Por Elena Valero Narváez.-

Los abusos, privilegios, prebendas y todo uso del estado en beneficio particular debería acabarse, lo pagamos los argentinos. Ello implica decidirse a reformar el Estado, desmantelar su aparato opresivo, desarmar una estructura estatista en la que los gobiernos kirchneristas han tenido mucho que ver.

La situación económica argentina si continua por el camino que han elegido “los Fernández” acabará en la quiebra del Estado. Deben terminarse con los privilegios estatales, sin excepción. Un plan de reforma global es necesario para evitar, entre otras cosas, que por intereses sectoriales se eviten las disposiciones que urgentemente se necesitan. Son errores, el avance del estado sobre las actividades privadas, las exacciones sobre las empresas, el constante hostigamiento a la propiedad privada con clara intención de amentar el poder del Estado.

El horno no está para bollos, deben intervenir las fuerzas opositoras, unidas al sector empresarial y al campo, para exigir un viraje completo de la economía. Solo el sector privado puede imponer la disciplina económica. La libre competencia despierta la libre iniciativa, fomenta la libre elección y reafirma el espíritu de responsabilidad, además de desarrollar la creación, permite a la gente la posibilidad de emplear su iniciativa, y sus energías, como resultado de la libertad humana y del libre funcionamiento de la economía. Es necesario privatizar las empresas estatales y desregular de inmediato; una vez que la empresa es privatizada queda automáticamente fuera del área de responsabilidad pública, se someten los servicios a la competencia y al control de costos, permitiendo a los consumidores, posibilidades de elección y también de control.

Se debe disminuir el gasto estatal, achicar y redefinir el Estado, eliminado funciones que no le competen, aumentar la recaudación impositiva en vez de los impuestos. El sector empresarial debe exigir, no solo la liberación de la economía, sino también, un tiempo prudencial para permitir la reconversión industrial -la cual constituye la contrapartida de la imprescindible apertura- para poder hacer el esfuerzo de posicionarse, oportuna, y eficazmente, en el marco general de la economía global. Tienen que hacerlo a través de la economía, no de la política: deben ser los empresarios los que asuman los riesgos y ser responsables de pérdidas y beneficios en vez del Gobierno.

Michael Novak, bien decía, que la raíz del deseo de liberarnos de la tiranía reside, en nuestra justificada aversión, a la idea de que lleguen a ejercer el poder potenciales torturadores. Una esencial forma de evitarlo es que el país se llene de empresas, agrupaciones, ONG, que fortalezcan a la sociedad civil creando una enorme pluralidad de poderes que alejarán la tiranía y controlarán al poder. A más sociedad civil, menos Estado y más transparencia.

El estatismo convierte al gobierno en un torturador que destruye los incentivos económicos y todos los vestigios de una economía de mercado, con subsidios, participación directa en la producción y distribución de bienes y servicios por medio de empresas estatales y controles de precios. Los sectores que no están controlados lo están en forma indirecta mediante tasas impositivas elevadas, riesgos de estatización, restricciones comerciales y cambiarias que paralizan al sector privado. Solo los grupos con conexiones políticas logran subsistir a políticas que ahogan el espíritu empresarial y la iniciativa privada.

Una buena sociedad, implica no solamente liberación política, sino también, liberación económica. Los empresarios no deben ser agobiados con impuestos distorsivos que convierten a la actividad económica en difícil y onerosa, ni castigarlos cuando tienen éxito, como se ha hecho con el sector agropecuario. Hay que recompensarlos dándoles acceso al crédito, reduciendo impuestos. En vez de desalentarlos, reducir las cargas sociales y las leyes laborales que debilitan la producción.

Argentina necesita con urgencia un cambio que traiga el equilibrio económico; debemos dejar de recurrir a la ayuda externa y a estrategias de desarrollo basadas en la intervención estatal, control de divisas y actividades comerciales, limitaciones a la inversión extranjera, aranceles altos, restricciones al libre intercambio de bienes y servicios. Esta estrategia ha desilusionado a muchos de sus antiguos defensores intelectuales, como así también, a los argentinos en general, quienes se ven con cada vez menos posibilidades de alcanzar un futuro mejor, muchos empantanados en la pobreza. Estatismo o mercado libre es la decisión crucial que debemos tomar.

Es increíble que los candidatos a altos cargos políticos, no hayan estudiado a los países que han adoptado el único sistema exitoso. Cuando Hong Kong (aún era territorio británico), Singapur, Taiwán, Corea del Sur, India, adoptaron la libertad de comercio, consiguieron ingresos per cápita más altos que los países que obstinadamente prefirieron la planificación central o sistemas mixtos que no son “ni chicha ni limonada” Esos países como muchos otros ofrecen ejemplos de éxito rotundo, tasas de crecimiento económico, sueldos reales, productividad.

