En su edición del viernes 14 de octubre, La Nación publicó un artículo de Luis Alberto Romero titulado “Para un nuevo país, nuevas dirigencias”, en el que analiza el tema de las élites en Argentina y la imperiosa necesidad de renovarlas. El autor comienza su reflexión formulando una pregunta que evidencia su enorme preocupación sobre esta cuestión: “¿Qué ha pasado con la dirigencia argentina?” Considera que el país se encuentra devastado, lo que torna impostergable reconstruirlo por intermedio de nuevas élites, emprendedoras y éticas. Pero las élites por sí solas no pueden acometer semejante empresa. Necesitan contar con el apoyo inestimable de una sociedad que debe saber “adónde quiere ir y que hoy carece de unidad de criterio y de orientación”.
La falta de unidad es, para Romero, el problema central de la Argentina. Desde hace un tiempo se emplea el término “grieta” para intentar describirla con precisión. Sin embargo, para el autor esa palabra brinda una imagen ambigua porque alude a cuestiones distintas como “la dispersión corporativa, la división cultural e ideológica y la escisión social”. Se trata de una realidad polifásica que revela distintas caras del proceso de degradación que los argentinos venimos sufriendo desde hace mucho tiempo. Si hay algo que caracteriza a las élites de nuestro país es su incapacidad para incluir y ver más allá de sus narices. Para ellas el largo plazo no existe. Viven pendientes del hoy tratando de sacar el mayor provecho posible de su capacidad de influencia sobre el gobernante de turno. Ello explica su destreza en el “arte” de defender sus intereses sectoriales en detrimento de los intereses del grueso de la sociedad. Los empresarios, por ejemplo, constituyen una de las élites más antiguas del país. Romero rememora el caso de los empresarios tucumanos que en 1876 presionaron hasta conseguir una tarifa aduanera que protegiera sus productos, surgiendo el Centro Azucarero Tucumano como un emblema del lobby empresario. A partir de entonces “puede trazarse el largo ciclo de la promoción y la prebenda empresarial, que benefició alternativamente a ganaderos invernadores, industriales mercadointernistas o contratistas estatales, entre otros tantos. Grandes y chicos organizaron corporaciones férreas y militantes para defender lo suyo. Carentes de un “interés de clase”, como se decía antes, no llegan a alinear al mundo empresario en una propuesta común”. Siempre se dio en el país lo que se denominó “el capitalismo de amigos”, la connivencia al margen de la ley entre el poder político y el poder empresario o, si se prefiere, entre el gobernante de turno y sus empresarios amigos. Un ejemplo paradigmático de “capitalismo de amigos” es el de Franco Macri, quien amasó una inmensa fortuna haciendo negocios con el poder político, civil o militar.
Los empresarios no son los únicos que efectúan reclamos sectoriales. El sindicalismo también opera de esa forma. Sus objetivos son siempre cortoplacistas: mejoras salariales para sus representados y ventajas colosales para la élite. Romero destaca la existencia de otras corporaciones que operan de igual manera: la corporación militar, la corporación judicial, la corporación policial y, por supuesto, la corporación política. La corporación militar fue un actor protagónico de la historia argentina entre 1810 y 1990. Durante ese largo período llegó a conformar un partido militar que llegó a detentar el poder en varias oportunidades luego de desalojar al presidente que había llegado al poder por el voto popular. El sanguinario alzamiento carapintada de diciembre de 1990 señaló el fin de las Fuerzas Armadas como actor político relevante y como fuerza corporativa capaz de ejercer una gran influencia sobre el presidente de turno. La corporación judicial se hizo notar fuertemente durante el kirchnerismo, especialmente en lo relacionado con la Ley de Medios. Las continuas cautelares fueron el medio de que se valió el Grupo Clarín para impedir que dicha norma, votada mayoritariamente por el Congreso, entrara en vigencia. En diciembre de 2013 se produjeron una serie de amotinamientos policiales que pusieron en jaque al país. En pocas horas quedó en evidencia lo que puede provocar una reacción negativa de la corporación policial: el país retornó momentáneamente al estado de naturaleza pintado por Hobbes en el Leviatán. Por último, la corporación política es una de las más poderosas de la Argentina. Ello quedó palmariamente en evidencia en 2000 cuando el por entonces vicepresidente Álvarez intentó investigar hasta las últimas consecuencias el escándalo de “la Banelco”. Resultado: se vio obligado a renunciar al quedarse literalmente solo.
