Por Hernán Andrés Kruse.-

Alberto Fernández está en otra cosa. Es como si hubiera decidido desentenderse de los graves problemas que aquejan a los argentinos. Es como si creyera que está para atender asuntos mucho más relevantes, como la guerra entre Rusia y Ucrania. En una entrevista concedida a Rosario Ayerdi en Paris, lo puso en evidencia (fuente: Perfil, 11/11/022).

Rosario Ayerdi: “¿Piensa llevar una propuesta concreta a la Cumbre de líderes del G20 sobre la guerra en Ucrania? ¿Analizaron la posibilidad de que usted y Macron se dirijan a algún punto del mundo, viajen a algún punto del mundo para encontrar justamente a las dos partes y ver si se puede llegar a un acuerdo?”

Alberto Fernández: «La propuesta no debe ser una propuesta de un país individual sino que debe ser una propuesta más amplia y por eso insisto en que la discusión salga del Hemisferio Norte y se traslade a todo el mundo. Cuando participamos en el G7, la idea fue decir que no era un problema de la OTAN con Rusia ni era un problema de Europa con Rusia, ni era un problema de Rusia con los Estados Unidos, era un problema del mundo y que el Hemisferio Sur estaba pasándola muy mal. En un escenario en el que la FAO está preanunciando una hambruna que va a alcanzar a 300 millones de habitantes que en su mayoría están en el Hemisferio Sur vengo planteando que encontremos una solución entre todos, que salgamos de la lógica bélica de dos que se pelean y tratemos de buscar una solución global. Quiero que Argentina esté sentada en la mesa de la solución porque quiero encontrar una solución. Lo que quedamos con el Presidente Macron es hablar con otros líderes en el G20 para ver si podemos tener algún tipo de acciones más concretas en favor de constituir una mesa que recupere el diálogo y que empiece por el cese del fuego. También insisto en que todas las partes asuman un compromiso por no usar armas nucleares ni bombardear centrales energéticas nucleares».

Rosario Ayerdi: “¿Antes de la reunión que mantuvieron para restablecer el diálogo entre el oficialismo y la oposición en Venezuela hubo algún contacto con Estados Unidos para que se pueda avanzar en el desbloqueo económico?”

Alberto Fernández: «El Consejo de Seguridad de los Estados Unidos sabe perfectamente mi posición en este punto, con lo cual podré llamarlo una vez más y decirle por enésima vez lo que creo. Logramos que vuelvan a sentarse a una mesa los que tienen que discutir, los venezolanos. Las sanciones económicas no son solo de los Estados Unidos, ayer mismo la Unión Europea prorrogó las sanciones a Venezuela, con lo cual necesitamos que todos revisen este tema. Toda lógica que suponga marginar a un país o a una población solo trae malestar y desgracia para esos pueblos. Es un buen inicio para reiniciar las conversaciones y ver de qué manera podemos ir superando los escollos que ha debido enfrentar Venezuela para que rijan ya plenamente los derechos humanos y rija plenamente la democracia. El objetivo es que los venezolanos encuentren una solución. El objetivo contrariamente a lo que nos pasó en los años de Donald Trump es no intervenir como países en Venezuela sino acercar a los venezolanos a que ellos encuentren una salida y en todo caso ser nosotros una suerte de garantes de los compromisos que se van asumiendo».

Es obvio que todo presidente debe ocuparse de los asuntos internacionales. El problema es que Alberto Fernández cree que su palabra cuenta a nivel internacional, como la de Biden, Xi Jinping o Macron. La realidad, lamentablemente, es harto diferente. Alberto Fernández es el presidente de un país que desde hace décadas es irrelevante a nivel internacional. Además, él, como presidente, es irrelevante. ¿Qué valor puede tener su palabra? Ninguno. Da toda la sensación de que cree realmente que puede tener un protagonismo relevante en un eventual acercamiento entre Rusia y Ucrania. Uno no sabe si reír o llorar.

