Por Carlos Fara.-
Cuando Macri llegó al gobierno afrontaba todo tipo de dudas respecto del círculo rojo: ¿podrá salir del cepo? ¿Podrá resolver el conflicto con los buitres? ¿Podrá lograr un piso de gobernabilidad? ¿El kirchnerismo no le hará la vida imposible?
Estas son sólo algunas de una larga lista. Lo cierto es que en 100 días salió del cepo y parece estar camino a un acuerdo legalmente sustentable con los holdouts. Pero para rendir esta materia necesita aprobar antes otra “correlativa”: la gobernabilidad, vía construcción de mayorías circunstanciales en las cámaras.
Este presidente llega con un ventaja que no tuvieron ni Alfonsín, ni De la Rúa: pese a ser una fuerza nueva, y que depende de socios territoriales mayores -como la UCR- tiene un Estado federal que acumula más del 70% de los recursos fiscales y con una incidencia de estos sobre el PBI mayor que cualquier otro momento de la historia. Con esa capacidad de fuego se sentó a negociar.
Claro: las ventajas hay que saber aprovecharlas en la mesa de negociaciones, que es otro expertise. Aquí también se presentaban dudas. Más allá de la experiencia que haya acumulado en estos años el equipo político del presidente, lo cierto es que una cosa es un armado electoral o gobernar la Ciudad de BA, y otra cosa hablar con el diablo. En los papeles todos es más fácil de lo que aparenta.
Hay que sentarse, comprometer poco, tener paciencia, decir verdades a medias, exagerar la nota, ejercer sutilmente la presión para que la contraparte no se levante de la mesa, actuar por múltiples caminos para condicionar la percepción de aliados eventuales, aprovechar distracciones ajenas, etc. etc. Lo natural en toda negociación en todo ámbito de la vida. Solo que acá un error mínimo puede hacer volar todo por los aires. Y lo que es peor: que todo el mundo se entera de los pormenores y las razones de un fracaso.
Más allá de las eventuales ventajas económicas que el acuerdo pueda generar, lo cierto es que ganar un partido difícil consolida al director técnico frente al equipo, la hinchada y la dirigencia del club, y templa el ánimo del grupo. No es menor, sobre todo cuando se trata el primer gran partido complicado, no un partido más.
El gobierno no puede dormirse en los laureles, porque si saca adelante el acuerdo: 1) tiene que procurar no tener más complicaciones legales (si no, propios y extraños dirán “votamos la ley al pedo”), 2) no debe haber ajuste feroz, y 3) en el segundo semestre debería poder mostrar algún logro económico concreto (bajar la inflación, o reactiva la economía, o ambas cosas).
Los éxitos consolidan, pero también obligan. Si el presidente concluye sus primeros 120 días con este logro en el bolsillo, su luna de miel claramente se puede extender, ya que la mayoría social prefiere creer que el cambio no fue en vano.
Sin embargo, también se autoimpone una vara más alta. Tendrá un instrumento potente y habrá ganado el debate sobre el punto, pero “cuando uno entra tanto en la laguna, algún pato se tiene que llevar”. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)
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