Por Hernán Andrés Kruse.-

Bertie Benegas Lynch, hijo de Alberto Benegas Lynch (h), mentor del presidente Javier Milei, no tuvo reparo alguno en apuntar contra el Estado y su costumbre de inmiscuirse en asuntos que competen pura y exclusivamente a los padres en un tema harto delicado como lo es la educación. En declaraciones radiales afirmó: “No creo en la obligatoriedad de la educación”. “La libertad es también si no querés mandar a tu hijo a la escuela para que te ayude en el taller”. “Muchas veces puede pasar en la estancia, y sobre todo en Argentina, que no te podés dar el lujo de mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller junto al padre trabajando y no lo puede mandar a la universidad”. “Yo no creo en la obligatoriedad de la educación. Es una responsabilidad de los padres. Vos a tu hijo le querés dar lo mejor”. “La educación es el eje de la civilización. ¿Cómo se te ocurre darle a un comité de burócratas la decisión de la educación? ¿Al Estado? ¿Al Ministerio de Educación?” “Lo que se supone de una familia es que traen un chico al mundo para educarlo, para protegerlo, para que sea una mejor persona, y para que cambie el mundo”. “Creo en el individuo, en las decisiones que tomemos en nuestras vidas, y creo que el Estado está solo para proteger los derechos individuales e impartir justicia” (fuente: Página/12, 8/4/024).

Es la primera vez que un diputado de la nación se expresa de esa forma. Es la primera vez que un diputado de la nación expresa públicamente su concepción anarcocapitalista de la educación. Porque eso fue lo que hizo Bertie Benegas Lynch. Hay que tener en cuenta que el diputado libertario se expresó de esa manera porque se nutrió del pensamiento de autores anarcocapitalistas de la talla de Murray Rothbard, Hayek y Mises, entre otros. Lo que hizo Bertie Benegas Lynch fue exponer fundamentalmente lo que pensaba Rothbard sobre el tema. Este profesor norteamericano escribió un libro titulado “Educación libre y obligatoria” (Instituto Mises). Quien desee adentrarse en la concepción libertaria de la educación le aconsejo leer este libro de don Murray. Al comienzo formula la pregunta fundamental: ¿la educación de los niños debe quedar en manos de los padres o de las autoridades estatales?

¿EL PADRE O EL ESTADO?

“La clave de toda la discusión es simplemente esta: ¿debería ser el padre o el Estado el que supervise a los niños? Una característica esencial de la vida humana es que, durante muchos años, el niño está relativamente desvalido, que sus poderes de arreglárselas por sí mismo maduran tarde. Hasta que estos poderes estén desarrollados, no puede actuar completamente por sí mismo como individuo responsable. Debe estar bajo tutela. Su tutela es una tarea compleja y difícil. Desde una infancia de completa dependencia y obediencia a los adultos, el niño debe crecer gradualmente hasta el estado de adulto independiente. La cuestión es ¿bajo la guía y la «propiedad» virtual de quién debería estar el niño: ¿de sus padres o del Estado? No hay tercera vía, o intermedia, sobre este asunto. Alguna parte debe controlar y nadie sugiere que algún tercero tenga autoridad para apropiarse del niño y criarlo.

Es evidente que estado natural de cosas es que los padres se hagan cargo del hijo. Los padres son los productores literales del hijo y el hijo tiene la relación más íntima con ellos que uno pueda tener con otros. Los padres tienen lazos de afecto familiar con el hijo. Los padres se interesan en el hijo como individuo y son los que probablemente más se interesen y más estén familiarizados con sus requerimientos y personalidad. Finalmente, si se cree en una sociedad libre donde cada uno se posee a sí mismo y lo que produce, es obvio que su propio hijo, uno de sus productos más preciosos, también queda a su cargo.

La única alternativa lógica a la «propiedad» parental del niño es que el Estados arrebate el niño a sus padres y lo críe él mismo completamente. Para cualquier creyente en la libertad, este debería parecerle un paso realmente monstruoso. En primer lugar, los derechos de los padres se ven completamente violados, al arrebatarles su preciado producto para someterlo a la voluntad de extraños. En segundo lugar, se violan los derechos del niño, pues crece sometido a las manos indiferentes del Estado, con poca consideración por su personalidad individual. Además (y esta es la consideración más importante), para que cada persona sea «educada», para desarrollar sus facultades al máximo, necesita libertad en dicho desarrollo. Hemos visto que la ausencia de violencia es esencial para el desarrollo de la razón y personalidad de un hombre. ¡Salvo para el Estado! El mismo ser del Estado se basa en la violencia, en la compulsión. Por cierto, que la misma característica que distingue al Estado de otros individuos y grupos es que aquel tiene el único poder (legal) para usar violencia. Frente a todos los demás individuos y organizaciones, el Estado emite decretos que deben obedecerse bajo el riesgo de sufrir prisión o ir a la silla eléctrica. El niño tendría que crecer bajo las alas de una institución que se basa en la violencia y la restricción.

¿Qué tipo de desarrollo pacífico podría tener lugar bajo esos auspicios? Además, es inevitable que el estado imponga como recargo la uniformidad en la enseñanza. No solo la uniformidad es más conforme con el temperamento burocrático y más fácil de aplicar; esto será casi inevitable donde el colectivismo ha suplantado al individualismo. Con la propiedad colectiva de los niños por el Estado reemplazando la propiedad y los derechos individuales, está claro que el principio colectivo se aplicaría también a la enseñanza. Sobre todo, lo que se enseñaría es la doctrina de la obediencia al propio Estado. Pues la tiranía en realidad no congenia con el espíritu del hombre, que requiere libertad para su pleno desarrollo. Por tanto, están condenadas a aparecer técnicas para inculcar reverencia al despotismo y otros tipos de «control del pensamiento». En lugar de espontaneidad, diversidad y hombres independientes, aparecería una raza de seguidores del Estado pasivos y ovejunos. Como solo se desarrollarían de forma incompleta, estarían solo medio vivos. Podría decirse que nadie contempla esas medidas monstruosas. Ni siquiera la Rusia comunista llegó tan lejos como para imponer un «comunismo de niños», aunque hizo casi todo lo demás por eliminar la libertad. Sin embargo, se trata de que este es el objetivo lógico de los estatistas en educación.

