Por Hernán Andrés Kruse.-

“Tradicionalmente se señala que con Darwin una explicación científica reemplazaba y enfrentaba a las ideas tradicionales religiosas que defendían (o creían) en el fijismo de las especies. Esta corriente entendía que las especies de la naturaleza fueron creadas tal cual se o

bservaban y permanecían inmutables a lo largo del tiempo. Sin embargo, se debe remarcar que los avanzados estudios del registro fósil, geológicos y de plantas, animales vertebrados e invertebrados, habían llevado a muchos naturalistas a plantear la transformación de las especies y el cambio evolutivo. Estos estudios eran avanzados en Francia con los trabajos de Saint Hilaire, Buffon, Cuvier y Lamarck, entre otros, desde hacía más de cien años al momento de la aparición del libro de Darwin (Salvucci, 2012). Lamarck escribió obras profundas y con enorme valor científico, siendo la más conocida su “Filosofía Zoológica”, publicada en 1809, cincuenta años antes que “El origen de las especies”. Allí, Lamarck estructura la primera teoría evolutiva. Los modernos conocimientos actuales en las áreas de epigenética, evolución del desarrollo y teorías súper-organísmicas reivindican la enorme tarea del científico francés.

El libro de Darwin, por su parte, también puede cuestionarse en cuanto a su valor científico, puesto que, como han señalado muchos autores, no explica el proceso de origen de las especies ni define un mecanismo certero por el cual ocurre la evolución. El libro recurre a explicaciones lamarckianas (uso y desuso de las estructuras u órganos) como mecanismos válidos. El texto no tiene rigor científico, sino que enumera desordenadamente muchas observaciones de otros naturalistas, varias veces anónimos, sumado a ejemplos y afirmaciones poco fundadas y totalmente especulativas, o recurriendo a relatos posibles pero incomprobables También recurre a teorías de otros autores que nunca cita (como el aislamiento edáfico de Trémaux). Darwin presenta la proyección del proceso de mejoramiento de especies (para un determinado fin) realizado por los granjeros a la naturaleza, postulando como “mecanismo” a un agente seleccionador natural. Sin embargo, esa hipótesis inicial, sustento de la teoría darwiniana, no puede probar la aparición de la complejidad evolutiva (especies, sistemas de órganos y demás), y actualmente se pone en evidencia esa limitación (Salvucci, 2012, Iglesias-Jiménez, 2011, Cervantes, 2011, Sandín, 1997). Haugton, citado por el mismo Darwin en su autobiografía, resume el libro de Darwin de la siguiente manera: “Todo lo que había de nuevo era falso y todo lo que había de cierto era viejo” (Darwin, 1887)”.

LAS LEYES NATURALES DEL MERCADO

“Se suele referir al darwinismo como una explicación científica alternativa a las ideas religiosas acerca del cambio de las especies. Sin embargo, la clave del éxito del darwinismo como ideología socio-económica es precisamente la tendencia religiosa y conservadora de la sociedad que la recibió. En la época victoriana, la idea religiosa y filosófica dominante europea es conocida como “teología natural” o “religión de la naturaleza”. Esta ideología, ampliamente aceptada, reconocía una “lucha por la existencia” donde los débiles eran víctimas de los fuertes. De esta manera, no la condenaban como un uso justificativo de ciertas conductas humanas, sino que constituía una forma de aceptación de la lucha como ley natural. Bajo la Teología Natural, estos hechos conformaban una parte de un todo, que se mantenía en armonía. Alexander Pope resumió esta visión e ideología en la frase: “Mal parcial, bien universal”. Así, las guerras, las invasiones o cualquier ejercicio de opresión formaban parte de esta naturaleza y eran un mecanismo providencial donde cualquier masacre podría contribuir a un bien general. Esto probaba entonces la benevolencia de la providencia divina. La lucha por la existencia era parte de ese equilibrio y esa razón universal. Era parte de un orden social (Bequemont, 2011).