Culturalmente el pueblo está profundamente dividido. Hace mucho tiempo que la intransigencia impone sus códigos. Ya no se pide polemizar con el adversario sino eliminarlo, porque dejó de ser tal para pasar a ser un enemigo. Durante el siglo XIX la Argentina moderna se apoyó en una serie de consensos en torno a los valores consagrados por la Constitución de 1853. El autor no menciona algo fundamental: esa Argentina liberal excluía a la mayoría de la población. Económica y políticamente, las mayorías no contaban en la Argentina de la democracia restringida. Ello explica el cambio que se produjo a fines de ese siglo cuando la intransigencia se transformó en una virtud, destaca Romero. Alude al surgimiento del radicalismo como fuerza política revolucionaria y su lucha inclaudicable contra “el régimen”. La intransigencia radical fue la lógica consecuencia del elitismo del régimen conservador. En el siglo XX, señala el autor, las posturas integristas dominaron el debate acerca de la nacionalidad, debate que estuvo marcado por dos voces poderosas, la del ejército y la de la iglesia. Ambos factores de poder conformaron en la década del treinta el nacionalcatolicismo, que tuvo buena acogida en un mundo signado por el éxito ideológico del fascismo. El radicalismo yirigoyenista y el peronismo fueron las primeras fuerzas políticas en expresar una concepción “movimientista” y maniquea de la política. Ambos coincidían en la jefatura omnímoda del líder (Yrigoyen y Perón) enfrentado con el enemigo (la oligarquía). El populismo nacionalista emergente fue, según Romero, “democrático, plebiscitario, autoritario y antiliberal, con tendencia al unanimismo y la dictadura”. A partir de ese momento la cultura política se apoyó en la intolerancia facciosa, dejando en minoría a los defensores del pluralismo y las instituciones. La presidencia de Alfonsín constituyó para Romero una gran oportunidad para construir una democracia republicana y liberal, pero el proyecto se desmoronó como un castillo de naipes de la mano de la hiperinflación y los saqueos.
Romero es muy duro con el peronismo. El Perón de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado marcó a fuego la convivencia entre los argentinos. En esa época muchos dirigentes opositores fueron encarcelados o se vieron obligados a marchar al exilio. El antagonismo peronismo-antiperonismo dividió al país en dos sectores irreconciliables. En la década del setenta la derecha y la izquierda del peronismo decidieron dirimir sus diferencias a balazos transformando a la Argentina en un enorme mar rojo. En 2001 la población se rebeló contra la clase política al grito de “que se vayan todos que no quede ni uno solo”. No solo ningún político se fue sino que al poco tiempo volvieron a detentar el poder. Hace poco el ex presidente Eduardo Duhalde cometió un sincericidio político: reconoció que pertenecía a una dirigencia política de mierda. El problema es que esa dirigencia de mierda no nació de un repollo sino que fue elegida por nosotros, el pueblo. Lamentablemente, esa dirigencia de mierda es un fiel reflejo de lo que los argentinos y argentinas somos como sociedad: una mierda. “Hoy”, destaca Romero, “esas pasiones se van calmando, pero el antiguo fuego late en los cenicientos rescoldos y sigue sumando dificultades para la concertación de un programa social de acción común”. Finaliza su reflexión considerando que “es la ocasión para una renovación profunda de la dirigencia, sus tendencias y sus ideas. El Estado puede colaborar transparentando sus acciones y desalentando los comportamientos colusivos y prebendarios, pero son los propios sectores dirigentes quienes deben realizar el trabajo, abriendo el camino a sus mejores elementos” (…) “Una clase dirigente así renovada podría discutir acerca del interés general, tan reacio a definiciones. Éste es el tema de la batalla cultural, que no consiste en erradicar ninguna de las corrientes de opinión existentes-cada una tiene su riqueza-, sino en reducir sus elementos divisivos y facciosos, achicar el espacio de las pasiones y crear las condiciones para un diálogo fluido, un debate más o menos racional y una resolución en la que los ganadores vayan incorporando los puntos de vista de los otros”. Mientras proliferen los Marcos Aguinis-“el kirchnerismo es sinónimo de nacionalsocialismo”, dijo recientemente-ello será absolutamente imposible.
Luego de “convencer” a la CGT de archivar, al menos por el momento, la convocatoria a un paro general contra la política monetaria, el gobierno se valió del decreto 1092 para oficializar la convocatoria a un diálogo con la central sindical y las cámaras empresarias. La iniciativa se titula “Diálogo para la producción y el trabajo” y su primera reunión está prevista para el próximo miércoles. Cuando se sienten en la mesa de negociaciones los popes sindicales insistirán con su reclamo del bono de fin de año para compensar, aunque sea en parte, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios sufrida durante 2016. Pedirán, además, que el bono englobe tanto a los empleados públicos como a los privados. Sin embargo, dirigentes de la UIA dejaron bien en claro que las empresas no otorgarán ese beneficio e insistieron en que cualquier acuerdo debe ser negociado sector por sector.
El decreto lleva las firmas del presidente Macri, el jefe de Gabinete y los Ministros de Trabajo y Producción. Dispone que sean justamente estos tres funcionarios los encargados de la coordinación de las comisiones. “La finalidad es crear un espacio donde se discutan los lineamientos generales orientados a la creación de empleo, la protección del valor adquisitivo del salario y el crecimiento de la producción”, sostiene la norma. El bono para los trabajadores será el tema a tratar el miércoles próximo y seguramente será el que mayores polémicas levantará. El gobierno le ha prometido a la CGT que concederá el bono a los trabajadores estatales, aunque aún se discute su monto que para la CGT no debe ser inferior a 2000 pesos. En cambio, los popes empresariales se niegan a extender ese beneficio a los empleados privados, es decir, a sus propios empleados. Hasta ahora el gobierno consiguió que la CGT desistiera de su reclamo de la reapertura de paritarias. Al respecto, Triaca señaló que “hemos llevado con éxito más del 90 por ciento de las negociaciones paritarias que sindicatos y empresarios firmaron con lo que consideraban adecuado. Ese reclamo no considera lo que hemos vivido durante todo el año pero no significa que pueda haber situaciones particulares en un contexto donde cada uno puede manifestarse como quiera”. En diálogo con radio La Red el ministro expresó que los 1000 pesos que el gobierno otorgará a quienes cobran la AUH será “por grupo familiar”, con lo cual unas 2,2 millones de familias recibirán esa migaja (fuente: “Mesa de diálogo con la tabla inclinada”, Página 12, 14/10/016).
