en la parte occidental de Alemania. Rápidamente, estos campos se atestaron terriblemente, lo que estorbó severamente los esfuerzos de prevención la extensión de las epidemias. Además, el colapso del sistema de transportes Alemán hizo imposible el suministrar adecuadamente comida y medicinas a los campos.
Documentos Alemanes Capturados
Al final de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados confiscaron una tremenda cantidad de documentos Alemanes relacionados con la política hacia los Judíos durante el periodo de la guerra, a la que en ocasiones se refirieron como la “solución final”. Pero ni un solo documento Alemán se ha encontrado nunca refiriéndose a un programa de exterminación. Por el contrario, los documentos muestran claramente que la “solución final” de la política Alemana era la de la emigración y deportación, no la de exterminación.
Considere, por ejemplo, el memorándum confidencial de la Oficina de Exteriores Alemana del 21 de Agosto de 1942 (4) “La presente guerra da a Alemania la oportunidad y también el deber de solucionar el problema Judío en Europa” indica el memorándum. La política de “promover la evacuación de los Judíos (de Europa) en la más próxima colaboración con las agencias del Reichführer de la SS (Himmler) esta todavía en pie” El memorándum indicaba que “el número de Judíos deportados en su camino al Este no son suficientes como para cubrir las necesidades de trabajo”.
El documento cita al Ministro de Asuntos Exteriores Alemán, von Ribbentrop, al decir que “al final de esta guerra, todos los Judíos deberán abandonar Europa. Esta ha sido una decisión irrevocable del Führer (Hitler) y así mismo la única forma de dominar este problema, ya que sólo una solución global y comprensiva puede ser aplicada y las medidas individuales no ayudarían mucho.”
El memorándum concluye indicando que las “deportaciones (de los Judíos al Este) son un paso más en el camino a la solución final… La deportación al Gobierno General (Polaco) es una medida temporal. Los Judíos serán transportados más allá a los territorios (Soviéticos) ocupados tan pronto como se den las condiciones técnicas.”
Este ambiguo documento, y otros como este, han sido suprimidos rutinariamente o ignorados por aquellos que sostienen la historia del exterminio del Holocausto.
Testimonios no fidedignos
Los historiadores del Holocausto se basan fuertemente en el llamado “testimonio del superviviente” para apoyar la historia de la exterminación. Pero tal “evidencia” es notoriamente no fidedigna. Como un historiador Judío ha apuntado, “la mayoría de las memorias e informes (de los “supervivientes del Holocausto”) están llenas de palabrería absurda, de exageración, de efectos dramáticos, de auto-inflada sobreestimación, de filosofar diletante, de un `será’ lirismo, de rumores no comprobados, de predisposiciones, de ataques partisanos y de apologías” (5)
Hitler y la `Solución Final’
No hay evidencia documental de que Adolf Hitler diera alguna vez una orden de exterminar a los Judíos, o de que conocieses de programa de exterminación alguna. Por el contrario, los informes muestran que el líder Alemán quería que los Judíos abandonasen Europa, por emigración si era posible y por deportación si fuera necesario.
Un documento encontrado tras la guerra en los ficheros del Ministerio de Justicia Alemán informa de sus ideas sobre los Judíos. En primavera de 1942, el Secretario de Estado Schlegelberger indicó en un memorándum que el Jefe de la Cancillería de Hitler, el Dr. Hans Lammers, le informó: “El Führer le ha declarado repetidamente a Lammers que quiere ver la solución del problema Judío pospuesta hasta que la guerra terminase.” (6)
Y el 24 de Julio de 1942, Hitler enfatizó su determinación de remover a todos los Judíos de Europa tras la guerra: “Los Judíos están interesados en Europa por razones económicas, pero Europa los rechaza, aunque sólo por propio interés, porque los Judíos son más duros racialmente. Después que haya finalizado esta guerra, mantendré rigurosamente la idea … de que los Judíos han de abandonar y emigrar a Madagascar o a otro estado nacional Judío.” (7)
La SS de Himmler y los Campos
Los Judíos eran una parte importante en la mano de obra de la Alemania bélica, y era el propio interés de Alemania el mantenerlos vivos.