Las consideraciones de Pablo Tonelli

El diputado nacional Pablo Tonelli expresa con suma precisión el pensamiento de la cúpula del PRO. En Modo Fontevecchia afirmó: “Me gustaría que el Consejo de la Magistratura funcionara normalmente, pero no hay que olvidar que hubo una maniobra del kirchnerismo, cuando en abril el Senado debía nombrar a un representante de la segunda minoría y el kirchnerismo dividió artificialmente a su bloque y designó a Doñate, que representaba a la mayoría, el Frente de Todos”. “Esa maniobra fue sentenciada y anulada por la Corte. La sentencia de la Corte es correcta y hay que celebrarla. Puso las cosas en su lugar y evitó que se burlara la ley”. “La sensación es horrible. Lo que dijeron de Gerardo Milman es una fantasía. En el juzgado están más cerca de procesar por falso testimonio a ese supuesto testigo, que por pedirle explicaciones a Milman”. Para Tonelli la insinuación de CFK de que Milman tuvo algo que ver en el atentado no incide a nivel electoral: “No sé si tiene incidencia, la mayor parte de la gente no le presta mucha atención a esto, sino a los precios de los alimentos y la inseguridad”. “Este tipo de delirios no benefician a los políticos, nos alejan de las preocupaciones cotidianas que pasan por otro lado. Pero los responsables no somos los de Juntos por el Cambio, sino la dirigencia kirchnerista” (fuente: Perfil, 11/11/022).

Se equivoca el diputado Tonelli al afirmar que la denuncia de CFK es un delirio. Por el contrario, se trata de un hecho de una extrema gravedad institucional ya que la víctima es nada más y nada menos que la vicepresidenta de la nación. Y la actitud de su colega Milman no hace más que aumentar las sospechas que pesan en su contra. En efecto, lo que debería haber hecho Milman apenas tomaron estado público las palabras de Cristina es haber convocado a una conferencia de prensa para aclarar su situación y, a posteriori, haber denunciado a CFK por calumnias e injurias. Así hubiera actuado, por ejemplo, Lisandro de la Torre. Pero Milman, evidentemente, no es De la Torre.

Se intensifica la escalada bélica

Se intensifica la escalada bélica entre la vicepresidenta de la nación y la corporación judicial que se identifica con el macrismo. El 10/11 Cristina anunció su decisión de instruir a sus abogados defensores que presenten en la justicia un planteo de recusación de la jueza macrista María Eugenia Capuchetti, quien tiene a su cargo la investigación del intento de magnicidio sufrido por la vicepresidenta el pasado jueves 1 de septiembre. Cristina tomó semejante decisión porque está convencida que la magistrada no tiene interés alguno en investigar la pista política detrás del atentado en su contra. Le resulta incomprensible que Capuchetti no haya llamado a declarar al diputado nacional macrista Gerardo Milman, luego de que un testigo lo escuchó afirmar que en el momento del atentado estará en la ciudad de Mar del Plata. La vicepresidenta afirmó que logró comprobarse que el testigo estuvo cerca del diputado y sus dos asesoras en el bar Casablanca, ubicado en las cercanías del Congreso, lo que le permitió escuchar dicha frase. Luego de la formalización de la recusación a cargo de los abogados de CFK, la jueza estará obligada a responder el planteo que luego será analizado por la Cámara Federal de Apelaciones. Seguramente la recusación caerá en saco roto ya que la misma será revisada por los integrantes de la Sala I, los jueces Mariano Llorens, Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi, cercanos al macrismo.

Quien salió de inmediato a defender a Milman fue la presidente del PRO, Patricia Bullrich. En diálogo con Radio Mitre, Bullrich sostuvo: “Me hace acordar a la construcción de relatos que comienzan con una mentira y terminan con una mentira. La intentan, de tanto repetirla, convertirla en verdad”. “Esta construcción del relato lo que intenta es generar una misma situación judicial entre los miembros de la oposición que hemos trabajado bajo las normas de la transparencia al kirchnerismo, que ha violado todas las normas y ha generado la corrupción más brutal que ha sufrido la Argentina”. “Nosotros no vamos a entrar. Cristina, siga diciendo lo que quiera”. “Con nosotros, no.”. Acusó al kirchnerismo de “destruir el sistema republicano de poder y reemplazarlo por uno autocrático para que los argentinos estén bajo el yugo de una persona”. “La gravedad del atentado no la puede llevar a ella a querer meter a un actor de la democracia, como es Juntos por el Cambio, o a mí o al ex presidente Macri o a Gerardo Milman en esta barbaridad” (fuente: Perfil, 10/11/022).

