Por Hernán Andrés Kruse.-

El lunes 17 se cumplió el septuagésimo séptimo aniversario de un acontecimiento político, social y cultural que significó para el pueblo argentino un punto de inflexión histórica. A partir del 17 de octubre de 1945 comenzó una nueva era histórica signada por la hegemonía de la democracia de masas o, si se prefiere, por la hegemonía del peronismo.

¿Por qué tuvo lugar el 17 de octubre? Para tratar de responder a semejante interrogante no queda otro remedio que retroceder en el tiempo, situarnos en aquella complicada década del cuarenta del siglo pasado. Invito al lector a que se sitúe en 1944. El presidente era el general Farrell, quien había formado parte del golpe de estado acaecido el 4 de junio del año anterior. Era, por ende, un presidente de facto. En mayo se produjeron dos incorporaciones al gabinete: la del nacionalista Alberto Baldrich (cartera de Justicia e Instrucción Pública) y la del general Orlando Peluffo (cercano a Perón) en el ministerio de Relaciones Exteriores. En julio el vacío que existía en la vicepresidencia de la nación provocó un serio conflicto, fogoneado por el ambicioso y hábil Perón. Apoyado por la mayoría de los oficiales del ejército y por el almirante Teisaire (ministro de Marina), le informó al ministro del Interior, general Perlinger, que la marina y el ejército exigían su dimisión. Carente de apoyo, Perlinger abandonó el gobierno. A comienzos de ese mes, Farrell y Teisaire designaron al entonces coronel Perón vicepresidente de la nación. En ese momento, al retener los cargos de ministro de Guerra y de Secretario de Trabajo, Perón se había transformado en el hombre fuerte del gobierno.

A partir de entonces Perón se valió de los inmensos recursos con que contaba para desplegar una política tendiente, por un lado, a beneficiar a sus colegas de uniforme y, por el otro, a congraciarse con la clase obrera. Fue así como desde la Secretaria de Trabajo, Perón, apoyado por el teniente coronel Mercante, aumentó salarios, revisó las condiciones laborales, creó los tribunales del Trabajo, reglamentó las asociaciones profesionales, unificó el sistema de previsión social y extendió los beneficios de la ley 11.729 a la totalidad de los trabajadores. Además, concedió entrevistas a un buen número de dirigentes de los niveles altos y medios de las organizaciones obreras, con el evidente propósito de ganarlos para la causa peronista, es decir, para su causa. Por primera vez esos sectores sociales tuvieron la sensación de que podían influir en los acontecimientos políticos, sintieron que por primera vez habían dejado de ser invisibles.

El ascenso meteórico de Perón lejos estuvo de calmar las aguas. Al comenzar el crucial 1945, el país era un hervidero. La liberación de París estaba alimentando el fervor pro-aliado y se temía que la inminente caída de Berlín fogoneara disturbios contra el gobierno de Farrell, considerado por muchos argentinos aliado vergonzante del Eje (Roma, Berlín, Tokio). En abril, la resistencia civil (Alejandro Korn), protagonizada por estudiantes universitarios, partidos políticos (radicalismo, socialismo, comunismo, conservadorismo), y ciudadanos comunes de los sectores medios y altos, concurrieron de manera espontánea a manifestaciones antigubernamentales. Dicha resistencia se hacía sentir con vigor en el centro de Buenos Aires, alimentada por la ambigua postura del gobierno militar en materia internacional. La oposición había elegida a sus enemigos: el propio presidente Farrell y, fundamentalmente, el coronel Perón, considerado a esa altura como el enemigo público número 1 tanto por los políticos opositores como por los militares aliadófilos.

