Por Hernán Andrés Kruse.-

“Giscard D’Estaing dice que “en nuestra parte del mundo ya no existe hoy una concepción confesable del poder más que liberal” (Democracia francesa, Goyanarte Editor, Bs. As., 1976). Eso quiere significar que una porción de la humanidad valora positivamente al liberalismo, al menos en lo político. Este fragmento del mundo se siente “instalado” en el sistema liberal, entendiendo por instalación una “forma de estar”, afectada de cierta estabilidad y permanencia, que es vivida como duradera, aunque no exenta de amenazas (…) ¿Por qué esta parte del mundo instalada en el liberalismo supone que “lo que no es ella” no es liberal? ¿Por qué, si a lo mejor hombres de sociedades extrañas viven sintiéndose muy libres, aunque acaso no lo sean según nuestra óptica? Tenemos una medida bastante objetiva para contestar, sin necesidad de entrar a la polémica de la objetividad transcendente del valor justicia que se hace accesible por el conocimiento racional y el sentimiento racional de justicia. Esa medida objetiva está emplazada en el orden internacional y en la creencia universal. Cuando declaraciones internacionales, tratados, pactos y documentos a los que se atribuye y reconoce carácter universal, definen y defienden los derechos del hombre y las libertades fundamentales, es porque la humanidad coincide en algo, y ese algo es la entraña o la esencia del liberalismo: la dignidad de la persona, la libertad de la persona, los derechos de la persona. Se nos rebatirá que otra parte del mundo, pese a su incorporación a las Naciones Unidas, reniega de esos valores. Es cierto. Pero en el mismo ocultamiento que hacen de su negación, en la vergonzante hermeticidad en que esconden los vituperios y atropellos a la libertad, confiesan que no se atreven públicamente a abdicar de aquel contenido de libertad que hoy hace parte universal del derecho internacional público, por lo menos en su orden normativo y en sus valoraciones.

La conciencia universal difícilmente consiente las degradantes transgresiones a la libertad del hombre, y más difícilmente hace ostentación de ellas. Prueba de que la representación colectiva que propende a afianzar un mínimo de libertad debido al hombre en cuanto persona en todas partes, goza de generalización. Incluso y sin que esto sea una alabanza o una justificación al mundo comunista, el voceo que allí se hace de la liberación social-aunque como reacción anticapitalista y, a veces, como escarnio de la democracia liberal llamada burguesa-muestra que, a su modo, también allí sobrevive alguna idea o imagen de cierta forma de libertad. Que realmente no exista, es otra cosa. Que el marxismo no tenga aptitud-ni científica ni práctica-para depararla, es también otra cosa. Pero hay una creencia en alguna forma de libertad. ¿Queremos con esto traer agua para nuestro molino? ¿Queremos con esto incluir al marxismo en las huestes del liberalismo? De ninguna manera. Sólo queremos señalar que también en su estructura de instalación, el mundo no liberal reivindica a su estilo algo que él supone ser libre, y siente como privación injusta de libertad muchas situaciones de postración social”.

EL MARGEN DE PERSONALIZACIÓN

“Julián Marías acompaña a la imagen de su maestro Ortega con la elaboración de lo que él llama muy gráficamente “el margen de individuación”. Casi optaríamos por decir, mejor, el margen de “personalización”. La libertad-dice Marías-no consiste en la ausencia de constricción, sino en la posibilidad real de proyectar y realizar la vida así proyectada. Entre varios modelos accesibles a cada individuo es menester que haya posibilidades efectivas para cada hombre concreto, y que esas posibilidades “estén ahí”, en el mercado de la sociedad. Este es un punto de vista nuestro que se inspira en la idea de Marías. La libertad depende de las pretensiones colectivas, de la ideología o cosmovisión social predominante, de la figura que una sociedad se forja prospectivamente de lo que ella debe ser. Pero, es claro, otra vez volvemos a repetir que hay un problema de cuantificación de la libertad, o de densidad de la libertad. Por más que una sociedad se crea libre, por especiales que sean sus pretensiones, su proyecto, su autofigura, si objetivamente no deja el margen suficiente de holgura vital, de individuación o personalización para que quienes viven en ella desarrollen y expandan su personalidad, esa sociedad no será liberal. Y seguramente no lo será porque fuera del liberalismo ninguna sociedad oferta un horizonte de suficientes posibilidades reales de elección y de realización personales. Las sociedades no liberales aprietan, aprisionan. No dejan opciones porque son rígidas, homogéneas, uniformes, cerradas, monocéntricas. Si es cierto que sólo las presiones molestas obstaculizan la libertad, a veces la atrofia de la sensibilidad para percibir la molestia no es indicio bastante para suponer que hay libertad. Es como el enfermo que no sufre el dolor porque está anestesiado. Las sociedades no liberales anestesian, y por eso, no siempre permiten que las presiones molestas provoquen percusión en sus víctimas. En suma, el límite de cuantificación de la libertad, el contorno de la holgura vital, son variables e históricas, pero tienen un borde objetivo a partir del cual esa libertad y esa holgura se anulan, ya no existen. Y es al traspasar ese borde cuando ya el liberalismo queda aniquilado, queda paralizado. Y es entonces cuando la sociedad no liberal se vuelve asimismo insolente por su elemental irrespetuosidad para con el hombre”.