Bullrich acusa al kirchnerismo de haber instaurado una autocracia, es decir, un régimen político manejado discrecionalmente por una persona, en obvia referencia a Cristina. Si Bullrich estuviera en lo cierto ningún juez se hubiera atrevido a actuar como lo está haciendo Capuchetti. Si viviéramos en una autocracia la Corte Suprema no se hubiera atrevido a respaldar a Capuchetti. Si viviéramos en una autocracia los copitos estarían presos en un campo de concentración. Si viviéramos en una autocracia Bullrich no hubiera tenido ninguna chance de expresarse públicamente como lo acaba de hacer.

Lo real y concreto es que la jueza Capuchetti se mueve a paso de tortuga. Si lo hace es porque cuenta con un apoyo gigantesco. Aconsejo la lectura del artículo de Raúl Dellatorre publicado en Página/12 el 13/11, cuyo título es “Para la justicia, el poder económico es impune”. Escribió el autor:

“Al anunciar que pedirá que se aparte a la jueza federal María Eugenia Capuchetti de la causa en que debiera investigarse el atentado contra su vida, Cristina Fernández de Kirchner puso en duda la voluntad de la magistrada por descubrir a los verdaderos responsables. Pero no es la primera vez que la jueza Capuchetti queda señalada por “inacción procesal” cuando aparecen, en el camino de la investigación, sospechosos vinculados al poder financiero. La misma magistrada es la que tiene a su cargo tramitar la acusación contra Mauricio Macri, Luis Caputo (ex ministro de Finanzas) y Federico Sturzzennegger (ex titular del BCRA) por los delitos de malversación de fondos y administración fraudulenta en la contratación del crédito con el FMI en 2018 y el posterior desvío de los recursos obtenidos. El fiscal interviniente imputó a los tres mencionados y a otros dos ex integrantes de los equipos económicos de Macri. Sin embargo, ninguno de los cinco fue llamado ni una sola vez a declarar, a pesar de que pasó más de un año desde aquella imputación (…).

Según reveló Sofía Caram en una nota de Página/12 de mayo de 2019, Capuchetti siempre contó con el respaldo de “la mesa judicial de Cambiemos”: Germán Garavano (ministro de Justicia en 2019), Bernardo Saravia Frías (Procurador del Tesoro por entonces), José Torello (asesor de Macri), Pablo Clusellas (secretario legal y técnico de la Presidencia) y Juan Bautista Mahiques (fiscal general de la Ciudad)”.

La lectura de estos párrafos hiela la sangre. María Eugenia Capuchetti no es más que una operadora judicial del macrismo. Llegó a jueza pura y exclusivamente por sus contactos políticos que, como surgen del artículo de Dellatorre, son poderosos. Es un engranaje de una poderosa camarilla que domina a gran parte del Poder Judicial, incluida la Corte Suprema. Capuchetti carece, por ende, de independencia. Se limita a obedecer órdenes. Y como es consciente del poder de quienes la respaldan, no tiene miedo a las consecuencias de sus actos. Por eso se atreve a encajonar la causa del atentado contra la vicepresidenta de la nación. María Eugenia Capuchetti es una de las caras visibles de la decadencia de nuestro Poder Judicial.

Anexo

El Informador Público en el recuerdo

Botana y las democracias turbulentas

21/03/2016

En su edición del viernes 18 de marzo, La Nación publicó un artículo de Natalio Botana titulado “Democracias turbulentas”, en el que considera que el malestar que hoy aqueja a la ciudadanía no sólo pone a prueba el pluralismo de partidos sino que obliga a profundizar la responsabilidad tanto del oficialismo como de la oposición, apostando por el diálogo y el consenso.