Fue entonces cuando entró en escena el embajador norteamericano en Buenos Aires, Spruille Braden. Más que actuar como diplomático, Braden lo hizo como activo militante político. No tuvo ningún inconveniente en meterse de lleno en la política vernácula, lo que a la larga no hizo más que favorecer a Perón. Tal fue su protagonismo que pasó a ser el rostro visible de una ofensiva destinada a derrocar al gobierno de Farrell. En ese clima marcado por la tensión y la desconfianza, Farrell anunció, en la comida de camaradería de las fuerzas armadas, la convocatoria a elecciones nacionales para el año en curso. El 28 de julio el jefe de la marina y nueve almirantes exigieron que las elecciones presidenciales se hicieran en lo inmediato, que ningún miembro del gobierno actuara políticamente en su propio beneficio (la alusión a Perón era obvia) y que los recursos del estado no favorecieran a ningún candidato (la alusión a Perón era obvia). El 29, Farrell convocó a una reunión de almirantes y generales para analizar la situación política. De ella tomó estado público un documento firmado por 11 almirantes y 20 generales que, a pesar de asegurar su prescindencia política, exigían una inmediata reorganización ministerial y el alejamiento voluntario de quienes tenían ambiciones políticas (la alusión a Perón era obvia). El mensaje era claro: Perón no tenía otra opción que la renuncia.

Mientras tanto, Perón recomendó a un aliado suyo, el radical yrigoyenista Hortensio Quijano, como reemplazante de Teisaire en Interior. Al poco tiempo, otro radical cercano a Perón, Armando Antille, se hizo cargo de la cartera de Hacienda. Por último, a fines de agosto el ministerio de Relaciones Exteriores quedó en manos de otro aliado radical, Juan Cooke. A pesar de su fracaso en forzar la renuncia de Perón, la oposición exigió la entrega del gobierno a la Corte Suprema, y creó un órgano para unificar el accionar de fuerzas políticas (conservadores, radicales, socialistas, comunistas, universitarios y representantes del poder económico) que, pese a estar en contra de Perón, tenían profundas diferencias. Finalmente, el 9 de septiembre tuvo lugar la multitudinaria “Marcha de la Constitución y la Libertad” entre plaza del Congreso y plaza Francia. Mientras tanto, la tensión no paraba de aumentar en el sector castrense. Pese a las discrepancias internas, los uniformados coincidían en la imperiosa necesidad de forzar la renuncia de Perón.

La reacción del gobierno no se hizo esperar. El 26 impuso el estado de sitio, lo que no hizo más que envalentonar a la oposición, fundamentalmente a la universitaria. El clima no hacía más que enrarecerse. El mismo Perón logró salvarse de un atentado preparado en la Escuela Superior de Guerra. Franklin Lucero le aconsejó remover a Ávalos como comandante de Campo de Mayo mientras que el nombramiento de un amigo de Eva, de apellido Nicolini, como director de Correos y Comunicaciones, fue la gota que rebalsó el vaso. El 9 de octubre Farrell, acompañado por el ministro del Interior y el general Pistarini (ambos cercanos a Perón), se acercó a Campo de Mayo en virtud de una invitación efectuada por el general Avalos. La dimisión de Perón era inminente. Pero el sector castrense opuesto a Perón cometió un error de proporciones: lo subestimó. Ese día fue comunicada la renuncia del vicepresidente. La noticia conmovió a la opinión pública. Perón no abandonó el gobierno de manera silenciosa. Aprovechando el desconcierto y la perplejidad reinantes, se valió de la cadena de radios para dirigirse al pueblo, especialmente a aquellos sectores que había beneficiado con sus medidas sociales.

El 12 se produjo una profunda renovación del gabinete, hasta entonces claramente favorable a Perón, mientras éste era detenido y enviado a la isla de Martín García. El 13 le envió una carta al coronel Mercante y el 14, otra a Eva. Todo parecía indicar que su carrera política había terminado. Mientras tanto, el gobierno no lograba salir del atolladero en que se encontraba. Su debilidad era manifiesta. El 17, cerca del mediodía, una multitud comenzó a marchar hacia la Plaza de Mayo. Muy pocos tomaron conciencia de lo que estaba sucediendo. Uno de ellos, Mercante, se acercó al Hospital Militar para convencer a Perón de que se dirigiera a la multitud. Finalmente, a las once de la noche, Perón tomó contacto con sus seguidores. The Times de Londres acertó en el diagnóstico: “Full power to Perón”, es decir, todo el poder a Perón. Se había producido el nacimiento del peronismo. A partir de entonces la Argentina fue otra (fuente: Carlos Floria y César García Belsunce: Historia de los argentinos, ed. Larousse, Buenos Aires, 1992).