En este contexto, Tomas Malthus, pastor anglicano, publica su “Ensayo sobre el principio de la población” en 1789. Allí expone su ley de población en sintonía con el orden social. La eliminación de ciertos individuos era parte de las reglas de la naturaleza necesarias para la elevación de la humanidad. Este era el diseño de la providencia (Dios) para limitar el desarrollo de la población y sus consecuencias negativas. Las implicancias políticas son obvias: “La ayuda a los pobres o explotados es contra la naturaleza, siendo la libre competencia, aunque dolorosa en un presente, necesaria para el futuro de la sociedad” (Bequemont, 2011). Estas proposiciones de Malthus constituyen en realidad una hipótesis jamás comprobada. Darwin mencionó claramente que estas leyes maltusianas son las que fundamentan la idea de selección natural desarrollada en su libro (Darwin, 1859). Este concepto de selección natural-vago, confuso, maleable-se considera el único aporte novedoso en el libro de Darwin, discutido ya por otros autores (Cervantes, 2011, Sandín, 1997).

Y esto permitió que fuese aceptado, pese a su cuestionada utilidad científica, como un concepto revolucionario y se elevara la figura de Darwin a la de un genio. Se ha remarcado que el libro de Darwin no habla de evolución ni del origen de las especies, pero sí deja bien claro que existen-como lo indica en su título original-“On the Origin of Species By Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life”-razas favorecidas (más aptas, superiores) en la lucha por la existencia (natural, providencial)-. Sus ideas racistas y eugenistas fueron luego desarrolladas en forma más contundente en su obra “El origen del Hombre” (Darwin, 1871).

La tautológica selección natural fue severamente cuestionada desde su origen y lo es actualmente, a la luz de los conocimientos. Su valor científico y poder explicativo de los complejos procesos que conforman la vida y su evolución es repensado, proponiéndose nuevos mecanismos y enfoques. La selección natural no sólo aparece como obsoleta sino también un serio impedimento a la comprensión de la evolución de los organismos (Raoult, 2012, Raoult y Kooning, 2012, Salvucci, 2014, Abdalla, 2006, Vallejo, 1998, Himmelfarb, 1962). Este velo cientificista que proveyó Darwin a la “economía de la naturaleza” no fue demasiado riguroso. La historia, sin embargo, fue escrita por el sistema de libre mercado, una nueva providencia que mantenía, sin embargo, los mismos principios que la antigua. La explotación, la existencia de opresores y oprimidos como consecuencia de una ley natural.

El sistema de desigualdad capitalista y el darwinismo como cosmovisión de la naturaleza y las “leyes” que la rigen incuestionablemente están ligados, puesto que comparten la misma base ideológica. Aquella religión natural que justificaba el statu quo como una manifestación de la providencia es ahora el libre mercado con el maquillaje científico aportado por el darwinismo. Max Weber, filósofo alemán, entiende al espíritu del capitalismo como una forma de redención, fariseísmo que considera al éxito material como una señal de la gracia divina. En esa visión u orden social, el “no apto” es eyectado por la predestinación (Weber, 1905). Es decir: la predestinación del mercado, de acuerdo a las condiciones materiales que le rodean desde su nacimiento. A ello Weber lo llama, precisamente, darwinismo social (Bequemont, 2011)”.

DARWINISMO AYER Y HOY. LA LEGITIMACIÓN DE LA OPRESIÓN

“El darwinismo, como extrapolación de las ideas socioeconómicas dominantes, efectúa una legitimación de la explotación del hombre sobre el hombre y establece una justificación de la desigualdad como un hecho lógico y natural que es consecuencia y parte de la propia libertad del mercado. El éxito del darwinismo social desde su surgimiento fue total, eclipsando los avances que se habían realizado hasta el momento en investigaciones relacionadas a la evolución y la comprensión de la naturaleza. A partir de la expansión capitalista y darwinista todo fue explicado mediante conceptos económicos del libre mercado. Esto ha sido discutido y fundamentado por varios autores (Abdalla, 2006, Sandín, 1997, Agudelo Murguía, 2003, Himmerhaf, 1962).

El darwinismo inicial establecía una explicación pseudo científica a las ideas ya preconcebidas: la racionalización y legitimación del capitalismo a través de la ciencia y técnica perpetúa aquella justificación natural del statu quo, el funcionamiento de la economía y la estructura de la sociedad. Es la cara pseudo científica del espíritu weberiano descrito más arriba. En la sociedad actual se perfila una dominación trasnacional que incluye a todas las esferas no económicas (desde la educación y la salud hasta el arte, la ciencia, la historia y la arquitectura y la arqueología) y reduce todo a lo económico, “haciendo así tabla rasa de los distintos planos de la realidad social, banalizando la complejidad de la vida en torno a la razón costo/beneficio y la tasa de retorno del capital invertido; supeditándose formal y realmente al movimiento del capital global y su autovalorización, y no sólo como una mera analogía” (Torres Carral, 2010).

