Por Hernán Andrés Kruse.-

Desde que quedaron confirmados los principales candidatos presidenciales de Unión por la Patria (Sergio Massa) y de Juntos por el Cambio (Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta), los medios de comunicación, tanto orales como escritos, destacaron el hecho de que los nombrados, a los que debe agregarse el candidato presidencial de Libertad Avanza, Javier Milei, tienen una nota en común, muy positiva por cierto: son pro mercado.

Ahora bien, todo el mundo sabe que, al menos en nuestro país, la palabra “mercado” tiene dos significados antagónicos, incompatibles, como el agua y el aceite. En realidad, sólo uno de ellos es el verdadero. El otro no es más que una impostura. Cuando se afirma, entonces, que Massa, Bullrich, Larreta y Milei son pro mercado ¿a cuál de ambos significados se alude, al genuino o a la falsificación?

En su acepción verdadera, el mercado constituye un basamento medular del capitalismo, del liberalismo económico. ¿Qué entiende el liberalismo por “mercado”?. Para responder a esta pregunta nada mejor que recurrir a la sapiencia de uno de los máximos emblemas del liberalismo del siglo XX, Ludwig von Mises. En su libro “La acción humana” el ilustre economista austriaco caracterizó de esta forma al mercado. “La economía de mercado es un sistema social de división del trabajo basado en la propiedad privada de los medios de producción. Dentro de tal orden, cada uno actúa según su propio interés le aconseja; sin embargo, todo el mundo satisface las necesidades de los demás al atender las suyas propias. Bajo dicho sistema, todo actor se pone al servicio de sus conciudadanos. Estos, a su vez, sirven a aquél. El hombre es, al mismo tiempo, medio y fin; fin último para sí mismo y medio en cuanto coadyuva con los demás para que puedan alcanzar sus personales objetivos. El sistema hállase gobernado por el mercado. El mercado impulsa las diversas actividades de las gentes por aquellos cauces que mejor permiten satisfacer las necesidades de los demás. La mecánica del mercado funciona sin necesidad de compulsión y coerción. El estado, es decir, el aparato social de fuerza y coacción, no interfiere en su mecánica, ni interviene en aquellas actividades de los ciudadanos que el propio mercado encauza.

El mercado es un sistema “que ningún dictador gobierna, donde no hay jerarca económico alguno que a cada uno señale su tarea, constriñéndole a cumplirla. Todo el mundo es libre; nadie está sometido a déspota de ningún género; las gentes intégranse por voluntad propia en tal sistema de cooperación. El mercado los guía, mostrándoles cómo mejor podrán alcanzar su propio bienestar y el de los demás. Todo lo dirige el mercado, única institución que ordena el sistema en su conjunto, dotándolo de razón y sentido. El mercado no es ni un lugar, ni una cosa, ni una asociación. El mercado es un proceso puesto en marcha por las actuaciones diversas de los múltiples individuos que bajo un régimen de división del trabajo cooperan. Los juicios de valor de estas personas, así como las actuaciones engendradas por las aludidas apreciaciones valorativas son las fuerzas que determinan la disposición-continuamente cambiante-del mercado (…) El proceso del mercado hace que sean mutuamente cooperativas las acciones de los diversos miembros de la sociedad. Los precios del mercado ilustran a los productores acerca de qué, cómo y cuánto debe ser producido. El mercado es el punto donde convergen las actuaciones de las personas y, al mismo tiempo, el centro donde se originan”.

Para Mises, por ende, en el mercado el soberano es el pueblo. En la sociedad de mercado los empresarios “hállanse sometidos incondicionalmente a las órdenes del capitán del barco, el consumidor. No deciden por sí los empresarios, ni los terratenientes, ni los capitalistas qué bienes deben ser producidos. Dicha función corresponde, de modo exclusivo, a los consumidores. Cuando el hombre de negocios no sigue, dócil y sumiso, las directrices que, mediante los precios del mercado, el público le marca, sufre pérdidas patrimoniales, se arruina, siendo, finalmente, relevado de aquella eminente posición que, al timón de la nave, ocupaba. Otras personas, más respetuosas con los mandatos de los consumidores, serán puestos en su lugar (…) Son, en fin de cuentas, los consumidores quienes determinan no sólo los precios de los bienes de consumo, sino también los precios de todos los factores de producción. Fijan, igualmente, los ingresos de cuantos operan en el ámbito de la economía de mercado. Son los consumidores, no los empresarios, quienes, en definitiva, pagan a cada trabajador su salario, lo mismo a la famosa estrella cinematográfica, que a la mísera fregona”. En la sociedad de mercado el poder es ejercido por los consumidores. Es el pueblo quien determina el precio de las mercaderías y quien obliga a los empresarios a producir lo que aquél apetece. Los empresarios no son más que empleados de los consumidores.