Ese 17 de octubre a la noche Perón se adueñó del país. Ello se debió a méritos propios y a culpas ajenas. Perón se percató de la relevancia de la clase trabajadora como actor político. Esos millones de hombres y mujeres invisibilizados por el orden conservador pasaron a ser, con posterioridad al 17 de octubre, la columna vertebral del movimiento creado por Perón. A partir de entonces la lealtad de la clase trabajadora a Perón se mantuvo imperturbable a lo largo de las décadas posteriores. Los antiperonistas afirman que Perón no hizo más que utilizarlos en su propio beneficio. Es probable que haya sucedido de esa manera. Pero para los trabajadores Perón fue lo más importante que les pasó en su vida, fue el líder que los cobijó, protegió, amparó.

El 17 de octubre de 1945 significó, además, el triunfo de la democracia inorgánica o de masas sobre la democracia liberal, la victoria del gobierno de los hombres o, si se prefiere, del gobierno del líder mesiánico sobre el gobierno de las leyes. La constitución de Alberdi fue derrotada por el carisma de Perón. A partir de aquella noche la grieta impuso sus códigos. La famosa sentencia de Perón “a los amigos todo y a los enemigos ni justicia” orientó el devenir político de la Argentina hasta los tiempos presentes. Los principios liminares de la democracia liberal fueron pisoteados sin piedad por un antagonismo que le costó al país ríos de sangre. A partir de aquella noche el odio, el fanatismo, la intolerancia, se adueñaron del corazón de los argentinos. Comenzó una larguísima noche que nos sigue impidiendo observar la salida del sol.

77 años después

El pasado 17 de octubre el peronismo gobernante rememoró aquella gesta. En esta oportunidad sólo sirvió para poner en evidencia sus profundas divisiones. En la Plaza de Mayo estuvieron presentes La Cámpora y los grupos sindicales vinculados con el cristinismo.

Máximo Kirchner fue uno de los oradores. Apuntó sus cañones contra el ex presidente Macri: “Mauricio Macri fracasó, no la sociedad argentina”. Luego expresó: “Tenemos que ofrecer en 2023 un proyecto de país que interprete al pueblo”. “Se necesita una suma fija que nos saque del ahogo”. “Del otro lado se avecinan tres flexibilizaciones; la laboral, la impositiva y la ambiental”. “Tenemos la deuda de 44 mil millones de dólares con el FMI y la deuda con los acreedores privados. ¿Ustedes vieron esa deuda en los barrios, la vieron en mejores hospitales, mejores escuelas, patrulleros? No hubo nada, nos han dejado una cuenta impagable de la manera que está organizada”. “La sociedad argentina no es fracasada, si hubo alguien que fracasó, ese fue Mauricio Macri, que no estuvo a la altura de las circunstancias. ¿Por qué tratar así a su propio pueblo?” “Su familia (la de Toto Caputo, ex ministro de finanzas de Macri)) son los mismos que financian a grupos de extrema derecha, que son los que amenazan de muerte a la dos veces presidenta”. “Las grandes cerealeras de la Argentina, que lejos del ejemplo de los trabajadores que aceptaron ganar menos en la pandemia, hubo que hacerles un precio especial porque sino no liquidaban los granos. Que los trabajadores tengan la misma conciencia que los dueños a la hora de defender sus intereses”. Por su parte, Hugo Yasky remarcó que “el gobierno tiene cosas que garantizar, como mantener el poder adquisitivo y distribuir la riqueza”, advirtiendo que esas metas se consiguen en las calles y no en “ambientes climatizados” (fuente: Perfil, 18/10/022).