El problema que la ha acompañado en el pasado y presente es: ¿ha de haber una sociedad libre con control parental o un despotismo con control del Estado? Veamos el desarrollo lógico de la idea de intrusión y control del Estado. Por ejemplo, Estados Unidos empezó, en su mayor parte, con un sistema de escuelas, o bien completamente privadas, o filantrópicas. Luego, en el siglo XIX, el concepto de educación pública cambió lentamente, hasta que se obligó a todos a ir a la escuela pública y se acusó a las escuelas privadas de ser divisivas. Finalmente, el Estado impuso la educación obligatoria a la gente, ya fuera forzando a los niños a ir a escuelas públicas o estableciendo estándares arbitrarios para las escuelas privadas. Se desaprobó la instrucción parental. Así, el Estado ha estado en guerra con los padres por el control de sus hijos. No solo ha habido una tendencia hacia un mayor control del Estado, sino que los efectos de esto se han empeorado por el mismo sistema de igualdad ante la ley que se aplica en la vida política. Ha habido un crecimiento de una pasión por la igualdad en general. El resultado ha sido una tendencia a considerar a todos los niños como iguales a los demás, mereciendo el mismo trato, y a imponer una completa uniformidad en el aula.

Antiguamente, esta había tendido a establecerse en el nivel medio de la clase, pero, al resultar esto frustrante para los torpes (quienes, sin embargo, deben mantenerse al mismo nivel de los demás, en nombre de la igualdad y la democracia), la enseñanza tiende cada vez más a establecerse en los niveles más bajos. Veremos que desde que el Estado empezó a controlar la educación, esta tendencia evidente ha actuado cada vez más de tal manera que promueve la represión y las trabas en la educación, en lugar del verdadero desarrollo del individuo. Su tendencia ha sido a la compulsión, a la igualdad forzosa en el nivel más bajo, a la simplificación de las asignaturas e incluso al abandono de toda enseñanza formal, a la inculcación de la obediencia al Estado y al «grupo», en lugar del desarrollo de la independencia propia, al menosprecio de los intelectuales. Y finalmente es la atracción del Estado y sus subalternos por el poder lo que explica el credo de la «educación moderna» de la «educación integral del niño» y de hacer de la escuela «parte de la vida», en la que el individuo juega, se ajusta al grupo, etc.

El efecto de esto, así como de todas las demás medidas, es reprimir cualquier tendencia al desarrollo de poderes de raciocinio e independencia individual, tratar de usurpar de varias maneras la función «educativa» (aparte de la instrucción formal) de la casa y los amigos y tratar de moldear a «todo el niño» de la forma deseada. Así, la «educación moderna» ha abandonado las funciones escolares de la instrucción formal para moldear toda la personalidad, tanto para obligar a la igualdad de enseñanza al nivel del menos educable, como para usurpar el papel educativo general del hogar y otras influencias en el mayor grado posible. Como nadie aceptaría la «comunización» abierta de los niños por el Estado, ni siquiera en la Rusia comunista, es evidente que el control del estado ha de lograrse de una forma más silenciosa y sutil. Para cualquiera que esté interesado en la dignidad de la vida humana, en el progreso y desarrollo del individuo en una sociedad libre, la alternativa entre control parental o estatal sobre los niños está clara. ¿No ha de haber por tanto ninguna interferencia del Estado, sean cuales sean las relaciones entre padre e hijo? ¿Y si suponemos que los padres agreden y mutilan al niño? ¿Tenemos que permitirlo? Si no es así, ¿dónde ponemos el límite? El límite puede ponerse fácilmente.

El Estado puede cumplir estrictamente con la función de defender a todos de la violencia agresiva de cualquier otro. Esto incluiría a los niños igual que a los adultos, ya que los niños son adultos potenciales y hombre libres futuros. Dejar simplemente de «educar» o, más bien, instruir, no justifica en modo alguna la interferencia. La diferencia entre estos casos fue explicada sucintamente por Herbert Spencer: “No puede exponerse ninguna causa para esa interposición [del Estado] hasta que los derechos de los hijos se hayan violado y esos derechos no se violan por una falta en su educación [en realidad, instrucción]. Pues (…) lo que llamamos derechos son sencillamente subdivisiones arbitrarias de la libertad general de ejercitar las facultades y eso solo puede llamarse a una infracción de derechos que disminuya realmente esta libertad, cortar un poder previamente existente para perseguir los objetos de deseo. Ahora bien, el padre que es descuidado en la educación del hijo no hace esto. La libertad de ejercitar facultades queda intacta. Omitir la instrucción en modo alguno priva al hijo de la libertad de hacer lo que quiera de la mejor manera que pueda y esta libertad es todo lo que demanda la equidad. Toda agresión, recuérdese (toda infracción de derechos) es necesariamente activa, mientras que todo olvido, descuido, omisión, es necesariamente pasivo. Consecuentemente, por muy incorrecta que pueda ser el incumplimiento de una tarea parental (…) no equivale a un incumplimiento de la ley de igual libertad y por tanto no puede ser tenida en cuenta por el estado”.

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