La cabeza de la oficina de administración del campo de la SS envió una directiva fechada el 28 de Diciembre de 1942, a todos los campos de concentración, incluido Auschwitz. Criticó claramente el alto índice de muertes entre los internos debido a enfermedad, y ordenó que “los médicos deben utilizar todos los medios a su disposición para reducir significativamente el índice de muertes en los diversos campos.” Además, ordenó: “Los doctores de los campos deben supervisar más frecuentemente que en el pasado la nutrición de los prisioneros y, en cooperación con la administración, proponer recomendaciones de mejoras a los comandantes del campo… Los doctores de los campos han de ver que las condiciones de trabajo en los diversos campos de trabajo han de ser mejoradas lo más posible.”
Finalmente, la directiva enfatiza que “El Reichsführer de la SS (Himmler) ha ordenado que el índice de muertes debe ser reducida absolutamente.” (8)
La cabeza del departamento de la SS que supervisó los campos de concentración, Richard Glücks, mandó una carta circular a cada comandante de campo fechada el 20 de Enero de 1943. En ella se ordenaba: “Como ya he indicado, todos los medios han de ser tomados para disminuir el índice de muertes en el campo.” (9)
¿Seis Millones?
No hay evidencia real de la incesantemente repetida afirmación de que los Alemanes exterminaron a seis millones de Judío. Es claro, sin embargo, que millones de Judíos “sobrevivieron” al mandato Alemán durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a muchos que fueron internados en Auschwitz y en los llamados “campos de exterminio.” Este hecho solo debería aflorar serias dudas sobre la historia exterminacionista.
Un periódico líder de la neutral Suiza, el diario Baseler Nachrichten, estimaba cuidadosamente en Junio de 1946 que no más de 1,5 millones de Judío Europeos pudieron haber muerto bajo el mandato Alemán durante la guerra.(10)
‘Holocaustomanía’ de un lado
Incluso después de más de 40 años, la corriente de películas y libros del Holocausto no muestran ningún signo de decrecer.
Esta implacable campaña en los medias, que el historiador Judío Alfred Lilienthal llama “Holocaustomanía”, representa el destino de los Judíos durante la Segunda Guerra Mundial como el evento central de la historia. No hay fin a las fuertemente alargadas películas, los simplistas especiales de televisión, las vengativas cazas de “criminales de guerra Nazis”, los “cursos educacionales” desde un sólo punto de vista y las auto-honestas apariciones de políticos y celebridades en “actos de memoria” del Holocausto.
El jefe de los rabinos Británicos, Immanuel Jakobovits, ha descrito de modo exacto la campaña del Holocausto como “una entera industria, con atractivos beneficios para escritores, investigadores, productores de películas, constructores de monumentos, diseñadores de museos e incluso políticos.” él añadió que algunos rabinos y teólogos son “socios en este gran negocio”.(11)
Las víctimas no-Judías, simplemente no merecen la misma preocupación. Por ejemplo, no hay actos en memoria de Americanos, “centros de estudio”, o cumplimientos anuales para las víctimas de Stalin, que sobrepasan de largo las de Hitler.
¿A quién beneficia?
El perpetuo relámpaguear del Holocausto en los medias es rutinariamente usado para justificar el enorme apoyo Americano a Israel y para excusar las de otro modo inexcusables políticas de Israel, incluso cuando éstas afectan a los intereses Americanos.