Dice Botana: “Es errada la creencia de que la unidad política en una república, o el consenso sobre sus fundamentos, eliminaría conflictos y disensos. No es así. La unidad deseable para apuntalar este proyecto consiste en admitir las diferencias y asumirlas como corrientes legítimas en el marco de un régimen constitucional pluralista” (…) “el malestar en las democracias tiene mucho que ver con un deterioro de la confianza pública hacia los dirigentes políticos y empresariales, y en una reducción del espacio de centro hacia el cual deberían converger las expresiones moderadas de los partidos” (…) “Cuando el centro de los moderados se corrompe, ganan irremediablemente los extremos: los purificadores de la política que sueñan con recrear un mundo hecho a la medida de su intolerancia. Más que un sueño, esto es una pesadilla. Para percatarse, basta explorar los orígenes del chavismo en Venezuela y, más atrás, del fascismo y del nacionalsocialismo. Los tres crecieron entre escombros: una economía en crisis, una moral pública en decadencia y un sistema de partidos incapaz de reaccionar a tiempo. De este contexto próximo y lejano deriva la exigencia no sólo de atender a la economía sino de respetar un umbral ético que no debe ser franqueado por gobierno y oposiciones so pena de perecer frente a la indignación pública (el caldo de cultivo ideal para los jacobinos de nueva especie). Desde luego no hay umbral ético en una república sin una administración de Justicia dotada de independencia, honestidad y eficacia”. En lo que resta del artículo, Botana centra su atención en la Argentina. Dice: “Si los partidos en ejercicio de la representación política no atinan a fraguar en el Congreso una política de Estado para reformar el reclutamiento y los procedimientos judiciales y combatir con instituciones remozadas el crimen organizado y la corrupción, seguiremos padeciendo los efectos de una trama por demás conocida: los medios de comunicación denuncian hechos de corrupción que, de inmediato, se convierten en escándalos; a su vez la Justicia no responde mientras en la ciudadanía se expande el descreimiento frente a la impunidad de los poderosos” (…) “La convergencia es vital porque sin acuerdos parlamentarios y aptitud negociadora (sigamos de cerca estos días el debate sobre el default) es imposible que la presidencia recientemente inaugurada pueda funcionar” (…) “el empeño por alcanzar acuerdos supone un cambio en la cultura política que nos libere de la trampa de la imposición hegemónica y transforme al Congreso en lo que debe ser: un lugar de voces múltiples, de argumentos contrapuestos y de soluciones posibles” (…) “para pactar, son necesarios los partidos. No hay que temerles a los acuerdos; hay que temerles a los acuerdos que trafican con la impunidad y el secreto. Por consiguiente, son necesarios partidos con transparencia y estabilidad” (…) “Sabemos que no hay legitimidad sin duración. Sin embargo, hoy también sabemos que la materia que sostiene esa duración no la puede proveer nadie en solitario. Si queremos superar el estadio primitivo del azar y la improvisación, no nos queda otra opción que apostar por la deliberación y el consenso en medio de la escasez, de expectativas frustradas, de constantes movilizaciones y de necesidades básicas insatisfechas. Un tremendo desafío a la razón pública que reclama responsabilidades compartidas, cada cual en su esfera propia, en el Gobierno y en la oposición”.