El darwinismo definió los intentos de manipulación de la naturaleza expresados en la manera más brutal a través de la eugenesia y en la actualidad mediante el intento de manipulación genética, siempre en sumisión al capital. Los avances de la ciencia al servicio de la inacabable voracidad del sistema. La sumisión de las leyes de la naturaleza y evolutivas al interés de la crematística: acumular riqueza, quintaesencia del neoliberalismo (Torres Carral, 2010). Como continuidad de esto, se proporcionaron también tanto los conceptos puros como los instrumentos para una dominación cada vez más efectiva del hombre sobre el hombre a través de la dominación de la naturaleza. Marcuse considera que, en la etapa del desarrollo científico y técnico, las fuerzas productivas se convierten ellas mismas en base de la legitimación. Habermas, por ejemplo, profundiza en este punto el concepto de “racionalización” de Weber y considera que la tecnología proporciona también la gran racionalización de la falta de libertad del hombre y demuestra la imposibilidad técnica de la realización de la autonomía, de la capacidad de decisión sobre la propia vida.

La ciencia y luego la técnica, establecidas claramente como las principales fuerzas productivas del capitalismo tardío, continuaron siendo el mecanismo de legitimación del dominio y opresión del mercado. El darwinismo fue la justificación natural de la expansión del capitalismo, el cual utiliza a la ciencia y la técnica en sus formas modernas como mecanismo de legitimación. El darwinismo impuso además la visión de la naturaleza como algo externo, como un objeto a ser utilizado por el hombre, idea que en la actualidad es expresada en manera más brutal de explotación y destrucción del medio ambiente. Habermas lo advierte y sugiere generar una actitud alternativa frente a la naturaleza: “En lugar de tratar a la naturaleza como objeto de una disposición posible, se la podría considerar como el interlocutor en una posible interacción. En vez de a la naturaleza explotada cabe buscar a la naturaleza fraternal” (Habermas, 1969). Este pedido, aunque absolutamente razonable y lúcido, es evidentemente ignorado, dadas las expresiones de subordinación de la tecnología a las grandes masas capitalistas, lo que resulta en muchos casos en francas agresiones a la naturaleza.

Podríamos peguntarnos por qué, a pesar de que el sistema condena a la esclavitud del mercado a la mayoría de la población, no se manifiesta de manera explícita el conflicto de clases que es intrínseco al sistema. El capitalismo tardío ha diluido las formas de opresión, que no se manifiesta a través de la política sino como método que provee soluciones técnicas periféricas (salarios, acceso a nuevas tecnologías, capacidad de consumo) al conflicto central. La falta de libertad del hombre (y su explotación también) está racionalizada y legitimada, y la solución de conflictos periféricos responde a establecer su sentido de “libertad”. Así, atenuadas las luchas, podríamos definir un estado o sensación de poshistoria que se basa en la ideología de fondo dominante pero velada, que-según Habermas-convierte en fetiche a la ciencia y es más irresistible que las ideologías “antiguas”. Con la eliminación de las cuestiones prácticas no solamente se justifica el interés parcial de dominio de una determinada clase y se reprime la necesidad parcial de emancipación por parte de otra clase, sino que se afecta al interés emancipatorio de la especie.

En las ciencias biológicas, no ajenas a esta situación, el discurso dominante (la ideología velada) establece que ya todo está explicado con el paradigma darwiniano, cuya hegemonía ha llevado a que todas las explicaciones posibles (a fin de ser publicables) deben enmarcarse en el paradigma, aun forzando los resultados de los descubrimientos para coincidir con el dogma. Esto ha llevado a recurrir a metáforas que siempre tienen una perspectiva economicista y belicista (armas, problemas del altruismo, explotación, trampas y tramposos, control policial, bienes comunes, costo-beneficio) que naturalizan y legitiman las prácticas capitalistas (Ball, 2011, Salvucci, 2012)”.

(*) Emiliano Salvucci (ICYTAC-UNC-CONICET): “El rol del darwinismo social en la legitimación de la opresión” (Revista Iberoamericana de Ciencia y Tecnología y Sociedad, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2016).

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