La sofisticada y bien-financiada campaña del Holocausto en los medias es de importancia crucial para los intereses de Israel, que debe su existencia a los masivos subsidios anuales de los contribuyentes Americanos. Como el Profesor W.D.Rubinstein de Australia cándidamente reconoció: “SI el Holocausto puede ser mostrado como lo que es, un `Mito Sionista’, la más poderosa de todas las armas de la propaganda de Israel se colapsa.”(12)
La maestra de historia Judío Paula Hyman de la Universidad de Columbia ha indicado: “En referencia a Israel, el Holocausto puede ser usado para prevenir la crítica política y suprimir el debate; refuerza el sentimiento de los Judíos como un pueblo eternamente sitiado que sólo puede confiar para su defensa en ellos mismos. La invocación del sufrimiento soportado por los Judíos bajo los Nazis frecuentemente ocupa el lugar del argumento racional, y se espera que convenza a los dudosos de la legitimidad de la actual política del gobierno Israelí.”(13)
Una gran razón por la que la historia del Holocausto ha demostrado ser tan duradera es que los gobiernos de las mayores potencias también tienen un especial interés en mantenerla. Las potencias victoriosas de la Segunda Guerra Mundial -los Estados Unidos, la Rusia Soviética y Gran Bretaña- tienen un interés en representar al derrotado régimen de Hitler lo más negativamente posible. Cuanto más malvado y satánico parezca el régimen de Hitler, más noble y justificada aparecerá la causa Aliada.
Para muchos Judíos, el Holocausto se ha convertido en un floreciente negocio y en una especie de nueva religión, como el célebre autor y editor de periódicos Judío Jacobo Timerman apuntó en su libro, The Longest War (N.T.: La Guerra más larga). Él informa que muchos Israelitas, usando la palabra Shoah, que en hebreo significa Holocausto, bromean que “No hay negocio como el negocio de Shoah”.(14)
La campaña de la historia del Holocausto en los medias retrata a los Judíos como víctimas totalmente inocentes, y a los no-Judíos como moralmente retardados y seres de poca confianza que pueden convertirse fácilmente en asesinos Nazis bajo las circunstancias adecuadas. Este beneficioso, pero distorsionado, retrato está hecho para reforzar la solidaridad Judía de grupo y su propia conciencia.
Una lección clave de la historia del Holocausto para los Judíos es que los no-Judíos nunca son completamente de fiar. Si un pueblo tan culto y educado como los Alemanes pudieron volverse contra los judíos, sigue así el pensar, entonces seguro que no se puede confiar totalmente en ninguna nación no-Judía. El mensaje del Holocausto es de esta manera un menosprecio a la humanidad.
Holocausto, Traficante de Odio
La historia del Holocausto es usado a veces para promover odio y hostilidad, particularmente contra el pueblo Alemán como un todo, contra los Europeos del Este y contra el liderato de la Iglesia Romana y Católica.
El conocido escritor Judío, Elie Wiesel, que estuvo internado en Auschwitz, presidente del Consejo Oficial Americano de Memoria del Holocausto, recibió en 1986 el Premio Nobel de la Paz. Este dedicado Sionista escribió en su libro, Legends of Our Time (N.T.: Leyendas de Nuestro Tiempo): “Todo Judío, en alguna parte de su ser, debería apartar una zona de odio -sano, viril odio- para lo que Alemania personifica y para lo que persiste en los Alemanes.” (15)
Dejemos ser escuchadas a ambas partes
Como incluso los defensores de la historia ortodoxa del Holocausto admiten, el escepticismo sobre la historia del Holocausto ha crecido dramáticamente en los años recientes.
Respondiendo a esta moda, administraciones en algunos países — incluyendo Francia e Israel — han hecho que sea un crimen el retar la historia ‘oficial’ del Holocausto. Revisionistas en Francia y Alemania han sido fuertemente multados por sus opiniones. Maestros en los Estados Unidos y en otros lugares han sido sumariamente destituidos de sus posiciones por atreverse a dudar de la historia del Holocausto. Salvajes criminales han atacado brutalmente a prominentes revisionistas del Holocausto; uno fue incluso asesinado por sus opiniones.
A pesar de las desesperadas restricciones sobre la libertad de expresión, de los frenéticos ataques de los medias contra aquellos que “niegan el Holocausto”, una campaña de medias que parece perpetuarse, e incluso los ataques físicos, un considerable progreso se está haciendo. Más y más personas atentas en los Estados Unidos y de todo el mundo están deseando expresar dudas acerca de al menos algunas de las más sensacionales afirmaciones del Holocausto.