Botana toca un tema central de la política: el consenso y el conflicto en el régimen democrático. La democracia se basa fundamentalmente en los consensos, en los acuerdos entre los partidos que conforman el sistema de partidos, pese a las diferencias que pueden existir entre ellos. Pero ello no significa que no haya conflictos. Siempre hay conflictos aunque se trate de la democracia más estable y perfecta del mundo. Lo esencial es que los conflictos no pongan en tela de juicio el consenso básico sobre el que reposa el régimen democrático: la constitución. En efecto, la constitución contiene aquellos valores filosóficos, políticos, jurídicos y económicos que constituyen la piedra basal de la democracia. En toda democracia desarrollada los partidos que compiten por el poder concuerdan con ese plexo constitucional, pese a las diferencias que seguramente existen entre ellos. Cuando la democracia es firme los conflictos que se desatan en su interior no logran amenazarla, el plexo valorativo consagrado por la constitución no corre peligro alguno. Pese a las diferencias que se dan entre el partido demócrata y el partido republicano de los Estados Unidos, a ningún dirigente demócrata o republicano se le ocurriría poner en tela de juicio el contenido axiológico de la constitución norteamericana. Lo mismo cabe acotar respecto a las democracias europeas. Hay veces, para desgracia o felicidad de los pueblos (depende del enfoque ideológico utilizado para analizar el tema), que surgen en las democracias endebles fuerzas políticas que cuestionan el contenido axiológico de la constitución. El caso más notable ocurrido en los últimos tiempos es el de Venezuela. Durante mucho tiempo había imperado en la potencia petrolífera latinoamericana un sistema de partidos bastante inestable pero dentro del sistema capitalista. En 1998 irrumpe en el escenario político Hugo Chávez, un militar que había intentado un golpe de Estado en 1992 y que sufrió, a raíz de ello, prisión. Una vez en el poder al ganar las elecciones presidenciales de diciembre de 1998, Chávez instauró una nueva constitución-la constitución de la república bolivariana de Venezuela-. Chávez significó la instauración desde el poder de otra Venezuela, de la Venezuela que había sido ignorada por la Venezuela opulenta. La República Bolivariana de Venezuela proclamó el socialismo y el antiimperialismo (los Estados Unidos). Los objetivos de Chávez eran, pues, revolucionarios. Su intención fue sustituir la economía capitalista por la economía socialista y alejarse definitivamente de la órbita de influencia de Estados Unidos.

Entre 1880 y 1946 gobernaron la Argentina el conservadorismo y el radicalismo. Se podría efectuar una comparación con los republicanos (los conservadores) y los demócratas (los radicales). Pese a sus diferencias, en lo esencial coincidían en respetar el contenido axiológico de la constitución de 1853. En 1946 se hizo cargo de la presidencia Juan Domingo Perón que en 1949 instauró una nueva constitución, un texto constitucional que hablaba, por ejemplo, de la función social de la propiedad, el capital y la actividad económica. Su concepción de la “comunidad organizada” y su idea “movimientista” se alejaban bastante del clásico sistema de partidos que imperaba hasta entonces. Pero a diferencia de Chávez, Perón no se propuso reemplazar el sistema capitalista de producción por otro de índole socialista, como lo intentó hacer Chávez. Porque en el fondo, Perón no fue más que un conservador popular que tuvo la visión de incorporar a la clase trabajadora a la política. Se podría colocar a Perón entre el sistema bipartidista clásico occidental y el chavismo. Perón fue un poquito “antisistema”, nada más. Con el correr del tiempo el peronismo se dividió en dos grupos antagónicos: el peronismo de derecha y el peronismo de izquierda. El peronismo de derecha enarbolaba las ideas medulares de Perón pero jamás abjuró del sistema económico capitalista. Es precisamente este peronismo el que es enaltecido por Botana en su artículo. El otro peronismo fue realmente una fuerza “antisistema”, como el chavismo. Los montoneros, por ejemplo, pretendieron instaurar en el país una suerte de socialismo nacional, antitético del capitalismo prooccidental. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿el kirchnerismo es ideológicamente afín a los montoneros, es decir, al peronismo de izquierda de los setenta? Creo que no lo es. Ni Néstor Kirchner ni Cristina Kirchner pretendieron desde la presidencia modificar radicalmente el sistema económico, como lo pretendieron hacer los montoneros. Lo único que hizo el matrimonio K es devolver al Estado su poder de intervención en la economía y nada más. Pero fue suficiente para hacer estallar de furia al orden conservador que, astutamente, se encargó en los últimos tiempos de hacer del kirchnerismo la continuidad del montonerismo, lo cual es una tremenda falsedad histórica. Aunque Botana no nombre a los montoneros, en su artículo parece insinuar que Cristina fue algo parecido a Norma Arrostito. Todo vale, en última instancia, si ayuda a exterminar a la “plaga kirchnerista”.

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