Fue un claro acto cristinista. Fue una demostración de fuerza del sector más crítico y opositor dentro del FdT. Salvando las siderales distancias, el acto en Plaza de Mayo me hizo acordar a lo que aconteció en el mismo escenario el 1 de mayo de 1974, cuando quedaron dramáticamente en evidencia las diferencias entre la izquierda y la derecha del peronismo. Setenta y siete años después la derecha peronista decidió rememorar el 17 de octubre en otro lugar, alejado del histórico escenario que vio nacer al peronismo. Los históricos gordos de la CGT utilizaron el estadio de Obras Sanitarias para homenajear a Perón. Dijo Héctor Daer: “Necesitamos construir un espacio político que tenga la capacidad de resolver los problemas que aquejan a los argentinos”. “Se nos dijo que éramos parte del gobierno, pero la CGT no está sentada en los lugares en los que se define la política”. “Qué PASO ni qué PASO. Nos importa el poder para resolver esto. No vamos a resignar la negociación colectiva porque es el arma del movimiento obrero organizado”. “No queremos romper ningún frente. Queremos un gobierno con los trabajadores adentro” (fuente: Ámbito, 17/10/022).

“El impactante ascenso de la extrema derecha en la política argentina”

Tal el título del artículo de Ernesto Tenembaum publicado por Infobae el pasado domingo. Escribió el autor:

“(…) A principios de octubre De la Torre (Joaquín, el relevante dirigente de JpC) celebró el triunfo electoral de Giorgia Meloni, la candidata de origen fascista que seguramente será la próxima Primera Ministra Italiana de Italia. De la Torre posteó un conocido discurso de Meloni ante un congreso de Vox, en España, donde ella decía: “Sí a la familia natural. No a los lobby LGTB. Sí a la identidad sexual. No a la ideología de género. Sí a la cultura de la vida. No al abismo de la muerte. Sí a la universalidad de la cruz. No a la violencia islamista. Sí a las fronteras seguras. No a la inmigración masiva”. De la Torre escribió: “Cuando todo lo que nos identifica está siendo atacado, triunfó la esperanza en Italia. Una mujer ultraconvencida. Con ideas claras y coraje, hay futuro” (…).

“Durante su visita a la Argentina, Bolsonaro Jr. no sólo intimó con Javier Milei, el político argentino con quien mantiene una relación pública desde hace tiempo. Fue recibido, además, en San Miguel por Joaquín De la Torre y también por Miguel Angel Pichetto, el ex candidato a vicepresidente de Mauricio Macri (…) El coqueteo de ambos con Bolsonaro, de uno de ellos con Meloni, las referencias despectivas a la cultura “progre” permiten percibir que la influencia de formaciones políticas que ya hicieron pie en otos países, como Vox, el propio bolsonarismo, o la extrema derecha italiana, se van expandiendo más allá de los límites de la agrupación de Javier Milei, e influenciando a sectores importantes de Juntos por el Cambio” (…).

“La radicalización de Bullrich, que también tiene una larga militancia dentro de la política tradicional-fue una ministra muy destacada de dos gobiernos-incluye gestos que, en condiciones normales, deberían provocar un intenso debate público. La ex ministra de Seguridad, por ejemplo, se mostró en público con El Presto, un youtuber de cierta influencia en algunos sectores juveniles. Semanas atrás de esa reunión cumbre, El Presto había deseado en un tuit la muerte de Cristina Kirchner. Mientras Bullrich hace o dice estas cosas, Mauricio Macri también sostuvo esta semana que las fuerzas armadas deben tener facultades para intervenir internamente” (…).