Luego de leer a Mises la pregunta que emerge es la siguiente: ¿funciona el mercado así concebido en la Argentina? La respuesta se cae de madura. No hay que ser un economista avezado para percatarse de que el mercado en el sentido de Mises jamás tuvo vigencia en nuestro país. La historia económica vernácula ha demostrado hasta el cansancio que la soberanía reside en una élite empresarial que actúa con total y absoluta impunidad, amparada por un poder político y un poder judicial cómplices. En la Argentina se utiliza el sustantivo “mercado” para caracterizar a dicha élite. Es por ello que cuando desde los grandes medios de comunicación se afirma que Massa, Bullrich, Larreta y Milei son candidatos pro mercado, lo que en realidad afirman es que son candidatos pro élite empresarial o, si se prefiere, pro círculo rojo. Para ser bien preciso: cundo se habla de la voluntad de los “mercados” se alude a la voluntad del Grupo de los Seis (G-6) que nuclea a la Unión Industrial, la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio, la Cámara de Comercio, la Cámara de la Construcción y la Asociación de Bancos privados nacionales.

En un artículo titulado “El Grupo de los 6, unidos y organizados” (16/9/022), Luciana Glezer escribió a propósito del círculo rojo. “El Grupo de los 6 reúne a los referentes del campo, la construcción, la industria, los bancos nacionales, el mercado de capitales y el comercio. Es la mesa del círculo rojo del poder económico doméstico, donde se sienta la Sociedad Rural, la Cámara de la Construcción, la UIA, ADEBA, la Bolsa de Valores y la Cámara de Comercio.

La SRA se fundó en 1866 para representar a los grandes terratenientes. Su ideología liberal pregona la no intervención del estado en la economía. La creación de la CAC data de 1936. Pese a su aversión al estado, sus necesidades de corto plazo y la limitación de sus acciones en la dimensión política redundan, paradójicamente, en demandas para fomentar la inversión en obra pública. La UIA nació en 1887 para representar a los grandes industriales. Desde sus orígenes, contiene a los sectores tradicionales y de la élite económica del país (…) En 1972, emergió ADEBA, con el propósito de representar exclusivamente a los bancos de capital nacional, y contar con la fuerza para reaccionar frente a los intentos por nacionalizar el sistema bancario (…). El surgimiento de la Bolsa de Comercio está fechado en 1854 y mantuvo vínculos fluidos con las otras entidades empresarias desde siempre sin generar tensiones, producto de erigirse por encima de los intereses sectoriales. La Cámara Argentina de Comercio fue alumbrada en 1924 bajo el nombre de Cámara Argentina de Cultura, Comercio, Industria y Producción. Adoptó su denominación específica y definitiva en 1927. Desde sus albores, se caracterizó por ser una entidad representativa del interés general de los empresarios, con posicionamientos políticos liberales, en apoyo a la economía de mercado”.

En Argentina el mercado está controlado por el G-6. En Argentina el G-6 es el soberano, es el que manda, el que impone su voluntad. Y la impone no sólo sobre los consumidores sino también, y fundamentalmente, sobre el gobierno de turno. Es por ello que el mercado misiano brilla por su ausencia. En Argentina los consumidores estamos a merced del poder económico concentrado. En consecuencia, en materia económica, no somos libres. La democracia liberal es una entelequia. Lo que funciona en realidad es una “democracia capturada”.

Glezer cita un trabajo dirigido por Rosa Cañete Alonso publicado en Clacso titulado precisamente “Democracias capturadas”. “En una democracia, donde el bien común debe primar sobre los intereses individuales, lo último que debería hacer una política pública es aumentar la pobreza o la desigualdad. La función de los estados es precisamente desarrollar políticas públicas que enfrenten estos fenómenos y que aumenten y mejoren los derechos de la ciudadanía. Sólo en un estado capturado puede ocurrir lo contrario, sólo en un estado que privilegia a unos pocos frente a la mayoría de la población puede ocurrir que las políticas públicas reduzcan o limiten los derechos de la ciudadanía”. Queda dramáticamente en evidencia la ausencia en Argentina de una economía de mercado. Lo que sí hay es el poder de una élite empresarial rapaz y amoral, que jamás compitió, que jamás se interesó en satisfacer las demandas de los consumidores, cuyo único objetivo siempre fue la obtención de pingües ganancias. Pues bien, si por “mercado” se entiende “la voluntad del G-6”, Sergio Massa, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y Javier Milei son “pro mercado”.

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