LA ASPIRACIÓN DE BIDART CAMPOS

“Después de lo dicho, la convocatoria a los hombres de todo el mundo para recrear el liberalismo adquiere la calidad de una faena de justicia, de un hacer vital que a todos nos interesa para salvarnos, para huir de la anestesia. Y ya está seguramente bastante bien planteado el porqué de nuestro título. No aspiramos a dar un modelo rígido, una cuadratura prieta, una receta única. Al contrario, ¡cuánto más nos satisfaría que hubiera una multitud de modelos liberales, a tono con las pretensiones históricas de cada sociedad contemporánea, y sin aferrarse para nada a los liberalismos que ya recorrieron antes de ahora su circuito! El único perímetro del que la pluralidad de liberalismos posibles no puede evadirse sin pasar a ser otra cosa es el de la libertad. Y la libertad del hombre es aquello que intuía Ortega: el estar franco para henchir la vida, más allá de lo que cada cual sienta o pueda sentir según esté o no esté anestesiado. La re-creación del liberalismo no es la resurrección milagrosa de un muerto. Tampoco la curación misteriosa de un enfermo incurable. Es la sugestión de una idea libertaria muy rica y acendrada que tiene que reajustarse históricamente, que repensarse imaginativamente y progresivamente, que ir exprimiendo sus inagotables potencialidades para las sociedades y los hombres impacientes por vivir mejor, por desarrollarse, por liberarse de las constricciones injustas. La re-creación del liberalismo es un paulatino deshilvanar el ovillo de la justicia en su despliegue histórico, en la encarnadura de cada sociedad. Es menester un consenso enérgico en torno de la libertad para inyectar fuerza de atracción a este liberalismo re-creado. Con la salvedad que la re-creación abre un abanico de múltiples liberalismos. Casi diríamos, uno para el estilo y la idiosincracia de cada sociedad y de cada tiempo”.

En este último párrafo Bidart Campos alude a una cuestión esencial: no existe un único liberalismo, monolítico, pétreo, inmodificable, apto para adecuarse a cualquier tipo de sociedad y en cualquier momento histórico. Por el contrario, existen varios liberalismos aptos para adecuarse a la forma de ser de cada sociedad y de cada tiempo. Sostener que existe un único liberalismo capaz de adecuarse a la forma de ser de cada sociedad y de cada tiempo es una clara manifestación de fanatismo, de dogmatismo, de intolerancia. El presidente de la nación, el libertario Javier Milei, es un claro ejemplo de fanatismo ideológico. Para él sólo existe un único liberalismo, el libertario, cuyos máximos exponentes serían, en el ámbito internacional, entre otros, Hayek y Rothbard, y en el ámbito local Benegas Lynch (h). Para Milei “La re-creación del liberalismo” de Bidart Campos sería, lisa y llanamente, una “boludez”. ¿Por qué? Por una simple y contundente razón: porque Bidart Campos, en materia de liberalismo, no le llega a los talones a Benegas Lynch (h). Nadie duda de los valores intelectuales de Benegas Lynch (h) pero también los tiene Bidart Campos. ¿Por qué, entonces, el único liberalismo legítimo es el de Benegas Lynch (h)? ¿Por qué no puede serlo el de Bidart Campos? Tanto el liberalismo libertario de Benegas Lynch (h) como la re-creación del liberalismo de Bidart Campos merecen el mismo respeto intelectual. Ambas posturas ideológicas son igualmente válidas, legítimas. Nadie, es bueno reiterarlo hasta el cansancio, posee el “liberómetro” para determinar qué autor es un genuino liberal y qué autor no lo es. Ni Benegas Lynch (h) ni Bidart Campos son los dueños de la verdad revelada. En consecuencia, sus posturas liberales están sujetas a recusación, lo que significa que son falibles. Y lo son porque toda obra humana es falible. Sólo quien se considera un ser elegido por la providencia para marcar un punto de inflexión histórica en una sociedad determinada se considera dueño de la verdad revelada, exponente del único y verdadero liberalismo, el que él profesa. Javier Milei es un claro ejemplo. Que Dios se apiade de nosotros.

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