Los empresarios que estuvieron presentes en el Coloquio de Idea celebrado en Mar del Plata consideraron que el bono de fin de año deberá discutirse sector por sector. Dicen que no hay tal cosa como un piso en ese bono a raíz del carácter heterogéneo de los sectores y rubros económicos que quedarían comprendidos. Los empresarios tienen decidido hacer causa común con el gobierno nacional en esta cuestión. Mario Quintana, vicejefe de Gabinete, hizo saber que el gobierno tiene decidido no definir un piso para el bono de fin de año sino hacer negociaciones sectoriales. Pese a estar muy contentos con el rumbo económico que ha adoptado el gobierno de Macri, cuando surge el tema de la mejora salarial comienzan a hacer referencia a la falta de competitividad y a los altos costos. Incluso para aquellos empresarios que niegan que la situación sea grave, no ven con buenos ojos la implementación del bono de fin de año. Adrián Kaufmann Brea, director ejecutivo de Arcor y presidente de la UIA, sostuvo que “son casos distintos. No se puede evaluar un bono para todos de manera unificada. Existen 815 paritarias que deberían revisarse sólo dentro de la actividad industrial”. Y destacó que la reunión de la semana próxima servirá para discutir sobre producción y no para evaluar la aplicación o no de un bono. José Urtubey, miembro de la UIA, dijo que el país viene sufriendo un estancamiento en la industria que lleva cuatro años, con lo cual queda descartada la aplicación uniforme del bono. Esta negativa no condice con el clima de euforia que se vivió en el Coloquio. Para Kaufmann Brea la economía crecerá el año que viene un 2 o 3 por ciento. En materia inflacionaria, consideró que oscilará entre un 17 y un 22 por ciento, a diferencia del presupuesto que prevé una inflación del 12 al 17 por ciento. “La apuesta es a que crezca Brasil”, enfatizó. Para los directivos de grandes organizaciones la apertura indiscriminada de las importaciones no es un tema que los desvele. “No hay preocupación por la importación”, dijo tajante Uriburu, pese a que Techint suele quejarse de las compras al coloso asiático. Los empresarios también negaron problemas de consumo dentro del país. Kaufmann Brea aseguró que no existen problemas de esa índole pese a que su planta en Colonia Caroya ordenó el adelantamiento de las vacaciones a 400 trabajadores. Al respecto, señaló que “no fueron suspendidos, se les adelantaron las vacaciones en el marco de la ley y se mantienen los puestos, como en la industria automotriz, en donde se está trabajando 7 u 8 días al mes y cobran el 75 por ciento del sueldo” (fuente: “Optimistas, pero del bono ni hablar”, página 12, 14/10/016).
La inflación continúa vivita y coleando. En septiembre los precios subieron un 1,1 por ciento (Indec). Tal como sucedió en agosto la vivienda y los servicios básicos cayeron por una razón de peso: el fallo de la Corte Suprema que anuló el tarifazo de gas para todos los hogares argentinos. A pesar de ello, los alimentos subieron un 2,3 por ciento, cifra marcadamente superior a la registrada el mes anterior, que fue del 0,7 por ciento. La indumentaria fue el rubro que registró el mayor aumento (4,9 por ciento) que tiene su explicación en la fuerte suba (6 por ciento) que registró la ropa. El calzado, por ejemplo, subió el 2,9 por ciento. Sin embargo, lo más delicado es el constante incremento del rubro alimentos y bebidas que golpea directamente a los sectores más vulnerables de la sociedad. Si se desmenuza el incremento del 2,3 por ciento de alimentos y bebidas, se observan subas en las bebidas no alcohólicas del 5,2 por ciento; de los aceites y grasas, del 4,8 por ciento; del azúcar, la miel y el cacao, del 4,2 por ciento; de las bebidas alcohólicas, del 3,7 por ciento; y de las verduras, del 2,1 por ciento. También se registraron subas en los precios del zapallo anco (34,1 por ciento); del tomate (16,9 por ciento); de la batata (15,4 por ciento); del limón (15,2 por ciento); del azúcar (10,5 por ciento); de la gaseosa cola (6,6 por ciento); del arroz blanco simple (5,5 por ciento); del aceite de girasol (5,4 por ciento); de la leche en polvo entera (5,2 por ciento); del aceite mezcla (4,8 por ciento); de las hamburguesas congeladas (4,6 por ciento); y de la manteca (4,2 por ciento). En cambio, la lechuga registró una baja del 27,8 por ciento y la banana, del 0,5 por ciento. En materia de esparcimiento también se registraron fuertes subas. Los diarios, libros y revistas registraron un aumento del 2,2 por ciento mientras que el turismo subió un 2,1 por ciento. Por su parte, el transporte y las comunicaciones subieron un 0,8 por ciento. La realidad, terca por naturaleza, sigue empecinándose en desmentir a los funcionarios económicos de Cambiemos (fuente: “Precios que no encuentran su techo”, Página 12, 14/10/016).