“Pero es evidente que en la sociedad argentina hay un público ávido de esas propuestas. Eso se puede ver en la adhesión a Javier Milei y a la misma Bullrich. Y que existe un gran contraste entre este programa y el que llevó a la presidencia a Macri en 2015 (…) Finalmente, es inevitable percibir una tensión muy grande entre estas ideas y los principios liberales que han distinguido a las democracias de Occidente, o entre estas propuestas y la administración sensata de los conflictos de un país”.

Es muy acertado el diagnóstico de Tenembaum. Desde hace tiempo las ideas de extrema derecha se están expandiendo como reguero de pólvora por vastas regiones del planeta. Ahora bien ¿por qué sucede este inquietante fenómeno? ¿Se trata, acaso, de una moda pasajera? ¿Por qué seducen tanto a muchos jóvenes? Estos interrogantes (y otros, por supuesto) ponen en evidencia la gravedad de un problema que amenaza seriamente nuestras libertades y derechos.

Me parece que para comenzar a tratar esta cuestión conviene detenerse en la frase que le permitió a Javier Milei ser hoy un serio candidato a la presidencia de la nación. Milei sentenció: “hay que eliminar la casta política ya que es la gran culpable de nuestra crónica decadencia”. Lo que está haciendo Milei es sacar el máximo provecho posible de la cada vez más profunda brecha que existe entre la clase política y el pueblo. “Los políticos”, pontifica Milei, “se mofan de las desventuras del pueblo mientras gozan de las mieles del poder. Son unos caraduras y unos miserables. Les importa un rábano el sufrimiento de millones de argentinos provocado por esa casta política a la que pertenecen. Es hora de que se hagan cargo de sus tropelías”. Este mensaje viene calando hondo en el espíritu de millones de compatriotas, fundamentalmente en el de aquellos jóvenes hartos de la política. Cabe reconocer que es lógico semejante malestar juvenil. ¿Cómo no se van a enojar si observan con estupor, por ejemplo, que cada vez que el gobierno ajusta, los políticos quedan al margen, como si no formaran parte del pueblo? La casta política, qué duda cabe, es una gran responsable de que personajes como Javier Milei sean hoy estrellas del mundo político.

¿Ello significa, entonces, que en la Argentina hay miles y miles de jóvenes que han decidido abrazar la ideología de ultraderecha, de sentirse identificados con los Milei, los Bolsonaro y compañía? Me parece que semejante entusiasmo por estos personajes se debe, más que a una identificación ideológica, a un profundo hartazgo por la política. Para estos jóvenes la clase política es sinónimo de frascazo, impunidad y, fundamentalmente, corrupción. Han elevado a Milei a la categoría de purificador de la política. Consciente de ello, Milei afirmó recientemente que él era moralmente superior a los zurdos y progresistas, con lo cual no hizo más que confirmar que se siente una reencarnación de Torquemada. De ahí a la quema de brujas hay sólo un paso.

Tenembaum menciona no sólo a Milei sino a algunos de los más importantes referentes de Juntos por el Cambio, como Patricia Bullrich y el ex presidente Macri. Pero entre los recién nombrados y Milei hay una gran diferencia. Milei cree sinceramente en lo que piensa y expresa. Es de ultraderecha por convicción. Bullrich y Macri, en cambio, actúan por conveniencia. La diferencia es sustancial. Ambos son conscientes de que si pretenden tener chances electorales el año próximo, no tienen más remedio que adecuar su discurso al nuevo clima político que se respira en el país. Ambos decidieron radicalizar su discurso para evitar que Milei ocupe el espacio que hoy ocupa JpC. Ello explica, en buena medida, los desplantes de dirigentes como Facundo Manes y Federico Storani, incapaces de soportar las pretensiones de Bullrich y Macri de virar hacia la ultraderecha por un mísero cálculo electoral. Al margen de ello, cabe reconocer que nuevos vientos están soplando en la Argentina, vientos que enarbolan las banderas de la xenofobia, la pureza moral, la intolerancia y el fanatismo.