Resumen
La historia de la exterminación del Holocausto se está destruyendo al conocerse mejor las evidencias suprimidas, y al concienciarse más gente de los hechos sobre lo que es ciertamente el más alborotador y politizado capítulo de la historia moderna.
Manteniendo artificialmente los odios y las pasiones del pasado impide una genuina reconciliación y una paz duradera.
El revisionismo impulsa conciencia histórica y comprensión internacional. Eso es por lo que el Institute for Historical Review (N.T.: Instituto de Revisionismo Histórico) es tan importante y merece su apoyo.
Notas:
1. Books and Bookmen, London, Abril 1975, pág.5, y en Stars and Stripes (Europe), 24 de Enero de 1993, pág.14.
2. Ruper Butler, Legions of Death (England: 1983), pág.235-237, y R.Faurisson, Journal of Historical Review, Invierno 1986-87, pág.389-403.
3. Nuremberg documento PS-3311 (USA-293). IMT series azules, Vol. 32, pág.153-158; IMT, Vol.3, pág. 566-568.; NMT series verdes, Vol.5, pág.1133,1134.
4. Nuremberg document NG-2586-J. NMT series verdes, Vol. 13, pág. 243-249.
5. Samuel Gringauz en Jewish Social Studies (New York), Enero 1950, Vol.12, pág.65.
6. Nuremberg documento PS-4025. D. Irving, Göring: A Biography (New York:1989), pág. 349.
7. H. Picker, Hitlers Tischgesprche im Fuehrerhaupt quartier (Stuttgart:1976), pág.456.
8. Nuremberg documento PS-2171, Anexo 2; NC and A series rojas, Vol.4, pág.833-834.
9. Nuremberg documento NO-1523; NMT series verdes, Vol. 5, pág. 372-373.
10. Baseler Nachrichten, 13 de Junio de 1946, pág.2.
11. H. Shapiro, “Jakobovits,” Jerusalem Post (Israel), 26 de Nov. de 1987, pág.1.
12. Quadrant (Australia), Sept.1979, pág.27.
13. New York Times Magazine, 14 de Sept. de 1980, pág.79.
14. The Longest War (New York: Vintage, 1982), pág.15.
15. Legends of Our Time (New York: Schocken Books, 1982), pág.12, pág.142.
Mark Weber es editor del Journal of Historical Review (Diario para el Revisionismo Histórico), publicado por el Institute for Historical Review (Instituto de Revisionismo Histórico). Ha estudiado historia en la Universidad de Illinois (Chicago), la Universidad de Munich, la Universidad estatal de Portland, y en la Universidad de Indiana (M.A., 1977). En Marzo de 1988, durante cinco días, testificó como un reconocido experto en la “solución final” y el asunto del Holocausto en el caso de la Corte de Distrito de Toronto. Es autor de numerosos artículos publicados, revisiones y ensayos sobre varios aspectos de la historia moderna Europea. Weber ha sido invitado a numerosos programas de radio, y al programa de difusión nacional de televisión “Montel Williams”.
La versión original de este documento: The Holocaust: Let´s hear both sides, publicado por Institute for Historical Review in California:
http://www.ihr.org
25/01/2020 a las 1:42 PM
Kruse, dificilmente hubiera habido un Hitler si antes no hubieran habido los exterminios etnicos sobre poblacion blanca encabezados por los judios Lenin, Trotsky y Stalin. Ucrania, once millones de muertos, campesinos previamente expropiados por sionistas comunistas como Juan Grabois, todo en aras de la “mesa de los sovieticos” y la “industrializacion”. Lo del holocausto es una mentira tan grande como lo de los 30.000 desaparecidos. Dogmas impuestos para el cobro de indemnizaciones y subsidios, por el mismo sector etnico-ideologico.