17/10/2016 a las 1:07 PM
Un huracán anunciado
por Enrique Guillermo Avogadro • 17/10/2016 • 1 Comentario
Enrique Guillermo Avogadro-entrevista“Son testigos de la muralla inexpugnable de nuestra mente, de la impenetrable fortaleza de nuestra memoria”. Joël Dicker
En la Argentina, donde tantos están sufriendo en el barro la travesía desde el cataclismo que significaron los gobiernos kirchneristas, mal que les pese a los inexplicables fanáticos que aún los añoran hay fuertes señales de que estamos llegando al pavimento desde donde comienza un futuro mejor. La ciudadanía lo percibe y, aún en medio de tantas dificultades, sigue acompañando a Mauricio Macri.
La mayor muestra del cambio de expectativas vino, como siempre, de los mercados de capitales. El Gobierno emitió, con un éxito que superó todas las esperanzas dada la previsión de aumento de las tasas por la Reserva Federal, bonos a diez años, en pesos y con interés fijo; es más, que fuera del 15,5% anual, da a la sociedad entera una certidumbre que ninguno de los argentinos recuerda haber tenido nunca. Como escribió hace unos días James Neilson, los argentinos siempre originales, cuando nos convertimos en “normales” el mundo se vuelve “anormal”.
En el lado negativo -siempre lo hay- de la situación local debemos sumar, como todas las semanas, los signos concretos del avance y de la potencia del narcotráfico. El incendio intencional de un Juzgado federal y las nuevas amenazas mafiosas a la Gobernadora de Buenos Aires fueron, sin duda, los episodios más graves, y todos haríamos mal en restarles importancia.
La inseguridad que, por lo demás, no hace sino crecer entre las preocupaciones de los ciudadanos, me llevó a formular algunas propuestas en mi nota del sábado pasado; entre ellas, que las fuerzas de seguridad fueran destinadas a la lucha contra el delito en el interior y, en su reemplazo, se enviara a las fronteras a las fuerzas armadas. Ignoraba que algo así ya estaba en la mente de algunos gobiernos de la región, entre ellos el nuestro: esta semana se reunieron los jefes de los ejércitos de varios países para coordinar esfuerzos con esa idea, que ya ha sido adoptada por Brasil, para combatir el tráfico de narcóticos, de armas, de personas y, sobre todo, el rampante terrorismo transnacional, íntimamente relacionado con todos esos males, ya que de ellos obtiene el financiamiento de sus actividades.
En los últimos siete días, una sensación que recorría el mundo y, sobre todo, a América Latina, se transformó en una certeza: el populismo se está derrumbando, empujado al abismo político por sociedades que están hartas de la corrupción o, simplemente, del derroche de los recursos públicos.
En España, en las elecciones celebradas en Galicia y en el País Vasco, el PSOE recibió una paliza, pero los votos que perdió no fueron a Podemos, ese partido de izquierda de reciente formación que venía de un fuerte knock-out en los comicios nacionales. Escocia, harta del populismo que llevó al “brexit” y fuerte defensora del europeísmo, ha vuelto a plantear la necesidad de un referendum con vistas a su independencia de Gran Bretaña.
Por lo que se ve, la campaña de Donald Trump, otro populista pero de derecha, se ha zambullido en un tobogán que parece no tener fin. En individuos tan profundamente morales como son los estadounidenses, las permanentes denuncias por elusiones impositivas y abusos sexuales en que el candidato ha incurrido y su inclemente racismo, han producido un enorme impacto negativo. Ni él ni Hillary Clinton se han caracterizado por la altura o la dignidad con que se han conducido en estos meses, pero esta semana hemos visto a muchos de quienes contribuyeron con fondos para el republicano pedir su devolución, y los grandes líderes de su partido lo han dejado solo o, lisa y llanamente, han llamado a votar en su contra.
En Venezuela, el Tribunal Supremo (íntegramente formado por chavistas) autorizó a Nicolás Maduro a aprobar el presupuesto anual por decreto, soslayando así su tratamiento por la Asamblea Nacional, con mayoría opositora. Además, para impedir que se realice un plebiscito revocatorio de su mandato este año, lo cual obligaría a llamar a elecciones, ha ordenado a su también dependiente Consejo Nacional Electoral demorar hasta el hartazgo la verificación de las firmas obtenidas para forzar ese recurso constitucional; así, esa decisión que inevitablemente lo expulsará del Palacio de Miraflores, se producirá el año próximo y permitirá a otra figura del “socialismo bolivariano” completar el período, con los mismos vicios que, a esta altura, se han transformado en un verdadero genocidio de la población venezolana, sumida en la más irracional violencia, el hambre y la insalubridad.