Anexo I

Cristina y “el orden natural de las cosas” (*)

El jueves 6 la presidenta de la nación pronunció un enérgico discurso. Días atrás, Paolo Rocca, el hombre fuerte del poderoso Grupo Techint, había criticado duramente a Cristina y a su gobierno. La respuesta presidencial estuvo a la altura de las circunstancias. “Nada les alcanza”, enfatizó. “Algunos grupos económicos estaban acostumbrados a presidentes que los consultaban sobre las políticas que había que aplicar”. He aquí, precisamente, el meollo de la cuestión. El poder económico concentrado no le cuestiona tal o cual política, sino su estilo de ejercicio del poder o, si se prefiere, su personalidad. Acostumbrados a sermonear a los presidentes de turno, hombres como Paolo Rocca no soportan que no les rindan pleitesía. Creen de verdad que son sus subordinados, como cualquier gerente de sus empresas. ¡Cómo deben extrañar a Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde! El metafísico de Anillaco le entregó al poder económico concentrado las empresas estatales. El proceso de privatizaciones menemista fue uno de los saqueos más escandalosos de Latinoamérica. Los amigos del poder se enriquecieron a mansalva a costa del pueblo, la víctima perfecta de los programas de ajuste. Mientras aumentaba la desocupación Menem y sus secuaces festejaban en Olivos y en el programa de Bernardo Neustadt, el ideólogo máximo del menemismo. Durante la década y media menemista, Olivos y la Casa Rosada se transformaron en propiedad privada del poder económico concentrado. Desapareció la línea divisoria entre lo público y lo privado. La Argentina se transformó en una gigantesca `propiedad privada donde el pueblo pasó a ser el peón colectivo mandoneado por los patrones de estancia (Rocca y sus colegas). La corrupción fue tan escandalosa que José Luis Manzano reconoció que estaba robando para la corona.

La no continuidad de Menem en el poder lejos estuvo de poner nervioso al poder económico concentrado. Su lugar fue ocupado por Fernando de la Rúa, quien se había esmerado en aclarar durante la campaña electoral que la convertibilidad era intocable, dándole a entender a los dueños del país que podían respirar tranquilos ya que su llegada al poder no perjudicaría sus negocios. José Luis Machinea siguió aplicando la política de ajuste implementada por Domingo Cavallo y Roque Fernández durante el sultanato. El pueblo continuó empobreciéndose mientras aumentaba de manera proporcional la concentración económica. La crisis de 2001 lejos estuvo de arruinar a la oligarquía. Eduardo Duhalde se encargó que sus devastadores efectos cayeran sobre las espaldas de los trabajadores. Ese fue el motivo de su decisión de pesificar la economía y licuar los pasivos de las grandes empresas. La devaluación arruinó a la clase trabajadora y enriqueció a una élite. Durante todo este tiempo el poder económico concentrado ejerció el poder en la Argentina. Menem, De la Rúa y Duhalde no fueron más que sus empleados. La economía se impuso a la política. Rocca ordenaba y Menem, De la Rúa y Duhalde obedecían sin chistar. Los tres poderes del estado se habían transformado en grotescas marionetas. Ello explica por qué nunca el poder económico concentrado embistió contra los tres mosqueteros. ¡Por qué lo iba a hacer si eran más mansos que cualquier perrito faldero!

Imprevistamente, las reglas de juego que se creían eternas e inmutables comenzaron a conmoverse. El 25 de mayo de 2003 asumió como presidente el por entonces gobernador de Santa Cruz. Su figura era escasamente conocida a nivel nacional. Quizás esa fue la causa de la decisión de Duhalde de colocarlo en la Rosada. Cometió un grosero error de cálculo. Néstor Kirchner dejó bien en claro apenas se sentó en el Sillón de Rivadavia que sería él y no el poder económico el encargado de imponer las reglas de juego. La jugada era arriesgada porque había asumido con sólo el 22% de los votos. Su volcánica personalidad y su ambición ilimitada de poder rompieron con “el orden natural de las cosas”. Muy pronto los grupos económicos concentrados se percataron de que Kirchner era distinto a sus antecesores. Les demostró de entrada que a partir de entonces sería la política la encargada de imponer las reglas de juego. Su notable capacidad de construcción política le permitió poner a Cristina en la Casa Rosada en diciembre de 2007.