La estrategia del gobierno argentino debe ser orientada hacia la exportación, creando incentivos para poder hacerlo sin imponer controles sobre los movimientos de capital como lo hizo Singapur en su momento: vacaciones tributarias, deducciones aceleradas por depreciación, desgravación de la doble tributación, sitios para fábricas fácilmente disponibles, subsidios para el adiestramiento de la fuerza laboral, entre otras excelentes medidas. Los efectos compensatorios de estos incentivos a la exportación fueron abrumadores. Los aumentos de sueldos a los trabajadores aunque excedían las perdidas por la inflación, no llevaron, una vez hechas las reformas, a precios que hicieran que los bienes no fueran competitivos en el mercado mundial. Se evitó, además, que el movimiento laboral organizado pudiera extraer pactos salariales excesivos de las empresas porque sabían, por la experiencia anterior, que los costos laborales excesivos desaceleran el proceso de industrialización y creación de empleos.

Como hicieron los tigres asiáticos, la política de un buen gobierno debería ir concentrándose más en el comercio que en la ayuda exterior, para evitar deudas externas elevadas, sin olvidar controlar la tasa de gasto público a fin de que el sector privado no quede eliminado y mantener la estabilidad política, fundamental, para hacer el sistema económico de libre empresa atractivo para los inversionistas.

Cuando los países que adoptan el sistema capitalista crecen y se desarrollan, tienen éxito, se le atribuye a un milagro económico, cuando la razón no es otra que haber alentado la actividad económica privada y no estorbar el libre funcionamiento del mercado, tasas de impuestos reducidas, y no discriminación entre residentes y extranjeros, quienes disfrutan de los mismos derechos de propiedad privada y de la libertad de invertir y mantener control sobre fábricas y empresas locales. Los increíbles logros de Singapur, Hong Kong y Taiwán, en la posguerra, fueron producto especialmente de la importancia que se le dio a la empresa privada, a la economía de mercado, a afianzar los lazos a la economía internacional y de los gobiernos dedicados a lograr el crecimiento económico. Se redujo así el nivel de pobreza y se fomentó la prosperidad incluso en lugares sin recursos naturales.

Alemania es otro buen ejemplo, la recuperación económica se inició cuando Ludwig Erhard abolió el sistema de controles económicos implantado por los nazis y luego continuado `por los aliados. Erhard estableció una reforma monetaria que detuvo la inflación y dio comienzo a reformas fiscales que redujeron considerablemente las tasas tributarias.

La estructura impositiva ofrece donde funciona el sistema capitalista el aliciente necesario para que el trabajador produzca y el empresario invierta mientras que el Gobierno se dedica a mantener la estabilidad legal necesaria para facilitar las actividades económicas y mantener el orden, interfiriendo mínimamente en los asuntos privados. Su tarea es la de fomentar una atmosfera propicia a las inversiones y una infraestructura adecuada. Por último es la acción de la oferta y la demanda la que decide cuales industrias inversiones o transacciones resultan más exitosas, no el gobierno.

En Argentina varios sindicalistas y políticos no entienden que las tasas de impuestos relativamente bajas incentivan la producción y facilitan el crecimiento rápido de la actividad económica, lo cual aumenta las recaudaciones del fisco. Neciamente rechazan la receta del progreso: bajas tasas de impuestos, número mínimo de regulaciones sobre las actividades económicas y asuntos personales, ausencia de aranceles e impuestos de aduana, inexistencia de restricciones al movimiento de capitales, una moneda estable y segura y un gobierno responsable en cuanto a política económica, fiscal y social. Contrariamente promueven el aumento del gasto fiscal. Es por eso que el Gobierno le está extrayendo ahorros a una población cuyos ingresos y producción están deprimidos. La coacción económica ha alcanzado un nivel confiscatorio.

A la gente le preocupa el empleo y el ingreso, solo el mercado libre y la empresa privada podrán formar un ambiente competitivo que haga levantar los brazos e impulsar la actividad económica. Tal vez buena parte de los argentinos se cansen del estancamiento económico y obliguen a que una coalición de partidos impulse un cambio sustancial de políticas de rápido crecimiento económico, apoyado desde el Congreso. Aumentar el índice de empleo no es posible sin crecimiento económico.

La campaña debería orientarse a que se confíe en que hay una salida, integrarse lo más rápidamente posible al mercado internacional, la reducción de las tasas impositivas, las inversiones extranjeras y la eficiencia del gobierno.

La propiedad privada debe convertirse en un elemento importante del desarrollo del país, fortalece a las instituciones democráticas tan vapuleadas en Argentina y a la libertad en el proceso de desarrollo. La reducción de la acción del gobierno en la economía es esencial para tornarla apolítica, condición necesaria para asegurar la viabilidad a largo plazo del capitalismo democrático.

El mercado libre como sistema de progreso económico ha resultado exitoso y puede servir de modelo para los gobiernos que, hasta ahora, han seguido el camino de la intervención estatal sin éxito.

Los países asiáticos que mencioné en párrafos anteriores, se industrializaron en un ambiente de libertad económica e impuestos bajos. También Alemania con Erhard, Francia con Jacques Rueff, entre otros países, crecieron con un sistema distinto al que rinden honores la mayoría de los políticos argentinas. Es hora de imitarlos. Es imprescindible convencer a las fuerzas políticas y empresariales de exigir y apoyar un cambio dirigido a la adopción de una economía de mercado.

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