El incomparable Rafael Correa ha debido abandonar su pretensión de perpetuarse en la Presidencia de Ecuador y, ahora, lo han comenzado a acosar denuncias de corrupción que, como sucedió en el escándalo que tanto afectó a Dilma Rousseff, a punto tal que fue depuesta, se originan en la empresa estatal de petróleo. Y otro tanto les pasa a los restantes colegas que, en esta América del Sur tan especial, han encarnado gobiernos populistas; me refiero a Evo Morales, en Bolivia, y a Michelle Bachelet, en Chile.
En el caso de la mandataria trasandina, que terminó su primer mandato con una gigantesca imagen positiva, al regresar a La Moneda inexplicablemente dedicó todos sus esfuerzos a destruir el más exitoso proceso económico de la región, que había llevado a su país a un desarrollo sin igual.
En Brasil, el PT, tan erosionado por la corrupción, sufrió la peor derrota de su historia en las elecciones municipales del domingo pasado. En San Pablo, la mayor ciudad de la región, el candidato de PSDB -el partido de Fernando Henrique Cardoso- João Doria, no necesitó esperar a la segunda vuelta para expulsar del cargo al ahijado de Lula, Fernando Haddad. Y ese fue sólo el caso más notorio, ya que el huracán impactó en todo el país y de nada sirvió la presencia permanente del fundador de la sigla, que recorrió toda la geografía nacional tratando de impedir el inevitable resultado. Tampoco allí los votos que fugaron fueron a los otros partidos de izquierda (PSB, PDT, PSOL, PSTU, PCdoB); según la prestigiosa revista Veja, con el resultado de estas elecciones, las formaciones de derecha -PSDB, PMDB, PSD, PP, PR, DEM- conquistaron el 78% de los cargos.
La somera descripción de lo sucedido últimamente confirma, como dije, que los vientos huracanados desatados por el fracaso de las políticas populistas están arrasando con todos los regímenes de ese signo de la región, que tanto daño han causado a nuestros países. Eso augura un futuro prometedor, con desarrollo sustentable, con libertad de comercio, con mejor educación y salud, con infraestructura adecuada, con más competitividad, con empleos más calificados, con más inversiones, es decir, con mayor bienestar general.
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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18/10/2016 a las 1:34 AM
La embrutecedora idolatría a San Perón. Por Nicolás Márquez
A la par que se iban cerrando uno a uno los medios opositores, la dictadura de Perón naciente en 1946 iba edificando en su favor un aparato gráfico de propaganda estatal gigantesco llamado ALEA SA., cuya propietaria insólitamente era Eva Perón (actriz/meretriz fracasada que nunca había tenido un centavo), dato que confirmaba la ilegalidad y el desmanejo de los polémicos fondos de su Fundación (para la cual supuestamente su mentora trabajaba ad honorem). El diario peronista por antonomasia del multimedios de Eva era Democracia, al que se sumaron no sólo las publicaciones del citado grupo ALEA SA. sino que a la vez se compraron los diarios Crítica, La Razón, Noticias Gráficas y La Época. El antiguo Diputado Peronista Eduardo Colom cuenta que “ALEA es el pulpo que se apodera de todos los diarios de la Capital Federal, con excepción de La Prensa, que, como se resistía a someterse al gobierno, hubo que expropiarla. La Nación no se expropia ni se la compra, porque La Nación se entrega: solícitamente hace lo que el Gobierno ordena; Clarín no lo tomó Perón, porque Roberto Noble jugaba a las cartas con Perón. Pero todos los demás diarios: La Razón, Noticias Gráficas, Democracia, La Época, El Mundo, a la larga y a la corta pasaron a poder de ALEA”[1].
La dictadura compró también por medio de testaferros la Editorial Haynes (que editaba el diario El Mundo, El Hogar, Selecta y Mundo Argentino) de la cual comenzaron a editarse revistas oficialistas con fondos públicos tales como Mundo Infantil, Mundo Radial y Mundo Agrario. Al final de su régimen, Perón había montado con plata ajena y para su propia gloria y alabanza un imperio periodístico conformado (además de por la totalidad de las emisoras radiales) por 13 editoriales, 17 diarios nacionales, 10 revistas y 4 agencias informativas que gozaban de ingente pauta oficial: “Hemos purificado nuestra prensa. Ella ha sido, en este sentido, el objeto de un extraordinario perfeccionamiento”[2] declaró un orgulloso Juan Perón el 13 de octubre de 1949.
Se vivía en un clima de monotonía intelectual y bajo vuelo cultural, chatura destinada a gente con poca o ninguna inquietud que no fuera más allá del entretenimiento trivial al que siempre el régimen anexaba la reglamentaria lisonja al matrimonio detentador del poder central. Para dirigir o actuar en las películas cinematográficas había que ser peronista, o por lo menos fingir que se lo era. Las figuras protagonistas de entonces estaban vinculadas a organizaciones del régimen[3] y como bien señala Félix Luna, las películas no eran más que “tilinguerías para un público acostumbrado por el cine norteamericano a comedias ñoñas, o penosas reelaboraciones de novelas y cuentos de escritores universales, al uso nostro”[4]. Y si la película a proyectar no tenía ninguna connotación oficialista, se procuraba que en los intervalos del cine la propaganda del régimen se transmitiera rigurosamente a través del caricaturesco noticiario “Sucesos Argentinos”.