La bronca acumulada por la oligarquía estalló en 2008. El pretexto fue la resolución 125. El tremendo despliegue de fuerza de la derecha durante los cuatro meses que duró la pulseada demostró que las razones no eran producto del incremento de las retenciones a la soja y el girasol. Lo que estaba en juego era el poder. El orden conservador intentó reestablecer “el orden natural de las cosas” durante el conflicto entre el gobierno y el campo. El voto no positivo de Cobos tuvo ese objetivo. La increíble fortaleza del matrimonio presidencial impidió que se produjera la restauración conservadora. Sobreponiéndose a un sinnúmero de obstáculos, Cristina comenzó a reconstruir su resquebrajada autoridad presidencial. Con el férreo apoyo de los diputados y senadores que se habían mantenido leales, soportó las embestidas del Grupo A en el congreso y del monopolio mediático. En 2011 consiguió lo que un año atrás parecía imposible: la reelección. La oposición sufrió una derrota aplastante y el poder económico concentrado tragó saliva y esperó el momento oportuno para seguir con el ataque. Amado Boudou y su supuesta vinculación con la ex Ciccone Calcográfica le dio al orden conservador el pretexto perfecto para continuar con su esmerilamiento de la presidenta de la nación. A partir de entonces, cada gesto, cada palabra y cada decisión de Cristina comenzaron a ser criticados duramente por una derecha que no se resignaba al nuevo orden político y económico vigente. Las últimas andanadas verbales de Rocca y la respuesta presidencial se inscriben dentro de esta guerra entre el cristinismo y el orden conservador.

Emerge en toda su magnitud la diferencia que hay entre el sistema político argentino y el norteamericano. Falta poco para las elecciones presidenciales en la república imperial. Hace unos días tuvo lugar la convención republicana y hace unas horas terminó la convención demócrata. En la convención republicana hicieron uso de la palabra el veterano actor y director Clint Eastwood, famoso por sus películas de cowboy y, fundamentalmente, por su interpretación de “Harry el Sucio”, paradigma de la tolerancia cero y el gatillo fácil, y, obviamente, Mitt Romney, el mormón candidato a la presidencia. En la convención demócrata hablaron el ex presidente Clinton, la esposa de Obama y, por supuesto, Obama. Las convenciones parecieron más los actos de dos líneas de un mismo partido que los actos de dos partidos luchando por el poder. Así funciona el sistema político norteamericano. El poder militar-industrial manda y el presidente de turno obedece sin chistar. Si no lo hace, termina como Kennedy. Así es “el orden natural de las cosas” en Estados Unidos. La derecha “moderada” (los demócratas) compite contra la derecha “radical” (los republicanos). La derecha vernácula siempre tuvo como modelo político al sistema político estadounidense. Dos grandes partidos moderados, el radicalismo y el peronismo tradicional, dispuestos a obedecer las órdenes de los que mandan: he aquí el sueño político del orden conservador. Pues bien, primero Néstor y después Cristina decidieron poner “el orden natural de las cosas” patas para arriba. Es como si Obama, por ejemplo, hubiera dicho en la convención demócrata que a partir de ahora él manda y el complejo militar-industrial obedece.

De aquí a las elecciones de 2013 el orden conservador incrementará su poder de fuego para tratar de exterminar (políticamente hablando) a la presidenta de la nación. Para la derecha es vital la restauración del “orden natural de las cosas” porque el poder, pontificó desde siempre, le pertenece. Y tanto Néstor como Cristina cometieron el peor de los pecados: desafiar ese “dogma”. De ahí la imperiosa necesidad, proclaman sus voceros, de hacer tronar el escarmiento.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 9/9/012

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