En la Argentina peronista sólo tenían trabajo o figuración periodística, teatral o académica los obsecuentes, generalmente mediocres cuyo mérito mayor era el servilismo y la sumisión. Este mecanismo mantenido en el tiempo fue envileciendo las ciencias, los libros, el cine, las novelas, los programas de radio y las crónicas. Ninguna actividad escapaba a la “doctrina nacional” y se llegó a extremos tales como el caso del ingeniero Ramón Asís, vicegobernador de Córdoba y profesor universitario, autor del desopilante libro “Hacia una arquitectura simbólica justicialista”. La ciencia tampoco se vio librada de la politización oficial y el sucesor de la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina del exonerado Premio Nobel Bernardo Houssay, cambió el nombre de la materia por el de “Fisiología Peronista”[5].
La vulgarización de las costumbres, el embrutecimiento generalizado y el desincentivo de la excelencia fueron otras de las tristes notas distintivas del largo régimen de Perón. En las calles se embestía con un hostigamiento visual conformado a base de bustos, estatuas, carteles, nombres de plazas, ciudades y calles que pasaron a llamarse Juan Perón o Eva Perón y se empapeló el país con afiches que a modo de pseudo religión rezaban el versículo “Perón Cumple, Evita Dignifica”. Llegó un momento en el cual no había dependencia u oficina pública que no tuviese una imagen de alguno de los integrantes de la pareja presidencial en exhibición. Los comercios, cualquiera fuere su rubro, debían tener una foto de Eva o del dictador de manera virtualmente obligatoria, caso contrario, eran pasibles de recurrentes inspecciones impositivas o administrativas que acababan clausurando el local: “el culto a la personalidad es realmente indispensable en las etapas revolucionarias”[6] se justificaba Perón.
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Se vivía francamente en el absurdo. La ciudad de La Plata fue rebautizada con el nombre “Eva Perón”. La estación de trenes de Retiro pasó a llamarse “Presidente Perón”. Las Provincias de Chaco y La Pampa a partir de enero de 1952 cambiaron su nombre por “Presidente Perón” y “Eva Perón” respectivamente. La ciudad de Quilmes también pasó a llamarse Eva Perón al igual que un sinfín de calles, colegios y plazas de todo tipo y tenor. Respecto a la monotonía en cuanto a los nombres de calles y avenidas se provocó un serio problema en el correo central, porque debido a la gran cantidad de lugares con la misma denominación se complicaba en mucho la clasificación de cartas y encomiendas, lo que determinó que el remitente se viera obligado a agregar entre paréntesis el nombre anterior de la calle o la dirección rebautizada a fin de evitar que su correspondencia fuera a un destino equivocado.
El gobernador de la Provincia de Buenos Aires (a la sazón Carlos Aloé) dispuso que todos los cuerpos celestes descubiertos en el observatorio de Eva Perón (así se denominaba la ciudad de La Plata) fuesen “consagrados a Eva Perón e identificados con nombres que exalten sus virtudes”[7]. Y así se determinó que tres nuevos astros fueran denominados “Abanderada”, “Mártir” y “Descamisada”. El Congreso sancionó la ley 14.036 imponiéndole al mes de octubre la condición de “mes del Justicialismo”[8]. El “Escudo Peronista” reemplazó progresivamente al Escudo Nacional, y la diferencia estética entre uno y otro era que el escudo de Perón tenía las manos estrechadas en sentido diagonal y no horizontal, representando una relación de subordinación entre la masa y el caudillo. La “Casa Guzmán”, dedicada a fabricar trofeos y distintivos, fue contratada por el Estado para fabricar 16 mil “escuditos” por día[9], los cuales se repartían en las solapas de los colegios primarios y secundarios. Además se anexaban a las medallas y trofeos deportivos de los “Campeonatos Evita”, cuadrantes de relojes, pañuelos y todo tipo de utensilios donde pudiese estamparse la propaganda partidaria de la dictadura: “hoy es un día peronista”[10] debía decir de manera exultante el locutor radial Luis Elías Sojit cada vez que amanecía soleado.
La saturación idolátrica era tan agobiante, que los groseros gestos de obsecuencia de los funcionarios peronistas ya no llamaban la atención: “En el gobierno argentino no hay nadie, ni gobernadores, ni diputados, ni jueces, ni nadie: hay un solo gobierno que es Perón” arengaba el gobernador bonaerense Carlos Aloé[11] agregando “Ningún peronista entra a analizar las situaciones. Basta que el General Perón quiera una cosa para que todos estemos dispuestos a cumplirla de inmediato”[12]. El sirviente Héctor Cámpora no se quedaba atrás y en su condición de Presidente de la Cámara de Diputados era el encargado de tomar juramento a los Diputados que asumían y para tal fin fabricó la siguiente fórmula juramental: “¿Juráis ser leales al Libertador de la República General Juan Perón y a la Jefa Espiritual de la Nación Eva Perón, a su doctrina y a su movimiento?”[13]. La Diputada Delia Parodi enseñaba que “Nuestro Dios en la Tierra es Perón”[14], en tanto que el Diputado Virgilio Filippo redactaba un “Ave María de María Eva”[15], a fin de ser rezado en las unidades básicas. El Ministro Mendé, por su parte, inventó un establecimiento educativo llamado Escuela Superior Peronista, creado según él “para enseñar a amar a Perón” dado que “seremos mejores todavía si tenemos el pensamiento puesto en Perón. Cada noche al acostarnos debiéramos examinarnos: ¿He imitado yo en este día a Perón? (…) Porque Perón no se equivoca ni puede equivocarse jamás (…) Porque los genios y los grandes hombres, sin salvarse uno solo, todos han padecido errores y defectos. Todos menos Perón”[16]. Y fue en esa misma “Escuela Superior” en la cual Eva brindó “clases de doctrina peronista” enseñándole a las militantes de la rama femenina del partido lo siguiente: “Siento que Perón es incomparable, Perón es dios para nosotros, y lo digo con todas las palabras que tengo y con todas las palabras que se, y cuando se me acaba la voz y las palabras lo digo de cualquier manera (…) las mujeres somos pasionistas mi General, las mujeres somos fanáticas mi General, y el Partido Peronista, lo confieso honradamente, es fanático, y al ser fanático, demuestra que ha abrazado una gran causa, únicamente las grandes causas tienen fanáticos sino no habría ni santos ni héroes, y nosotras somos fanáticas de Perón (…) como no estamos contra nadie, tenemos un enemigo: los antiperonistas. Esos son nuestros enemigos: seremos leales hasta el fin, cueste lo que cueste y caiga quien caiga”[17].
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Estas adulaciones patológicas se irán intensificando con el tiempo hasta adquirir delirios místicos: “yo no concibo el cielo sin Perón”[18] sentenció Eva en su testamento político e incluso sus loadores no tardarán en colocar a Perón por encima de Jesucristo en discursos oficiales (tal como lo veremos in extenso en capítulos posteriores): “Cristo se conformó con proponer al mundo el cristianismo, Perón le sacó ventaja. Realizó el cristianismo. ¡Nada de contentarse con sermoncitos! Cristo, palabras. Perón, hechos (…) Por eso Perón es el rostro de Dios rutilando en la oscuridad de las tinieblas de esta hora (…) ¿Qué somos nosotros al lado de Perón? Menos que nada. Sólo Perón tiene luz propia. Todos los demás nos alimentamos de su luz”[19] sentenciaba el Ministro Raúl Mendé, panegírico que le valió a su autor el siguiente elogio por parte de su ponderado jefe: “Mendé es uno de nuestros mejores comentaristas de la doctrina peronista”[20].
En cuanto a los destinatarios de tamañas ofrendas (el dictador en primer lugar y su esposa en segundo término), desde el punto de vista psiquiátrico no son pocos los facultativos que sostienen que sólo personalidades irremediablemente enfermas de vanidad y egocentrismo podrían apañar y/o promover tanta idolatría para sí mismo sin sentir una mínima cuota de vergüenza. Muchos años después (en 1973) Perón se refirió a este cuestionado asunto del culto a la personalidad y respondió “¿Qué puede tener eso de malo, si yo no me lo creo? Acaso, ¿no es normal que la persona que brinda tanto bien sea casi endiosada por sus beneficiarios?”[21]
Fragmento del libro “Perón, el fetiche de las masas. Biografía de un dictador” de Nicolás Márquez (prólogo de Rosendo Fraga). Adquirílo ya mismo en versión digital por AMAZON o en libro físico a domicilio y sin costo de envío clickeando en la siguiente imagen:
18/10/2016 a las 3:04 AM
La inflación es como la cafeína
Por Rodolfo Cavagnaro
Cuentan que la cafeína está presente en muchas plantas y que en la antigüedad era normal que los humanos mascaran hojas o plantas porque les traía efectos estimulantes. Recién en 1819 la cafeína fue aislada en laboratorios y comenzó su industrialización para ser agregada a otros alimentos. Algunos científicos calificaron a la cafeína como “la droga de la felicidad del siglo XX”.
Si bien está reconocida como complemento alimentario, en realidad es un alcaloide que actúa sobre el sistema nervioso central aumentando temporalmente los niveles de alerta. En dosis altas, puede generar insomnio y otros trastornos. Su consumo genera sensaciones de bienestar y, si bien es un estimulante, muchos le asignan efectos energéticos. Si bien no se acumula en el organismo, el uso diario hace que el organismo vaya generando un acostumbramiento o resistencia y que para producir los mismos efectos hagan falta mayores dosis diarias.
Esas mayores dosis pueden generar problemas posteriores que pueden ser graves, pero suprimir de golpe su ingesta predispone a que el organismo presente trastornos de abstinencia, por lo que se recomienda una disminución paulatina. Pero la cafeína, más allá de las sensaciones de bienestar, ha demostrado ser un exaltador de sabores y, esta combinación resulta atractiva y hasta a veces adictiva. Por esta razón se ha popularizado su uso en golosinas, bebidas sin alcohol como gaseosas o energizantes, galletitas, y comidas sintéticas preparadas. Por todo esto es lo de la “droga de la felicidad”.
Me permito hacer una comparación con la inflación porque, aunque ésta no es una droga alucinógena, ha demostrado generar condiciones de bienestar cuando es acompañada con otras ingestas como aumentos de precios y salarios, que parecen ser aditivos peligrosos que terminan encubriendo situaciones más graves. También, la inflación produce acostumbramiento y, cuando es acompañada en dosis adecuadas por sus acompañantes, resulta natural y permite aumentar sus índices sin provocar malestares mayores. De hecho, muchos argentinos que hemos vivido sus efectos en la década del ‘80 sabemos lo que era vivir con índices del 30% mensual con total naturalidad.
Pero, como la cafeína, la sociedad no acepta disminuciones bruscas de la inflación porque genera estados de ánimo alterados. Por esa razón, los terapeutas habituales, políticos, economistas, sindicalistas y hasta empresarios, actuando como curanderos eruditos, aconsejan disminuirla en forma gradual para no alterar el ánimo del cuerpo social. Lo que no está en discusión es que lo que el organismo extraña, no es la cafeína sino los efectos que ésta causa.
Con la inflación ocurre lo mismo. La gente no la extraña sino que está convencida que nunca tendrá aumentos de ingresos si no es por esta vía. Nadie piensa que pueden crecer los salarios o los ingresos por una mejora en la economía que venga por mayores inversiones, por innovación que genere ganancias en los mercados y por mayor eficiencia. Sólo quieren aumentos de sueldo. Peligroso acostumbramiento
Esta adicción a la inflación se ha transformado en un drama cultural en la Argentina que en algún momento se transformó en una especie de marca en el ADN nacional. En la década de los ‘80, el club Boca Juniors, antes de que Mauricio Macri ocupara su presidencia, pasó una larga racha de años sin conseguir un campeonato. Las hinchadas contrarias le cantaban en sorna “Boca va a salir campeón, Boca va a salir campeón, el día que las vacas vuelen y que la Argentina baje la inflación”.
Las hinchadas de nuestro fútbol siempre han sido creativas y transmiten ciertos elementos culturales dignos de ser analizados más allá de las rivalidades que el deporte puede generar. Comparar la reducción de la inflación con el día en que las vacas vuelen es una genial manera popular de decir que no ocurrirá nunca, con una gran convicción, carente de fundamentos técnicos, pero revelando que es una desgracia a la que nos hemos encariñado para sobrevivir, la sabemos manejar y hasta nos da satisfacciones.
Si bien la inflación puede ser multicausal, es real que la mayor causa es de origen fiscal, y está dada por el exceso de gasto público. Si éste se financia con aumentos de impuestos, se genera recesión. Si se financia con deuda, causa placer hasta que hay que pagar las obligaciones y cuando éstas se acumulan, todo estalla, como pasó en los finales de la convertibilidad. Si se financia con emisión monetaria se generan aumentos de precios, que son la forma más palpable de percibir el proceso. Lucha cultural en la Argentina En los últimos tiempos asistimos a una serie de demandas confusas generadas por el abuso tanto de las herramientas inflacionarias como de los paliativos. Los argentinos se resisten a que les eliminen los subsidios a las tarifas para que no aumenten sus precios, pero piden que el gobierno baje la inflación. Como ésta no baja, piden aumentos de salarios con una economía que está en recesión. Obvio, que son contradictorias y que si se conceden los paliativos el resultado será mayor recesión, menos trabajo, más inflación y más descontento. El mismo gobierno ha entrado en esta lógica y defiende que sus políticas son graduales, mientras los opositores hablan de “brutal ajuste”.
En realidad no sólo no hay tal ajuste sino que el déficit crecerá el año próximo para sostener los “beneficios de la inflación”. Si los índices bajan será más por el uso de artilugios monetarios que por políticas correctas tendientes a bajar el nivel de gasto y hacerlo más eficiente y productivo. Es más, es prácticamente un axioma que el gasto público y la inflación son componentes de una política nacional, popular y progresista. Si la inflación incomoda, le echan la culpa a los empresarios. Si alguien reclama bajar el gasto y terminar con la inflación para no perjudicar a los asalariados, hasta los beneficiarios te califican como “capitalista salvaje”. En las últimas semanas las centrales sindicales se trenzaron para pedir un bono de fin de año y la exención del impuesto a las ganancias al medio aguinaldo de diciembre.
Ya son pedidos clásicos, con también clásicas amenazas de paros. Todos los participantes del debate no han tenido en cuenta un peligro potencial, que siempre está presente y es la situación de los desocupados que, al no sentirse representados por los sindicatos, recurren a organizaciones sociales que, en algunos casos, organizan saqueos de supermercados para fin de año o la exigencia de bolsones de comida. El gobierno concedió un poco, con un costo fiscal de 7.000 millones de pesos, y los sindicalistas querían que el gobierno por decreto les diera a los privados, para lo cual lo autorizaban, por única vez, a violar los convenios colectivos de trabajo.
Se repite la lógica: la inflación sirve para pedir más plata, aumentos, bonificaciones. Lo que nadie dice es que cuando se termine la inflación todos van a entrar en pánico. La estabilidad es una tortura como estar condenado a estar encerrado en una habitación rodeada de espejos, donde te tenés que ver, obligatoriamente, todos los defectos. Por eso, luego de cada período de estabilidad, viene el síndrome de abstinencia y escuchamos que “un poco de inflación no viene mal”. Por ahora, manipular el ADN, está prohibido.